El gobierno de Estados Unidos ha cometido últimamente muchos errores en materia de política exterior, repitiendo incluso traspiés del pasado. Eso se debe a que el establishment de la política exterior estadounidense -el Departamento de Defensa, el Departamento de Estado, otras agencias gubernamentales, el Congreso y los medios de comunicación- sigue confiando en principios intervencionistas claramente probados y fracasados. En ocasiones, tanto el presidente Joe Biden como el expresidente Donald Trump han desafiado de manera loable a ese establishment. Algunos ejemplos son la insistencia de Biden en retirar finalmente todas las fuerzas estadounidenses de Afganistán, la apertura diplomática de Trump a Corea del Norte, y el insistente hostigamiento de este último en regañar a los viejos y acaudalados aliados por no gastar lo suficiente en sus propias defensas. Sin embargo, los dos presidentes fueron muy criticados por las élites de la política exterior en los medios de comunicación por desafiar los hábitos intervencionistas. Incluso durante el brabucón reinado de Trump, el establishment fue capaz de acorralarlo en la mayoría de las cuestiones atinentes a la política exterior, en gran medida porque afirmaba, lamentablemente con algo de razón, que la política exterior de Trump parecía destinada principalmente a beneficiar ante todo su propia fortuna personal y política. Al establishment le ha sido más fácil lidiar con Biden porque sencillamente éste lleva mucho tiempo en Washington, empapándose a fondo con los embriagadores, pero caros, vapores de ser una superpotencia mundial.
Pero empecemos con Trump. Después de amenazar oblicuamente a Corea del Norte con una guerra nuclear -un comportamiento muy peligroso-, llevó la política estadounidense al extremo opuesto al intentar una apertura con el Reino Ermitaño. Trump comenzó loablemente a hablar con su adversario a fin de reducir las tensiones, pero luego se dejó engañar por el caudillo norcoreano, Kim Jong-un, al dejarse envolver en demasía por la gloria de las cumbres personales de alto impacto. Trump también tuvo la acertada idea de presionar a los ahora ricos, aliados, para que gasten más en defensa y logró algún éxito (probablemente temporal). Sin embargo, debería haber aprovechado la oportunidad para reducir la carga de la defensa estadounidense. En cambio, se enamoró del poder militar en su propio interés-como lo demostró su fallido intento de conseguir que los militares organizaran un fastuoso desfile marcial en su honor- e infló considerablemente una burocracia ya abultada. También, utilizó a esas fuerzas armadas incrementadas para asesinar irresponsable e ilegalmente al segundo hombre más poderoso de Irán, que estaba de visita en Irak. Finalmente, cuestionó correctamente la pertinencia de la alianza de la OTAN de la época de la Guerra Fría, pero el establishment de la política exterior -imbuido de la idea de que las alianzas son un fin en sí mismas y no un medio para la seguridad nacional- rápidamente sofocó ese debate.
Biden -habiendo bebido durante mucho tiempo la fatal idea de que las alianzas estadounidenses "ganaron la Guerra Fría" y deberían continuar como están a perpetuidad- se encuentra aparentemente tomando medidas arriesgadas que podrían resultar en una guerra con las potencias nucleares de China y Rusia. La cuestión de Taiwán es mucho más estratégica y emocional para China que para los Estados Unidos. La isla cuenta desde hace tiempo con una ambigua garantía de seguridad estadounidense. De manera manifiesta, los Estados Unidos se han comprometido a vender al gobierno de la isla sólo armas para defenderse. Sin embargo, recientemente Biden públicamente "resbaló" y se comprometió a defender a Taiwán si fuera atacada por China. Es difícil discernir si se trató de una de las ocasionales metidas de pata de Biden o, para reforzar la disuasión ante cualquier ataque chino, de una revelación intencionada de un acuerdo secreto con Taiwán para hacer precisamente eso si el globo explota. En su lugar, lo que precisa ser reforzado y fortalecido públicamente es el actual compromiso limitado de vender armas a Taiwán, incluyendo misiles balísticos ofensivos que permitirían a Taiwán, sin la promesa de una intervención militar estadounidense, aumentar la disuasión contra un ataque chino. De lo contrario, la ambigüedad de las intenciones estadounidenses puede volver a crear una repetición de unos Estados Unidos siendo arrastrados a guerras no estratégicas, como las de Corea en 1950 y el Golfo Pérsico en 1991.
