El incremento de los precios del petróleo y el gas está relatando una historia más potente que la que han podido narrar los escépticos del calentamiento global. Y la historia consiste en que dependeremos de la energía con emisiones de carbono durante mucho más tiempo de lo que la mayoría de la gente (incluidos los gobiernos) había pensado. Los precios actuales del petróleo reflejan una demanda energética que no puede ser satisfecha por la oferta actual de petróleo ni por fuentes alternativas.
El precio del petróleo ha subido un 72% en los últimos 12 meses. La demanda de petróleo asciende a unos 100 millones de barriles diarios, y la oferta tiene dificultades para adaptarse. Actualmente existen unas 552 plataformas activas en los Estados Unidos; en 2015 había unas 1.400. El petróleo sigue siendo un gran protagonista a pesar de los mandatos gubernamentales contra el carbono y de un clima sociopolítico que avergüenza a las compañías petroleras para que otorguen prioridad al medio ambiente antes que a ganar dinero para sus accionistas. Sólo el 2% de los vehículos vendidos en el país son eléctricos; al ritmo actual se necesitarían 700 años para sustituir todos los automóviles contaminantes.
La demanda de petróleo es un factor importante en la actual economía inflacionaria. El desfasaje entre la demanda y la oferta lleva varios años produciéndose. Aunque la guerra en Ucrania ha actuado en cierto modo como un catalizador del actual auge de las materias primas, los precios de varias de ellas, incluido el petróleo, se encontraban subiendo antes de eso, y por causas que anteceden a la interrupción de las cadenas de abastecimiento en todo el mundo en virtud del COVID-19.
La única fuente de más petróleo en los países no pertenecientes a la OPEP en la última década han sido los Estados Unidos. Por lo tanto, la demanda y la oferta estadounidenses son de suma importancia para entender la dinámica de los precios de la energía en todo el mundo y su impacto en la inflación general de los precios. Dejo de lado la creación artificial de dinero. Basta con decir que no se puede tener un balance de la Reserva Federal de 9 billones de dólares (trillones en inglés) o que las autoridades monetarias creen seis de cada 10 dólares generados en los últimos 15 años y no esperar una inflación significativa una vez que la actividad económica se recupere.
Pero la otra parte de la historia de la inflación es la oferta y la demanda de bienes y servicios, entre los que el petróleo resulta crucial.
La mayor parte del incremento de la oferta de petróleo en los EE.UU. en los últimos años procede del esquisto. Tras unos años de alto crecimiento en la productividad, el aumento de la oferta de petróleo de esquisto se ralentizó. La alta productividad tenía menos que ver con la eficiencia que con el hecho de que las empresas estaban perforando sus mejores pozos. Con el tiempo, esto iba a seguir su curso. Algunos analistas energéticos vieron lo que estaba ocurriendo, entre ellos Goehring y Rozencwajg Associates, una empresa gestora de inversiones boutique que advirtió que se estaba gestando una crisis energética en la medida en que los mejores esquistos se estaban agotando. Pero incluso el principal organismo energético internacional no entendió la cuestión.
La verdadera historia está ahora tornándose evidente: la productividad del esquisto está cayendo, y las energías renovables no están ni cerca de sustituirlo. La energía eólica y la solar son intermitentes; un molino de viento producirá electricidad en promedio menos del 20 por ciento del tiempo. Por esta y otras razones, la producción de electricidad a partir de estas fuentes requiere un gran consumo de energía, lo que contradice el objetivo. La producción de baterías para los vehículos eléctricos también requiere mucha energía. Es cierto que el coste de la energía eólica y solar bajó drásticamente en los últimos años, en parte debido a las tasas de interés ultra bajas y a la energía barata resultante de la abundante producción de esquisto. Si las energías renovables no fueron capaces de reducir significativamente nuestra dependencia del petróleo entonces, imagínense ahora que las tasas de interés y los costes de la energía están subiendo. El reto de la reducción del carbono aún no se ha superado de forma que permita prever el fin de los hidrocarburos. Ante estas realidades, quizá la energía nuclear vuelva a estar de moda, pero ¿quién sabe?
Desde que el petróleo y el gas natural formaron parte de nuestras vidas a finales del siglo XIX, hemos dependido umbilicalmente de ellos. En las últimas décadas, a medida que fuimos tomando conciencia del impacto del carbono en nuestro medio ambiente, nos obsesionamos con librarnos de ellos, depositando una esperanza ilusoria en la velocidad a la que eso podría hacerse y generando distorsiones en el camino. La era inflacionaria que estamos empezando a experimentar nos recuerda ese ingrato secreto.
