En los ataques del 11 de septiembre de 2001, los terroristas musulmanes mataron a más de 3.000 personas, el 90 por ciento de las mismas en el World Trade Center, el resto en las aeronaves secuestradas y en el Pentágono. Tal destrucción de vida impactó en muchos individuos en todo el mundo, al menos lo hizo en el presidente de los Estados Unidos. Más allá de las creencias éticas, religiosas o políticas que uno posea, nadie podría aprobar el asesinato de miles de personas inocentes.
En la resultante “guerra contra el terrorismo,” el Presidente Bush buscó, o al menos eso sostuvo, “llevar ante la justicia” a los responsables. La primera dificultad, por supuesto, fue que las 19 personas más directamente responsables por los crímenes, ya se encontraban muertas. Bush fue más allá, no obstante, en su búsqueda para “erradicar” a todos aquellos que podrían haber cobijado o asistido de alguna manera a los perpretadores. Este proyecto tenía algún sentido moral: Todos entendemos el concepto de “cómplice de asesinato.”
En esta coyuntura, sin embargo, la visión moral del presidente debe de haberse tornado turbia. Los principales incitadores y colaboradores de los secuestradores fueron identificados como miembros de una sombría organización islámica radical conocida como al Qaeda, cuyos principales centros de entrenamiento se ubican en Afganistán. Cuando los gobernantes talibanes de Afganistán rehusaron entregar al líder de al Qaeda, Osama bin Laden, de conformidad con un ultimátum de los EE.UU., el presidente desató un asalto militar contra Afganistán, la mayor parte del cual consistió en pesados bombardeos aéreos en apoyo de los grupos locales anti-talibán momentáneamente aliados con los Estados Unidos.
A pesar de que el Talibán fue desplazado del poder y dispersado en escondites en las montañas y en otras partes, el bombardeo estadounidense causó una sustancial cifra de victimas fatales entre los civiles inocentes. Las estimaciones difieren ampliamente, y debido a la naturaleza de la situación no pueden ser efectuadas de manera muy confiable o precisa. No menos, los informes de numerosos periodistas estadounidenses y extranjeros y de otros observadores en el lugar, indican que durante los dos primeros meses de la campaña–una campaña que continua hoy día–al menos 1.000 y quizás unos 4.000 civiles fueron muertos. Desde entonces la cifra de víctimas ha ascendido a medida que las fuerzas de los EE.UU. han continuado lanzando bombas, cohetes y otras municiones contra una variedad de objetivos que van desde cuevas en las montañas hasta pueblos habitados y automóviles aislados. El profesor Marc Herold de la University of New Hampshire considera su estimación de casi 3.800 civiles afganos muertos entre el 7 de octubre y el 7 de diciembre de 2001, »»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»muy, muy conservadora,” a pesar de que otros la encuentran demasiado grande.
De este modo, el presidente, al proponer “llevar ante la justicia” a aquellos que han ayudado o cobijado a los perpetradores de los ataques del 11 de septiembre, ha tenido éxito en sumar las muertes de miles de afganos inocentes a la cifra de aquellos muertos por los secuestradores en 2001. Los funcionarios de los EE.UU. han consistentemente menospreciado estas muertes, cuando no admiten haberlas causado en absoluto, designándolas como un no intencionado “daño colateral” y por lo tanto de no gran significancia. Una visión moralmente clara debe verlas como gruesas injusticias que solamente aumentan los crímenes iniciales a los que el presidente ostensiblemente buscaba vengar.
Las muertes de afganos inocentes, sin embargo, ahora empalidecen en comparación con el número de inocentes muertos en la invasión y ocupación de los EE.UU. en Irak, un país cuyos líderes nunca evidenciaron tener algo que ver con los ataques del 11 de septiembre. El 11 de junio, Associated Press anunció los resultados de su prop¬ia encuesta, la cual se basaba en los registros de 60 de los 124 hospitales iraquíes, así como en entrevistas con funcionarios hospitalarios. La misma abarca el período entre el 20 de marzo y el 20 de abril, el momento de los combates más pesados.