Más descabellado aún es que la administración Biden esté desempolvando el compromiso de George W. Bush de incorporar a Ucrania y Georgia a la ya sobredimensionada alianza de la OTAN. Estas naciones, especialmente Ucrania, se encuentran en la tradicional esfera de influencia de Rusia y son mucho más vitales para su seguridad que para la de unos Estados Unidos lejanos. A los Estados Unidos les disgustaría mucho que cualquier potencia extranjera formara una alianza militar con México o Cuba, como ocurrió a finales de 1962. Así, la incorporación de Ucrania y Georgia puede hacer que una Rusia ya poco amistosa se vuelva incontrolable con su ira; los rusos ya se enfrentan a una OTAN hostil en sus fronteras en los estados bálticos. Después de la Primera Guerra Mundial, los Estados Unidos y sus aliados ignoraron el modelo inclusivo del exitoso Congreso de Viena de 1815, posterior a la guerra napoleónica, que no dio lugar a ninguna guerra importante en Europa durante un siglo; el resultado fue una paz punitiva posterior a la Primera Guerra Mundial con la Alemania de Weimar que condujo al ascenso de Adolf Hitler y a la Segunda Guerra Mundial. Después de la Guerra Fría, los Estados Unidos y sus aliados volvieron a refregar en la mugre la nariz de un enemigo derrotado al hacer avanzar la alianza hasta Ucrania y Georgia.
Biden se apresuró a salir en Afganistán, y por lo tanto se cometieron algunos errores iniciales, pero su prisa hacia la puerta allí se hace comprensible dado que las fuerzas armadas estadounidenses habían estado obstaculizando y burlando a los presidentes desde Obama en adelante sobre el tema. Los hombres de uniforme no podían admitir, ni siquiera después de veinte años, que habían perdido la guerra. Sin embargo, ahora Biden está negociando derechos de sobrevuelo (¿y más?) con Pakistán para mantener una opción de ataques aéreos en la eterna guerra estadounidense contra el terrorismo -intervenciones militares estadounidenses que motivan los ataques terroristas contra objetivos estadounidenses en primer lugar. Incluso si estos cuestionables acuerdos de sobrevuelo son necesarios para la seguridad de Estados Unidos, ¿no podría George W. Bush haber negociado el mismo acuerdo a la salida de Afganistán en 2002, después de aplastar a Al Qaeda y a los talibanes, y haber ahorrado un montón de vidas estadounidenses, aliadas y afganas y un montón de dinero? Esta situación recuerda a Richard Nixon prometiendo en la campaña electoral de 1968 salir del sudeste asiático, para luego demorar la salida durante cuatro años hasta que fue reelegido para no enfrentarse a las represalias políticas por "perder" Vietnam; en 1973, tuvo que aceptar el mismo mal acuerdo para terminar una guerra perdida que podría haber conseguido en 1969, salvando así innumerables vidas. Al menos Biden tuvo el valor de asumir el dolor político por retirarse de Afganistán. Pero, ¿podría la negociación de los derechos de tránsito aéreo en Pakistán sentar las bases para una eventual reentrada de los Estados Unidos, como amenazan algunos intervencionistas que será necesaria y como hizo Obama tontamente en Irak?
Después de un intervalo decente, los intervencionistas volverán a contar con la corta memoria de la opinión publica estadounidense para permitirles hacer sonar los tambores de las intervenciones militares en tierras lejanas. Con los fracasos en Irak y Afganistán, la opinión pública ha puesto a los intervencionistas al menos temporalmente en retirada, como lo estuvieron durante un tiempo después de la debacle en Vietnam, pero la política exterior estadounidense no mejorará permanentemente mientras sigan teniendo preponderancia política en los salones de Washington.
Traducido por Gabriel Gasave
¿Podrán los Estados Unidos acertar alguna vez con su política exterior?
