Cómo la ideología de la Casa Blanca evade el Congreso y empobrece a los hogares estadounidenses haciendo que los precios de la energía se vayan por las nubes.
Gran parte de la política de la Casa Blanca se encuentra impulsada por un temor patológico al calentamiento global y la irracional compulsión por reducir las emisiones de dióxido de carbono, un constituyente no tóxico y natural de la atmósfera y una necesidad absoluta para la supervivencia de las plantas, animales y humanos. No importa que no exista evidencia significativa de que algún calentamiento reciente haya sido causado por incrementos de CO2—o ciertamente, que cualquier calentamiento pusiera en peligro la salud y el bienestar humanos. Además, debería ser bastante obvio que cualquier intento por parte de los EE.UU. de reducir unilateralmente sus emisiones es un ejercicio inútil y un autoengaño: tendría poco impacto mensurable en el aumento en curso del CO2 atmosférico global y ciertamente no afectaría al clima en modo alguno.
Pero evidentemente, la ideología triunfa sobre la ciencia, la economía y la lógica. Incluso las consideraciones de sentido común no han hecho que el presidente Obama deje de escuchar a su asesor científico, el Dr. John Holdren, uno de los principales apóstoles de la religión del calentamiento global. Holdren es un ex colaborador y asociado del profesor de Stanford Paul Ehrlich, cuyo influyente libro The Population Bomb, publicado hace unos 40 años, predica el control de la natalidad para lograr un crecimiento cero.
En este espíritu malthusiano, en breve estaremos “celebrando” el 40 aniversario de la publicación de Limits to Growth, un libro patrocinado por el llamado Club de Roma, que—al igual que Ehrlich—predijo todo tipo de catástrofes inminentes para la población mundial: hambrunas, agotamiento de los recursos, océanos agonizantes, etc. A pesar del fracaso completo en utilizar la ciencia y la economía sanas, todavía hay muchos “creyentes” felizmente instalados en la presente administración. Es interesante señalar que Limits to Growth no se ocupaba para nada del calentamiento global; los desastres climáticos llegaron sólo a partir de 1992, cortesía de la infame Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro, que también produjo la Agenda 21 de las Naciones Unidas.
Pero hay que darle crédito a la administración Obama por esforzarse en decretar límites de CO2 a fin de “salvar el clima”. Su punto culminante se produjo a mediados de 2009, cuando la Cámara de Representantes apenas aprobó el proyecto de la ley Waxman-Markey de límites al intercambio de CO2—también conocido como el proyecto de ley de “gravar y gastar”. Era tan malo que incluso el Senado controlado por los demócratas se negó a tratarlo. Luego, a finales de 2009, los correos electrónicos del Climategate revelaron evidencias de la engañifa del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático de la ONU (IPCC por sus siglas en ingles)—seguida por el colapso total de las negociaciones de la ONU en Copenhague. Pero a pesar de todo esto, la Agencia de Protección Ambiental de los Estados Unidos (EPA es su sigla en inglés) ha estado avanzando y emitió un “Hallazgo sobre Situación de Peligro” (EF en inglés) que afirma que el CO2 es un contaminante atmosférico, sujeto a regulación conforme la Ley del Aire Limpio.
Información completa: Nosotros somos parte del grupo querellante que ha demandado a la EPA por no emplear la sana ciencia para llegar a su EF. La audiencia oral está programada para finales de febrero de 2012. Y estamos esperando que el Tribunal de Apelaciones del Distrito de Columbia se pronuncie a favor nuestro y se deshaga del EF. Una eventual apelación podría incluso llevar a la Corte Suprema a rectificar su fallo de 2007 que declaraba al CO2 un contaminante sujeto a regulación—pero con esta salvedad muy importante: La EPA debe primero demostrar que el CO2 “pone en peligro la salud y el bienestar humanos”.
Una vez que le quedó en claro a Obama que no había ninguna posibilidad de aprobar una legislación para forzar el control de las emisiones de CO2, prometió encontrar otras formas de “despellejar al gato” (sus palabras). Tres de estos subterfugios se están emprendiendo, disfrazados de diversa forma a efectos de ocultar su verdadero propósito.
- La duplicación de los estándares de kilometraje para los automóviles en el año 2025—destinada a reducir el smog y otras contaminaciones urbanas, así como la necesidad de petróleo importado—mejorando de esta forma la seguridad nacional. Pero la EPA, que ya ha ajustado estrictamente los estándares vigentes, es bastante franca sobre el verdadero propósito de reducir las emisiones de CO2. En esencia, la EPA ha precedido el rol de la NHTSA (sigla en inglés para la Administración Nacional del Tráfico en las Carreteras), que tiene la responsabilidad legal de establecer los estándares CAFE (sigla en inglés para el Promedio Empresarial de Ahorro de Combustible). Sin embargo, hay pocas posibilidades de que las compañías automotrices puedan producir vehículos a un precio razonable que la gente desee adquirir y— tome nota de la ironía—sean seguros al conducir. (¡Oh!, Ralph Nader, ¿dónde estás cuando te necesitamos?)
