Los atentados terroristas cometidos por Hamás, que dejaron 1.300 israelíes muertos, miles de heridos y decenas de familias aterrorizadas sobre el destino de casi 200 rehenes, reforzarán las tendencias que se han puesto de manifiesto desde hace tiempo en Israel. Esas tendencias se oponen a las aspiraciones de los palestinos.
El bombardeo y asedio de Gaza por parte de las fuerzas israelíes, que ha matado y herido a innumerables palestinos inocentes, tal vez hubiese tenido lugar bajo cualquier gobierno, en virtud del dolor sufrido el 7 de octubre. Pero además de la tragedia humana, hay una tragedia política: la certeza casi absoluta de que, dadas las fuerzas actualmente dominantes en la sociedad y la política israelíes, cualquier esperanza de solución a la cuestión palestina ha quedado indefinidamente cancelada.
Con independencia del fracaso del gobierno del primer ministro Benjamín Netanyahu en materia de seguridad y de la culpa que muchos le achacan, sus opiniones y las de sus socios en la coalición de extrema derecha parecerán reivindicadas. Muchos judíos verán confirmadas sus convicciones de que cualquier concesión sobre la cuestión palestina amenaza su existencia y que, como lo expresó el presidente de Israel, todos los palestinos son culpables.
La política palestina en los territorios ocupados ha estado dominada por las luchas internas, y en muchas ocasiones en los últimos 15 años, incluso durante la «primavera árabe», los manifestantes han tomado las calles contra sus propias autoridades. Gaza y Cisjordania no han celebrado elecciones desde 2006; los gazatíes han estado bajo la dictadura de Hamás, un grupo islamista, mientras que Mahmud Abbas ha dirigido Cisjordania desde el movimiento Fatah. (Una gran mayoría de los gazatíes de hoy no habían nacido o eran demasiado jóvenes para votar en 2006). Este período ha coincidido con un fortalecimiento de las fuerzas en Israel que trabajan en contra de una solución a largo plazo de la cuestión palestina. Esto ha reforzado a Hamás y a otros yihadistas.
Netanyahu hizo campaña en 1996 contra los Acuerdos de Oslo de 1993, suscriptos bajo el liderazgo de Yitzhak Rabin, de Israel, y Yasser Arafat, de Fatah, que sentaban las bases para dos Estados luego de una transición. (Esos acuerdos le costaron la vida a Rabin cuando un extremista judío lo asesinó.) Una vez en el gobierno, Netanyahu trabajó contra la transición mediante la expansión de los asentamientos ilegales en Cisjordania. De 1993 a 2000, la población de colonos israelíes en Cisjordania, si excluimos Jerusalén Este, creció de 100.000 a 200.000 personas. La cifra ha seguido creciendo, por no hablar de las barricadas, los puestos de control y el muro/valla israelí de 700 kilómetros que ha convertido Cisjordania en un laberinto asfixiante.
No obstante, el Primer Ministro Ehud Barak tuvo una oportunidad de oro de alcanzar un acuerdo de paz en 2000, cuando Arafat y él fueron invitados a negociar en Camp David. Aquellas negociaciones, destinadas a dar sustancia a los Acuerdos de Oslo, fracasaron cuando Arafat rechazó trágicamente una propuesta de crear un Estado palestino en algo menos de la cantidad de tierra tomada en la guerra de 1967.
El fracaso de Camp David dio lugar a la segunda Intifada. Para Arafat, que había estado jugando un doble juego -violencia y negociaciones- y era el líder indiscutible de los palestinos, eso significaba esperar hasta que los israelíes se cansaran de luchar y regresaran a la mesa de negociaciones. Para Israel, fue mucho más trascendental porque significó la marginación de líderes y corrientes políticas favorables a una solución duradera y el desplazamiento del fundamentalismo judío de los márgenes de la política israelí a su núcleo. La apoteosis llegó en 2022, cuando Netanyahu se alió con fanáticos como Itamar Ben-Gvir, líder del partido Poder Judío (que ha sido condenado por apoyar a un grupo terrorista y acusado de incitación al odio), y Bezalel Smotrich, líder del Partido Sionista Religioso y conocido por sus declaraciones públicas supremacistas.
Durante las tres primeras décadas de existencia de Israel, su política estuvo dominada por judíos laicos, hasta la victoria de Menachem Begin en 1977. Desde entonces, la mezcla de religión y política, en parte debido a la aparición de no-asquenazis que resentían a las élites liberales, ha crecido de manera exponencial.
Estas son las manos en las que han jugado los brutales asesinatos de Hamás.
