Una monumental crisis financiera provocó el caos político y económico en 2019, seguida de la pandemia, la explosión en 2020 en el puerto de Beirut de un enorme depósito de nitrato de amonio que devastó partes de la ciudad, y actualmente, a pesar de los comicios celebrados hace un año, la ausencia de un verdadero gobierno y de «servicios públicos básicos«. El reparto del poder en función de la afiliación religiosa, junto con la connivencia de intereses políticos y empresariales que antes competían entre sí, ha hecho prácticamente imposible sustituir al gobierno provisional.
Todo ello con el telón de fondo de una emigración masiva de jóvenes (más de 200.000 libaneses se marcharon entre 2020 y 2021), crecientes tensiones a causa de los más de 1,5 millones de refugiados sirios que muchos temen que podrían alterar el equilibrio entre las comunidades religiosas y otorgar a Siria demasiada influencia en los asuntos locales, una contracción del 70% del PBI en cuatro años, una inflación de tres dígitos y ningún vestigio de reforma un año después de que el Fondo Monetario Internacional estableció las condiciones para un préstamo de 3.000 millones de dólares.
Pero tras pasar un par de semanas viajando por el país y hablando con funcionarios del gobierno, líderes políticos, representantes de las Naciones Unidas, diplomáticos extranjeros, empresarios y académicos, he llegado a la conclusión de que el Líbano, de hecho, no se ha ido al infierno. Y eso, irónicamente, es un gran obstáculo para el cambio que necesita a fin de recuperar su antigua prosperidad y liderazgo cultural en Oriente Medio.
Aparte de la legendaria resiliencia de su pueblo, tres cosas han ayudado al Líbano a sobrevivir. La primera es la ayuda exterior y las remesas enviadas por los expatriados, estas últimas ascienden a unos 6.000 millones de dólares anuales. El dinero que ingresa mantiene un cierto nivel de consumo y abre así oportunidades para que parte de la élite empresarial invierta con la perspectiva de que habrá cierta demanda de sus productos o servicios. Algunos de estos inversores están ganando dinero, no obstante, el contexto catastrófico.
A continuación, irónicamente, están los refugiados sirios, que desempeñan tareas necesarias que los libaneses se encuentran menos dispuestos a realizar. Y, finalmente, está el éxodo de tantos libaneses, muchos de ellos con estudios, a los países del Golfo, Francia y otras naciones occidentales. Esta tragedia ha contribuido a aliviar la presión a corto plazo.
Un giro inesperado de los acontecimientos se suma a la relativa estabilidad del statu quo: el entorno internacional. La violencia política del Líbano ha estado tradicionalmente alimentada por actores internacionales cuyos aliados libaneses parecían más interesados en lo que deseaban sus patrones extranjeros que en lo que querían para su propio país. La enemistad entre Arabia Saudí y Siria, o entre Arabia Saudí e Irán, ha sido un factor desestabilizador en los últimos años, por no hablar del enfrentamiento entre Israel e Irán y Siria, con Hezbolá, socio de Irán y la fuerza más poderosa del Líbano, dirigida por un estratega despiadado, en el centro.
Pero últimamente, Siria, Arabia Saudí e Irán han avanzado hacia un acercamiento. Irónicamente, eso ha tenido algún costo para el Líbano. Al eliminar algunos de los temores y presiones a los que normalmente se enfrentan los principales actores del drama libanés, la perspectiva de una relativa distensión entre los poderosos de la región está, paradójicamente, disuadiendo a este país de llevar a cabo el tipo de reformas que deben emprenderse para liberar al sistema del nacionalismo económico sectario, el clientelismo y los privilegios, que son la raíz de los problemas del Líbano. No son pocos los libaneses que consideran que la paz internacional por sí misma les ayudará a salir del agujero.
En 2019, los libaneses salieron a la calle en lo que se conoce como «la Revolución de Octubre» para denunciar un sistema que había destruido a la clase media. Lo que se inició como una revuelta contra una crisis financiera provocada por la ingeniería financiera inducida por el banco central, bajo la cual el Gobierno había vivido por encima de sus posibilidades durante demasiado tiempo, se convirtió en una amplia insurgencia contra la connivencia de intereses políticos, financieros y empresariales.
Pero cuatro años más tarde, nada ha cambiado mucho. Sin embargo, la gente ha sobrevivido. Por el momento, parecen demasiado ocupados ganándose la vida como para reanudar la lucha.
