El desagradable regreso de los aranceles exige una refutación contundente
El presidente Donald Trump impuso aranceles del 25% a las importaciones canadienses y mexicanas, y luego los suspendió. También aplicó un arancel del 10% a las importaciones chinas, que ya ha entrado en vigor. Al hacerlo, Trump se basó en los aranceles que estableció durante su primer mandato, aranceles que el presidente Joe Biden mantuvo en gran medida o aumentó.
China ha contraatacado imponiendo en represalia sus propios aranceles, acciones antimonopolio y aplicando distintas normativas a productos y empresas estadounidenses. Trump anunció que suspendía los aranceles sobre Canadá y México durante treinta días, a cambio de alguna acción respecto del tráfico transfronterizo de drogas y la migración. Pero, como ha señalado Scott Lincicome, en las redes sociales Trump publicó que los aranceles a Canadá “se pondrán en pausa” no para ver si Canadá emprende medidas sobre el fentanilo, sino “para ver si se puede estructurar o no un acuerdo económico final con Canadá”. Por lo tanto, no se trata sólo de China, como hasta el momento. Se trata también de Canadá, México y otros países en un futuro próximo.
El restablecimiento de los aranceles brinda una excelente oportunidad para analizar la historia económica y las enseñanzas de la ciencia económica sobre el comercio internacional.
Los economistas, remontándonos a Adam Smith y David Ricardo, son prácticamente unánimes en que el libre comercio beneficia a los consumidores y a la economía en general. Pero existen intereses especiales que se beneficiarían a corto plazo de las barreras proteccionistas. Y hay un amplio sector de la opinión pública que no comprende los argumentos a favor del libre comercio. No es de extrañar que haya políticos demasiado predispuestos a obtener votos sirviendo a los intereses proteccionistas.
Las personas, granjas, empresas y fábricas de Estados Unidos deberían poder comerciar libremente con personas, granjas, empresas y fábricas más allá de las fronteras internacionales. Por ejemplo, usted debería poder adquirir zapatos fabricados en Etiopía. El economista William Niskanen destaca el argumento moral a favor del libre comercio: los individuos tienen derecho “a llegar a acuerdos consensuados a través de las fronteras nacionales”. Sin interferencia gubernamental, esa interacción voluntaria es armoniosa y mutuamente beneficiosa. La gente no comercia a menos que crea que después se hallará mejor.
Gran parte del comercio internacional puede explicarse por las ventajas comparativas. El economista Donald J. Boudreaux explica que “la principal percepción no trivial” que hallamos en la idea de las ventajas comparativas es que “la capacidad técnica para producir un producto” de un interés económico, por sí sola, es “irrelevante” para determinar si “una entidad debe producir dicho producto directamente” o “adquirirlo a través del intercambio, produciendo primero otro bien y luego comerciándolo” por el producto deseado.
Las barreras comerciales son establecidas por políticos y burócratas que utilizan la maquinaria gubernamental para perturbar el comercio voluntario y conceder privilegios a intereses especiales a expensas de los consumidores y el público en general. Los empleos que se protegen de los vientos de la competencia son puestos de trabajo en industrias estancadas que no se encuentran sometidas a ninguna presión para mejorar e innovar. El libre comercio ofrece las mejores condiciones a los consumidores y fomenta el crecimiento de la economía.
Estos políticos y burócratas, que podrían alinearse tanto con demócratas como con republicanos, disfrazan la concesión de privilegios especiales con la retórica del beneficio público. A menudo tienen éxito porque enfocan sus esfuerzos en asegurar estos privilegios, mientras la atención del público se encuentra dispersa en otros asuntos.
¿Cuáles son algunas de las estratagemas retóricas frecuentes de los defensores del privilegio proteccionista?
Afirman que las industrias recién nacidas necesitan una sobreprotección. Sostienen que su país precisa ser fuerte o dominar en supuestas industrias clave. Afirman tener una precepción especial de lo que requiere el interés nacional, y resulta que éste exige proteger esos intereses especiales. Como dice James Bovard, el llamado “comercio justo” significa “subyugar” los deseos de los consumidores a los de los funcionarios del gobierno y los intereses especiales a los que están ayudando.
Dicen que unos aranceles elevados generarán abundantes ingresos fiscales, olvidando que existe una curva de Laffer para los aranceles. Como señaló el historiador económico F. W. Taussig en 1888, si un gobierno eleva los aranceles, creando así empresas nacionales protegidas, los productos de estas empresas nacionales sustituirán a las importaciones, y los ingresos procedentes de los aranceles sobre esas importaciones disminuirán.
