El fracaso del segundo intento por parte de terroristas de Yemen de estallar su ropa interior y hacer añicos cualquier avión cerca de ellos ha llevado a elogiar a un gobierno estadounidense que motivó el complot en primer lugar. Desde los bárbaros ataques del 11 de septiembre, el público estadounidense, sediento de venganza, ha aprobado reflexivamente cualquier aventura militar que su gobierno ha emprendido a fin de “combatir a los terroristas”. Esa reacción era de alguna manera comprensible en el período inmediatamente posterior al 11/09 pero desafortunadamente continuó hasta la actualidad. Muy pocos en los Estados Unidos se han planteado alguna vez la pregunta fundamental de por qué al-Qaeda centra sus ataques en los Estados Unidos. Esta falta de introspección siempre ha sido peligrosa.
La administración Bush declaró con orgullo que los terroristas nos odiaban por nuestras libertades—como si los miembros de al-Qaeda fueran envidiosos de las libertades políticas y económicas estadounidenses o como si esas libertades ejercidas al otro lado del mundo de algún modo los afectasen de manera adversa. Osama bin Laden se tornó tan agitado con la afirmación de Bush que emitió un comunicado negándolo y reiteró, por enésima vez, que atacaba a los Estados Unidos porque se inmiscuyen en tierras islámicas, especialmente con sus fuerzas armadas. Bush no sólo ignoró los argumentos de Bin Laden sino que dobló la apuesta e invadió otro país musulmán—Irak—llevando así a un aumento en el terrorismo vengativo anti-estadounidense.
El gobierno de Obama, en lugar de librar una amplia “guerra contra el terror”, ha reducido prudentemente el objetivo a esencialmente una guerra contra al-Qaeda y grupos afines. El cese de una más profunda grandilocuencia estadounidense, que fue ampliamente percibida como una “guerra contra el Islam”, se ha combinado con la matanza indiscriminada de musulmanes por parte de al-Qaeda—quienes constituyen el 85% de las víctimas de al-Qaeda—para restarle importancia al grupo como un modelo para el mundo árabe y musulmán.
Sin embargo, el alcance de la guerra precisa ser reducido aún más. Luchar contra cualquier grupo que esté “relacionado” con al-Qaeda o lleve esa denominación en su nombre es contraproducente. Los Estados Unidos deberían tratar de distinguir entre los grupos musulmanes radicales y combatir sólo a aquellos que atacan a los Estados Unidos.
Pero entonces, al-Qaeda en la Península Arábiga (AQPA es su sigla en inglés), que opera fuera de Yemen y que las autoridades estadounidenses sostienen que actualmente es el más amenazante de los grupos afiliados a al-Qaeda, ¿seguiría calificando como enemigo, verdad? El problema es que la mayoría de los estadounidenses no observa los orígenes de los ataques contra los Estados Unidos—por ejemplo, ¿por qué los japoneses atacaron Pearl Harbor? La mayor parte de los estadounidenses se quedarían atónitos si esa pregunta fuese formulada. Lo mismo es cierto respecto de los ataques de AQPA. El primer ataque a un avión de pasajeros utilizando explosivos ocultos en la ropa interior fue en diciembre de 2009. Pero los estadounidenses no se centran en el hecho de que poco antes de ese intento de ataque, los Estados Unidos habían intensificado los ataques militares en Yemen contra el grupo. El primer atentado de esa clase fue en reacción a esa intensificación de la violencia.
De manera similar, los talibanes paquistaníes no se centraban en atacar objetivos estadounidenses hasta que intentaron bombardear Times Square en Nueva York en mayo de 2010. Una vez más, la mayoría de los estadounidenses no se percató de que este ataque fue en represalia por la bastante indiscriminada guerra con aviones no tripulados que los Estados Unidos llevaban, y siguen llevando, a cabo en Afganistán y Pakistán. Los objetivos de los ataques estadounidenses con aviones no tripulados incluyen no sólo el tronco principal de al-Qaeda y los talibanes afganos, sino también a los talibanes paquistaníes que principalmente están concentrados en derrocar al gobierno paquistaní. En lugar de discernir las diferencias entre los militantes islámicos y dividir al enemigo, la todavía demasiado amplia guerra de los Estados Unidos está causando que dichos grupos trabajen juntos contra un enemigo formidable.