El gobierno de Estados Unidos ha cometido últimamente muchos errores en materia de política exterior, repitiendo incluso traspiés del pasado. Eso se debe a que el establishment de la política exterior estadounidense -el Departamento de Defensa, el Departamento de Estado, otras agencias gubernamentales, el Congreso y los medios de comunicación- sigue confiando en principios intervencionistas claramente probados y fracasados. En ocasiones, tanto el presidente Joe Biden como el expresidente Donald Trump han desafiado de manera loable a ese establishment. Algunos ejemplos son la insistencia de Biden en retirar finalmente todas las fuerzas estadounidenses de Afganistán, la apertura diplomática de Trump a Corea del Norte, y el insistente hostigamiento de este último en regañar a los viejos y acaudalados aliados por no gastar lo suficiente en sus propias defensas. Sin embargo, los dos presidentes fueron muy criticados por las élites de la política exterior en los medios de comunicación por desafiar los hábitos intervencionistas. Incluso durante el brabucón reinado de Trump, el establishment fue capaz de acorralarlo en la mayoría de las cuestiones atinentes a la política exterior, en gran medida porque afirmaba, lamentablemente con algo de razón, que la política exterior de Trump parecía destinada principalmente a beneficiar ante todo su propia fortuna personal y política. Al establishment le ha sido más fácil lidiar con Biden porque sencillamente éste lleva mucho tiempo en Washington, empapándose a fondo con los embriagadores, pero caros, vapores de ser una superpotencia mundial.
Pero empecemos con Trump. Después de amenazar oblicuamente a Corea del Norte con una guerra nuclear -un comportamiento muy peligroso-, llevó la política estadounidense al extremo opuesto al intentar una apertura con el Reino Ermitaño. Trump comenzó loablemente a hablar con su adversario a fin de reducir las tensiones, pero luego se dejó engañar por el caudillo norcoreano, Kim Jong-un, al dejarse envolver en demasía por la gloria de las cumbres personales de alto impacto. Trump también tuvo la acertada idea de presionar a los ahora ricos, aliados, para que gasten más en defensa y logró algún éxito (probablemente temporal). Sin embargo, debería haber aprovechado la oportunidad para reducir la carga de la defensa estadounidense. En cambio, se enamoró del poder militar en su propio interés-como lo demostró su fallido intento de conseguir que los militares organizaran un fastuoso desfile marcial en su honor- e infló considerablemente una burocracia ya abultada. También, utilizó a esas fuerzas armadas incrementadas para asesinar irresponsable e ilegalmente al segundo hombre más poderoso de Irán, que estaba de visita en Irak. Finalmente, cuestionó correctamente la pertinencia de la alianza de la OTAN de la época de la Guerra Fría, pero el establishment de la política exterior -imbuido de la idea de que las alianzas son un fin en sí mismas y no un medio para la seguridad nacional- rápidamente sofocó ese debate.
Biden -habiendo bebido durante mucho tiempo la fatal idea de que las alianzas estadounidenses "ganaron la Guerra Fría" y deberían continuar como están a perpetuidad- se encuentra aparentemente tomando medidas arriesgadas que podrían resultar en una guerra con las potencias nucleares de China y Rusia. La cuestión de Taiwán es mucho más estratégica y emocional para China que para los Estados Unidos. La isla cuenta desde hace tiempo con una ambigua garantía de seguridad estadounidense. De manera manifiesta, los Estados Unidos se han comprometido a vender al gobierno de la isla sólo armas para defenderse. Sin embargo, recientemente Biden públicamente "resbaló" y se comprometió a defender a Taiwán si fuera atacada por China. Es difícil discernir si se trató de una de las ocasionales metidas de pata de Biden o, para reforzar la disuasión ante cualquier ataque chino, de una revelación intencionada de un acuerdo secreto con Taiwán para hacer precisamente eso si el globo explota. En su lugar, lo que precisa ser reforzado y fortalecido públicamente es el actual compromiso limitado de vender armas a Taiwán, incluyendo misiles balísticos ofensivos que permitirían a Taiwán, sin la promesa de una intervención militar estadounidense, aumentar la disuasión contra un ataque chino. De lo contrario, la ambigüedad de las intenciones estadounidenses puede volver a crear una repetición de unos Estados Unidos siendo arrastrados a guerras no estratégicas, como las de Corea en 1950 y el Golfo Pérsico en 1991.
