Una salida desaprovechada para la política de estadounidense respecto de Venezuela

Las sanciones estadounidenses continúan mostrando poco éxito, entonces, ¿por qué seguimos recurriendo a ellas?
15 de mayo, 2024

Los gobiernos a menudo trabajan en contra de sus propios intereses, una manera sutil de decir que en ocasiones se ponen obstáculos a sí mismos. Este es el caso de la reimposición por parte del gobierno estadounidense de sanciones económicas a la industria petrolera venezolana.

Después de que el presidente venezolano, Nicolás Maduro, llegara a un acuerdo con la oposición política para trabajar en aras de unas elecciones libres y justas, la administración Biden se comprometió a suspender las sanciones sobre el petróleo, el principal producto de exportación del país, del cual Estados Unidos había sido el mayor cliente extranjero.

Aunque las políticas económicas socialistas y la represión política del gobierno venezolano han sido la causa principal del colapso masivo de su economía, las sanciones impuestas por Estados Unidos a la industria petrolera venezolana restringieron la inversión estadounidense en esa industria, eliminaron una fuente de ingresos en divisas fuertes de las exportaciones de petróleo utilizadas para comprar alimentos y medicinas en el extranjero, y obstaculizaron la refinanciación de la deuda venezolana. A pesar de que muchos venezolanos están descontentos con las políticas económicas y políticas restrictivas y fallidas de su propio gobierno, las sanciones económicas impuestas por Estados Unidos para oponerse a estas medidas, particularmente endurecidas durante la administración Trump, han afectado negativamente a la población venezolana promedio y han sido también impopulares.

En varios casos, la presión económica coercitiva externa, al igual que la presión militar externa, puede provocar un efecto político de «unión en torno a la bandera», lo que beneficia incluso a regímenes impopulares como el de Maduro. Además, las sanciones reimpuestas por Estados Unidos a las exportaciones de petróleo no detendrán completamente las exportaciones de petróleo de Venezuela, sino que simplemente aumentarán los costos de exportación y reducirán los ingresos del país.

Y lo que es más importante, las sanciones petroleras impuestas por Estados Unidos, al golpear aún más la economía venezolana, han exacerbado la enorme migración de venezolanos hacia países vecinos y hacia Estados Unidos. Esta fuga de talentos ha provocado que Venezuela pierda hasta una cuarta parte de su población, con cientos de miles de personas llegando a la frontera sur estadounidense, lo que agrava aún más la crisis fronteriza preexistente. Además de utilizar medios económicos que suelen ser ineficaces para alcanzar ambiciosos objetivos políticos, como un cambio de régimen o sistema, como en este caso, la búsqueda de elecciones libres y justas en un país extranjero lejano, intentar ejercer aún más presión sobre la ya gravemente herida economía venezolana solo ha contribuido a crear más caos en la frontera estadounidense.

En lugar de reimponer el embargo petrolero cuando Maduro, como era de esperar, comenzó a socavar el acuerdo hacia unas elecciones libres y justas, Estados Unidos podría haber optado por convivir pacíficamente con el gobierno de Maduro. Si hubiera adoptado la misma postura hacia el gobierno socialista de Fidel Castro en Cuba cuando llegó al poder en 1959, podría haber permitido que ese gobierno enfrentara críticas populares por sus políticas económicas, en lugar de poder culpar a los intentos económicos, militares y paramilitares del imperialismo gringo para derrocar al régimen. Tales políticas coercitivas fallidas llevaron al fracaso de la Bahía de Cochinos, a la Crisis de los Misiles de Cuba y permitieron al régimen comunista usar la amenaza del Coloso del Norte para consolidar su poder durante décadas.

Sin embargo, sin aprender de los fracasos de la política coercitiva hacia Cuba, Estados Unidos ha continuado con las mismas políticas agresivas hacia Venezuela durante mucho tiempo, incluyendo sanciones económicas y un intento de golpe de Estado durante la administración Trump, con la esperanza de obtener algún resultado positivo. Ahora, la administración Biden ha optado por no desviarse de esas políticas desastrosas. Podría haberlo hecho rechazando la reimposición de las sanciones petroleras, es decir, permitiendo que estas siguieran suspendidas, lo que podría haber contribuido a reducir el precio de la gasolina para los consumidores estadounidenses y aliviar el caos en la frontera. Sin embargo, al reimponer las sanciones estadounidenses y ante la probabilidad de la reelección de Maduro, la situación podría empujar a más venezolanos desesperados hacia la frontera durante un año electoral estadounidense.

Todo esto ha ocurrido en paralelo con el fracaso total de las múltiples rondas de sanciones estadounidenses tendientes a lograr un cambio significativo en la guerra de Rusia en Ucrania. Las sanciones han permitido a los responsables políticos parecer duros, pero no han detenido los avances rusos.

El gobierno estadounidense aún no ha aprendido la lección repetida: los intentos de asfixia económica rara vez logran los cambios políticos deseados, que suelen ser significativos, en el país objetivo. La realidad es que los países tienen un número limitado de formas de expresar su desaprobación hacia las acciones, políticas económicas o sistemas políticos de otro país. Un reproche diplomático puede parecer demasiado débil, mientras que una acción encubierta o una operación militar pueden parecer demasiado extremas. Por lo tanto, la alternativa por defecto parece ser tomar el camino intermedio: mostrar la disposición a sacrificar las relaciones económicas mutuamente beneficiosas para señalar la desaprobación de la política del país objetivo.

Al igual que la Cuba comunista, la Venezuela socialista no representa una gran amenaza para la seguridad nacional de Estados Unidos. El gobierno estadounidense debe aprender a coexistir con países extranjeros que tengan sistemas de gobierno no democráticos o económicamente ineficientes. Experimentaríamos menos efectos adversos «boomerang» de la intervención de Estados Unidos en los asuntos internos de otros países si, en cambio, dedicáramos más tiempo a preservar nuestra propia democracia en casa.

Traducido por Gabriel Gasave

  • es Asociado Senior en el Independent Institute y Director del Centro Para la Paz y la Libertad del Instituto.

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