Tanto en los ámbitos académicos como en los círculos intelectuales contemporáneos, es común señalar a los occidentales adinerados como responsables de la pobreza global, o a los estadounidenses ricos como culpables de la pobreza dentro de su propio país. Los ricos cargan con gran parte de la culpa de la pobreza, pero no por las razones que usted podría suponer.
Es crucial examinar por qué los occidentales ricos comparten una gran parte de la responsabilidad en la problemática de la pobreza. No es porque tengamos altos niveles de vida. Más bien se debe a que adoptamos con entusiasmo restricciones a la inmigración, dificultando así que las personas se desplacen hacia donde su trabajo sería más valioso, y a la imposición de aranceles que disminuyen el valor de su mano de obra al reducir su base de clientes. En este proceso, contribuimos al empeoramiento de nuestra propia situación. En octubre de 2023, el presidente Biden anunció planes para reanudar la construcción del muro fronterizo, a pesar de haber prometido detener su construcción durante su campaña presidencial. No somos culpables simplemente por ser más ricos, sino porque nos resistimos a enriquecernos aún más al permitir el comercio con los extranjeros.
La gente culpa a los lujos de unos pocos por las necesidades de muchos. Este pensamiento erróneo, de suma cero, sostiene que siempre y en todas partes hay una cantidad fija de cosas para repartir. Según esta lógica, el hecho de que yo tenga algo significa que otra persona no lo tiene. Alguien padece sed porque yo bebo una lata de gaseosa o agua gasificada. Mi opulencia provoca su necesidad. Si bien esto puede ser cierto a muy corto plazo, no lo es en el largo plazo. La gente no tiene mucho porque no produce mucho, y aunque podríamos redistribuirlo todo y elevar significativamente el nivel de vida de los pobres, solo podríamos hacerlo una vez (y si lo hiciéramos, nos encontraríamos con que las mismas desigualdades surgirían nuevamente de inmediato). Las confiscaciones y redistribuciones periódicas no incentivan a las personas a invertir y producir mucho en primer lugar. La riqueza de una persona no causa la pobreza de otra en una sociedad comercial. Sin embargo, la situación se vuelve un poco más complicada cuando el rico es un señor enpolvado con peluca que se enriquece cada vez más a costa de los impuestos de los campesinos.
Un argumento vinculado a aquel culpa al capital global, sugiriendo que nuestros elevados estándares de vida se sostienen a expensas del bajo nivel de vida de los agricultores y trabajadores de las fábricas en países pobres. A veces, en las redes sociales, podemos encontrar explicaciones sobre cómo una pequeña fracción del precio de una tableta de chocolate se destina a los agricultores de cacao, o afirmaciones de que adquirimos productos textiles baratos porque son fabricados por personas en otras partes del mundo en condiciones laborales horribles (según los estándares occidentales). Sin embargo, hay explicaciones alternativas más precisas. En primer lugar, el ejemplo del chocolate ilustra cuán poco del valor añadido a una tableta de chocolate proviene del cultivo del cacao, en comparación con el transporte, la transformación, la comercialización y otros aspectos del proceso. En segundo lugar, las malas condiciones en los «talleres clandestinos» se deben a la baja productividad de los trabajadores combinada con sus limitadas opciones laborales. Como ha argumentado Paul Heyne, resulta extraño (y moralmente cuestionable) sugerir que estamos obligados a abstenernos de ofrecerles alternativas ligeramente mejores.
Mas arriba escribí que (algunas) personas no tienen mucho porque no producen mucho. Eso no se trata de una deficiencia innata. Se debe a los incentivos a los que se enfrentan en las sociedades en las que viven. El hecho de aumentar la productividad de las personas es un objetivo loable, aunque tiene una historia tumultuosa. Los verdaderos beneficios se logran cuando las personas se trasladan a países donde su trabajo es más valioso, es decir a países de ingresos altos como los Estados Unidos. El problema es que los occidentales adinerados no les permitimos venir. Los condenamos a una vida de baja productividad y a la pobreza que ello conlleva, erigiendo muros y adoptando políticas de «No se admiten extranjeros«. ¿Y qué obtenemos a cambio? Nos empobrecemos a nosotros mismos en el proceso. Nos empobrecemos al impedir que los mercados funcionen adecuadamente, lo que a su vez mantiene a otros en la pobreza.
