Carlos Menem fue elegido presidente de Argentina en mayo de 1989. En los 45 años que le precedieron, Argentina había atestiguado un crecimiento inestable y lento y una inflación galopante. Como para marcar el comienzo de Menem, el mismo mes en que fue elegido presidente estalló un brote hiperinflacionario. Alcanzó su punto máximo en julio de 1989, cuando la inflación mensual llegó al 197%. Como si aquello no fuera lo suficiente malo, la economía, según Domingo Cavallo, ministro de Economía de Menem, «era tan complicada que ni siquiera los especialistas podían entender lo que acontecía. La anomia prevalecía.
El presidente Menem se propuso poner manos a la obra, pero al principio las cosas fueron lentas. A finales de 1989, uno de nosotros (Hanke) se reunió con Menem por primera vez. Durante ese encuentro, le advertí a Menem que hasta que no acabara con la hiperinflación y estabilizara la economía, no sería visto como creíble y carecería de la confianza del público. Sin esa credibilidad y confianza, no podría seguir adelante con sus planes de modernización económica.
A sugerencia del presidente Menem, fui coautor de un libro, ¿Banco central o caja de conversión?, junto con Kurt Schuler, mientras él se encontraba trabajando conmigo como becario de postdoctorado en la Johns Hopkins University. Diseñamos un proyecto para una caja de conversión ortodoxa. La misma habría sustituido al Banco Central argentino (BCRA). Y, a diferencia del BCRA, no habría tenido capacidad de involucrarse en la política monetaria; sólo hubiese establecido una política de tipo de cambio: el tipo de cambio peso-dólar estadounidense habría permanecido fijo, y esa tasa habría sido creíble porque el peso habría estado respaldado totalmente por las reservas de dólares estadounidenses. Un borrador de nuestro libro circuló en Buenos Aires en 1990 y fue publicado por la Fundación República a principios de 1991.
Para detener la inflación de tres dígitos de Argentina, el gobierno de Menem decidió no establecer una caja de conversión, sino un sistema de convertibilidad el cual ligaba al peso con el dólar estadounidense a un tipo de cambio de 1:1. Lo hizo el 1 de abril de 1991. Aunque la convertibilidad detuvo a la inflación en seco y sentó las bases de un auge económico, era administrada por el BCRA, que tenía capacidad para implementar políticas monetarias discrecionales. Para mí, esta capacidad era el talón de Aquiles de la convertibilidad. Las facultades discrecionales del BCRA equivalían a colocar una botella de whisky al lado de un alcohólico en recuperación. Poco después de la introducción de la convertibilidad, escribí un artículo de opinión en el Wall Street Journal, «Argentina debería abolir su Banco Central«, en el que sostenía que la convertibilidad no era una caja de conversión y que, a menos que la facultad de actuar de manera discrecional del BCRA fuese eliminada , la convertibilidad eventualmente colapsaría.
En efecto, en 1998, la convertibilidad comenzó a dar señales de problemas. Menem volvió a pedirme consejo y solicitó un proyecto de ley de dolarización. Kurt Schuler y yo publicamos «Un plan de dolarización para Argentina» el 1 de febrero de 1999. Desafortunadamente, la dolarización nunca se convirtió en ley. Como suele decirse, el resto es historia. De hecho, Argentina se ha visto envuelta en una crisis monetaria tras otra desde que la convertibilidad fue abandonada en medio del caos político y económico en 2002.
Esto nos lleva al recientemente elegido presidente de Argentina, Javier Milei. El alcance y la escala de los problemas económicos a los que se enfrenta son, en líneas generales, los mismos a los que se enfrentó Carlos Menem hace 35 años. Aunque no se encuentren en una hiperinflación, los argentinos padecen una inflación de tres dígitos desde febrero del año pasado.
El presidente Milei hizo campaña con la promesa de acabar con la inflación mediante el desmantelamiento del BCRA y del peso y su reemplazo por el dólar estadounidense. Parecía como si hubiera aprendido una gran lección de Menem: para ser creíble y ganarse la confianza del público, la inflación debe ser aniquilada.
