Es un rasgo estadounidense apoyar al desvalido en cualquier disputa que enfrente a David contra Goliat. Por lo tanto, es comprensible que la mayor parte de los estadounidenses (a excepción de los partidarios extremos de MAGA*) estén entusiasmados con que las fuerzas ucranianas hayan alejado al brutal, pero desafortunado, ejército ruso de las dos ciudades más grandes de Ucrania y estén valientemente dando batalla a una fuerza (en los papeles) varias veces más grande y fuerte.
Sin embargo, el principal problema para el gobierno estadounidense parece ser ahora debilitar a Rusia sin extender la actual contienda hasta la utilización potencial de armas nucleares, o aumentar las posibilidades de una guerra futura aún mayor con esa gran potencia.
Los funcionarios del gobierno estadounidense han sido criticados en ocasiones por sucumbir al peligroso triunfalismo de alardear respecto de que la inteligencia de los EE.UU. fue la que condujo al asesinato de generales en Ucrania o al hundimiento del buque insignia ruso Moskva, por afirmar que Vladimir Putin no debería seguir gobernando su país, o por verbalizar que el objetivo de los Estados Unidos al armar a Ucrania era debilitar a Rusia.
No obstante, todos en Occidente, incluidos los líderes demócratas y republicanos en los Estados Unidos, están tropezándose entre ellos al celebrar el gran logro de atraer a la OTAN a las anteriormente no alineadas Finlandia y Suecia. ¿Y por qué no? Los ejércitos de esas dos naciones han estado cooperando y entrenando informalmente con la alianza durante años, pero nunca habían deseado incorporarse a ella.
Es cierto que la agresiva y horrible invasión de Ucrania por parte de Putin ha sido tremendamente contraproducente al conducir a la probable expansión de la misma alianza que lo llevó a aporrear a Ucrania para impedirle que se expandiera allí. (La metedura de pata de Putin también provocó que la OTAN reforzara sus tropas en el este de Europa y avivó el nacionalismo ucraniano, de modo tal que la mayor parte de esa nación nunca será reabsorbida por Rusia).
El impulso bipartidista en los Estados Unidos para incorporar rápidamente a Suecia y Finlandia debería sin embargo ralentizarse, a fin de que se puede realizar un análisis más razonado de este significativo compromiso a largo plazo. Vender, o incluso entregar, armas a los ucranianos para ayudarles a defender su país es una cosa, pero aceptar que los Estados Unidos añadirán dos ricos países más -que se ubican justo en la frontera rusa o muy cerca de ella- a las 29 naciones en Europa que los Estados Unidos ya se han comprometido a defender de Rusia es otra.
En el corto y mediano plazo, el pésimo desempeño de Rusia en la guerra de Ucrania indica que su amenaza para Europa es mucho menor de lo que los funcionarios de los EE.UU. le habían hecho creer a la opinión pública estadounidense. En lugar de ampliar la OTAN, los Estados Unidos deberían aprovechar este interregno de amenazas para que las naciones europeas ricas dejen de depender del subsidio de defensa estadounidense. Después de todo, las naciones de la Unión Europea, la mayoría de las cuales integran la OTAN, tienen un PBI que es 31 veces mayor que el de Rusia. Debido al error garrafal de Rusia en Ucrania, muchos países europeos ya se encuentran incrementando sus presupuestos militares -Alemania en un enorme 100 por ciento- y son claramente capaces de en el futuro defenderse colectivamente por sí mismos sin los Estados Unidos.
Los Estados Unidos deberían dejar que Europa se vuelva más (y no menos) autosuficiente en materia de defensa, como le gustaría al presidente francés Emmanuel Macron, de modo tal que los EE.UU. puedan redireccionar su atención hacia China, una amenaza probablemente mayor que Rusia. («Probablemente» porque China bien podría resultar ser una amenaza igualmente vacía, con armas sofisticadas, pero lo más importante, con un «aglutinante» marcial poco sofisticado respecto de la logística, la experiencia y los conocimientos militares, y la moral para emprender una invasión anfibia de Taiwán, la cual es aún más difícil que una invasión terrestre).
De todas maneras, esta política más racional probablemente se perderá en el regocijo de engatusar otra vez a los rusos. Los Estados Unidos rara vez tienen la introspección necesaria para reconocer su propio papel en la generación de malos acontecimientos. Por ejemplo, tras los atentados del 11 de septiembre, los estadounidenses estaban sedientos de venganza por los ciertamente atroces ataques terroristas y le creyeron a George W. Bush cuando afirmó que Osama bin Laden había agredido a los Estados Unidos por sus libertades, en lugar de escuchar a bin Laden de que había atacado como represalia por las despilfarradoras intervenciones militares estadounidenses en los países islámicos.
Esta falta de introspección llevó luego a los funcionarios estadounidenses a redoblar esa misma política fallida, enmarañando a los Estados Unidos en el largo atolladero de la segunda guerra de Irak.