A finales de 2020, expresé mi deseo de revertir el socialismo fronterizo. Estas políticas son una de las principales razones por las cuales las personas de países de bajos ingresos continúan “gozando” de bajos niveles de ingresos. Si les permitiéramos trasladarse a los Estados Unidos, podrían seguir siendo pobres según los estándares estadounidenses, pero alcanzarían la riqueza según los estándares globales.
También hay otra consideración interesante. Adam Smith escribió celebremente que la división del trabajo se encuentra limitada por el tamaño del mercado. Las restricciones a la inmigración y al comercio deliberadamente limitan la expansión del mercado. Mercados más pequeños conducen a una menor especialización y una división del trabajo menos refinada, lo que significa que, en términos generales, estamos peor. Es posible que algunas personas se beneficien de estas políticas (y por eso las apoyan), pero sus ganancias netas son superadas por las pérdidas netas del resto.
Esto es especialmente cierto en el largo plazo. Mercados más grandes conducen a una división más refinada del trabajo y del conocimiento. En su ensayo «El uso del conocimiento en la sociedad«, F.A. Hayek cita a Alfred North Whitehead, quien afirmó que «la civilización avanza al ampliar el número de operaciones importantes que podemos realizar sin pensar en ellas». Gracias a esta división del conocimiento, puedo escribir artículos como estos en una máquina que no podría diseñar yo mismo, utilizando un software que no podría programar, y no tengo que preocuparme por ninguna de estas cosas. Una amplia división social del conocimiento significa que puedo concentrarme en la composición.
En las narrativas de tendencia izquierdista, se sostiene que los occidentales ricos han alcanzado su riqueza a expensas de la explotación de los pobres en otras partes del mundo. Si bien compartimos una parte significativa de la responsabilidad en la pobreza global, esta no se debe al saqueo o explotación. Más bien, somos culpables debido a políticas como las restricciones a la inmigración, que activamente y por la fuerza impiden que personas de todo el mundo mejoren sus condiciones de vida al trasladarse a lugares donde su trabajo sería más productivo.
Bryan Caplan expone este punto en su conferencia de 2019 “Poverty: Who to Blame” («Pobreza: A quién culpar») en el Institute of Economic Affairs.
Traducido por Gabriel Gasave
Cómo generan pobreza los ricos
Tanto en los ámbitos académicos como en los círculos intelectuales contemporáneos, es común señalar a los occidentales adinerados como responsables de la pobreza global, o a los estadounidenses ricos como culpables de la pobreza dentro de su propio país. Los ricos cargan con gran parte de la culpa de la pobreza, pero no por las razones que usted podría suponer.
Es crucial examinar por qué los occidentales ricos comparten una gran parte de la responsabilidad en la problemática de la pobreza. No es porque tengamos altos niveles de vida. Más bien se debe a que adoptamos con entusiasmo restricciones a la inmigración, dificultando así que las personas se desplacen hacia donde su trabajo sería más valioso, y a la imposición de aranceles que disminuyen el valor de su mano de obra al reducir su base de clientes. En este proceso, contribuimos al empeoramiento de nuestra propia situación. En octubre de 2023, el presidente Biden anunció planes para reanudar la construcción del muro fronterizo, a pesar de haber prometido detener su construcción durante su campaña presidencial. No somos culpables simplemente por ser más ricos, sino porque nos resistimos a enriquecernos aún más al permitir el comercio con los extranjeros.
La gente culpa a los lujos de unos pocos por las necesidades de muchos. Este pensamiento erróneo, de suma cero, sostiene que siempre y en todas partes hay una cantidad fija de cosas para repartir. Según esta lógica, el hecho de que yo tenga algo significa que otra persona no lo tiene. Alguien padece sed porque yo bebo una lata de gaseosa o agua gasificada. Mi opulencia provoca su necesidad. Si bien esto puede ser cierto a muy corto plazo, no lo es en el largo plazo. La gente no tiene mucho porque no produce mucho, y aunque podríamos redistribuirlo todo y elevar significativamente el nivel de vida de los pobres, solo podríamos hacerlo una vez (y si lo hiciéramos, nos encontraríamos con que las mismas desigualdades surgirían nuevamente de inmediato). Las confiscaciones y redistribuciones periódicas no incentivan a las personas a invertir y producir mucho en primer lugar. La riqueza de una persona no causa la pobreza de otra en una sociedad comercial. Sin embargo, la situación se vuelve un poco más complicada cuando el rico es un señor enpolvado con peluca que se enriquece cada vez más a costa de los impuestos de los campesinos.