Pero una vez en el poder, Milei archivó la idea de una dolarización, prometiendo que llegaría en una fecha futura aun no especificada. Al parecer, Milei fue espantado por un coro de expertos, incluido el suyo propio, que afirmaba que la dolarización no era factible sin contar con el otorgamiento de un gran préstamo en virtud de que la Argentina carecía de suficientes reservas de divisas para dolarizar.
Es una pena y podría condenar a Milei. Resulta que el coro de expertos está vocalizando en base a un cancionero defectuoso. Para dolarizar, lo único que debe convertirse físicamente en dólares estadounidenses son las existencias de pesos en billetes y monedas de la Argentina. Para efectuar esa conversión, las reservas brutas de divisas en dólares deben exceder el valor del stock en circulación de billetes y monedas en pesos al tipo de cambio decidido al momento de realizar la dolarización. Todos los demás activos y pasivos en pesos son simplemente derechos nominales o pagarés que pueden ser expresados o vueltos a denominar en cualquier momento en cualquier unidad de cuenta o moneda. No son unidades físicas que deban permanecer intactas hasta su fecha de vencimiento.
Al 31 de diciembre y al tipo de cambio oficial de la Argentina, el BCRA informó «Reservas Internacionales» por 18.654 millones de pesos (23.100 millones de dólares), significativamente superiores a los 7.435 millones de pesos (9.200 millones de dólares) de «Billetes y Monedas en Circulación» (todas las cifras son billones en inglés). Por lo tanto, el stock de reservas brutas líquidas de libre disponibilidad es más que adecuado para convertir con éxito las existencias argentinas de billetes y monedas en pesos a dólares estadounidenses. Está claro que los expertos se equivocan.
¿Cómo es posible que tantos expertos estén tan errados? En primer lugar, no se han percatado de que, con la excepción de los billetes y monedas de pesos en circulación, de un plumazo se puede pasar a denominar los activos y pasivos en pesos a billetes verdes. En consecuencia, han exagerado sobre la cantidad de divisas que serían necesarias para dolarizar Argentina.
Peor aún, la mayoría de los expertos consideran que la dolarización sólo puede producirse cuando las reservas internacionales netas de divisas de un país son suficientes. Pero, a la hora de determinar la viabilidad de la dolarización, el valor de las reservas internacionales netas de divisas resulta ser irrelevante. Lo relevante son las reservas líquidas brutas de divisas, no las reservas netas.
Contrariamente a la deficiencia de los argumentos cambiarios que han espantado a Milei, nuestro análisis está basado en una economía sólida y en la experiencia de primera mano. De hecho, uno de nosotros (Zalles) se desempeñó como asesor del presidente del Ecuador, Gustavo Noboa, cuando se dolarizó. Y ambos fuimos asesores del ministro de Economía y Finanzas del Ecuador, Carlos Julio Emanuel, quien fuera responsable de la implementación final de la dolarización.
Cuando el Ecuador dolarizó, sus reservas brutas de libre disposición eran de 872 millones de dólares. Las mismas fueron suficientes para cubrir el stock del circulante de billetes y monedas de sucre que equivalían a 578 millones de dólares. Resulta interesante que, en el momento de la dolarización, la posición internacional neta de divisas del Ecuador era negativa. En verdad, las reservas netas del Ecuador eran negativas en 619 millones de dólares.
Todos la cháchara y el palabrerío acerca de la inviabilidad de la dolarización en la Argentina debido a la falta de reservas internacionales de divisas son sencillamente erróneos. La dolarización oficial en la Argentina es deseable y factible.
Hasta que no apretó el gatillo e introdujo la convertibilidad para acabar con la inflación, el presidente Menem no iba a ninguna parte. Una vez aplastada la inflación, las reformas modernizadoras de Menem comenzaron a avanzar. El mensaje de Menem para Milei es claro: para tener éxito, una reforma monetaria que acabe con la inflación debe ser lo primero, no lo último.