Por razones tanto prácticas como constitucionales, el poder militar estadounidense, si es que debe ser utilizado, debería mantenerse dentro de los confines de la resolución original del Congreso posterior al 11 de septiembre que lo autoriza. La resolución solamente permitió el uso de la fuerza contra los grupos y países que estuvieron involucrados en los ataques del 11/09. Por lo tanto, la administración está estirando los límites de la resolución al atacar a AQAP, los talibanes paquistaníes y el grupo militante al-Shabab en Somalia—ninguno de los cuales tuvo algo que ver con el 11/09 o ni siquiera existía entonces. La justificación legal para perseguir a estos grupos es vaga, pero parece ser que sus líderes se comunican a veces con al-Qaeda central. Pero ahora, David Petraeus, el director de la CIA, desea ampliar la guerra en Yemen para incluir el “comportamiento sospechoso” en los sitios de AQAP. Si los Estados Unidos consideran que hay demasiada agua bajo el puente con AQAP, tienen que regresar al Congreso y pedir la aprobación para atacar allí. La actual guerra de la administración es inconstitucional, ilegal y mal aconsejada.
Como mínimo, si la fuerza debe ser empleada, debería dejar la pisada más ligera posible y no crear más terroristas anti-estadounidenses que los que aniquila, parafraseando a Donald Rumsfeld, ex secretario de defensa, que no practicaba lo que predicaba. Los EE.UU. deberían trabajar para distinguir entre grupos islámicos militantes que realmente atacan objetivos estadounidenses y aquellos que meramente están afiliados con al-Qaeda pero que se centran en cuestiones locales o regionales. Tras la muerte de Osama bin Laden, muchos afiliados de al-Qaeda se están concentrando en lo segundo. Por lo tanto, el criterio para cualquier guerra estadounidense con aviones no tripulados debería combatir sólo a aquellos grupos militantes que atacan a los Estados Unidos. Con la desaparición del núcleo de al-Qaeda en la región de Afganistán/Pakistán, pocos ataques con aviones no tripulados deberían ser necesarios—contrariamente a la ampliación de los ataques de una administración Obama feliz con estas aeronaves.
Como un experimento, los Estados Unidos deberían aminorar el conflicto en Yemen. Probablemente, los intentos de AQAP de atacar objetivos estadounidenses disminuirán y eventualmente cesarán. Eso es lo que sucedió con los ataques de Hezbolá después de que los Estados Unidos se retiraron de Líbano en la década de 1980. Los terroristas atacan por motivos, y en lugar de adoptar una actitud reflexiva de “nosotros contra ellos”, los estadounidenses deberían comenzar a peguntarle a su gobierno por qué los EE.UU. están siendo blanco de ataques. La solución podría ser dejar clavarle banderillas al toro atenuando dramáticamente las innecesarias y contraproducentes intervenciones estadounidenses en el exterior.
Traducido por Gabriel Gasave
¿Qué hay detrás del segundo intento de hacer detonar una bomba escondida en la ropa interior?
El fracaso del segundo intento por parte de terroristas de Yemen de estallar su ropa interior y hacer añicos cualquier avión cerca de ellos ha llevado a elogiar a un gobierno estadounidense que motivó el complot en primer lugar. Desde los bárbaros ataques del 11 de septiembre, el público estadounidense, sediento de venganza, ha aprobado reflexivamente cualquier aventura militar que su gobierno ha emprendido a fin de “combatir a los terroristas”. Esa reacción era de alguna manera comprensible en el período inmediatamente posterior al 11/09 pero desafortunadamente continuó hasta la actualidad. Muy pocos en los Estados Unidos se han planteado alguna vez la pregunta fundamental de por qué al-Qaeda centra sus ataques en los Estados Unidos. Esta falta de introspección siempre ha sido peligrosa.
La administración Bush declaró con orgullo que los terroristas nos odiaban por nuestras libertades—como si los miembros de al-Qaeda fueran envidiosos de las libertades políticas y económicas estadounidenses o como si esas libertades ejercidas al otro lado del mundo de algún modo los afectasen de manera adversa. Osama bin Laden se tornó tan agitado con la afirmación de Bush que emitió un comunicado negándolo y reiteró, por enésima vez, que atacaba a los Estados Unidos porque se inmiscuyen en tierras islámicas, especialmente con sus fuerzas armadas. Bush no sólo ignoró los argumentos de Bin Laden sino que dobló la apuesta e invadió otro país musulmán—Irak—llevando así a un aumento en el terrorismo vengativo anti-estadounidense.
El gobierno de Obama, en lugar de librar una amplia “guerra contra el terror”, ha reducido prudentemente el objetivo a esencialmente una guerra contra al-Qaeda y grupos afines. El cese de una más profunda grandilocuencia estadounidense, que fue ampliamente percibida como una “guerra contra el Islam”, se ha combinado con la matanza indiscriminada de musulmanes por parte de al-Qaeda—quienes constituyen el 85% de las víctimas de al-Qaeda—para restarle importancia al grupo como un modelo para el mundo árabe y musulmán.
Sin embargo, el alcance de la guerra precisa ser reducido aún más. Luchar contra cualquier grupo que esté “relacionado” con al-Qaeda o lleve esa denominación en su nombre es contraproducente. Los Estados Unidos deberían tratar de distinguir entre los grupos musulmanes radicales y combatir sólo a aquellos que atacan a los Estados Unidos.
