El hombre que acaba de ser elegido presidente de Estados Unidos tiene instintos contradictorios: quiere quitarle al gobierno el control sobre la gente, y quiere que el gobierno desempeñe un papel gigantesco en todo. Quiere reducir los impuestos e incrementar el gasto; quiere menos guerras y unas fuerzas armadas imperiales; quiere eliminar los obstáculos a la prosperidad; y quiere utilizar el dinero de los impuestos y la Reserva Federal para aumentar los ingresos de la gente, redistribuyendo de hecho el dinero, alimentando la inflación y acumulando la deuda.
Resolver o no estas grandes contradicciones determinará el éxito o el fracaso de la próxima presidencia y si este país vuelve a una senda económica sensata. Estados Unidos se ha acostumbrado a déficits presupuestarios que ascienden al 6-7 por ciento del PBI, una deuda nacional del 120 por ciento del PBI, intereses anuales sobre esa deuda de casi un billón de dólares y una productividad muy baja a pesar de los avances tecnológicos. La baja productividad es el resultado de unos niveles modestos de inversión privada neta en términos reales (apenas el 5% del PBI) debido a las asfixiantes cantidades de reglamentaciones e impuestos, y a un entorno anti empresarial que empeora con cada nueva moda progresista. La única forma de comenzar a enmendar todo esto es que Trump resuelva sus instintos contradictorios y retorne a la filosofía de gobierno pequeño que una vez dominó al Partido Republicano (incluso si a menudo no estuvo a la altura de sus principios).
Durante la campaña, Trump anunció que prorrogaría varias disposiciones de la Ley de Empleos y Reducción de Impuestos de 2017 (TCJA es su sigla en inglés) después de que expiren el próximo año y eximiría a más de 20 millones de personas (militares y policías, además de veteranos y bomberos) del impuesto sobre la renta, por no mencionar su prometida exención a las propinas, las prestaciones de la Seguridad Social y las horas extras. De ser así, el erario fiscal sufriría, según algunos cálculos, un golpe de 11,5 billones de dólares en la próxima década.
Si Trump y el Congreso realmente quisieran compensar la pérdida de ingresos y el déficit fiscal mediante drásticos recortes al gasto, sería una excelente noticia, salvo por el pequeño detalle de que millones de contribuyentes considerarían injusto que muchos de sus compatriotas estuvieran exentos de impuestos mientras ellos continúan enviando cheques al Tío Sam.
Resulta, sin embargo, que aunque Trump ha dado a Elon Musk y Vivek Ramaswamy directrices para sugerir cómo recortar el despilfarro gubernamental, Trump también ha jurado no tocar las vacas sagradas que constituyen la gran mayoría del presupuesto federal, incluyendo la Seguridad Social, el Medicare, la seguridad nacional, las pensiones y los programas de veteranos, por no mencionar, por supuesto, los intereses que el gobierno está obligado a pagar por las montañas de deuda que los gobiernos anteriores, incluyendo su anterior administración, acumularon.
¿Quién va a financiar el enorme déficit? Trump no puede hacerlo a la antigua usanza -es decir, emitiendo bonos y vendiéndolos en el mercado- porque, dado el estado de las finanzas del Gobierno, las tasas de interés se dispararían (¡y él ha prometido bajarlas drásticamente!). Otra forma sería subir los impuestos a los estadounidenses que no disfrutarán de las exenciones que acabamos de mencionar (algo que ha prometido no hacer nunca). ¿Será capaz de cerrar la brecha con los aranceles que ha prometido imponer a China (60%) y a todas las demás importaciones (20%)? Ni por asomo, por no mencionar que esos aranceles se convertirán de hecho en un impuesto para los consumidores dado que, como suele ocurrir, el alto costo de las importaciones se trasladaría finalmente a ellos.
¿Qué nos queda entonces? La impresión de dinero, por supuesto. Los instintos contradictorios del presidente entrante, a menos que se resuelvan de alguna manera, terminarían requiriendo que la Fed, cuyo balance asciende en la actualidad a 7 billones de dólares, monetice cantidades colosales de nueva deuda pública, bombeando billones más en una economía que se ha visto en los últimos años gravemente afectada por la inflación, circunstancia que muy probablemente le costó la elección a la vicepresidenta Kamala Harris.
Es eso o Trump tendrá que retractarse de la mayoría de sus promesas y enfrentarse a las consecuencias con su base política.
Traducido por Gabriel Gasave
Nota del traductor: Todas las sumas expresadas en billones de dólares en el presente articulo corresponden a trillones en el original en inglés.
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