Del mismo modo, la convincente narrativa de que después de la Guerra Fría las múltiples expansiones de la OTAN (hasta la frontera noroeste de Rusia en el Báltico) posibilitaron que el nacionalista Putin tomase el poder en una Rusia oprimida y ayudaron a generar su contraproducente invasión de Ucrania después de que las administraciones de George W. Bush y Biden amenazaran con admitir a Ucrania (un país vital para Rusia en su frontera suroeste) ha sido barrida bajo la alfombra. Se la ha sustituido por el contra relato interesado de que la expansión de la OTAN no tuvo nada que ver con la invasión de Rusia y que Putin sólo es temeroso de tener una democracia en sus fronteras, aunque los países bálticos han sido democracias desde hace tiempo sin que Rusia los invadiera.
De hecho, no obstante la inmoralidad de la brutal guerra de Putin, Rusia tiene legítimas inquietudes de seguridad en sus planos y muy vulnerables accesos occidentales. Ha sido invadida múltiples veces a lo largo de los siglos por Suecia, Polonia, la Francia napoleónica y Alemania (dos veces). La última invasión alemana de tierra arrasada por parte de los nazis resultó en 30 millones de soviéticos muertos y tierras occidentales devastadas.
Rusia, una gran nación, puede que esté actualmente de capa caída, pero ya ha estado en la ruina antes y ha resucitado su poder. A pesar de la tremenda equivocación de su déspota, los Estados Unidos deben evitar humillarla, como hicieron los aliados con Alemania tras la Primera Guerra Mundial, lo que dio al mundo los nazis y una Segunda Guerra Mundial aún más catastrófica. Rusia volverá a levantarse algún día, como lo hizo la Alemania de Hitler por la humillación acumulada, quizás la próxima vez debido a una alianza hostil en sus fronteras del noroeste.
Siendo realistas, probablemente nada detendrá a la élite de la política exterior estadounidense de intentar engullir todo lo que pueda de Europa ofreciéndose a defender aún a más países pequeños en la OTAN. Esperemos que su repetida humillación a Rusia no acabe en una guerra terriblemente devastadora, como ocurrió con Alemania.
*Nota del traductor: MAGA es la sigla para “Make America Great Again”, el eslogan de la campaña política del expresidente Trump.
Traducido por Gabriel Gasave
Piénsenlo dos veces antes de admitir a Finlandia y Suecia en la OTAN
Es un rasgo estadounidense apoyar al desvalido en cualquier disputa que enfrente a David contra Goliat. Por lo tanto, es comprensible que la mayor parte de los estadounidenses (a excepción de los partidarios extremos de MAGA*) estén entusiasmados con que las fuerzas ucranianas hayan alejado al brutal, pero desafortunado, ejército ruso de las dos ciudades más grandes de Ucrania y estén valientemente dando batalla a una fuerza (en los papeles) varias veces más grande y fuerte.
Sin embargo, el principal problema para el gobierno estadounidense parece ser ahora debilitar a Rusia sin extender la actual contienda hasta la utilización potencial de armas nucleares, o aumentar las posibilidades de una guerra futura aún mayor con esa gran potencia.
Los funcionarios del gobierno estadounidense han sido criticados en ocasiones por sucumbir al peligroso triunfalismo de alardear respecto de que la inteligencia de los EE.UU. fue la que condujo al asesinato de generales en Ucrania o al hundimiento del buque insignia ruso Moskva, por afirmar que Vladimir Putin no debería seguir gobernando su país, o por verbalizar que el objetivo de los Estados Unidos al armar a Ucrania era debilitar a Rusia.
No obstante, todos en Occidente, incluidos los líderes demócratas y republicanos en los Estados Unidos, están tropezándose entre ellos al celebrar el gran logro de atraer a la OTAN a las anteriormente no alineadas Finlandia y Suecia. ¿Y por qué no? Los ejércitos de esas dos naciones han estado cooperando y entrenando informalmente con la alianza durante años, pero nunca habían deseado incorporarse a ella.
Es cierto que la agresiva y horrible invasión de Ucrania por parte de Putin ha sido tremendamente contraproducente al conducir a la probable expansión de la misma alianza que lo llevó a aporrear a Ucrania para impedirle que se expandiera allí. (La metedura de pata de Putin también provocó que la OTAN reforzara sus tropas en el este de Europa y avivó el nacionalismo ucraniano, de modo tal que la mayor parte de esa nación nunca será reabsorbida por Rusia).
El impulso bipartidista en los Estados Unidos para incorporar rápidamente a Suecia y Finlandia debería sin embargo ralentizarse, a fin de que se puede realizar un análisis más razonado de este significativo compromiso a largo plazo. Vender, o incluso entregar, armas a los ucranianos para ayudarles a defender su país es una cosa, pero aceptar que los Estados Unidos añadirán dos ricos países más -que se ubican justo en la frontera rusa o muy cerca de ella- a las 29 naciones en Europa que los Estados Unidos ya se han comprometido a defender de Rusia es otra.