Pero entonces, al-Qaeda en la Península Arábiga (AQPA es su sigla en inglés), que opera fuera de Yemen y que las autoridades estadounidenses sostienen que actualmente es el más amenazante de los grupos afiliados a al-Qaeda, ¿seguiría calificando como enemigo, verdad? El problema es que la mayoría de los estadounidenses no observa los orígenes de los ataques contra los Estados Unidos—por ejemplo, ¿por qué los japoneses atacaron Pearl Harbor? La mayor parte de los estadounidenses se quedarían atónitos si esa pregunta fuese formulada. Lo mismo es cierto respecto de los ataques de AQPA. El primer ataque a un avión de pasajeros utilizando explosivos ocultos en la ropa interior fue en diciembre de 2009. Pero los estadounidenses no se centran en el hecho de que poco antes de ese intento de ataque, los Estados Unidos habían intensificado los ataques militares en Yemen contra el grupo. El primer atentado de esa clase fue en reacción a esa intensificación de la violencia.
De manera similar, los talibanes paquistaníes no se centraban en atacar objetivos estadounidenses hasta que intentaron bombardear Times Square en Nueva York en mayo de 2010. Una vez más, la mayoría de los estadounidenses no se percató de que este ataque fue en represalia por la bastante indiscriminada guerra con aviones no tripulados que los Estados Unidos llevaban, y siguen llevando, a cabo en Afganistán y Pakistán. Los objetivos de los ataques estadounidenses con aviones no tripulados incluyen no sólo el tronco principal de al-Qaeda y los talibanes afganos, sino también a los talibanes paquistaníes que principalmente están concentrados en derrocar al gobierno paquistaní. En lugar de discernir las diferencias entre los militantes islámicos y dividir al enemigo, la todavía demasiado amplia guerra de los Estados Unidos está causando que dichos grupos trabajen juntos contra un enemigo formidable.
Por razones tanto prácticas como constitucionales, el poder militar estadounidense, si es que debe ser utilizado, debería mantenerse dentro de los confines de la resolución original del Congreso posterior al 11 de septiembre que lo autoriza. La resolución solamente permitió el uso de la fuerza contra los grupos y países que estuvieron involucrados en los ataques del 11/09. Por lo tanto, la administración está estirando los límites de la resolución al atacar a AQAP, los talibanes paquistaníes y el grupo militante al-Shabab en Somalia—ninguno de los cuales tuvo algo que ver con el 11/09 o ni siquiera existía entonces. La justificación legal para perseguir a estos grupos es vaga, pero parece ser que sus líderes se comunican a veces con al-Qaeda central. Pero ahora, David Petraeus, el director de la CIA, desea ampliar la guerra en Yemen para incluir el “comportamiento sospechoso” en los sitios de AQAP. Si los Estados Unidos consideran que hay demasiada agua bajo el puente con AQAP, tienen que regresar al Congreso y pedir la aprobación para atacar allí. La actual guerra de la administración es inconstitucional, ilegal y mal aconsejada.
Como mínimo, si la fuerza debe ser empleada, debería dejar la pisada más ligera posible y no crear más terroristas anti-estadounidenses que los que aniquila, parafraseando a Donald Rumsfeld, ex secretario de defensa, que no practicaba lo que predicaba. Los EE.UU. deberían trabajar para distinguir entre grupos islámicos militantes que realmente atacan objetivos estadounidenses y aquellos que meramente están afiliados con al-Qaeda pero que se centran en cuestiones locales o regionales. Tras la muerte de Osama bin Laden, muchos afiliados de al-Qaeda se están concentrando en lo segundo. Por lo tanto, el criterio para cualquier guerra estadounidense con aviones no tripulados debería combatir sólo a aquellos grupos militantes que atacan a los Estados Unidos. Con la desaparición del núcleo de al-Qaeda en la región de Afganistán/Pakistán, pocos ataques con aviones no tripulados deberían ser necesarios—contrariamente a la ampliación de los ataques de una administración Obama feliz con estas aeronaves.
Como un experimento, los Estados Unidos deberían aminorar el conflicto en Yemen. Probablemente, los intentos de AQAP de atacar objetivos estadounidenses disminuirán y eventualmente cesarán. Eso es lo que sucedió con los ataques de Hezbolá después de que los Estados Unidos se retiraron de Líbano en la década de 1980. Los terroristas atacan por motivos, y en lugar de adoptar una actitud reflexiva de “nosotros contra ellos”, los estadounidenses deberían comenzar a peguntarle a su gobierno por qué los EE.UU. están siendo blanco de ataques. La solución podría ser dejar clavarle banderillas al toro atenuando dramáticamente las innecesarias y contraproducentes intervenciones estadounidenses en el exterior.
Traducido por Gabriel Gasave
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