El complejo imperial-industrial estadounidense vuelve a hacer de las suyas.
Desde principios de la década de 1970 hasta la Guerra Fría con el fin de la Unión Soviética, los Estados Unidos no creían que China fuese tan mala. En 1971, el presidente Richard Nixon emprendió una apertura diplomática hacia China, y a finales de la década de 1970 el presidente Jimmy Carter finalizó ese esfuerzo que venía rezagado. Nixon había ejecutado la apertura en una hábil movida tendiente a mejorar las relaciones con una China comunista más débil pero más radical, liderada por Mao Zedong, como contrapartida a la estable pero más poderosa Unión Soviética. Durante la administración Carter, Deng Xiaoping, el nuevo líder de China tras la muerte de Mao, comenzó a liberar la chirriante economía comunista permitiendo un capitalismo limitado. Bajo esta política más tolerante, el crecimiento económico chino se disparó, catapultando a China a una de las dos mayores economías del planeta.
Sin embargo, después de que la Guerra Fría con la Unión Soviética terminase y la URSS se tornara claramente mucho menos amenazante para Europa y el resto del mundo, casi en el momento justo, comenzaron a surgir las sospechas de las élites estadounidenses respecto de China, empezando por su represión de las fuerzas democráticas en la plaza de Tiananmen en 1989. No obstante, Deng nunca manifestó tener un hueso democrático en su cuerpo y quiso evitar el fallido modelo soviético de reformas concentrándose en liberar parcialmente la economía china y evitando reformas políticas más peligrosas. Así, China se convirtió en un Estado autoritario gobernado por un comité, con un vibrante sector económico privado que apuntalaba a las empresas estatales de un bajo rendimiento crónico, heredadas de la época comunista.
Al igual que muchas potencias con economías en ascenso (incluidos los Estados Unidos a finales del siglo XIX), China se ha vuelto más autoritaria desde el punto de vista militar, especialmente en las zonas aledañas. Además, los chinos han intentado ganar "influencia" de manera más amplia mediante el comercio y la inversión en infraestructura en otras naciones, es decir, la iniciativa china de la "franja y la ruta". Gran parte de estas tendencias recientes se han producido bajo el mandato de Xi Jinping, quien, desde su llegada al poder en 2012, ha restablecido en el país un gobierno unipersonal comparable al de Mao y ha reforzado sustancialmente el control sobre la economía del sector privado.
El complejo imperial-industrial en los Estados Unidos precisa un enemigo, y el reempaquetado autocráticamente comunista del régimen de Xi ha venido de manera conveniente a llenar el vacío creado por la desaparecida Unión Soviética y el paréntesis de la amenaza del terrorismo tras el 11 de septiembre de 2001. Una China económicamente más fuerte desde finales de la década de 1970 hasta 2012 aumentó la competencia comercial global, lo que fue bueno para los consumidores del mundo y fortaleció también a las empresas estadounidenses. Sin embargo, al mismo tiempo permitió a China gastar más en sus fuerzas armadas. Aunque China sigue gastando sólo un tercio de lo que los Estados Unidos destinan a defensa, el complejo imperial-industrial estadounidense trabaja febrilmente para convertir a China en una nueva URSS.
Sin embargo, la estrategia global de China sigue siendo económicamente pesada y es probable que sea muy derrochadora. La construcción de infraestructura en todo el mundo puede obtener "influencia" (lo que sea que eso signifique) en otras naciones, pero también es probable que resulte costosa y que constituya engaños que también generen trampas de endeudamiento para muchos países, provocando entonces una reacción de resentimiento. En resumen, todo el esfuerzo de China por ganar influencia puede ser una gigantesca pérdida de tiempo y dinero.
Además del envejecimiento de su población, la ineficiencia económica inducida por la carencia de información de mercado en un sistema político restringido y los problemas con las minorías étnicas en el Tíbet y Xinjiang, el peor problema de China es la progresiva resocialización de la economía china por parte de Xi. Los bancos estatales zombis prestan dinero a las empresas estatales zombis. Algunas empresas privadas reciben un trato preferencial de parte del gobierno. Al igual que en los viejos tiempos, agentes del partido comunista están siendo infiltrados en los niveles mas altos de las empresas privadas, politizando de ese modo las decisiones empresariales. Los ejecutivos de las empresas, que son centros alternativos de poder a Xi y al partido comunista, están siendo despedidos o extorsionados por dinero. En síntesis, la re-reglamentación de la economía por parte del partido y del Estado probablemente ralentizará significativamente las tasas de crecimiento económico y limitará el poder de China, tal y como ocurrió con la Unión Soviética. El estancamiento económico de China por el exceso de regulaciones puede ser incluso peor que el de Japón, que comenzó en la década de 1990.
El poderío económico es la base de todos los demás índices de poder nacional, por ejemplo, el poder militar, diplomático y cultural. Dada la desaceleración de la economía china como consecuencia de sus debilidades internas, los estadounidenses no deberían dejar que el complejo imperial-industrial de los Estados Unidos exagere la amenaza que supone China para la seguridad del país.
