Aquí vamos de nuevo. La secretaria del Tesoro, Janet Yellen, advierte que el gobierno federal ha alcanzado el límite de endeudamiento. Incluso con la adopción de «medidas extraordinarias» por parte del Tesoro, la capacidad del gobierno para hacer frente a los desembolsos se agotará en unos meses.
Los líderes de la Cámara de Representantes, controlada por los republicanos, afirman que la Cámara no votará a favor de elevar el techo de la deuda, lo que permitiría un mayor endeudamiento, sin recortes del gasto. Pero la Casa Blanca y los líderes demócratas rechazan esa propuesta.
Pronto los mercados de renta fija se verán sacudidos. Los que insuflen miedo harán sonar la alarma de que los Estados Unidos incumplirán sus obligaciones de bonos y ya no podrán hacer frente a los pagos de la Seguridad Social y el Medicare.
La Casa Blanca apostará a que el estancamiento perjudica a la oposición, lo que ocurrirá, y entonces se llegará a un acuerdo que, en esencia, implica que la Cámara de Representantes liderada por el Partido Republicano cede mientras que la Casa Blanca y los demócratas acuerdan insignificantes reducciones presupuestarias (en realidad, reducciones en los aumentos previstos, no recortes reales) que, si alguna vez se materializan, cambiarán poco el devenir de las cosas.
Todo ello mientras el balance contable de los Estados Unidos continúa su descenso hacia la inviabilidad de una república bananera.
Ya hemos pasado por esto antes. Nada indica que la actual contienda entre la Cámara de Representantes republicana y la Casa Blanca demócrata sobre el techo de la deuda no vaya a seguir un guion similar.
Para empezar, seamos claros sobre el riesgo de que los Estados Unidos incumplan su deuda. No lo hay. Los Estados Unidos pueden y seguirán pidiendo prestado e inflando la moneda para salir de las presiones de la deuda. Incluso si no se eleva el techo de la deuda (posible sólo en un mundo de fantasía), el gobierno siempre podría priorizar sus gastos, tal como hacemos usted y yo, pagando el servicio de la deuda y cumpliendo sus compromisos con los jubilados y los pacientes de edad avanzada. Sí, tendría que retener algunos otros pagos (eso es lo que significa priorizar, ¿no?), pero no caería en un incumplimiento.
Dejemos claro también otra cosa. La necesidad de endeudarse no se debe a la pandemia de COVID-19 ni a la guerra en Ucrania. El déficit se ha incrementado un 12% sólo desde el año pasado, cuando se redujo precipitadamente con respecto al año anterior porque los políticos ya no podían argumentar de modo convincente que los gastos extraordinarios relacionados con la COVID seguían siendo necesarios.
Parte del incremento está ligado a la suba de las tasas de interés. Pero culpar a la restricción monetaria de la Reserva Federal por la crisis del techo de deuda es una tontería. Los culpables son los despilfarradores fiscales que llevan mucho tiempo disparando el gasto deficitario estadounidense, lo que ha dado lugar a la astronómica deuda que se ha acumulado.
La política monetaria, sin duda, contribuyó gravemente al caos financiero del gobierno estadounidense al mantener las tasas de interés artificialmente bajas durante más de una década, haciendo que pareciera que incurrir en cantidades cada vez mayores de deuda era un pecado menor que conllevaba poco castigo.
El resultado de este despilfarro fiscal y de la represión de las tasas de interés es que la deuda pública desde que comenzó el nuevo milenio ha aumentado de casi 6 billones de dólares a casi 31 billones (ambas cifras trillones en inglés), creciendo a un ritmo casi seis veces superior al del aumento de los pagos de intereses.
Esta ficción estaba destinada a toparse tarde o temprano con la realidad. Ese momento es ahora, cuando la Reserva Federal tiene que dejar subir las tasas de interés para combatir la inflación.
Las finanzas del gobierno estadounidense empeorarán aún más en el futuro, ya que se prevé que los gastos en concepto de intereses se tripliquen en los próximos diez años.
Que nos encontremos en la situación actual se debe a que se sigue elevando el techo de la deuda sin hacer nada significativo con respecto al inmanejable gobierno estadounidense. Si contamos las prestaciones sociales, las medidas de gasto obligatorias, el presupuesto de defensa y los gastos por intereses, hay muy poco sobre lo que el Congreso tenga alguna discreción (la defensa es intocable políticamente, el resto lo es legalmente).
No se pueden perseguir objetivos contradictorios durante mucho tiempo y esperar resultados coherentes. El Estado del bienestar, el Estado beligerante y el Estado financieramente responsable son propuestas mutuamente excluyentes.
El gobierno estadounidense decidió hace tiempo perseguir los dos primeros y desechar el tercero. Pronto descubrirá que los otros dos también son incompatibles, precisamente porque, en ausencia de un primordial sentido de responsabilidad financiera, no hay forma de sostener esos dos mastodontes.
Los republicanos de la Cámara de Representantes pueden exigir reducciones significativas del gasto a cambio de aumentar el techo de la deuda, pero están destinados a perder porque, en el juego político, nada es lo que parece. Especialmente los «recortes» del gasto. Aun así, vale la pena intentarlo, supongo.