En el corto y mediano plazo, el pésimo desempeño de Rusia en la guerra de Ucrania indica que su amenaza para Europa es mucho menor de lo que los funcionarios de los EE.UU. le habían hecho creer a la opinión pública estadounidense. En lugar de ampliar la OTAN, los Estados Unidos deberían aprovechar este interregno de amenazas para que las naciones europeas ricas dejen de depender del subsidio de defensa estadounidense. Después de todo, las naciones de la Unión Europea, la mayoría de las cuales integran la OTAN, tienen un PBI que es 31 veces mayor que el de Rusia. Debido al error garrafal de Rusia en Ucrania, muchos países europeos ya se encuentran incrementando sus presupuestos militares -Alemania en un enorme 100 por ciento- y son claramente capaces de en el futuro defenderse colectivamente por sí mismos sin los Estados Unidos.
Los Estados Unidos deberían dejar que Europa se vuelva más (y no menos) autosuficiente en materia de defensa, como le gustaría al presidente francés Emmanuel Macron, de modo tal que los EE.UU. puedan redireccionar su atención hacia China, una amenaza probablemente mayor que Rusia. («Probablemente» porque China bien podría resultar ser una amenaza igualmente vacía, con armas sofisticadas, pero lo más importante, con un «aglutinante» marcial poco sofisticado respecto de la logística, la experiencia y los conocimientos militares, y la moral para emprender una invasión anfibia de Taiwán, la cual es aún más difícil que una invasión terrestre).
De todas maneras, esta política más racional probablemente se perderá en el regocijo de engatusar otra vez a los rusos. Los Estados Unidos rara vez tienen la introspección necesaria para reconocer su propio papel en la generación de malos acontecimientos. Por ejemplo, tras los atentados del 11 de septiembre, los estadounidenses estaban sedientos de venganza por los ciertamente atroces ataques terroristas y le creyeron a George W. Bush cuando afirmó que Osama bin Laden había agredido a los Estados Unidos por sus libertades, en lugar de escuchar a bin Laden de que había atacado como represalia por las despilfarradoras intervenciones militares estadounidenses en los países islámicos.
Esta falta de introspección llevó luego a los funcionarios estadounidenses a redoblar esa misma política fallida, enmarañando a los Estados Unidos en el largo atolladero de la segunda guerra de Irak.
Del mismo modo, la convincente narrativa de que después de la Guerra Fría las múltiples expansiones de la OTAN (hasta la frontera noroeste de Rusia en el Báltico) posibilitaron que el nacionalista Putin tomase el poder en una Rusia oprimida y ayudaron a generar su contraproducente invasión de Ucrania después de que las administraciones de George W. Bush y Biden amenazaran con admitir a Ucrania (un país vital para Rusia en su frontera suroeste) ha sido barrida bajo la alfombra. Se la ha sustituido por el contra relato interesado de que la expansión de la OTAN no tuvo nada que ver con la invasión de Rusia y que Putin sólo es temeroso de tener una democracia en sus fronteras, aunque los países bálticos han sido democracias desde hace tiempo sin que Rusia los invadiera.
De hecho, no obstante la inmoralidad de la brutal guerra de Putin, Rusia tiene legítimas inquietudes de seguridad en sus planos y muy vulnerables accesos occidentales. Ha sido invadida múltiples veces a lo largo de los siglos por Suecia, Polonia, la Francia napoleónica y Alemania (dos veces). La última invasión alemana de tierra arrasada por parte de los nazis resultó en 30 millones de soviéticos muertos y tierras occidentales devastadas.
Rusia, una gran nación, puede que esté actualmente de capa caída, pero ya ha estado en la ruina antes y ha resucitado su poder. A pesar de la tremenda equivocación de su déspota, los Estados Unidos deben evitar humillarla, como hicieron los aliados con Alemania tras la Primera Guerra Mundial, lo que dio al mundo los nazis y una Segunda Guerra Mundial aún más catastrófica. Rusia volverá a levantarse algún día, como lo hizo la Alemania de Hitler por la humillación acumulada, quizás la próxima vez debido a una alianza hostil en sus fronteras del noroeste.
Siendo realistas, probablemente nada detendrá a la élite de la política exterior estadounidense de intentar engullir todo lo que pueda de Europa ofreciéndose a defender aún a más países pequeños en la OTAN. Esperemos que su repetida humillación a Rusia no acabe en una guerra terriblemente devastadora, como ocurrió con Alemania.
*Nota del traductor: MAGA es la sigla para “Make America Great Again”, el eslogan de la campaña política del expresidente Trump.
Traducido por Gabriel Gasave
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