El cambio de hora sigue siendo una pesadilla
Este año el horario de verano finaliza a las 2 de la madrugada, hora local, del domingo 3 de noviembre, tras haber estado en vigor durante casi ocho meses. El horario normal se restablecerá en la mayor parte de Estados Unidos durante los próximos cuatro meses, para retornar al horario de verano o DST por su sigla en inglés el 10 de marzo del año que próximo.
“Adelantar” y “atrasar” la hora cada año no es sólo una de las muchas irritaciones de la vida moderna. Los estudios demuestran que el reajuste obligatorio del reloj también reduce la productividad laboral, al menos temporalmente, y puede ser perjudicial para la salud, llegando incluso a ser mortal. Los efectos negativos parecen intensificarse con la edad, lo que resulta alarmante considerando que nuestra población está envejeciendo cada vez más.
Se ha dicho que Benjamín Franklin ideó el horario de verano para ahorrar en velas al final de la jornada laboral, pero en realidad estaba bromeando. Reducir el uso de velas en las tardes de verano significa que se necesitarían más en las horas más oscuras de las mañanas en los inicios del verano.
De igual manera, cualquier justificación del horario de verano que intente contar con el respaldo de agricultores y ganaderos (como si los pollos, las vacas y otros animales tuvieran reloj) es históricamente errónea. Muchos se oponían a esta medida porque alteraba los horarios de los trabajadores del campo.
Las explicaciones más comunes se enfocan en el supuesto ahorro de energía durante el verano. Si el sol brilla cuando la mayoría de las personas regresan a casa del trabajo, se requerirá menos iluminación artificial y, por ende, se consumirá menos electricidad.
Ese argumento cobró fuerza durante las “crisis del petróleo” de los años setenta, cuando los precios mundiales de los combustibles se dispararon debido a los embargos a las exportaciones de crudo de Oriente Medio. La práctica del horario de verano podía tener sentido antes de la adopción generalizada del aire acondicionado en el Cinturón del Sol, que incluye los estados al sur de los paralelos 37 o 38. Sin embargo, hoy en día, el ahorro energético que se obtiene con el horario de verano es muy cuestionable.
La duración de los días a lo largo del año no se ve afectada por los cambios en la hora de los relojes. La cantidad de luz solar que recibe cualquier lugar del mundo depende principalmente de la latitud (la distancia en arco desde el ecuador, donde los días y las noches siempre duran 12 horas) y de la estación (los polos de la Tierra se inclinan hacia y alejándose del Sol mientras nuestro planeta sigue su órbita elíptica alrededor de él durante 365 días).
El hemisferio norte comienza a alejarse del Sol en el solsticio de Verano (alrededor del 21 de junio). A partir de ese momento, los días se van acortando hasta llegar al invierno, el 21 de diciembre, cuando comienzan a alargarse nuevamente. Y así el ciclo continúa .
El horario de verano no genera ahorros. Su implementación obliga a la mayoría de los estadounidenses (exceptuando a quienes viven en Hawái, los territorios periféricos de EE. UU. y la mayor parte de Arizona) a perder una hora de sueño en primavera, y solo la recuperan cuando se restablece la hora estándar en otoño.
Dependiendo de la hora a la que te levantes y te dirijas al trabajo o a la escuela, es de noche por la mañana a finales del otoño y principios del invierno en el hemisferio norte, independientemente del horario en vigor. Los días son, por lo tanto, más cortos; los relojes no pueden alterar la inclinación estacional de la Tierra respecto al Sol.
Sin embargo, dado que el horario de verano «desplaza» la luz solar hacia el final del día, las mañanas de los meses cercanos al solsticio de invierno serían aún más oscuras si se implementara la DTS de modo permanente (algo que algunos votantes y sus representantes parecen desear).
El horario de verano permanente genera objeciones entre los padres, quienes se muestran reacios a enviar a sus hijos a la escuela en las oscuras mañanas de principios del invierno. Además, este cambio de política contradice la Ley de Horario Uniforme de 1966, que permite a los estados mantener o restablecer el horario estándar durante todo el año, pero prohíbe la adopción de un horario de verano indefinido sin la aprobación del Congreso.
Las evidencias sobre las consecuencias negativas para la salud del horario de verano se han ido acumulando durante décadas. Los relojes biológicos pueden tardar hasta un mes en «reajustarse» después de un cambio en el régimen horario. Se ha observado un aumento significativo en los infartos de miocardio, los derrames cerebrales, los accidentes automovilísticos y las visitas a las salas de urgencias en los días posteriores a un cambio horario de una hora, ya sea hacia adelante o hacia atrás.
¿A quién beneficia realmente el horario de verano? Quizás a los comerciantes. Sin duda, a los propietarios de campos de golf, los constructores de piscinas y los fabricantes de briquetas de carbón y parrillas a gas. Sin embargo, esos beneficios conllevan un costo considerable para el resto de la población.
Es hora de poner fin a la locura de alterar los relojes. Establecer de forma permanente la hora estándar sería la solución.
Traducido por Gabriel Gasave
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