Reconsiderando a Reagan: Ganó la guerra fría, pero perdió la guerra contra el gran gobierno
La película biográfica de Sean McNamara sobre el expresidente Ronald Reagan, que actualmente se exhibe en cines de todo el país, ofrece una oportunidad valiosa para reflexionar sobre algunos principios esenciales que se han perdido en el mundo actual, marcado por el enfrentamiento entre el izquierdista movimiento ‘woke’ y el nacionalismo de derechas, dos formas de intervencionismo colectivista. Redescubrir estos principios beneficiaría al Partido Republicano, y beneficiaría al país si lo hiciera.
La película es unidimensional, más impresionista que reflexiva, y habría sido más efectiva si se hubiera enfocado en momentos definitorios, en lugar de recorrer décadas de material personal e histórico. Sin embargo, es sorprendentemente oportuna.
Los rasgos de la personalidad de Reagan están en gran medida ausentes en el panorama político actual: la caballerosidad a la antigua usanza, la bonhomía, el humor, la capacidad de inspirar mediante el idealismo en lugar del odio, el atractivo que trasciende las divisiones partidarias y la tendencia a definir al enemigo a través de anécdotas, imágenes e ideas, en lugar de insultos y epítetos.
Igualmente importante, si no más, era la devoción de Reagan por los principios. Esta no surgía de su intelecto, sino de su intuición, que, al igual que su habilidad para comunicarse, era sumamente efectiva. Sus convicciones se pueden resumir en dos ideas fundamentales: que el comunismo era malo y que el gobierno debía ser limitado.
Y aquí radica la contradicción de la presidencia de Reagan. Aunque hay una coherencia lógica entre estos dos objetivos, resultaron ser incompatibles; la administración sacrificó uno en favor del otro. La fragilidad del sistema soviético fue la causa última de su colapso, pero la presión de la administración Reagan aceleró el proceso. Sin embargo, al hacerlo, el esfuerzo de Reagan por reducir el tamaño del gobierno fue perdiendo gradualmente impulso y, finalmente, quedó anulado.
Dos factores contribuyeron a ello. En primer lugar, el hecho de que Reagan tuviera que enfrentarse a un Congreso dividido en el que la idea de deshacer el legado de gran gobierno del New Deal del presidente Franklin Roosevelt (al que, irónicamente, el propio Reagan había adherido en el pasado) y de la Gran Sociedad del presidente Lyndon Johnson gozaba de un apoyo mínimo. En segundo lugar, una corriente de pensamiento conocida como “Lafferismo” (por Arthur Laffer) ganó adeptos en la administración y el Partido Republicano, según la cual impuestos más bajos desencadenarían un torrente económico que produciría tantos ingresos fiscales nuevos que los déficits públicos pasarían a ser cosa del pasado, reduciendo al mismo tiempo la deuda federal.
Mientras que los ingresos fiscales aumentaron significativamente durante los años de mandato de Reagan, pasando de aproximadamente 618.000 millones de dólares en el año fiscal 1982 a 991.000 millones en el año fiscal 1989, el gasto público también se disparó. Como resultado, el déficit y la deuda nacional se triplicaron (pasando de 995.000 millones de dólares a 2,9 billones). Cuando el Gipper dejó la presidencia, la proporción del gasto federal respecto al PBI no era muy diferente de la que había sido bajo Jimmy Carter, quien, a su vez, no logró frenar el despilfarro de los años de Richard Nixon y Gerald Ford
Una parte significativa del aumento del gasto estuvo relacionada con el objetivo principal de fortalecer las capacidades de defensa estadounidenses. El incremento del gasto militar, que pasó de casi 400.000 millones de dólares a 530.000 millones, contribuyó a un déficit que promedió el 4% del PBI durante los 12 años de la administración de Reagan y su vicepresidente y sucesor, George H. W. Bush.
En el frente interno, hubo logros, incluidos algunos años de crecimiento económico una vez superada la recesión de la primera parte de la presidencia de Reagan. Parte de ello se desencadenó, sin duda, por la baja de impuestos, pero, como sostienen algunos críticos, otra parte tuvo que ver con el gasto deficitario del gobierno, con su efecto engañoso y temporal, y la laxa política monetaria del presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan.
No obstante, algunos de los años de Reagan fueron sin duda económicamente exitosos. Pero la reducción del tamaño del gobierno, uno de los principales objetivos al principio de la presidencia de Reagan, no formó parte del legado del Gipper.
La fuerza de los principios y el poder de las ideas pueden ser tan efectivos en política que pueden sobrevivir a la incapacidad de sus defensores para estar a la altura de ellos y seguir manteniendo su relevancia. Ese fue el caso de las ideas promovidas por algunos de los Padres Fundadores esclavistas, quienes legaron a las generaciones futuras herramientas para combatir ese y otros males
En el caso de Ronald Reagan, el incumplimiento e incluso el abandono del objetivo declarado de reducir el tamaño del gobierno no afectaron el impacto inspirador de su defensa implacable de la libertad individual frente a la intervención gubernamental, que resonó en la nación y en millones de personas en todo el mundo.
Por eso, paradójicamente, algunas de las estadísticas aleccionadoras de su legado nacional no han disminuido su prestigio como símbolo del gobierno limitado.
Traducido por Gabriel Gasave
Nota del traductor: Todas las cifras expresadas como miles de millones y billones en este artículo corresponden a billones y trillones, respectivamente, en el original en inglés.