Más descabellado aún es que la administración Biden esté desempolvando el compromiso de George W. Bush de incorporar a Ucrania y Georgia a la ya sobredimensionada alianza de la OTAN. Estas naciones, especialmente Ucrania, se encuentran en la tradicional esfera de influencia de Rusia y son mucho más vitales para su seguridad que para la de unos Estados Unidos lejanos. A los Estados Unidos les disgustaría mucho que cualquier potencia extranjera formara una alianza militar con México o Cuba, como ocurrió a finales de 1962. Así, la incorporación de Ucrania y Georgia puede hacer que una Rusia ya poco amistosa se vuelva incontrolable con su ira; los rusos ya se enfrentan a una OTAN hostil en sus fronteras en los estados bálticos. Después de la Primera Guerra Mundial, los Estados Unidos y sus aliados ignoraron el modelo inclusivo del exitoso Congreso de Viena de 1815, posterior a la guerra napoleónica, que no dio lugar a ninguna guerra importante en Europa durante un siglo; el resultado fue una paz punitiva posterior a la Primera Guerra Mundial con la Alemania de Weimar que condujo al ascenso de Adolf Hitler y a la Segunda Guerra Mundial. Después de la Guerra Fría, los Estados Unidos y sus aliados volvieron a refregar en la mugre la nariz de un enemigo derrotado al hacer avanzar la alianza hasta Ucrania y Georgia.
Biden se apresuró a salir en Afganistán, y por lo tanto se cometieron algunos errores iniciales, pero su prisa hacia la puerta allí se hace comprensible dado que las fuerzas armadas estadounidenses habían estado obstaculizando y burlando a los presidentes desde Obama en adelante sobre el tema. Los hombres de uniforme no podían admitir, ni siquiera después de veinte años, que habían perdido la guerra. Sin embargo, ahora Biden está negociando derechos de sobrevuelo (¿y más?) con Pakistán para mantener una opción de ataques aéreos en la eterna guerra estadounidense contra el terrorismo -intervenciones militares estadounidenses que motivan los ataques terroristas contra objetivos estadounidenses en primer lugar. Incluso si estos cuestionables acuerdos de sobrevuelo son necesarios para la seguridad de Estados Unidos, ¿no podría George W. Bush haber negociado el mismo acuerdo a la salida de Afganistán en 2002, después de aplastar a Al Qaeda y a los talibanes, y haber ahorrado un montón de vidas estadounidenses, aliadas y afganas y un montón de dinero? Esta situación recuerda a Richard Nixon prometiendo en la campaña electoral de 1968 salir del sudeste asiático, para luego demorar la salida durante cuatro años hasta que fue reelegido para no enfrentarse a las represalias políticas por "perder" Vietnam; en 1973, tuvo que aceptar el mismo mal acuerdo para terminar una guerra perdida que podría haber conseguido en 1969, salvando así innumerables vidas. Al menos Biden tuvo el valor de asumir el dolor político por retirarse de Afganistán. Pero, ¿podría la negociación de los derechos de tránsito aéreo en Pakistán sentar las bases para una eventual reentrada de los Estados Unidos, como amenazan algunos intervencionistas que será necesaria y como hizo Obama tontamente en Irak?
Después de un intervalo decente, los intervencionistas volverán a contar con la corta memoria de la opinión publica estadounidense para permitirles hacer sonar los tambores de las intervenciones militares en tierras lejanas. Con los fracasos en Irak y Afganistán, la opinión pública ha puesto a los intervencionistas al menos temporalmente en retirada, como lo estuvieron durante un tiempo después de la debacle en Vietnam, pero la política exterior estadounidense no mejorará permanentemente mientras sigan teniendo preponderancia política en los salones de Washington.
Traducido por Gabriel Gasave
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