Traducido por Gabriel Gasave
7 de octubre – La otra tragedia
Los atentados terroristas cometidos por Hamás, que dejaron 1.300 israelíes muertos, miles de heridos y decenas de familias aterrorizadas sobre el destino de casi 200 rehenes, reforzarán las tendencias que se han puesto de manifiesto desde hace tiempo en Israel. Esas tendencias se oponen a las aspiraciones de los palestinos.
El bombardeo y asedio de Gaza por parte de las fuerzas israelíes, que ha matado y herido a innumerables palestinos inocentes, tal vez hubiese tenido lugar bajo cualquier gobierno, en virtud del dolor sufrido el 7 de octubre. Pero además de la tragedia humana, hay una tragedia política: la certeza casi absoluta de que, dadas las fuerzas actualmente dominantes en la sociedad y la política israelíes, cualquier esperanza de solución a la cuestión palestina ha quedado indefinidamente cancelada.
Con independencia del fracaso del gobierno del primer ministro Benjamín Netanyahu en materia de seguridad y de la culpa que muchos le achacan, sus opiniones y las de sus socios en la coalición de extrema derecha parecerán reivindicadas. Muchos judíos verán confirmadas sus convicciones de que cualquier concesión sobre la cuestión palestina amenaza su existencia y que, como lo expresó el presidente de Israel, todos los palestinos son culpables.
La política palestina en los territorios ocupados ha estado dominada por las luchas internas, y en muchas ocasiones en los últimos 15 años, incluso durante la «primavera árabe», los manifestantes han tomado las calles contra sus propias autoridades. Gaza y Cisjordania no han celebrado elecciones desde 2006; los gazatíes han estado bajo la dictadura de Hamás, un grupo islamista, mientras que Mahmud Abbas ha dirigido Cisjordania desde el movimiento Fatah. (Una gran mayoría de los gazatíes de hoy no habían nacido o eran demasiado jóvenes para votar en 2006). Este período ha coincidido con un fortalecimiento de las fuerzas en Israel que trabajan en contra de una solución a largo plazo de la cuestión palestina. Esto ha reforzado a Hamás y a otros yihadistas.
Netanyahu hizo campaña en 1996 contra los Acuerdos de Oslo de 1993, suscriptos bajo el liderazgo de Yitzhak Rabin, de Israel, y Yasser Arafat, de Fatah, que sentaban las bases para dos Estados luego de una transición. (Esos acuerdos le costaron la vida a Rabin cuando un extremista judío lo asesinó.) Una vez en el gobierno, Netanyahu trabajó contra la transición mediante la expansión de los asentamientos ilegales en Cisjordania. De 1993 a 2000, la población de colonos israelíes en Cisjordania, si excluimos Jerusalén Este, creció de 100.000 a 200.000 personas. La cifra ha seguido creciendo, por no hablar de las barricadas, los puestos de control y el muro/valla israelí de 700 kilómetros que ha convertido Cisjordania en un laberinto asfixiante.
No obstante, el Primer Ministro Ehud Barak tuvo una oportunidad de oro de alcanzar un acuerdo de paz en 2000, cuando Arafat y él fueron invitados a negociar en Camp David. Aquellas negociaciones, destinadas a dar sustancia a los Acuerdos de Oslo, fracasaron cuando Arafat rechazó trágicamente una propuesta de crear un Estado palestino en algo menos de la cantidad de tierra tomada en la guerra de 1967.
El fracaso de Camp David dio lugar a la segunda Intifada. Para Arafat, que había estado jugando un doble juego -violencia y negociaciones- y era el líder indiscutible de los palestinos, eso significaba esperar hasta que los israelíes se cansaran de luchar y regresaran a la mesa de negociaciones. Para Israel, fue mucho más trascendental porque significó la marginación de líderes y corrientes políticas favorables a una solución duradera y el desplazamiento del fundamentalismo judío de los márgenes de la política israelí a su núcleo. La apoteosis llegó en 2022, cuando Netanyahu se alió con fanáticos como Itamar Ben-Gvir, líder del partido Poder Judío (que ha sido condenado por apoyar a un grupo terrorista y acusado de incitación al odio), y Bezalel Smotrich, líder del Partido Sionista Religioso y conocido por sus declaraciones públicas supremacistas.
Durante las tres primeras décadas de existencia de Israel, su política estuvo dominada por judíos laicos, hasta la victoria de Menachem Begin en 1977. Desde entonces, la mezcla de religión y política, en parte debido a la aparición de no-asquenazis que resentían a las élites liberales, ha crecido de manera exponencial.
Estas son las manos en las que han jugado los brutales asesinatos de Hamás.
Traducido por Gabriel Gasave
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