Hemos visto en los tiempos modernos transiciones democráticas sorprendentes, pero parece que Venezuela podría estar cerca de aportar una nueva variante. La oposición organizó, con la hostilidad del gobierno de Nicolás Maduro, un referéndum para impedir la convocatoria a una Asamblea Constituyente encargada de reemplazar la actual Constitución y acabar con todos los contrapesos democráticos.
No hace falta imaginación para darse cuenta de lo difícil que era, bajo un régimen brutal que ha matado a 100 manifestantes y detenido a miles más en los últimos 100 días, montar una infraestructura ilegal que permitiera a millones de venezolanos votar mientras eran hostigados por los paramilitares (”colectivos” en el newspeak chavista).
Pero votaron masivamente. Aunque la oposición sólo pudo habilitar una quinta parte de los centros de votación utilizados normalmente, 7.200.000 personas acudieron a las urnas para rechazar una segunda Cuba. La violencia esporádica organizada por los matones del gobierno tuvo como testigos a un grupo de ex presidentes latinoamericanos que aceptaron ser observadores del referéndum (Vicente Fox, Andrés Pastrana, Laura Chinchilla, Miguel Ángel Rodríguez y Tuto Quiroga).
La oposición preguntó a los venezolanos si rechazan la Asamblea Constituyente, si las fuerzas armadas deben hacer cumplir la constitución actual y si debe haber una renovación de las autoridades. El 98% votó “Sí”. Los siete millones de votos que respaldaron a la oposición opacan abrumadoramente a los cuatro millones de votos que aprobaron la actual Constitución en 1999 y los cuatro millones y medio que respaldaron las enmiendas constitucionales que otorgaron poderes adicionales a Hugo Chávez en 2009.
El voto simbólico es también una reivindicación de los esfuerzos de la oposición por obligar al gobierno a aceptar el referéndum revocatorio el año pasado. El régimen nunca lo permitió y, para colmo, canceló las elecciones regionales previstas. El respaldo a la oposición en el referéndum del domingo pasado indica que los instintos de Maduro estaban acertados en 2016: el dictador habría sido abrumadoramente revocado.
Hay signos de debilidad en el régimen de Maduro. Recientemente, colocó a Leopoldo López, el preso político más prominente, bajo arresto domiciliario después de tenerlo varios años confinado en una prisión militar donde fue torturado. Varios chavistas, especialmente la fiscal general Luisa Ortega, han roto filas con Maduro y denunciado sus planes de establecer un régimen totalitario. Ya hay oficiales de policía y militares que expresan su abierta oposición al régimen.
El referéndum organizado por la oposición el pasado fin de semana marca un fascinante contraste con otras transiciones a la democracia liberal (si este resulta ser el desenlace, algo todavía por verse). El chileno Augusto Pinochet también dejó el poder después de un referéndum, pero lo organizó él! En Polonia, el gobierno, agotado por las huelgas generales convocadas por Solidaridad, abrió finalmente negociaciones con el famoso sindicato de Lech Walesa a finales de los años 80. En Hungría, se abrió una grieta entre dos facciones comunistas que condujeron a un cambio de régimen. En Rumanía, el dictador Ceaucescu fue capturado y ejecutado. En la Unión Soviética, la burocracia comunista produjo a Gorbachov, un reformista que fue superado por las fuerzas que él desató: cuando las facciones retrógradas trataron de volver atrás, otros líderes reformistas, en particular Boris Yeltsin, lo impidieron y el resto es historia.
Nunca antes habíamos visto lo que ha sucedido en Venezuela: una oposición que monta un referéndum exitoso en defensa de la Constitución dictatorial contra la hostilidad de una dictadura que piensa que su propia Constitución ya no es suficiente para garantizar su perpetuidad. ¿Es este el principio del fin del chavismo?
¿El comienzo del fin de la Venezuela de Maduro?
Hemos visto en los tiempos modernos transiciones democráticas sorprendentes, pero parece que Venezuela podría estar cerca de aportar una nueva variante. La oposición organizó, con la hostilidad del gobierno de Nicolás Maduro, un referéndum para impedir la convocatoria a una Asamblea Constituyente encargada de reemplazar la actual Constitución y acabar con todos los contrapesos democráticos.
No hace falta imaginación para darse cuenta de lo difícil que era, bajo un régimen brutal que ha matado a 100 manifestantes y detenido a miles más en los últimos 100 días, montar una infraestructura ilegal que permitiera a millones de venezolanos votar mientras eran hostigados por los paramilitares (”colectivos” en el newspeak chavista).
Pero votaron masivamente. Aunque la oposición sólo pudo habilitar una quinta parte de los centros de votación utilizados normalmente, 7.200.000 personas acudieron a las urnas para rechazar una segunda Cuba. La violencia esporádica organizada por los matones del gobierno tuvo como testigos a un grupo de ex presidentes latinoamericanos que aceptaron ser observadores del referéndum (Vicente Fox, Andrés Pastrana, Laura Chinchilla, Miguel Ángel Rodríguez y Tuto Quiroga).
La oposición preguntó a los venezolanos si rechazan la Asamblea Constituyente, si las fuerzas armadas deben hacer cumplir la constitución actual y si debe haber una renovación de las autoridades. El 98% votó “Sí”. Los siete millones de votos que respaldaron a la oposición opacan abrumadoramente a los cuatro millones de votos que aprobaron la actual Constitución en 1999 y los cuatro millones y medio que respaldaron las enmiendas constitucionales que otorgaron poderes adicionales a Hugo Chávez en 2009.
El voto simbólico es también una reivindicación de los esfuerzos de la oposición por obligar al gobierno a aceptar el referéndum revocatorio el año pasado. El régimen nunca lo permitió y, para colmo, canceló las elecciones regionales previstas. El respaldo a la oposición en el referéndum del domingo pasado indica que los instintos de Maduro estaban acertados en 2016: el dictador habría sido abrumadoramente revocado.
Hay signos de debilidad en el régimen de Maduro. Recientemente, colocó a Leopoldo López, el preso político más prominente, bajo arresto domiciliario después de tenerlo varios años confinado en una prisión militar donde fue torturado. Varios chavistas, especialmente la fiscal general Luisa Ortega, han roto filas con Maduro y denunciado sus planes de establecer un régimen totalitario. Ya hay oficiales de policía y militares que expresan su abierta oposición al régimen.
El referéndum organizado por la oposición el pasado fin de semana marca un fascinante contraste con otras transiciones a la democracia liberal (si este resulta ser el desenlace, algo todavía por verse). El chileno Augusto Pinochet también dejó el poder después de un referéndum, pero lo organizó él! En Polonia, el gobierno, agotado por las huelgas generales convocadas por Solidaridad, abrió finalmente negociaciones con el famoso sindicato de Lech Walesa a finales de los años 80. En Hungría, se abrió una grieta entre dos facciones comunistas que condujeron a un cambio de régimen. En Rumanía, el dictador Ceaucescu fue capturado y ejecutado. En la Unión Soviética, la burocracia comunista produjo a Gorbachov, un reformista que fue superado por las fuerzas que él desató: cuando las facciones retrógradas trataron de volver atrás, otros líderes reformistas, en particular Boris Yeltsin, lo impidieron y el resto es historia.
Nunca antes habíamos visto lo que ha sucedido en Venezuela: una oposición que monta un referéndum exitoso en defensa de la Constitución dictatorial contra la hostilidad de una dictadura que piensa que su propia Constitución ya no es suficiente para garantizar su perpetuidad. ¿Es este el principio del fin del chavismo?
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