La histeria occidental que rodea a la apropiación de Crimea por parte de Rusia se encuentra enraizada en un problema más grande que atañe a la política exterior de los EE.UU.—»el síndrome de Múnich 1938”. Desde que el primer ministro británico Neville Chamberlain permitió a Adolf Hitler apoderarse de las regiones de habla alemana de Checoslovaquia en una reunión celebrada en Múnich en 1938, el apaciguamiento ha caído en desgracia como una herramienta tradicional y respetable de la política exterior. Desde ese momento, lo que había sido una forma aceptable en ocasiones de conciliar o sobornar a un rival ha adquirido una connotación universalmente cobarde. (Como el general estadounidense David Petraeus hábil y silenciosamente demostró al sacar a los Estados Unidos de Irak comprando a la mayoría de los guerrilleros sunitas enemigos y lograr que ellos luchasen contra al Qaeda, la política todavía es utilizada ocasionalmente, pero ya no lo llamamos apaciguamiento).
Sin embargo, un buen argumento puede esgrimirse a favor de que el ahora vilipendiado Chamberlain salvó el pellejo de Gran Bretaña durante la Segunda Guerra Mundial y que, a pesar de su promesa en contrario, Winston Churchill fue quien traicionó al Imperio Británico, incluso abandonado la posición de Gran Bretaña como una potencia mundial. De hecho, Chamberlain no tuvo más remedio que amoldarse a la Alemania de Hitler en Múnich; los británicos estaban rezagados respecto de los alemanes en sus refuerzos militares y necesitaban tiempo para ponerse al día. Por otra parte, Chamberlain ordenó a la Real Fuerza Aérea—que al igual que muchas otras organizaciones militares, entonces y después, estaba enamorada del machista “culto de la ofensiva”—transferir recursos de un bombardeo estratégico ofensivo a una defensa aérea de combate. En 1940, las defensas aéreas acrecentadas ayudaron a salvar al Reino Unido al derrotar a la atacante Luftwaffe alemana en la Batalla de Inglaterra.
Por el contrario, Churchill, actualmente el héroe de la Segunda Guerra Mundial por ser primer ministro en el momento de la titánica batalla y durante la mayor parte de la guerra, se benefició en gran medida de la compra de tiempo de Chamberlain a través del apaciguamiento previo y de su uso de ese tiempo para desarrollar a las fuerzas armadas británicas, especialmente sus defensas aéreas. Por otra parte, el siempre beligerante Churchill ayudó a allanar el camino para el ascenso de Hitler en primer lugar (al igual que Woodrow Wilson de los Estados Unidos) al batir los tambores para entrar en la Primera Guerra Mundial, lo que inclinó la balanza en un conflicto mayormente europeo continental hacia los aliados y condujo al ascenso de Hitler debido a la humillación aliada de la posguerra que sufrieron los alemanes. “Ganar” los conflictos masivos de las Guerras Mundiales I y II arruinó financieramente a Gran Bretaña, haciendo que en última instancia perdiese su imperio e incluso su condición de potencia mundial.
Después de Múnich en 1938, en lugar de aprender que el apaciguamiento o la conciliación es a veces la mejor política, o incluso uno necesaria, las grandes potencias aprendieron una lección equivocada—que cualquier amenaza percibida, sin importar cuán pequeña sea, tenía que ser enfrentada inmediatamente con medidas de fuerza a efectos de disuadir a un adversario de una agresión creciente. Los Estados Unidos fueron especialmente propensos a esta falsa lección durante la Segunda Guerra Mundial y después. El presidente Franklin Delano Roosevelt, recibiendo el mensaje equivocado de Múnich 1938, se negó a reunirse con el primer ministro japonés para conciliar las diferencias entre los Estados Unidos y Japón sobre la construcción del imperio de Japón en Asia oriental y los intentos estadounidenses de represalia para estrangular a las fuerzas armadas y la economía japonesa con un embargo petrolero (Los Estados Unidos eran entonces el mayor productor mundial de petróleo). La negativa de FDR condujo al desesperado ataque japonés a Pearl Harbor y al involucramiento de los EE.UU. en la Segunda Guerra Mundial. Durante la Guerra Fría, surgiendo directamente del “síndrome de Múnich 1938” estaban los temores de que el comunismo se extendería como una caída de fichas de dominó en un país tras otro, si no era detenido en países atrasados como Corea, Vietnam, Afganistán, Nicaragua, Angola, Grenada, etc..
Y ahora, después de que Rusia ha invadido y anexado Crimea, han surgido en Occidente los reclamos para imponer duras sanciones económicas contra Rusia, desplegar equipamiento militar estadounidense en los países de la OTAN cercanos a Rusia, otorgar a Ucrania una importante ayuda financiera y gastar más en las defensas de la OTAN—todo para disuadir a Rusia de una nueva agresión. No nos equivoquemos al respecto, Vladimir Putin y Rusia se equivocaron al emplear la fuerza para anexar una Crimea que probablemente quería ser parte de la Federación Rusa de todos modos y muy bien podría hacer lo mismo con el igualmente “rusofilico” este de Ucrania.