Los defensores de la protección afirman que les preocupa la “balanza comercial”. Milton Friedman, Premio Nobel de Economía, aclara que una “balanza comercial favorable” en verdad significa “exportar más de lo que importamos”, enviar “al extranjero bienes de mayor valor total que los bienes que recibimos del extranjero”. Y pregunta: “En su hogar”, ¿usted no preferiría “pagar menos por más” que al revés, y sin embargo eso es lo que se llamaría una “balanza de pagos desfavorable”?
No obstante, a pesar de estratagemas retóricas como la “balanza comercial” y a pesar de que los intereses especiales dedican mucho tiempo y dinero a obtener privilegios, hemos disfrutado de épocas de relativo libre comercio.
¿Por qué han surgido estos periodos de libre comercio? Porque las personas cívicamente activas han mantenido -llámelo como quiera- ideales, filosofías o ideologías que apoyan la libertad de comercio y han actuado en nombre de esos ideales.
Esto podría formar parte de un amor generalizado por la libertad -como fue el caso de los abolicionistas librecambistas estadounidenses del siglo XIX, como el ensayista y poeta Ralph Waldo Emerson, el periodista combativo William Lloyd Garrison, el influyente ministro religioso Henry Ward Beecher, el poeta y editor de periódicos William Cullen Bryant, y el senador Charles Sumner de Massachusetts- que creían que el libre comercio estaba relacionado con la emancipación de los esclavizados. Del mismo modo, muchos inmigrantes que huyeron a Estados Unidos tras la supresión de las revoluciones europeas liberal-clásicas de 1848 -como Carl Schurz, inmigrante alemán y más tarde senador por Misuri- veían la libertad como un todo.
Los líderes del movimiento de libre comercio del siglo XIX en Gran Bretaña -como Richard Cobden y John Bright– sostenían que había verdades morales subyacentes a la libertad de comercio. Cobden decía que “el principio del libre comercio” debía actuar como “un principio de gravitación” en el ámbito moral. Por ello, los librecambistas británicos podían ver que los aristócratas terratenientes (“defensores de los impuestos sobre el pan”) perjudicaban a los pobres por medio de barreras al grano importado que elevaban así el precio de ese producto. El historiador económico Murray Rothbard llama al esfuerzo británico “un poderoso movimiento ideológico que se deshizo de esta red de privilegios”. El economista Mark Brady afirma que estos librecambistas británicos del siglo XIX fueron un ejemplo de movimiento social de éxito construido sobre la base de una “dedicación inquebrantable” a un objetivo claro, “puro trabajo duro” y una publicidad “innovadora”.
Tras la Segunda Guerra Mundial, personas de todo el mundo comprometidas cívicamente reconocieron que los elevados muros arancelarios que dividían Europa en el periodo de entreguerras habían ralentizado la recuperación de la Gran Depresión y habían alimentado el feroz nacionalismo que desembocó en la conflagración mundial. Las guerras comerciales pueden conducir con demasiada facilidad a guerras a tiros. El reconocimiento de estos hechos ha impedido el proteccionismo.
Lo que se necesita hoy es un renacimiento de los ideales del libre comercio y un reconocimiento de los peligros del proteccionismo. Necesitamos columnistas accesibles como Milton Friedman y Henry Hazlitt en la revista Newsweek de antaño. Hasta su reciente retiro, Paul Krugman defendió persuasivamente el libre comercio en el New York Times. Necesitamos más creadores de ‘podcasts‘ como Russell Roberts que utilicen su imaginación para desacreditar las afirmaciones del proteccionismo. Roberts incluso escribió una novela en la que un Ricardo fantasmal desacredita el proteccionismo mientras persigue a un fabricante estadounidense. Necesitamos sátiras ingeniosas como la “Petición de los fabricantes de velas” de Frédéric Bastiat, fabricantes de velas que en su famosa súplica ficticia pretendían bloquear el sol para proteger su industria. Bastiat demostró que el proteccionismo era irrisorio.
Jagdish Bhagwati, el mejor economista sobre comercio internacional de nuestra era, ha dicho a menudo que cree en el efecto Drácula, es decir, que al igual que Drácula es derrotado por la luz, las opiniones erróneas sobre el comercio pueden ser derribadas iluminándolas. Lo que el libre comercio necesita son defensores elocuentes y, a medida que el costo de la protección se haga sentir, un movimiento de masas que proteste contra los bloqueos comerciales injerencistas de Washington y defienda el derecho de los consumidores y las empresas a comprar lo que desean y tan barato como sea posible.
Traducido por Gabriel Gasave
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