Traducido por Gabriel Gasave
La ironía de la supervivencia del Líbano: el éxito podría estar frenándola
Una monumental crisis financiera provocó el caos político y económico en 2019, seguida de la pandemia, la explosión en 2020 en el puerto de Beirut de un enorme depósito de nitrato de amonio que devastó partes de la ciudad, y actualmente, a pesar de los comicios celebrados hace un año, la ausencia de un verdadero gobierno y de «servicios públicos básicos«. El reparto del poder en función de la afiliación religiosa, junto con la connivencia de intereses políticos y empresariales que antes competían entre sí, ha hecho prácticamente imposible sustituir al gobierno provisional.
Todo ello con el telón de fondo de una emigración masiva de jóvenes (más de 200.000 libaneses se marcharon entre 2020 y 2021), crecientes tensiones a causa de los más de 1,5 millones de refugiados sirios que muchos temen que podrían alterar el equilibrio entre las comunidades religiosas y otorgar a Siria demasiada influencia en los asuntos locales, una contracción del 70% del PBI en cuatro años, una inflación de tres dígitos y ningún vestigio de reforma un año después de que el Fondo Monetario Internacional estableció las condiciones para un préstamo de 3.000 millones de dólares.
Pero tras pasar un par de semanas viajando por el país y hablando con funcionarios del gobierno, líderes políticos, representantes de las Naciones Unidas, diplomáticos extranjeros, empresarios y académicos, he llegado a la conclusión de que el Líbano, de hecho, no se ha ido al infierno. Y eso, irónicamente, es un gran obstáculo para el cambio que necesita a fin de recuperar su antigua prosperidad y liderazgo cultural en Oriente Medio.
Aparte de la legendaria resiliencia de su pueblo, tres cosas han ayudado al Líbano a sobrevivir. La primera es la ayuda exterior y las remesas enviadas por los expatriados, estas últimas ascienden a unos 6.000 millones de dólares anuales. El dinero que ingresa mantiene un cierto nivel de consumo y abre así oportunidades para que parte de la élite empresarial invierta con la perspectiva de que habrá cierta demanda de sus productos o servicios. Algunos de estos inversores están ganando dinero, no obstante, el contexto catastrófico.
A continuación, irónicamente, están los refugiados sirios, que desempeñan tareas necesarias que los libaneses se encuentran menos dispuestos a realizar. Y, finalmente, está el éxodo de tantos libaneses, muchos de ellos con estudios, a los países del Golfo, Francia y otras naciones occidentales. Esta tragedia ha contribuido a aliviar la presión a corto plazo.
Un giro inesperado de los acontecimientos se suma a la relativa estabilidad del statu quo: el entorno internacional. La violencia política del Líbano ha estado tradicionalmente alimentada por actores internacionales cuyos aliados libaneses parecían más interesados en lo que deseaban sus patrones extranjeros que en lo que querían para su propio país. La enemistad entre Arabia Saudí y Siria, o entre Arabia Saudí e Irán, ha sido un factor desestabilizador en los últimos años, por no hablar del enfrentamiento entre Israel e Irán y Siria, con Hezbolá, socio de Irán y la fuerza más poderosa del Líbano, dirigida por un estratega despiadado, en el centro.
Pero últimamente, Siria, Arabia Saudí e Irán han avanzado hacia un acercamiento. Irónicamente, eso ha tenido algún costo para el Líbano. Al eliminar algunos de los temores y presiones a los que normalmente se enfrentan los principales actores del drama libanés, la perspectiva de una relativa distensión entre los poderosos de la región está, paradójicamente, disuadiendo a este país de llevar a cabo el tipo de reformas que deben emprenderse para liberar al sistema del nacionalismo económico sectario, el clientelismo y los privilegios, que son la raíz de los problemas del Líbano. No son pocos los libaneses que consideran que la paz internacional por sí misma les ayudará a salir del agujero.
En 2019, los libaneses salieron a la calle en lo que se conoce como «la Revolución de Octubre» para denunciar un sistema que había destruido a la clase media. Lo que se inició como una revuelta contra una crisis financiera provocada por la ingeniería financiera inducida por el banco central, bajo la cual el Gobierno había vivido por encima de sus posibilidades durante demasiado tiempo, se convirtió en una amplia insurgencia contra la connivencia de intereses políticos, financieros y empresariales.
Pero cuatro años más tarde, nada ha cambiado mucho. Sin embargo, la gente ha sobrevivido. Por el momento, parecen demasiado ocupados ganándose la vida como para reanudar la lucha.
Traducido por Gabriel Gasave
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