La deuda nacional supera los 34 billones de dólares. Ha llegado el momento de decir la verdad sobre las finanzas del gobierno de EE.UU.
Si alguien que vivió en Estados Unidos durante las décadas inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial hubiera predicho el desastre financiero autoinfligido en el que se encuentra actualmente el gobierno estadounidense, nadie habría tomado esa predicción en serio.
Hasta mediados de la década de 1970, durante la mayor parte de la historia estadounidense, el gasto y los ingresos federales anuales estaban más o menos equilibrados, con excepción de los períodos de guerra. Contrasta eso con el déficit federal en el año fiscal 2023, que superó los 1,7 billones de dólares, una cifra mayor que la economía total de México (la 12ª más grande del mundo). Además, volvió a superar el billón de dólares en los primeros ocho meses del año fiscal actual y, según la última proyección de la Oficina de Presupuesto del Congreso (CBO) publicada el 18 de junio, se espera que alcance cerca de los 2 billones de dólares para finales del año fiscal 2024.
Esto ha provocado un masivo incremento de la deuda federal, que ahora alcanza los 34 billones de dólares, aproximadamente 6 billones más que el Producto Bruto Interno (PBI) de Estados Unidos, es decir, el valor de todos los bienes y servicios producidos por los 330 millones de residentes estadounidenses en un año. Si se incluyen las obligaciones de la Seguridad Social y el Medicare, la deuda total es varias veces superior al PBI.
Las consecuencias son preocupantes. Los políticos suelen usar eufemismos para describir sus acciones. Por ejemplo, al gasto público ahora se le llama «inversión» en la jerga actual. Sin embargo, este gasto público desplaza la verdadera inversión, lo que explica por qué la inversión privada, que equivale al 4,8% del PBI, es un 30% menor que en el año 2000.
Al mismo tiempo, el poder adquisitivo del dólar estadounidense, que refleja tanto las finanzas del gobierno federal como la impresión de dinero por parte de la Reserva Federal, también ha disminuido en más del 50% desde 2000.
Como resultado de esta gestión económica deficiente, el gobierno estadounidense pagará cerca de 900.000 millones de dólares este año solo en intereses de la deuda nacional. Según las proyecciones de la Oficina de Presupuesto del Congreso, bajo un escenario ideal sin grandes guerras, recesiones ni crisis financieras, el servicio de la deuda aumentará constantemente hasta alcanzar aproximadamente los 5,3 billones de dólares en 2054. Durante la Segunda Guerra Mundial, ya era difícil sostener una deuda que representaba el 106% del PBI, cuando la tasa de ahorro del país era del 24%. Sin embargo, mantener un nivel de endeudamiento mucho mayor con la actual tasa de ahorro del 3% desafía toda lógica.
Esta catástrofe se ha gestado durante mucho tiempo. En 1993, por ejemplo, el déficit anual representaba el 3,8% del PBI y la deuda, que parecía astronómicamente alta con «sólo» 4,4 billones de dólares, era minúscula según los estándares actuales.
La tendencia se remonta aún más atrás. El crecimiento del gobierno estadounidense en tiempos modernos es la historia de Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial. El presidente Dwight Eisenhower parece haber sido la última figura de la era posterior a la Segunda Guerra Mundial que comprendió que el Estado del bienestar, el estado de guerra y los recortes fiscales que no van acompañados de reducciones significativas del gasto son incompatibles con un gobierno fiscalmente responsable, o al menos con un gobierno de tamaño razonable. Su predecesor, Harry Truman, quien había financiado el esfuerzo de guerra en Corea, dejó a Eisenhower un nivel de gasto federal equivalente al 18,5% del PBI. Desde entonces hasta ahora, ambos partidos, con escasas excepciones, han aumentado de manera exponencial los presupuestos de defensa y otros gastos nacionales.
Lyndon Johnson aumentó el gasto al 19,6% del PBI; Richard Nixon y Gerald Ford lo llevaron al 21,5%; Jimmy Carter lo elevó al 21,8%; George W. Bush lo situó en el 21,9%; Barack Obama lo incrementó al 24,9% antes de reducirlo nuevamente al 21,9%; durante la pandemia de COVID-19, Donald Trump lo elevó al 31,3%, y Joe Biden lo llevó al 31,7%, aunque actualmente ha descendido al 22%.
Entre 1950 y 1970, la deuda total, que incluye la pública, la de los hogares, la de las empresas y la financiera, se mantuvo estable en torno al 150% del PBI. Sin embargo, después de que Nixon eliminara lo que quedaba del patrón oro en 1971, la deuda total se disparó. Desde entonces, ha crecido casi un 5.600%, superando más del doble de la tasa de crecimiento económico de Estados Unidos.
Hubo un tiempo, incluso en medio de la Guerra Fría, en el cual los líderes gubernamentales, a pesar de sus responsabilidades internacionales y del costoso legado del New Deal y la Gran Sociedad que nadie se atrevía a revertir, entendían la importancia de la disciplina fiscal y de limitar el crecimiento del gobierno.
Entre 1947 y 1966, el presupuesto estuvo equilibrado durante 12 años, con un déficit promedio insignificante del 0,07% en el resto del tiempo. Esto contrasta con los 12 años de los presidentes Ronald Reagan y George H. W. Bush, quienes, enfrentando un Congreso en su mayoría hostil o parcialmente hostil, promediaron un déficit del 4%. Esto se debió a aumentos en el gasto en defensa, la relajación de las restricciones internas heredadas de los años de «pan y mantequilla» de Johnson, y un cambio radical en las políticas económicas respecto a los principios defendidos previamente por las presidencias Nixon-Ford. Además, se implementaron recortes fiscales sin financiamiento, influenciados por la idea de Arthur Laffer de que los recortes fiscales se pagarían por sí mismos. Esta época marcó el fin de la disciplina de Eisenhower, quien insistía en recortar el gasto antes que los impuestos.
El nuevo milenio distorsionó aún más las cosas, con un déficit anual promedio del 5% entre 2002 y 2023 a lo largo de las dos décadas, un 20% más que el crecimiento económico nominal, que promedió el 4,2%. El presidente Obama, bajo cuyo mandato el déficit duplicó las previsiones originales de la Oficina de Presupuesto del Congreso, inició la juerga del gasto, y los presidentes Trump y Biden la llevaron a nuevos niveles.
Ahora todo se reduce a esto: a menos que una nueva generación de líderes tenga el coraje de recortar áreas «intocables» como los presupuestos de defensa, educación, justicia y seguridad nacional, y de privatizar el programa de Seguridad Social (como sabiamente han hecho más de 40 países), tarde o temprano la actual trayectoria de las finanzas federales llevará a un destino sumamente desagradable. Si piensas que las cosas están mal ahora, solo espera.
Nota del traductor: En el contexto estadounidense, es importante aclarar que «billones» en español equivale a «trillones» en inglés.
Traducido por Gabriel Gasave
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