¿Concebidos en libertad o concebidos en pecado? Explotación y prosperidad moderna
Henry Hazlitt, autor de La Economía en una Lección, afirmaba que las buenas ideas deben ser reaprendidas por cada nueva generación. Como suelo decirles a mis estudiantes de historia económica, estamos defendiendo los valores de la Ilustración: la vida, la libertad, la igualdad y la prosperidad que de ella se deriva. En contra de lo que a menudo se nos dice, nuestra prosperidad se debe a la libertad, no a la explotación. Un futuro próspero para todos depende de que el “plan liberal de igualdad, libertad y justicia” propuesto por Adam Smith se amplíe aún más. La gente necesita libertad, y, en la medida en que la ha tenido, ha logrado enriquecerse tanto a sí misma como a los demás.
La diferencia es difícil de apreciar. Nuestro mundo es muy diferente del de nuestros antepasados, y nuestras vidas son inconcebiblemente buenas en casi todos los sentidos. A veces utilizamos nuestra libertad y prosperidad para vivir como cerdos, es cierto, pero en general, hacemos un trabajo lo suficientemente bueno como para que el planeta sea capaz de sostener a ocho mil millones de personas, con un nivel de vida en constante mejora y con muchos más por venir.
Como Deirdre McCloskey y yo argumentamos en nuestro libro Leave Me Alone and I’ll Make You Rich: How the Bourgeois Deal Enriched the World, eso ocurrió porque aceptamos el Acuerdo Burgués: libertad y dignidad para los innovadores y emprendedores que quieren probar cosas nuevas. Empezamos a dejarles en paz (más o menos) e incluso a comenzamos a alentarlos (más o menos), y nos hicieron ricos: como estima el economista William Nordhaus, el 98% del valor de la innovación no ha sido absorbido por los innovadores, sino que ha beneficiado a los consumidores.
Al principio, las cosas eran terribles
Como escribió Thomas Hobbes, la vida en el estado de naturaleza era solitaria, pobre, desagradable, brutal y breve, a pesar de que nuestros antiguos antepasados contaban con más recursos naturales per cápita que nosotros y no tenían que lidiar con la contaminación, el cambio climático, la agricultura industrial y otros problemas de nuestra sociedad industrial moderna.
Consideremos esta edificante afirmación del Premio Nobel de Economía 1993, Douglass C. North en su libro de 2005 Para entender el proceso de cambio económico.
La historia económica es un relato deprimente de errores de cálculo que conducen al hambre, la inanición, la derrota bélica, el estancamiento y el declive económicos y, de hecho, a la desaparición de civilizaciones enteras.
Es una descripción bastante precisa de toda la historia. Sin embargo, ocurrió algo maravilloso: a partir de mediados del siglo XVIII, nuestra torpe especie comenzó un Gran Enriquecimiento que transformó profundamente nuestra forma de vivir.
En primer lugar, somos muchos más. El mundo pasó de no tener casi nadie a tener una población cercana a los ocho mil millones de habitantes (billones en inglés). Segundo, vivimos mucho más. En tercer lugar, tenemos un nivel de vida mucho más alto porque producimos muchas más cosas: muchos, muchos más productos terminados y servicios que nuestros antepasados, y sigue creciendo cada año. En cuarto lugar, las mejoras en casi todos los aspectos nos han brindado más oportunidades humanas para vivir una vida plena.
Ahora somos R.I.C.H.
Somos R.I.C.H.: Ricos, Interconectados, Civilizados y Sanos. ¿Qué significa esto?
En primer lugar, me refiero a aquellos que tienen la suerte de haber ganado la lotería geográfica e histórica, y se encuentran en países europeos o en sus derivados, como Estados Unidos y Canadá. Si estás leyendo esto, es muy probable que formes parte del 5% de las personas más ricas del mundo y del 1% de las personas más adineradas que han existido en la historia.
También estamos interconectados. La mayoría de nuestros antepasados pasaron toda su vida sin ver a nadie que no se pareciera, hablara o rezara como ellos, y cuando lo hacían, probablemente era porque estaban intentando matarse unos a otros bajo las órdenes de un jefe, un señor de la guerra o un noble. En la sociedad comercial moderna, tenemos acceso a lo mejor que cada civilización ha creado, y podemos disfrutarlo gracias a dispositivos que nos permiten mantener conversaciones continuas con amigos, familiares (¡y adversarios!) de todo el mundo.