Traducido por Gabriel Gasave
La debilidad interna de China
Paul Kagame / Flickr
El complejo imperial-industrial estadounidense vuelve a hacer de las suyas.
Desde principios de la década de 1970 hasta la Guerra Fría con el fin de la Unión Soviética, los Estados Unidos no creían que China fuese tan mala. En 1971, el presidente Richard Nixon emprendió una apertura diplomática hacia China, y a finales de la década de 1970 el presidente Jimmy Carter finalizó ese esfuerzo que venía rezagado. Nixon había ejecutado la apertura en una hábil movida tendiente a mejorar las relaciones con una China comunista más débil pero más radical, liderada por Mao Zedong, como contrapartida a la estable pero más poderosa Unión Soviética. Durante la administración Carter, Deng Xiaoping, el nuevo líder de China tras la muerte de Mao, comenzó a liberar la chirriante economía comunista permitiendo un capitalismo limitado. Bajo esta política más tolerante, el crecimiento económico chino se disparó, catapultando a China a una de las dos mayores economías del planeta.
Sin embargo, después de que la Guerra Fría con la Unión Soviética terminase y la URSS se tornara claramente mucho menos amenazante para Europa y el resto del mundo, casi en el momento justo, comenzaron a surgir las sospechas de las élites estadounidenses respecto de China, empezando por su represión de las fuerzas democráticas en la plaza de Tiananmen en 1989. No obstante, Deng nunca manifestó tener un hueso democrático en su cuerpo y quiso evitar el fallido modelo soviético de reformas concentrándose en liberar parcialmente la economía china y evitando reformas políticas más peligrosas. Así, China se convirtió en un Estado autoritario gobernado por un comité, con un vibrante sector económico privado que apuntalaba a las empresas estatales de un bajo rendimiento crónico, heredadas de la época comunista.
Al igual que muchas potencias con economías en ascenso (incluidos los Estados Unidos a finales del siglo XIX), China se ha vuelto más autoritaria desde el punto de vista militar, especialmente en las zonas aledañas. Además, los chinos han intentado ganar "influencia" de manera más amplia mediante el comercio y la inversión en infraestructura en otras naciones, es decir, la iniciativa china de la "franja y la ruta". Gran parte de estas tendencias recientes se han producido bajo el mandato de Xi Jinping, quien, desde su llegada al poder en 2012, ha restablecido en el país un gobierno unipersonal comparable al de Mao y ha reforzado sustancialmente el control sobre la economía del sector privado.
El complejo imperial-industrial en los Estados Unidos precisa un enemigo, y el reempaquetado autocráticamente comunista del régimen de Xi ha venido de manera conveniente a llenar el vacío creado por la desaparecida Unión Soviética y el paréntesis de la amenaza del terrorismo tras el 11 de septiembre de 2001. Una China económicamente más fuerte desde finales de la década de 1970 hasta 2012 aumentó la competencia comercial global, lo que fue bueno para los consumidores del mundo y fortaleció también a las empresas estadounidenses. Sin embargo, al mismo tiempo permitió a China gastar más en sus fuerzas armadas. Aunque China sigue gastando sólo un tercio de lo que los Estados Unidos destinan a defensa, el complejo imperial-industrial estadounidense trabaja febrilmente para convertir a China en una nueva URSS.
Sin embargo, la estrategia global de China sigue siendo económicamente pesada y es probable que sea muy derrochadora. La construcción de infraestructura en todo el mundo puede obtener "influencia" (lo que sea que eso signifique) en otras naciones, pero también es probable que resulte costosa y que constituya engaños que también generen trampas de endeudamiento para muchos países, provocando entonces una reacción de resentimiento. En resumen, todo el esfuerzo de China por ganar influencia puede ser una gigantesca pérdida de tiempo y dinero.
Además del envejecimiento de su población, la ineficiencia económica inducida por la carencia de información de mercado en un sistema político restringido y los problemas con las minorías étnicas en el Tíbet y Xinjiang, el peor problema de China es la progresiva resocialización de la economía china por parte de Xi. Los bancos estatales zombis prestan dinero a las empresas estatales zombis. Algunas empresas privadas reciben un trato preferencial de parte del gobierno. Al igual que en los viejos tiempos, agentes del partido comunista están siendo infiltrados en los niveles mas altos de las empresas privadas, politizando de ese modo las decisiones empresariales. Los ejecutivos de las empresas, que son centros alternativos de poder a Xi y al partido comunista, están siendo despedidos o extorsionados por dinero. En síntesis, la re-reglamentación de la economía por parte del partido y del Estado probablemente ralentizará significativamente las tasas de crecimiento económico y limitará el poder de China, tal y como ocurrió con la Unión Soviética. El estancamiento económico de China por el exceso de regulaciones puede ser incluso peor que el de Japón, que comenzó en la década de 1990.
El poderío económico es la base de todos los demás índices de poder nacional, por ejemplo, el poder militar, diplomático y cultural. Dada la desaceleración de la economía china como consecuencia de sus debilidades internas, los estadounidenses no deberían dejar que el complejo imperial-industrial de los Estados Unidos exagere la amenaza que supone China para la seguridad del país.
Traducido por Gabriel Gasave
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