Cuba ha perdido recientemente a una de sus principales figuras intelectuales y políticas, Carlos Alberto Montaner, que partió al exilio en 1960 tras escapar de las cárceles de Fidel Castro e ingresar clandestinamente en la Embajada de Honduras. Nunca pudo cumplir su sueño de retornar a una Cuba libre. Pero si la democracia liberal bajo el Estado de Derecho alguna vez echa raíces en esa isla, será, en parte, a causa de su legado.
A los 80 años, tras padecer la enfermedad de Parkinson durante muchos años y, más recientemente, enterarse de que sufría una parálisis supranuclear progresiva incurable -una afección neurológica poco común que afecta el andar, el movimiento de los ojos y el equilibrio-, Montaner falleció en paz en su casa de Madrid mediante el suicidio asistido. (España es uno de los ocho países que lo permiten; en los Estados Unidos, la muerte médicamente asistida es legal en 10 estados y en el Distrito de Columbia).
Deja tras de sí una obra poderosa a la que los cubanos deben prestar atención si desean erigir algo mejor que lo que han tenido en el siglo y cuarto desde que la isla se independizó.
Él y yo discutíamos a menudo el dilema del huevo o la gallina del desarrollo político y socioeconómico.
¿Tenemos que cambiar la cultura de los países subdesarrollados antes de que puedan establecerse instituciones modernas y duraderas, o las instituciones adecuadas pueden generar incentivos que con el tiempo cambiaran la cultura? Tendía a ponerse del lado de aquellos que, como el fallecido Lawrence Harrison, autor de “El subdesarrollo está en la mente”, consideran que la cultura es lo primero. Pero también veía sentido en el economista Douglass North, ganador del Premio Nobel, y en otros que ponían gran énfasis en el cambio institucional desde el inicio. En caso de que Cuba se convierta en una floreciente democracia liberal, deberá mucho a las ideas de Montaner acerca de los fundamentos culturales de la prosperidad, expresados en libros como «Las raíces torcidas de América Latina», «Los latinoamericanos y la cultura occidental” y otros.
Siendo testigo de la transición de la dictadura a la democracia y al Estado de Derecho en la Península Ibérica en los años setenta y en muchos países latinoamericanos a comienzos de los ochenta (varios de los cuales, lamentablemente, han vuelto a las andadas) colmó sus libros e innumerables conferencias con una sabiduría práctica.
Tras el colapso de la Unión Soviética en 1991, pensando que la transición de Cuba era inminente, Montaner incluso llego a formar un partido político, la Unión Liberal Cubana, y se unió a otros dos partidos, los socialdemócratas y los demócratas cristianos, con la esperanza de que la alianza (conocida como la Plataforma Democrática) desempeñaría un papel en la nueva era.
Nunca llegó a ocurrir, pero como vicepresidente de la Internacional Liberal, una federación mundial de partidos políticos democráticos y antiautoritarios, viajó extensamente, atestiguando el funcionamiento de la democracia liberal en todo tipo de entornos y estableció contactos con líderes mundiales que le mostraron cómo podría ser una vida política normalizada en el futuro y cómo Cuba podría insertarse rápidamente en la comunidad internacional de naciones civilizadas si su sistema político cambiase.
Como liberal clásico, Montaner era sumamente consciente de la importancia de evitar el abuso del sistema democrático por parte de las mayorías mediante el establecimiento de salvaguardias institucionales, como la Declaración de Derechos de los Estados Unidos, para proteger a los individuos y a las minorías.
Estudió el caso de muchas naciones, incluida, en las últimas décadas, Venezuela, que se convirtieron en dictaduras no mediante una insurrección violenta o un golpe de Estado, sino mediante las urnas y el gradual desmantelamiento del Estado de Derecho desde dentro.
En algunos de los libros que escribimos (junto con Plinio Apuleyo Mendoza), intentamos exponer cómo el nacionalismo, el populismo y el abuso del concepto de gobierno de la mayoría podían destruir la libertad.
Su estilo era esa rara combinación de periodismo y pedagogía, humor y erudición, razonamiento y narrativa que volvían a sus libros tan convincentes (al principio y al final de su carrera literaria, la ficción fue predominante en sus escritos) y sus conferencias tan placenteras y didácticas al mismo tiempo, sin un ápice de pedantería.
Aunque escribía, hablaba y estaba bien informado acerca de muchos temas, Cuba era su pasión, razón por la cual el catálogo de la editorial que fundó y de la que fue propietario durante muchos años, Playor, está lleno de algunos de los grandes nombres de la literatura de no ficción cubana contemporánea, como el historiador Leví Marrero y el economista Carlos Mesa-Lago.
Aunque los libros de texto eran uno de los principales focos de atención de la empresa editorial, Playor también enseñó a los cubanos su historia, su sociedad, su cultura y su literatura a través de muchas publicaciones importantes. Ese es otro motivo por la que una Cuba libre le deberá tanto.
Descansa en paz, querido amigo.