Somos civilizados. Los registros que poseemos sugieren que muchos de nuestros antepasados no dejaron más que un conteo de cadáveres. Hoy en día, podemos resguardarnos de las inclemencias del tiempo. Las personas de hoy no se matan entre sí con la misma frecuencia que sus antepasados. Creamos y disfrutamos del arte, la literatura y la música. Reflexionamos sobre nuestra existencia y, como dijo Johannes Kepler, pensamos los pensamientos de Dios después de Él, ya sea en el laboratorio o mientras construimos modelos matemáticos.
También estamos sanos. Hoy en día, los principales causantes de muerte son las enfermedades relacionadas con la vejez y la opulencia, como el cáncer, y no los patógenos ni las guerras. Más personas mueren de cáncer simplemente porque más personas viven lo suficiente como para desarrollarlo. Con cada año que pasa, el desgarrador espectáculo de los padres que deben enterrar a sus propios hijos se convierte en una experiencia cada vez menos común en la vida humana.
¿Cuál fue el principal motor? Como Deirdre McCloskey y yo argumentamos, ocurrió porque adoptamos el Acuerdo Burgués en lugar del Acuerdo de Sangre Azul, el Acuerdo Burocrático, el Acuerdo Bolchevique o el Acuerdo Bismarckiano. Fue la libertad económica y la dignidad social para los empresarios y los innovadores, lo que McCloskey ha llamado ‘igualdad de permiso’. Les dejamos en paz y nos hicieron ricos.
No somos R.I.C.H. porque hicimos cosas S.I.C.K.
Un flujo constante de libros y artículos, quizá el más notable resumido en el Proyecto 1619 del New York Times, atribuye el crecimiento económico moderno a un legado S.I.C.K.: Esclavitud, Imperialismo, Colonialismo y Fraude. Una creciente literatura sobre la “Nueva Historia del Capitalismo” argumenta específicamente que el algodón cultivado por esclavos alimentó y financió la Revolución Industrial. Esto es lo que escribió Karl Marx en La miseria de la filosofía
La esclavitud directa es tanto el pivote de la industria burguesa como la maquinaria, los créditos, etc. Sin esclavitud no hay algodón; sin algodón no hay industria moderna. Es la esclavitud la que dio valor a las colonias; son las colonias las que crearon el comercio mundial, y es el comercio mundial la condición previa de la industria a gran escala.
Los datos del siglo XIX no apoyan la tesis de que la esclavitud fuera en modo alguno “necesaria” para la producción algodonera estadounidense, como puede verse en la Figura 1.
Figura 1. Producción algodonera estadounidense, 1790-1900
Fuente: Historical Statistics of the United States, Millennial Edition
Durante la Guerra de Secesión, se produjo un enorme descenso en la producción de algodón, ya que el Sur realmente dirigió sus armas hacia el interior, pensando que pondría al mundo de rodillas y atraería a Gran Bretaña y Francia a su causa, privando al mundo del algodón que tanto necesitaba. Resultó ser un grave error de cálculo. Lo que ocurrió fue que había muchos sustitutos para el algodón sureño producido por esclavos, como el algodón cultivado en Egipto, India y otros lugares. Gran Bretaña comenzó a importar algodón de otras fuentes, y el mercado resolvió el problema que los «Algodoneros Confederados del Rey» intentaron crear. La producción de algodón repuntó rápidamente después de la guerra y la emancipación, lo que sugiere que Marx se equivocó al afirmar que “sin esclavitud no hay algodón”. Aproximadamente cinco años después del fin de la guerra, la producción de algodón de Estados Unidos había vuelto a los niveles previos al conflicto.
La esclavitud, por supuesto, es una de las instituciones humanas más antiguas y extendidas. Si la esclavitud en sí misma pudiera haber causado un Gran Enriquecimiento, este habría ocurrido mucho antes, en algún otro lugar donde la esclavitud y el comercio de esclavos a larga distancia prosperaron, como ocurrió a través del desierto del Sahara y alrededor del Océano Índico. Además, si limitamos nuestra atención al comercio atlántico, el Gran Enriquecimiento habría tenido lugar en Portugal y Brasil, y no en Inglaterra y Estados Unidos, si la esclavitud por sí sola hubiera sido suficiente para generar la industrialización.