- En su pronunciamiento de 1.117 páginas de diciembre 2011, la EPA establece límites poco realistas sobre las emisiones de mercurio procedentes de centrales eléctricas de carbón; es parte de su mismo esquema deshacerse tanto del carbón como del combustible, a pesar de que el carbón es la fuente de energía doméstica más barata y no requiere de las importaciones. Los EE.UU. han sido bendecidos con abundantes recursos carboníferos; más del 50% de la energía eléctrica fue generada con carbón, aunque el porcentaje ha descendido actualmente al 45%. El Chicago Tribune prevé un aumento de entre el 40% y el 60% en las tarifas de electricidad del Medio Oeste; a nivel nacional, la respetada firma de consultoría económica nacional NERA predice un alza del 11% y una pérdida de 144.000 puestos de trabajo para 2020.
La endeble excusa que la EPA está utilizando es la de “proteger a los niños”, pero una vez más, la misma carece de rigor científico. En cualquier caso, la mayor parte del mercurio emitido a la atmósfera proviene de fuentes naturales. Las fuentes humanas, como las plantas eléctricas que queman carbón, están ubicadas principalmente en China o en otras regiones fuera de los EE.UU. y fuera de la jurisdicción de la EPA. En otras palabras, la contaminación por mercurio es un problema global, al igual que el CO2; las plantas de energía estadounidenses contribuyen sólo al 0,5% de todas las emisiones.
La administración Bush ya había promulgado planes para reducir las emisiones estadounidenses, y cualquier ajuste adicional por parte de la EPA producirá pequeños beneficios marginales pero enormes costos adicionales—todo por el bien de una cierta reducción en las emisiones de CO2. Como es costumbre, la EPA subestima enormemente los costos por un factor grande e infla formidablemente los beneficios, afirmando la prevención de más de 11.000 muertes prematuras al año. Además, la EPA cuenta dos veces los beneficios; sólo el 0,1% puede ser asignado a la reducción de las emisiones de mercurio.
- Finalmente, tenemos al tan discutido oleoducto Keystone XL, que se supone traerá petróleo de las arenas bituminosas canadienses a las refinerías estadounidenses ubicadas en la costa del Golfo. Obama ha decidido detener este oleoducto a fin de congraciarse con los ambientalistas extremos, que se oponen al proyecto—como acaba de revelar el San Francisco Chronicle el 16 de febrero. Su débil excusa es que una filtración de petróleo en Nebraska podría producir contaminación en el acuífero subyacente. Por supuesto, no hay ninguna razón por la cual el petróleo debería filtrarse en Nebraska—y en todo caso, unos 20.000 kilómetros de distintos oleoductos ya atraviesan el estado. La verdadera razón: la producción de petróleo de arenas bituminosas requiere grandes cantidades de calor y por lo tanto de emisiones de CO2.
La oposición a esta acción caprichosa de la Casa Blanca no es partidista. Involucra a los sindicatos de trabajadores, que ven desaparecer los “empleos listos para su ejecución”, abarca inquietudes que atañen a la seguridad nacional e implica al público en general, que desea petróleo más barato y más seguro de fuentes cercanas—no de productores extranjeros en el Golfo Pérsico, y traído hasta aquí en buques cisterna.
En su campaña electoral de 2008, Obama prometió hacer que los precios de la electricidad se “disparasen”. Parece estar teniendo éxito más allá de todas las expectativas, en la medida en que una combinación de políticas de la Casa Blanca está elevando los precios del combustible. Pero a medida que el costo de la energía esencial se incrementa, los hogares están cayendo en la pobreza, ya no pueden darse el lujo de comprarles dulces a los niños pues es más importante evitar que mueran de hambre y frío. “Despellejar al gato” puede ser una prolija manera de eludir los expresos deseos del Congreso y el público, pero es seguro que tendrá consecuencias contra la Casa Blanca de Obama en las elecciones de noviembre.
Traducido por Gabriel Gasave
Obama despelleja al gato
Cómo la ideología de la Casa Blanca evade el Congreso y empobrece a los hogares estadounidenses haciendo que los precios de la energía se vayan por las nubes.
Gran parte de la política de la Casa Blanca se encuentra impulsada por un temor patológico al calentamiento global y la irracional compulsión por reducir las emisiones de dióxido de carbono, un constituyente no tóxico y natural de la atmósfera y una necesidad absoluta para la supervivencia de las plantas, animales y humanos. No importa que no exista evidencia significativa de que algún calentamiento reciente haya sido causado por incrementos de CO2—o ciertamente, que cualquier calentamiento pusiera en peligro la salud y el bienestar humanos. Además, debería ser bastante obvio que cualquier intento por parte de los EE.UU. de reducir unilateralmente sus emisiones es un ejercicio inútil y un autoengaño: tendría poco impacto mensurable en el aumento en curso del CO2 atmosférico global y ciertamente no afectaría al clima en modo alguno.