Felicitar a Rusia por violar la soberanía de un estado-nación no es una buena idea, pero una reacción desmesurada tampoco lo es. Alguna demostración de descontento por parte de los gobiernos occidentales para desalentar potenciales acciones rusas futuras probablemente no sea una mala idea. Sin embargo, Ucrania debe un montón de dinero a Rusia, y enormes cantidades de ayuda financiera occidental otorgadas a Ucrania meramente serán enviadas a Rusia para saldar la deuda, ayudando de ese modo a Rusia. Gastar más dinero en las defensas de la OTAN no sería una mala idea si fuesen los países europeos cercanos los que vayan a hacerlo; pero no lo harán. Durante décadas, los ricos países europeos han dependido de los Estados Unidos para proveer a su seguridad, y el complejo industrial-militar-parlamentario de los EE.UU. (MICC como se lo conoce en inglés) ha encontrado que es rentable hacerlo. El MICC está actualmente exagerando la supuestamente renovada amenaza rusa para tratar de revertir la disminución de los gastos de defensa en los Estados Unidos.
En el peor de los casos, Rusia también podría tratar de incorporar a los pueblos de habla rusa en el este de Ucrania a Rusia, como lo hizo con Crimea. Aunque no es un buen desarrollo, las fuerzas armadas de Rusia probablemente sean incapaces de ir más lejos para conquistar y ocupar las vastas extensiones del resto de Ucrania. A pesar de los resplandecientes reportes sobre unas fuerzas armadas rusas muy mejoradas en Crimea en The New York Times, la mejora recae principalmente en las unidades de élite de las Fuerzas Especiales rusas. Militarmente, la Rusia de hoy ciertamente no es para nada la Unión Soviética. Y a pesar de la afirmación de la probable candidata presidencial Hillary Clinton de que Putin es otro Hitler, no lo es. Él no está tratando de apoderarse de Europa y meramente está tratando de salvar lo que pueda de Ucrania después de que un gobierno pro-ruso electo democráticamente fuese derrocado por turbas callejeras pro-occidentales.
Siempre que los políticos estadounidenses desean agrandar una amenaza, comparan al menor villano del día con Hitler—Slobodan Milosevic en Serbia, Saddam Hussein en Irak, Muammar Gaddafi en Libia, cualquier gobernante de Corea del Norte de la familia Kim, y ahora Putin en Rusia—y solemnemente implica que el nuevo chico malo debe ser detenido o tendremos nuevamente un Múnich 1938 de nuevo. Difícilmente.
Traducido por Gabriel Gasave
Rusia en CrimeaAun no es Múnich 1938 otra vez
La histeria occidental que rodea a la apropiación de Crimea por parte de Rusia se encuentra enraizada en un problema más grande que atañe a la política exterior de los EE.UU.—»el síndrome de Múnich 1938”. Desde que el primer ministro británico Neville Chamberlain permitió a Adolf Hitler apoderarse de las regiones de habla alemana de Checoslovaquia en una reunión celebrada en Múnich en 1938, el apaciguamiento ha caído en desgracia como una herramienta tradicional y respetable de la política exterior. Desde ese momento, lo que había sido una forma aceptable en ocasiones de conciliar o sobornar a un rival ha adquirido una connotación universalmente cobarde. (Como el general estadounidense David Petraeus hábil y silenciosamente demostró al sacar a los Estados Unidos de Irak comprando a la mayoría de los guerrilleros sunitas enemigos y lograr que ellos luchasen contra al Qaeda, la política todavía es utilizada ocasionalmente, pero ya no lo llamamos apaciguamiento).
Sin embargo, un buen argumento puede esgrimirse a favor de que el ahora vilipendiado Chamberlain salvó el pellejo de Gran Bretaña durante la Segunda Guerra Mundial y que, a pesar de su promesa en contrario, Winston Churchill fue quien traicionó al Imperio Británico, incluso abandonado la posición de Gran Bretaña como una potencia mundial. De hecho, Chamberlain no tuvo más remedio que amoldarse a la Alemania de Hitler en Múnich; los británicos estaban rezagados respecto de los alemanes en sus refuerzos militares y necesitaban tiempo para ponerse al día. Por otra parte, Chamberlain ordenó a la Real Fuerza Aérea—que al igual que muchas otras organizaciones militares, entonces y después, estaba enamorada del machista “culto de la ofensiva”—transferir recursos de un bombardeo estratégico ofensivo a una defensa aérea de combate. En 1940, las defensas aéreas acrecentadas ayudaron a salvar al Reino Unido al derrotar a la atacante Luftwaffe alemana en la Batalla de Inglaterra.
Por el contrario, Churchill, actualmente el héroe de la Segunda Guerra Mundial por ser primer ministro en el momento de la titánica batalla y durante la mayor parte de la guerra, se benefició en gran medida de la compra de tiempo de Chamberlain a través del apaciguamiento previo y de su uso de ese tiempo para desarrollar a las fuerzas armadas británicas, especialmente sus defensas aéreas. Por otra parte, el siempre beligerante Churchill ayudó a allanar el camino para el ascenso de Hitler en primer lugar (al igual que Woodrow Wilson de los Estados Unidos) al batir los tambores para entrar en la Primera Guerra Mundial, lo que inclinó la balanza en un conflicto mayormente europeo continental hacia los aliados y condujo al ascenso de Hitler debido a la humillación aliada de la posguerra que sufrieron los alemanes. “Ganar” los conflictos masivos de las Guerras Mundiales I y II arruinó financieramente a Gran Bretaña, haciendo que en última instancia perdiese su imperio e incluso su condición de potencia mundial.