Traducido por Gabriel Gasave
Un mensaje de Menem a Milei: Dolariza a la Argentina ya
Carlos Menem fue elegido presidente de Argentina en mayo de 1989. En los 45 años que le precedieron, Argentina había atestiguado un crecimiento inestable y lento y una inflación galopante. Como para marcar el comienzo de Menem, el mismo mes en que fue elegido presidente estalló un brote hiperinflacionario. Alcanzó su punto máximo en julio de 1989, cuando la inflación mensual llegó al 197%. Como si aquello no fuera lo suficiente malo, la economía, según Domingo Cavallo, ministro de Economía de Menem, «era tan complicada que ni siquiera los especialistas podían entender lo que acontecía. La anomia prevalecía.
El presidente Menem se propuso poner manos a la obra, pero al principio las cosas fueron lentas. A finales de 1989, uno de nosotros (Hanke) se reunió con Menem por primera vez. Durante ese encuentro, le advertí a Menem que hasta que no acabara con la hiperinflación y estabilizara la economía, no sería visto como creíble y carecería de la confianza del público. Sin esa credibilidad y confianza, no podría seguir adelante con sus planes de modernización económica.
A sugerencia del presidente Menem, fui coautor de un libro, ¿Banco central o caja de conversión?, junto con Kurt Schuler, mientras él se encontraba trabajando conmigo como becario de postdoctorado en la Johns Hopkins University. Diseñamos un proyecto para una caja de conversión ortodoxa. La misma habría sustituido al Banco Central argentino (BCRA). Y, a diferencia del BCRA, no habría tenido capacidad de involucrarse en la política monetaria; sólo hubiese establecido una política de tipo de cambio: el tipo de cambio peso-dólar estadounidense habría permanecido fijo, y esa tasa habría sido creíble porque el peso habría estado respaldado totalmente por las reservas de dólares estadounidenses. Un borrador de nuestro libro circuló en Buenos Aires en 1990 y fue publicado por la Fundación República a principios de 1991.
Para detener la inflación de tres dígitos de Argentina, el gobierno de Menem decidió no establecer una caja de conversión, sino un sistema de convertibilidad el cual ligaba al peso con el dólar estadounidense a un tipo de cambio de 1:1. Lo hizo el 1 de abril de 1991. Aunque la convertibilidad detuvo a la inflación en seco y sentó las bases de un auge económico, era administrada por el BCRA, que tenía capacidad para implementar políticas monetarias discrecionales. Para mí, esta capacidad era el talón de Aquiles de la convertibilidad. Las facultades discrecionales del BCRA equivalían a colocar una botella de whisky al lado de un alcohólico en recuperación. Poco después de la introducción de la convertibilidad, escribí un artículo de opinión en el Wall Street Journal, «Argentina debería abolir su Banco Central«, en el que sostenía que la convertibilidad no era una caja de conversión y que, a menos que la facultad de actuar de manera discrecional del BCRA fuese eliminada , la convertibilidad eventualmente colapsaría.
En efecto, en 1998, la convertibilidad comenzó a dar señales de problemas. Menem volvió a pedirme consejo y solicitó un proyecto de ley de dolarización. Kurt Schuler y yo publicamos «Un plan de dolarización para Argentina» el 1 de febrero de 1999. Desafortunadamente, la dolarización nunca se convirtió en ley. Como suele decirse, el resto es historia. De hecho, Argentina se ha visto envuelta en una crisis monetaria tras otra desde que la convertibilidad fue abandonada en medio del caos político y económico en 2002.
Esto nos lleva al recientemente elegido presidente de Argentina, Javier Milei. El alcance y la escala de los problemas económicos a los que se enfrenta son, en líneas generales, los mismos a los que se enfrentó Carlos Menem hace 35 años. Aunque no se encuentren en una hiperinflación, los argentinos padecen una inflación de tres dígitos desde febrero del año pasado.
El presidente Milei hizo campaña con la promesa de acabar con la inflación mediante el desmantelamiento del BCRA y del peso y su reemplazo por el dólar estadounidense. Parecía como si hubiera aprendido una gran lección de Menem: para ser creíble y ganarse la confianza del público, la inflación debe ser aniquilada.