Traducido por Gabriel Gasave
El Kabuki del techo de deuda: los republicanos cederán y las finanzas públicas estadounidenses empeorarán aún más
Aquí vamos de nuevo. La secretaria del Tesoro, Janet Yellen, advierte que el gobierno federal ha alcanzado el límite de endeudamiento. Incluso con la adopción de «medidas extraordinarias» por parte del Tesoro, la capacidad del gobierno para hacer frente a los desembolsos se agotará en unos meses.
Los líderes de la Cámara de Representantes, controlada por los republicanos, afirman que la Cámara no votará a favor de elevar el techo de la deuda, lo que permitiría un mayor endeudamiento, sin recortes del gasto. Pero la Casa Blanca y los líderes demócratas rechazan esa propuesta.
Pronto los mercados de renta fija se verán sacudidos. Los que insuflen miedo harán sonar la alarma de que los Estados Unidos incumplirán sus obligaciones de bonos y ya no podrán hacer frente a los pagos de la Seguridad Social y el Medicare.
La Casa Blanca apostará a que el estancamiento perjudica a la oposición, lo que ocurrirá, y entonces se llegará a un acuerdo que, en esencia, implica que la Cámara de Representantes liderada por el Partido Republicano cede mientras que la Casa Blanca y los demócratas acuerdan insignificantes reducciones presupuestarias (en realidad, reducciones en los aumentos previstos, no recortes reales) que, si alguna vez se materializan, cambiarán poco el devenir de las cosas.
Todo ello mientras el balance contable de los Estados Unidos continúa su descenso hacia la inviabilidad de una república bananera.
Ya hemos pasado por esto antes. Nada indica que la actual contienda entre la Cámara de Representantes republicana y la Casa Blanca demócrata sobre el techo de la deuda no vaya a seguir un guion similar.
Para empezar, seamos claros sobre el riesgo de que los Estados Unidos incumplan su deuda. No lo hay. Los Estados Unidos pueden y seguirán pidiendo prestado e inflando la moneda para salir de las presiones de la deuda. Incluso si no se eleva el techo de la deuda (posible sólo en un mundo de fantasía), el gobierno siempre podría priorizar sus gastos, tal como hacemos usted y yo, pagando el servicio de la deuda y cumpliendo sus compromisos con los jubilados y los pacientes de edad avanzada. Sí, tendría que retener algunos otros pagos (eso es lo que significa priorizar, ¿no?), pero no caería en un incumplimiento.
Dejemos claro también otra cosa. La necesidad de endeudarse no se debe a la pandemia de COVID-19 ni a la guerra en Ucrania. El déficit se ha incrementado un 12% sólo desde el año pasado, cuando se redujo precipitadamente con respecto al año anterior porque los políticos ya no podían argumentar de modo convincente que los gastos extraordinarios relacionados con la COVID seguían siendo necesarios.
Parte del incremento está ligado a la suba de las tasas de interés. Pero culpar a la restricción monetaria de la Reserva Federal por la crisis del techo de deuda es una tontería. Los culpables son los despilfarradores fiscales que llevan mucho tiempo disparando el gasto deficitario estadounidense, lo que ha dado lugar a la astronómica deuda que se ha acumulado.
La política monetaria, sin duda, contribuyó gravemente al caos financiero del gobierno estadounidense al mantener las tasas de interés artificialmente bajas durante más de una década, haciendo que pareciera que incurrir en cantidades cada vez mayores de deuda era un pecado menor que conllevaba poco castigo.
El resultado de este despilfarro fiscal y de la represión de las tasas de interés es que la deuda pública desde que comenzó el nuevo milenio ha aumentado de casi 6 billones de dólares a casi 31 billones (ambas cifras trillones en inglés), creciendo a un ritmo casi seis veces superior al del aumento de los pagos de intereses.
Esta ficción estaba destinada a toparse tarde o temprano con la realidad. Ese momento es ahora, cuando la Reserva Federal tiene que dejar subir las tasas de interés para combatir la inflación.
Las finanzas del gobierno estadounidense empeorarán aún más en el futuro, ya que se prevé que los gastos en concepto de intereses se tripliquen en los próximos diez años.
Que nos encontremos en la situación actual se debe a que se sigue elevando el techo de la deuda sin hacer nada significativo con respecto al inmanejable gobierno estadounidense. Si contamos las prestaciones sociales, las medidas de gasto obligatorias, el presupuesto de defensa y los gastos por intereses, hay muy poco sobre lo que el Congreso tenga alguna discreción (la defensa es intocable políticamente, el resto lo es legalmente).
No se pueden perseguir objetivos contradictorios durante mucho tiempo y esperar resultados coherentes. El Estado del bienestar, el Estado beligerante y el Estado financieramente responsable son propuestas mutuamente excluyentes.
El gobierno estadounidense decidió hace tiempo perseguir los dos primeros y desechar el tercero. Pronto descubrirá que los otros dos también son incompatibles, precisamente porque, en ausencia de un primordial sentido de responsabilidad financiera, no hay forma de sostener esos dos mastodontes.
Los republicanos de la Cámara de Representantes pueden exigir reducciones significativas del gasto a cambio de aumentar el techo de la deuda, pero están destinados a perder porque, en el juego político, nada es lo que parece. Especialmente los «recortes» del gasto. Aun así, vale la pena intentarlo, supongo.
Traducido por Gabriel Gasave
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