El imperialismo y el colonialismo también son explicaciones populares. Sin embargo, como ha señalado Niall Ferguson, el imperialismo fue lo menos original que hicieron los europeos después de 1492. Si la conquista fuera la causa de la industrialización, entonces, una vez más, habría ocurrido en otros lugares mucho antes de que realmente sucediera.
El fraude y la explotación son maldiciones, no bendiciones. El mundo, incluso el rico, es hoy más pobre debido a la esclavitud, no más rico. Estaríamos mejor si la esclavitud hubiera desaparecido y si los antiguos esclavos y sus descendientes se hubieran integrado en una economía de mercado libre. Habríamos ahorrado mucha sangre y riquezas si nuestros antepasados se hubieran enriquecido produciendo y comerciando, en lugar de saqueando y destruyendo.
Las personas resuelven los problemas en los mercados libres
¿Cómo se produjo el Gran Enriquecimiento? La gente se enriqueció porque adoptamos la innovación y liberamos lo que Julian Simon denominó El Último Recurso: la mente humana. Nos habríamos enriquecido aún más si hubiéramos liberado aún más mentes. El mercado es el ámbito social en el que los extraños cooperan para su beneficio mutuo, y cuando simplemente dejamos a las personas en paz, demuestran ser extraordinariamente hábiles para resolver problemas de maneras que los observadores externos jamás habrían imaginado. Esto se puede ver en sectores que muchos consideran «demasiado importantes para dejarlos en manos del mercado», como la alimentación, el agua, la sanidad, la educación y la vivienda.
Comida y agua. Pocas cosas son tan fundamentales como la comida y el agua: sin ellas, morirás. Seguramente habrás visto algún cartel en un jardín que enumera los principios de un catecismo ‘woke‘, y que incluye una frase como “el agua es vida”. Sin embargo, la pregunta relevante no es “¿deberíamos tener agua o no?”, sino “¿deberíamos tener un poco más de agua o un poco menos?”. Otra pregunta importante es: “¿qué deberíamos hacer con la siguiente unidad de agua?”. Podríamos beberla, bañarnos con ella o incluso meterla en un globo y lanzársela a un amigo. En cualquier caso, como no la producimos ni distribuimos según los precios del mercado, la desperdiciamos. El economista David Zetland tiene mucho más que decir al respecto: en la medida en que el mundo tiene un “problema de agua”, es porque el agua no es propiedad privada ni se comercializa en mercados libres.
Al no permitir que los precios regulen el mercado del agua, acabamos creando numerosos problemas. Convertimos a los vecinos en enemigos y, de facto, los transformamos en espías cuando imponemos normas como “las casas con numeración par pueden regar en estos días y las impares en otros”, en lugar de simplemente poner un precio al agua. Los precios proporcionan a las personas los incentivos correctos y transmiten la información necesaria para que tomen decisiones inteligentes. Existen muchas formas sencillas de lograr que la gente ahorre agua si tenemos los precios adecuados. Tal vez tomaríamos duchas más cortas, tendríamos menos batallas con bombitas de agua, o dejaríamos el tobogán acuático Slip-n-Slide guardado en el garaje. Hay muchas maneras en que las personas se adaptan.
La expresión «La comida es demasiado importante para dejarla en manos del mercado» se ha utilizado para justificar todo tipo de políticas, como los aranceles a los productos extranjeros y los subsidios agrícolas. En ambos casos, salimos perjudicados. Los aranceles impuestos en nombre de la “seguridad alimentaria” o de los “puestos de trabajo estadounidenses” nos afectan negativamente. Nos incentivan a malgastar recursos produciendo bienes en el país que podrían obtenerse a precios más bajos en el extranjero. Además, reducen la cantidad de lo que se está «protegiendo» que los estadounidenses pueden disfrutar. Es un trato injusto.
Consideren los subsidios agrícolas y los precios mínimos. Así como se obtiene muy poco de algo cuando se le aplica un tributo, se obtiene demasiado de algo cuando se lo subvenciona. Si los agricultores producen grandes cantidades de maíz y soja que no habrían producido sin una subvención del gobierno, están malgastando recursos. La mano de obra, el capital y otros recursos podrían destinarse a producir algo más valioso si no se desperdiciaran cultivando maíz y soja. “¿Demasiado importante para dejarlo en manos del mercado?” Difícilmente.
