Cómo Joseph Stiglitz intentó legitimar a la dictadura de Venezuela

12 de agosto, 2024

El premio Nobel de Economía Joseph E. Stiglitz tiene como misión difamar a los economistas partidarios del libre mercado como progenitores del «fascismo». Luego de hacer esta insinuación por primera vez en su reciente libro The Road to Freedom, Stiglitz se ha vuelto aún más descarado al acusar a los «neoliberales» de estar llevando al mundo hacia una dictadura. En una reciente entrevista, Stiglitz sostiene:

Hoy es evidente que los mercados libres y sin restricciones propugnados por Hayek y Friedman y tantos otros de la derecha nos han encaminado hacia el fascismo, hacia una versión del autoritarismo del siglo XXI que ha empeorado aún más con los avances científicos y tecnológicos, un autoritarismo orwelliano en el que la vigilancia está a la orden del día y la verdad ha sido sacrificada en favor del poder.

En 2007, Stiglitz viajó a Caracas y elogió extensamente al líder marxista venezolano Hugo Chávez, a quien atribuyó el mérito de aliviar la pobreza y reformar la economía. No obstante, el régimen de Chávez inició un colapso económico en Venezuela que continúa hasta la fecha.

El sucesor de Chávez, elegido a dedo, Nicolás Maduro, se niega a abandonar su cargo a pesar de haber perdido la reelección por un amplio margen el mes pasado. Maduro manipuló los resultados electorales para autoproclamarse ganador y ahora está llevando a cabo una brutal campaña de represión militar y arrestos en un intento desesperado por mantenerse en el poder.

Aunque Stiglitz ha adoptado una postura más cauta respecto a Maduro en los últimos años, su aprecio por el régimen de Chávez no dejó lugar a dudas. Poco después de reunirse con el dictador venezolano, Stiglitz se convirtió en un firme defensor mediático del «Banco del Sur», una iniciativa impulsada por Chávez. Este banco fue creado con el propósito de persuadir a otros países latinoamericanos para que se desvinculen del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial.

Los discursos de Chávez sobre su plan son escalofriantemente similares a los argumentos presentados por Stiglitz en su nuevo libro. Ambos despotrican contra un «orden económico dominado por el neoliberalismo» y presentan el Banco del Sur como una «alternativa» al capitalismo de libre mercado. Fusionando una agenda política abiertamente socialista con la financiación del desarrollo económico, se comprometió a respaldar el proyecto utilizando la inmensa riqueza petrolera de Venezuela.

Con anterioridad, Stiglitz se había desempeñado como vicepresidente senior y economista jefe del Banco Mundial. Al respaldar públicamente al competidor del Banco Mundial pergeñado por Chávez, Stiglitz le otorgó credibilidad ante los gobiernos extranjeros y los medios de comunicación internacionales. En su lanzamiento a finales de 2007, quedó claro que Chávez pretendía utilizar el «banco» para apuntalar a otros gobiernos regionales de izquierda. Chávez reclutó a sus homólogos Lula da Silva, de Brasil, Néstor Kirchner, de Argentina, y Evo Morales, de Bolivia, y presentó al banco como una herramienta para iniciar el socialismo en todo el continente.

En la práctica, el plan respaldado por Stiglitz no sirvió para nada. La economía venezolana pronto se desplomó bajo el peso de las políticas de Chávez, incluido su sector petrolero estatal. Tras más de una década de retrasos, el Banco del Sur aún no ha concedido ninguno de los préstamos para el desarrollo prometidos y parece haber quedado inactivo. Los medios de comunicación venezolanos, controlados por el Estado, continúan presentándolo como un «logro» de la economía chavista. Sin embargo, en la práctica, se ha convertido en poco más que una entidad ficticia y corrupta, utilizada para beneficiar a los aliados del régimen marxista.

Al momento de redactar estas líneas, Stiglitz guarda silencio sobre la crisis humanitaria en Venezuela. No menciona su propio papel en la promoción de los planes económicos de Chávez ni sus visitas a Caracas para asesorar al predecesor y mentor personal de Nicolás Maduro. En lugar de proyectar su complicidad con los regímenes autoritarios sobre Friedman y Hayek, Stiglitz haría bien en mirarse al espejo.

Traducido por Gabriel Gasave

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