Un argumento vinculado a aquel culpa al capital global, sugiriendo que nuestros elevados estándares de vida se sostienen a expensas del bajo nivel de vida de los agricultores y trabajadores de las fábricas en países pobres. A veces, en las redes sociales, podemos encontrar explicaciones sobre cómo una pequeña fracción del precio de una tableta de chocolate se destina a los agricultores de cacao, o afirmaciones de que adquirimos productos textiles baratos porque son fabricados por personas en otras partes del mundo en condiciones laborales horribles (según los estándares occidentales). Sin embargo, hay explicaciones alternativas más precisas. En primer lugar, el ejemplo del chocolate ilustra cuán poco del valor añadido a una tableta de chocolate proviene del cultivo del cacao, en comparación con el transporte, la transformación, la comercialización y otros aspectos del proceso. En segundo lugar, las malas condiciones en los «talleres clandestinos» se deben a la baja productividad de los trabajadores combinada con sus limitadas opciones laborales. Como ha argumentado Paul Heyne, resulta extraño (y moralmente cuestionable) sugerir que estamos obligados a abstenernos de ofrecerles alternativas ligeramente mejores.
Mas arriba escribí que (algunas) personas no tienen mucho porque no producen mucho. Eso no se trata de una deficiencia innata. Se debe a los incentivos a los que se enfrentan en las sociedades en las que viven. El hecho de aumentar la productividad de las personas es un objetivo loable, aunque tiene una historia tumultuosa. Los verdaderos beneficios se logran cuando las personas se trasladan a países donde su trabajo es más valioso, es decir a países de ingresos altos como los Estados Unidos. El problema es que los occidentales adinerados no les permitimos venir. Los condenamos a una vida de baja productividad y a la pobreza que ello conlleva, erigiendo muros y adoptando políticas de «No se admiten extranjeros«. ¿Y qué obtenemos a cambio? Nos empobrecemos a nosotros mismos en el proceso. Nos empobrecemos al impedir que los mercados funcionen adecuadamente, lo que a su vez mantiene a otros en la pobreza.
A finales de 2020, expresé mi deseo de revertir el socialismo fronterizo. Estas políticas son una de las principales razones por las cuales las personas de países de bajos ingresos continúan “gozando” de bajos niveles de ingresos. Si les permitiéramos trasladarse a los Estados Unidos, podrían seguir siendo pobres según los estándares estadounidenses, pero alcanzarían la riqueza según los estándares globales.
También hay otra consideración interesante. Adam Smith escribió celebremente que la división del trabajo se encuentra limitada por el tamaño del mercado. Las restricciones a la inmigración y al comercio deliberadamente limitan la expansión del mercado. Mercados más pequeños conducen a una menor especialización y una división del trabajo menos refinada, lo que significa que, en términos generales, estamos peor. Es posible que algunas personas se beneficien de estas políticas (y por eso las apoyan), pero sus ganancias netas son superadas por las pérdidas netas del resto.
Esto es especialmente cierto en el largo plazo. Mercados más grandes conducen a una división más refinada del trabajo y del conocimiento. En su ensayo «El uso del conocimiento en la sociedad«, F.A. Hayek cita a Alfred North Whitehead, quien afirmó que «la civilización avanza al ampliar el número de operaciones importantes que podemos realizar sin pensar en ellas». Gracias a esta división del conocimiento, puedo escribir artículos como estos en una máquina que no podría diseñar yo mismo, utilizando un software que no podría programar, y no tengo que preocuparme por ninguna de estas cosas. Una amplia división social del conocimiento significa que puedo concentrarme en la composición.
En las narrativas de tendencia izquierdista, se sostiene que los occidentales ricos han alcanzado su riqueza a expensas de la explotación de los pobres en otras partes del mundo. Si bien compartimos una parte significativa de la responsabilidad en la pobreza global, esta no se debe al saqueo o explotación. Más bien, somos culpables debido a políticas como las restricciones a la inmigración, que activamente y por la fuerza impiden que personas de todo el mundo mejoren sus condiciones de vida al trasladarse a lugares donde su trabajo sería más productivo.
Bryan Caplan expone este punto en su conferencia de 2019 “Poverty: Who to Blame” («Pobreza: A quién culpar») en el Institute of Economic Affairs.
Traducido por Gabriel Gasave
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