Probablemente también hayas oído que la vivienda es un derecho humano «demasiado importante para dejarlo en manos del mercado», porque los avariciosos propietarios, inversores y desarrolladores no construirán lo suficiente y cobrarán demasiado. La vivienda no es cara porque los propietarios y desarrolladores sean particularmente codiciosos. Es cara porque la construcción de nuevas viviendas en los lugares donde más se necesitan (como San Francisco, Boston y Nueva York) se encarece debido a la burocracia reguladora. Intentar resolverlo con el control de alquileres solo empeora la situación, creando escasez. En este caso, el problema no es que no hagamos lo suficiente para ayudar a los pobres, sino que tenemos muchas políticas que los perjudican activamente.
Atención médica. El argumento a favor de la intervención pública en el mercado de la asistencia sanitaria es un poco más plausible debido a que las enfermedades pueden transmitirse. Sin embargo, esto no significa que sea demasiado importante como para dejarlo fuera del mercado, y la pesadilla burocrática que es el sistema sanitario estadounidense es un resultado directo de no permitir que el mercado juegue un papel más importante. Las licencias profesionales encarecen enormemente la atención sanitaria, y los sistemas de pago por terceros, junto con capas y capas de regulación opaca, dificultan que las personas comparen los costos y beneficios de las distintas opciones de tratamiento. La gente rechaza la idea de flexibilizar los requisitos para obtener licencias, temiendo que esto reduzca la calidad de la atención profesional. No obstante, esta flexibilización aumentaría la cantidad total de atención, facilitando que las personas cubran los vacíos del mercado entre “los remedios caseros de la abuela y frotarse un poco de tierra” y la atención médica especializada de alta calidad.
Educación. Esta es una de mis favoritas. Se dice que la educación tiene supuestos beneficios indirectos, lo que, como dirían la mayoría de los economistas, puede justificar las subvenciones públicas a la educación, pero no justifica que el gobierno sea el encargado de proveerla. Y eso, por supuesto, sin mencionar quién tiene la autoridad para definir qué es “educación”. Me sorprende la audacia de quienes afirman que los padres no pueden opinar razonablemente sobre lo que se enseña o cómo se educa a los estudiantes. Me parece antidemocrático.
Dejemos a la gente en paz y nos hará ricos
La gente es increíblemente ingeniosa y probablemente pueda encontrar maneras de conseguir comida, agua, vivienda, atención sanitaria, educación y todo tipo de bienes y servicios sin necesidad de un control centralizado. Uno de los problemas, claro, es que no sabemos exactamente cómo se adaptará la gente a sus nuevos incentivos, pero tenemos buenas razones para creer que lo hará, siempre y cuando adoptemos lo que podría llamarse el Acuerdo Burgués.
Esto, por supuesto, plantea una pregunta difícil. Si el “Acuerdo Burgués” es tan bueno, ¿por qué no es más popular? ¿Por qué no hay más gente que se tome la molestia de aprender un par de cosas sobre economía? Para ello, quiero recurrir a mi economista favorito, Thomas Sowell.
Cuando creciera, quería ser como Thomas Sowell. Además de ser, en mi opinión, el más claro comunicador de ideas económicas del planeta es un auténtico experto en Karl Marx y en el legado intelectual de Marx. O más bien, como dice Sowell, su legado anti-intelectual. En su libro Marxismo: Filosofía y Economía, Sowell escribe,
Gran parte del legado intelectual de Marx es, en realidad, un legado anti-intelectual. Se ha dicho que no se puede refutar una burla. El marxismo ha enseñado a muchos, tanto dentro como fuera de sus filas, a ridiculizar el capitalismo, ignorar los hechos incómodos o descalificar las interpretaciones contrarias, y, por lo tanto, a deslegitimar el propio proceso intelectual.
Eso es, lamentablemente, lo que aún enfrentamos hoy en día. Afortunadamente, hay quienes siguen sonriendo en lugar de burlarse del propio proceso intelectual. Esos lugares son los que realmente nos están enriqueciendo, y me dan muchas esperanzas para el futuro.
Traducido por Gabriel Gasave
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