Pero una vez en el poder, Milei archivó la idea de una dolarización, prometiendo que llegaría en una fecha futura aun no especificada. Al parecer, Milei fue espantado por un coro de expertos, incluido el suyo propio, que afirmaba que la dolarización no era factible sin contar con el otorgamiento de un gran préstamo en virtud de que la Argentina carecía de suficientes reservas de divisas para dolarizar.
Es una pena y podría condenar a Milei. Resulta que el coro de expertos está vocalizando en base a un cancionero defectuoso. Para dolarizar, lo único que debe convertirse físicamente en dólares estadounidenses son las existencias de pesos en billetes y monedas de la Argentina. Para efectuar esa conversión, las reservas brutas de divisas en dólares deben exceder el valor del stock en circulación de billetes y monedas en pesos al tipo de cambio decidido al momento de realizar la dolarización. Todos los demás activos y pasivos en pesos son simplemente derechos nominales o pagarés que pueden ser expresados o vueltos a denominar en cualquier momento en cualquier unidad de cuenta o moneda. No son unidades físicas que deban permanecer intactas hasta su fecha de vencimiento.
Al 31 de diciembre y al tipo de cambio oficial de la Argentina, el BCRA informó «Reservas Internacionales» por 18.654 millones de pesos (23.100 millones de dólares), significativamente superiores a los 7.435 millones de pesos (9.200 millones de dólares) de «Billetes y Monedas en Circulación» (todas las cifras son billones en inglés). Por lo tanto, el stock de reservas brutas líquidas de libre disponibilidad es más que adecuado para convertir con éxito las existencias argentinas de billetes y monedas en pesos a dólares estadounidenses. Está claro que los expertos se equivocan.
¿Cómo es posible que tantos expertos estén tan errados? En primer lugar, no se han percatado de que, con la excepción de los billetes y monedas de pesos en circulación, de un plumazo se puede pasar a denominar los activos y pasivos en pesos a billetes verdes. En consecuencia, han exagerado sobre la cantidad de divisas que serían necesarias para dolarizar Argentina.
Peor aún, la mayoría de los expertos consideran que la dolarización sólo puede producirse cuando las reservas internacionales netas de divisas de un país son suficientes. Pero, a la hora de determinar la viabilidad de la dolarización, el valor de las reservas internacionales netas de divisas resulta ser irrelevante. Lo relevante son las reservas líquidas brutas de divisas, no las reservas netas.
Contrariamente a la deficiencia de los argumentos cambiarios que han espantado a Milei, nuestro análisis está basado en una economía sólida y en la experiencia de primera mano. De hecho, uno de nosotros (Zalles) se desempeñó como asesor del presidente del Ecuador, Gustavo Noboa, cuando se dolarizó. Y ambos fuimos asesores del ministro de Economía y Finanzas del Ecuador, Carlos Julio Emanuel, quien fuera responsable de la implementación final de la dolarización.
Cuando el Ecuador dolarizó, sus reservas brutas de libre disposición eran de 872 millones de dólares. Las mismas fueron suficientes para cubrir el stock del circulante de billetes y monedas de sucre que equivalían a 578 millones de dólares. Resulta interesante que, en el momento de la dolarización, la posición internacional neta de divisas del Ecuador era negativa. En verdad, las reservas netas del Ecuador eran negativas en 619 millones de dólares.
Todos la cháchara y el palabrerío acerca de la inviabilidad de la dolarización en la Argentina debido a la falta de reservas internacionales de divisas son sencillamente erróneos. La dolarización oficial en la Argentina es deseable y factible.
Hasta que no apretó el gatillo e introdujo la convertibilidad para acabar con la inflación, el presidente Menem no iba a ninguna parte. Una vez aplastada la inflación, las reformas modernizadoras de Menem comenzaron a avanzar. El mensaje de Menem para Milei es claro: para tener éxito, una reforma monetaria que acabe con la inflación debe ser lo primero, no lo último.
Traducido por Gabriel Gasave
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