Traducido por Gabriel Gasave
La energía eólica y la solar tendrán que esperar
El incremento de los precios del petróleo y el gas está relatando una historia más potente que la que han podido narrar los escépticos del calentamiento global. Y la historia consiste en que dependeremos de la energía con emisiones de carbono durante mucho más tiempo de lo que la mayoría de la gente (incluidos los gobiernos) había pensado. Los precios actuales del petróleo reflejan una demanda energética que no puede ser satisfecha por la oferta actual de petróleo ni por fuentes alternativas.
El precio del petróleo ha subido un 72% en los últimos 12 meses. La demanda de petróleo asciende a unos 100 millones de barriles diarios, y la oferta tiene dificultades para adaptarse. Actualmente existen unas 552 plataformas activas en los Estados Unidos; en 2015 había unas 1.400. El petróleo sigue siendo un gran protagonista a pesar de los mandatos gubernamentales contra el carbono y de un clima sociopolítico que avergüenza a las compañías petroleras para que otorguen prioridad al medio ambiente antes que a ganar dinero para sus accionistas. Sólo el 2% de los vehículos vendidos en el país son eléctricos; al ritmo actual se necesitarían 700 años para sustituir todos los automóviles contaminantes.
La demanda de petróleo es un factor importante en la actual economía inflacionaria. El desfasaje entre la demanda y la oferta lleva varios años produciéndose. Aunque la guerra en Ucrania ha actuado en cierto modo como un catalizador del actual auge de las materias primas, los precios de varias de ellas, incluido el petróleo, se encontraban subiendo antes de eso, y por causas que anteceden a la interrupción de las cadenas de abastecimiento en todo el mundo en virtud del COVID-19.
La única fuente de más petróleo en los países no pertenecientes a la OPEP en la última década han sido los Estados Unidos. Por lo tanto, la demanda y la oferta estadounidenses son de suma importancia para entender la dinámica de los precios de la energía en todo el mundo y su impacto en la inflación general de los precios. Dejo de lado la creación artificial de dinero. Basta con decir que no se puede tener un balance de la Reserva Federal de 9 billones de dólares (trillones en inglés) o que las autoridades monetarias creen seis de cada 10 dólares generados en los últimos 15 años y no esperar una inflación significativa una vez que la actividad económica se recupere.
Pero la otra parte de la historia de la inflación es la oferta y la demanda de bienes y servicios, entre los que el petróleo resulta crucial.
La mayor parte del incremento de la oferta de petróleo en los EE.UU. en los últimos años procede del esquisto. Tras unos años de alto crecimiento en la productividad, el aumento de la oferta de petróleo de esquisto se ralentizó. La alta productividad tenía menos que ver con la eficiencia que con el hecho de que las empresas estaban perforando sus mejores pozos. Con el tiempo, esto iba a seguir su curso. Algunos analistas energéticos vieron lo que estaba ocurriendo, entre ellos Goehring y Rozencwajg Associates, una empresa gestora de inversiones boutique que advirtió que se estaba gestando una crisis energética en la medida en que los mejores esquistos se estaban agotando. Pero incluso el principal organismo energético internacional no entendió la cuestión.
La verdadera historia está ahora tornándose evidente: la productividad del esquisto está cayendo, y las energías renovables no están ni cerca de sustituirlo. La energía eólica y la solar son intermitentes; un molino de viento producirá electricidad en promedio menos del 20 por ciento del tiempo. Por esta y otras razones, la producción de electricidad a partir de estas fuentes requiere un gran consumo de energía, lo que contradice el objetivo. La producción de baterías para los vehículos eléctricos también requiere mucha energía. Es cierto que el coste de la energía eólica y solar bajó drásticamente en los últimos años, en parte debido a las tasas de interés ultra bajas y a la energía barata resultante de la abundante producción de esquisto. Si las energías renovables no fueron capaces de reducir significativamente nuestra dependencia del petróleo entonces, imagínense ahora que las tasas de interés y los costes de la energía están subiendo. El reto de la reducción del carbono aún no se ha superado de forma que permita prever el fin de los hidrocarburos. Ante estas realidades, quizá la energía nuclear vuelva a estar de moda, pero ¿quién sabe?
Desde que el petróleo y el gas natural formaron parte de nuestras vidas a finales del siglo XIX, hemos dependido umbilicalmente de ellos. En las últimas décadas, a medida que fuimos tomando conciencia del impacto del carbono en nuestro medio ambiente, nos obsesionamos con librarnos de ellos, depositando una esperanza ilusoria en la velocidad a la que eso podría hacerse y generando distorsiones en el camino. La era inflacionaria que estamos empezando a experimentar nos recuerda ese ingrato secreto.
Traducido por Gabriel Gasave
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