Después de Múnich en 1938, en lugar de aprender que el apaciguamiento o la conciliación es a veces la mejor política, o incluso uno necesaria, las grandes potencias aprendieron una lección equivocada—que cualquier amenaza percibida, sin importar cuán pequeña sea, tenía que ser enfrentada inmediatamente con medidas de fuerza a efectos de disuadir a un adversario de una agresión creciente. Los Estados Unidos fueron especialmente propensos a esta falsa lección durante la Segunda Guerra Mundial y después. El presidente Franklin Delano Roosevelt, recibiendo el mensaje equivocado de Múnich 1938, se negó a reunirse con el primer ministro japonés para conciliar las diferencias entre los Estados Unidos y Japón sobre la construcción del imperio de Japón en Asia oriental y los intentos estadounidenses de represalia para estrangular a las fuerzas armadas y la economía japonesa con un embargo petrolero (Los Estados Unidos eran entonces el mayor productor mundial de petróleo). La negativa de FDR condujo al desesperado ataque japonés a Pearl Harbor y al involucramiento de los EE.UU. en la Segunda Guerra Mundial. Durante la Guerra Fría, surgiendo directamente del “síndrome de Múnich 1938” estaban los temores de que el comunismo se extendería como una caída de fichas de dominó en un país tras otro, si no era detenido en países atrasados como Corea, Vietnam, Afganistán, Nicaragua, Angola, Grenada, etc..
Y ahora, después de que Rusia ha invadido y anexado Crimea, han surgido en Occidente los reclamos para imponer duras sanciones económicas contra Rusia, desplegar equipamiento militar estadounidense en los países de la OTAN cercanos a Rusia, otorgar a Ucrania una importante ayuda financiera y gastar más en las defensas de la OTAN—todo para disuadir a Rusia de una nueva agresión. No nos equivoquemos al respecto, Vladimir Putin y Rusia se equivocaron al emplear la fuerza para anexar una Crimea que probablemente quería ser parte de la Federación Rusa de todos modos y muy bien podría hacer lo mismo con el igualmente “rusofilico” este de Ucrania.
Felicitar a Rusia por violar la soberanía de un estado-nación no es una buena idea, pero una reacción desmesurada tampoco lo es. Alguna demostración de descontento por parte de los gobiernos occidentales para desalentar potenciales acciones rusas futuras probablemente no sea una mala idea. Sin embargo, Ucrania debe un montón de dinero a Rusia, y enormes cantidades de ayuda financiera occidental otorgadas a Ucrania meramente serán enviadas a Rusia para saldar la deuda, ayudando de ese modo a Rusia. Gastar más dinero en las defensas de la OTAN no sería una mala idea si fuesen los países europeos cercanos los que vayan a hacerlo; pero no lo harán. Durante décadas, los ricos países europeos han dependido de los Estados Unidos para proveer a su seguridad, y el complejo industrial-militar-parlamentario de los EE.UU. (MICC como se lo conoce en inglés) ha encontrado que es rentable hacerlo. El MICC está actualmente exagerando la supuestamente renovada amenaza rusa para tratar de revertir la disminución de los gastos de defensa en los Estados Unidos.
En el peor de los casos, Rusia también podría tratar de incorporar a los pueblos de habla rusa en el este de Ucrania a Rusia, como lo hizo con Crimea. Aunque no es un buen desarrollo, las fuerzas armadas de Rusia probablemente sean incapaces de ir más lejos para conquistar y ocupar las vastas extensiones del resto de Ucrania. A pesar de los resplandecientes reportes sobre unas fuerzas armadas rusas muy mejoradas en Crimea en The New York Times, la mejora recae principalmente en las unidades de élite de las Fuerzas Especiales rusas. Militarmente, la Rusia de hoy ciertamente no es para nada la Unión Soviética. Y a pesar de la afirmación de la probable candidata presidencial Hillary Clinton de que Putin es otro Hitler, no lo es. Él no está tratando de apoderarse de Europa y meramente está tratando de salvar lo que pueda de Ucrania después de que un gobierno pro-ruso electo democráticamente fuese derrocado por turbas callejeras pro-occidentales.
Siempre que los políticos estadounidenses desean agrandar una amenaza, comparan al menor villano del día con Hitler—Slobodan Milosevic en Serbia, Saddam Hussein en Irak, Muammar Gaddafi en Libia, cualquier gobernante de Corea del Norte de la familia Kim, y ahora Putin en Rusia—y solemnemente implica que el nuevo chico malo debe ser detenido o tendremos nuevamente un Múnich 1938 de nuevo. Difícilmente.
Traducido por Gabriel Gasave
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