Pero evidentemente, la ideología triunfa sobre la ciencia, la economía y la lógica. Incluso las consideraciones de sentido común no han hecho que el presidente Obama deje de escuchar a su asesor científico, el Dr. John Holdren, uno de los principales apóstoles de la religión del calentamiento global. Holdren es un ex colaborador y asociado del profesor de Stanford Paul Ehrlich, cuyo influyente libro The Population Bomb, publicado hace unos 40 años, predica el control de la natalidad para lograr un crecimiento cero.
En este espíritu malthusiano, en breve estaremos “celebrando” el 40 aniversario de la publicación de Limits to Growth, un libro patrocinado por el llamado Club de Roma, que—al igual que Ehrlich—predijo todo tipo de catástrofes inminentes para la población mundial: hambrunas, agotamiento de los recursos, océanos agonizantes, etc. A pesar del fracaso completo en utilizar la ciencia y la economía sanas, todavía hay muchos “creyentes” felizmente instalados en la presente administración. Es interesante señalar que Limits to Growth no se ocupaba para nada del calentamiento global; los desastres climáticos llegaron sólo a partir de 1992, cortesía de la infame Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro, que también produjo la Agenda 21 de las Naciones Unidas.
Pero hay que darle crédito a la administración Obama por esforzarse en decretar límites de CO2 a fin de “salvar el clima”. Su punto culminante se produjo a mediados de 2009, cuando la Cámara de Representantes apenas aprobó el proyecto de la ley Waxman-Markey de límites al intercambio de CO2—también conocido como el proyecto de ley de “gravar y gastar”. Era tan malo que incluso el Senado controlado por los demócratas se negó a tratarlo. Luego, a finales de 2009, los correos electrónicos del Climategate revelaron evidencias de la engañifa del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático de la ONU (IPCC por sus siglas en ingles)—seguida por el colapso total de las negociaciones de la ONU en Copenhague. Pero a pesar de todo esto, la Agencia de Protección Ambiental de los Estados Unidos (EPA es su sigla en inglés) ha estado avanzando y emitió un “Hallazgo sobre Situación de Peligro” (EF en inglés) que afirma que el CO2 es un contaminante atmosférico, sujeto a regulación conforme la Ley del Aire Limpio.
Una vez que le quedó en claro a Obama que no había ninguna posibilidad de aprobar una legislación para forzar el control de las emisiones de CO2, prometió encontrar otras formas de “despellejar al gato” (sus palabras). Tres de estos subterfugios se están emprendiendo, disfrazados de diversa forma a efectos de ocultar su verdadero propósito.
La endeble excusa que la EPA está utilizando es la de “proteger a los niños”, pero una vez más, la misma carece de rigor científico. En cualquier caso, la mayor parte del mercurio emitido a la atmósfera proviene de fuentes naturales. Las fuentes humanas, como las plantas eléctricas que queman carbón, están ubicadas principalmente en China o en otras regiones fuera de los EE.UU. y fuera de la jurisdicción de la EPA. En otras palabras, la contaminación por mercurio es un problema global, al igual que el CO2; las plantas de energía estadounidenses contribuyen sólo al 0,5% de todas las emisiones.
La administración Bush ya había promulgado planes para reducir las emisiones estadounidenses, y cualquier ajuste adicional por parte de la EPA producirá pequeños beneficios marginales pero enormes costos adicionales—todo por el bien de una cierta reducción en las emisiones de CO2. Como es costumbre, la EPA subestima enormemente los costos por un factor grande e infla formidablemente los beneficios, afirmando la prevención de más de 11.000 muertes prematuras al año. Además, la EPA cuenta dos veces los beneficios; sólo el 0,1% puede ser asignado a la reducción de las emisiones de mercurio.
La oposición a esta acción caprichosa de la Casa Blanca no es partidista. Involucra a los sindicatos de trabajadores, que ven desaparecer los “empleos listos para su ejecución”, abarca inquietudes que atañen a la seguridad nacional e implica al público en general, que desea petróleo más barato y más seguro de fuentes cercanas—no de productores extranjeros en el Golfo Pérsico, y traído hasta aquí en buques cisterna.
En su campaña electoral de 2008, Obama prometió hacer que los precios de la electricidad se “disparasen”. Parece estar teniendo éxito más allá de todas las expectativas, en la medida en que una combinación de políticas de la Casa Blanca está elevando los precios del combustible. Pero a medida que el costo de la energía esencial se incrementa, los hogares están cayendo en la pobreza, ya no pueden darse el lujo de comprarles dulces a los niños pues es más importante evitar que mueran de hambre y frío. “Despellejar al gato” puede ser una prolija manera de eludir los expresos deseos del Congreso y el público, pero es seguro que tendrá consecuencias contra la Casa Blanca de Obama en las elecciones de noviembre.
Traducido por Gabriel Gasave
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