Traducido por Gabriel Gasave
El legado de Carlos Alberto Montaner
Casa de América / Flickr
Cuba ha perdido recientemente a una de sus principales figuras intelectuales y políticas, Carlos Alberto Montaner, que partió al exilio en 1960 tras escapar de las cárceles de Fidel Castro e ingresar clandestinamente en la Embajada de Honduras. Nunca pudo cumplir su sueño de retornar a una Cuba libre. Pero si la democracia liberal bajo el Estado de Derecho alguna vez echa raíces en esa isla, será, en parte, a causa de su legado.
A los 80 años, tras padecer la enfermedad de Parkinson durante muchos años y, más recientemente, enterarse de que sufría una parálisis supranuclear progresiva incurable -una afección neurológica poco común que afecta el andar, el movimiento de los ojos y el equilibrio-, Montaner falleció en paz en su casa de Madrid mediante el suicidio asistido. (España es uno de los ocho países que lo permiten; en los Estados Unidos, la muerte médicamente asistida es legal en 10 estados y en el Distrito de Columbia).
Deja tras de sí una obra poderosa a la que los cubanos deben prestar atención si desean erigir algo mejor que lo que han tenido en el siglo y cuarto desde que la isla se independizó.
Él y yo discutíamos a menudo el dilema del huevo o la gallina del desarrollo político y socioeconómico.
¿Tenemos que cambiar la cultura de los países subdesarrollados antes de que puedan establecerse instituciones modernas y duraderas, o las instituciones adecuadas pueden generar incentivos que con el tiempo cambiaran la cultura? Tendía a ponerse del lado de aquellos que, como el fallecido Lawrence Harrison, autor de “El subdesarrollo está en la mente”, consideran que la cultura es lo primero. Pero también veía sentido en el economista Douglass North, ganador del Premio Nobel, y en otros que ponían gran énfasis en el cambio institucional desde el inicio. En caso de que Cuba se convierta en una floreciente democracia liberal, deberá mucho a las ideas de Montaner acerca de los fundamentos culturales de la prosperidad, expresados en libros como «Las raíces torcidas de América Latina», «Los latinoamericanos y la cultura occidental” y otros.
Siendo testigo de la transición de la dictadura a la democracia y al Estado de Derecho en la Península Ibérica en los años setenta y en muchos países latinoamericanos a comienzos de los ochenta (varios de los cuales, lamentablemente, han vuelto a las andadas) colmó sus libros e innumerables conferencias con una sabiduría práctica.
Tras el colapso de la Unión Soviética en 1991, pensando que la transición de Cuba era inminente, Montaner incluso llego a formar un partido político, la Unión Liberal Cubana, y se unió a otros dos partidos, los socialdemócratas y los demócratas cristianos, con la esperanza de que la alianza (conocida como la Plataforma Democrática) desempeñaría un papel en la nueva era.
Nunca llegó a ocurrir, pero como vicepresidente de la Internacional Liberal, una federación mundial de partidos políticos democráticos y antiautoritarios, viajó extensamente, atestiguando el funcionamiento de la democracia liberal en todo tipo de entornos y estableció contactos con líderes mundiales que le mostraron cómo podría ser una vida política normalizada en el futuro y cómo Cuba podría insertarse rápidamente en la comunidad internacional de naciones civilizadas si su sistema político cambiase.
Como liberal clásico, Montaner era sumamente consciente de la importancia de evitar el abuso del sistema democrático por parte de las mayorías mediante el establecimiento de salvaguardias institucionales, como la Declaración de Derechos de los Estados Unidos, para proteger a los individuos y a las minorías.
Estudió el caso de muchas naciones, incluida, en las últimas décadas, Venezuela, que se convirtieron en dictaduras no mediante una insurrección violenta o un golpe de Estado, sino mediante las urnas y el gradual desmantelamiento del Estado de Derecho desde dentro.
En algunos de los libros que escribimos (junto con Plinio Apuleyo Mendoza), intentamos exponer cómo el nacionalismo, el populismo y el abuso del concepto de gobierno de la mayoría podían destruir la libertad.
Su estilo era esa rara combinación de periodismo y pedagogía, humor y erudición, razonamiento y narrativa que volvían a sus libros tan convincentes (al principio y al final de su carrera literaria, la ficción fue predominante en sus escritos) y sus conferencias tan placenteras y didácticas al mismo tiempo, sin un ápice de pedantería.
Aunque escribía, hablaba y estaba bien informado acerca de muchos temas, Cuba era su pasión, razón por la cual el catálogo de la editorial que fundó y de la que fue propietario durante muchos años, Playor, está lleno de algunos de los grandes nombres de la literatura de no ficción cubana contemporánea, como el historiador Leví Marrero y el economista Carlos Mesa-Lago.
Aunque los libros de texto eran uno de los principales focos de atención de la empresa editorial, Playor también enseñó a los cubanos su historia, su sociedad, su cultura y su literatura a través de muchas publicaciones importantes. Ese es otro motivo por la que una Cuba libre le deberá tanto.
Descansa en paz, querido amigo.
Traducido por Gabriel Gasave
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