Reevaluando la presidencia de Jimmy Carter

¿Compensaron los éxitos del trigésimo noveno presidente en política interior y exterior sus más sonados fracasos?
12 de enero, 2025

El consenso entre historiadores, periodistas y analistas ha sido durante mucho tiempo que los cuatro ańos de la presidencia de Jimmy Carter fueron el peor momento en la centenaria vida de un hombre decente. De hecho, la crítica implícita hacia Carter era que llevó una ingenuidad al cargo público que, en el mejor de los casos, requería cierta flexibilidad moral. Ahora que Carter ha fallecido a la edad de 100 años, esta narrativa simplista y convencional de su presidencia debería ser reevaluada.

No olvidemos que los votantes optaron por el enfoque principista de Carter en las elecciones de 1976 a raíz de la profunda desilusión nacional causada por los asesinatos de John Fitzgerald Kennedy y Martin Luther King Jr., el deshonesto manejo de Lyndon B. Johnson y Richard Nixon en la guerra de Vietnam, las actividades criminales de Nixon durante el escándalo de Watergate y la manera en que Gerald Ford socavó el Estado de Derecho al indultar a su predecesor antes de que se presentaran cargos. Los votantes ansiaban un gobierno que volviera a mostrar moralidad y honestidad.

Tras asumir el cargo, Carter se mostró tan impecable que se negó a intimidar a los legisladores o a negociar con el Congreso para que adoptara las políticas de su programa de gobierno. Si el republicano Richard Nixon es considerado el último presidente progresista antes de Barack Obama, el demócrata Carter fue el primer presidente conservador desde Calvin Coolidge. Carter sentó las bases de políticas más conservadoras antes de que Ronald Reagan perfeccionara el argumento para venderlas. Además de oponerse a los grupos de interés que se alimentan del erario público, Carter defendió la limitación del gobierno federal, el recorte del presupuesto federal, la desregulación de las industrias y una mayor responsabilidad local y personal. Creía que la asistencia social erosionaba la familia y la ética del trabajo.

En un esfuerzo hercúleo, Carter desreguló total o parcialmente cuatro sectores de la economía: finanzas, comunicaciones, energía y transporte, tornándolos más eficientes. Al principio, Carter contribuyó a la inflación que dejó la guerra de Vietnam y la política monetaria permisiva de Nixon. Sin embargo, Carter designó entonces presidente de la Reserva Federal a Paul Volcker, un halcón en materia de inflación que pisó el freno monetario, lo que provocó una economía débil y luego una recesión, pero que posibilitó el crecimiento económico durante el gobierno de Reagan.

Los analistas han afirmado, acertadamente, que Reagan derrotó a Carter en las elecciones de 1980 debido a la estanflación (una economía en recesión e inflación) y a la crisis de los rehenes estadounidenses en Irán. A largo plazo, Carter ayudó a resolver ambas crisis, pero en el momento de los comicios los resultados aún no se conocían. En la crisis de los rehenes, no fue víctima de las críticas de los halcones de que debía atacar Irán, lo que habría provocado la muerte de los rehenes. Por supuesto, en época de elecciones, esto le hizo lucir débil. Al parecer, Reagan consiguió retrasar la liberación de los rehenes hasta después de ser elegido presidente, pero fue Carter quien había negociado su liberación.

Incluso los importantes logros internos de Carter se vieron eclipsados por sus éxitos en política exterior. Su negociación de los acuerdos de paz de Camp David y del tratado de paz entre Israel y Egipto es uno de los pocos compromisos de paz duraderos en Oriente Medio (incluso los posteriores acuerdos de Oslo fracasaron). Desoyendo a los halcones, Carter puso fin a la vergonzosa presencia colonial estadounidense en la Zona del Canal, ubicada en la mitad de un Panamá soberano. Además, la apertura a China de Richard Nixon acaparó toda la atención, pero la mejora de las relaciones entre Estados Unidos y China languideció hasta que Carter reconoció formalmente a China. Por último, Carter firmó el acuerdo SALT II con los soviéticos, que limitaba las armas nucleares, pero nunca fue ratificado por el Senado. No obstante, ambos países respetaron sus términos.

En mi libro  Recarving Rushmore: Ranking the Presidents on Peace, Prosperity, and Liberty, que clasifica a los presidentes según los resultados finales de sus políticas, descubrí que ningún presidente era perfecto. Carter no fue una excepción. Reaccionó de manera exagerada ante la invasión soviética de Afganistán, creyendo que los soviéticos estaban realizando una jugada por el petróleo del Golfo Pérsico. En realidad, Moscú intentaba apoyar a su gobierno clientelar en Kabul y evitar que una posible revolución islamista se extendiera a la Unión Soviética. No obstante, Carter boicoteó los Juegos Olímpicos de Moscú, instituyó un embargo cerealero que sólo perjudicó a las exportaciones agrícolas estadounidenses y proclamó la “Doctrina Carter”, según la cual Estados Unidos utilizaría la fuerza militar para asegurar sus intereses nacionales vitales (léase petróleo) en el Golfo Pérsico frente a una potencia exterior que intentara controlarlo.

Al final, aunque los presidentes posteriores podrían haber rechazado la doctrina, especialmente tras el final de la Guerra Fría, lamentablemente la adoptaron con entusiasmo al aumentar las fuerzas estadounidenses alrededor del Golfo. Esto incluyó la innecesaria intromisión en la guerra Irán-Irak, incluida la conducción de la “guerra de los buques petroleros” en el Golfo contra Irán y dos guerras del Golfo más tarde contra Irak. Sin embargo, Carter y los presidentes posteriores deberían haberse dado cuenta de que la forma mejor y más barata de obtener petróleo es pagando el precio del mercado mundial. Por último, Carter quedó tan marcado por las subas del precio del petróleo de la Revolución iraní que abrazó plenamente la patraña de la necesidad de independencia energética de Estados Unidos e intentó popularizar los caros combustibles sintéticos a través del despilfarro de la fracasada Synfuels Corporation.

Pero, en resumen, Carter puede ser celebrado con toda justicia por sus muchos actos heroicos tras abandonar la Casa Blanca. Sin embargo, sus logros presidenciales en política exterior e interior no deberían pasarse por alto -como a menudo se hace- porque superaron con creces sus fracasos más limitados.

Traducido por Gabriel Gasave

  • es Asociado Senior en el Independent Institute y Director del Centro Para la Paz y la Libertad del Instituto.

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