Además de no encuestar a todos los hospitales del país, AP encontró que los registros de defunciones estaban lejos de ser completos, debido en parte a que algunos de los fallecidos nunca fueron llevados a los hospitales sino que fueron sepultados rápidamente por sus familiares, y en parte porque algunas de las víctimas quedaron enterradas bajo los escombros o destruidas por las explosiones. Pese a ello, los encuestadores confirmaron las muertes de al menos 3.240 civiles. Otros investigadores han arribado a cifras mucho mayores. Douglas W. Cassel Jr., en el Chicago Daily Law Bulletin del 29 de mayo, informa que “los grupos de derechos humanos y humanitarios sugieren una cifra de muertes civiles de entre 5.000 y 10.000.” Nuevamente, el rango es plausible; nadie sabrá nunca la cifra exacta.
Si tomamos como razonable las estimaciones más bajas de 2.000 afganos y de 4.000 civiles iraquíes, podemos entonces concluir que las fuerzas de los EE.UU. ya han infligido al menos dos muertes inmerecidas por cada una que los terroristas causaron en los ataques del 11 de Septiembre. Muchos de los muertos en Afganistán y en Irak son mujeres y niños, Además, gran parte de los miles entre el personal militar iraquí que resultaran muertos en la invasión, deberían ser vistos posiblemente como en esencia inocentes, dado que como conscriptos estaban combatiendo solamente bajo coacción (y solamente en defensa de su patria). Por lo tanto, en una grotesca parodia de justicia, la administración Bush ha tomado varias vidas inocentes por cada vida inocente perdida en manos de los terroristas.
Uno podría decir–como lo hacen muchos–que las dos muertes no son comparables, debido a que los terroristas tuvieron la intención de matar inocentes, mientras que las fuerzas estadounidenses mataron al inocente “por accidente.” Yo dudo enormemente, sin embargo, que este argumento pueda sostenerse. Cuando las fuerzas estadounidenses emplean bombardeos aéreos y de artillería–con bombas altamente explosivas, grandes cohetes y obuses, incluyendo municiones de dispersión–como su técnica principal de combate, especialmente en áreas densamente habitadas, saben con absoluta certeza que morirá mucha gente inocente. El proceder con tales bombardeos, por lo tanto, es optar por infligir esas muertes.
Si usted o yo resolviéramos nuestros asuntos en nuestros vecindarios de la misma manera, ni la autoridad moral ni el sistema legal aprobaría nuestra matanza de transeúntes inocentes como algo excusable. Nadie puede ganar la absolución moral meramente etiquetando su matanza como una “guerra.” No es una salida moralmente válida para usted ni para mi, y no es una salida moralmente válida para George W. Bush tampoco.
Traducido por Gabriel Gasave
No exactamente un ojo por ojo
En los ataques del 11 de septiembre de 2001, los terroristas musulmanes mataron a más de 3.000 personas, el 90 por ciento de las mismas en el World Trade Center, el resto en las aeronaves secuestradas y en el Pentágono. Tal destrucción de vida impactó en muchos individuos en todo el mundo, al menos lo hizo en el presidente de los Estados Unidos. Más allá de las creencias éticas, religiosas o políticas que uno posea, nadie podría aprobar el asesinato de miles de personas inocentes.
En la resultante “guerra contra el terrorismo,” el Presidente Bush buscó, o al menos eso sostuvo, “llevar ante la justicia” a los responsables. La primera dificultad, por supuesto, fue que las 19 personas más directamente responsables por los crímenes, ya se encontraban muertas. Bush fue más allá, no obstante, en su búsqueda para “erradicar” a todos aquellos que podrían haber cobijado o asistido de alguna manera a los perpretadores. Este proyecto tenía algún sentido moral: Todos entendemos el concepto de “cómplice de asesinato.”
En esta coyuntura, sin embargo, la visión moral del presidente debe de haberse tornado turbia. Los principales incitadores y colaboradores de los secuestradores fueron identificados como miembros de una sombría organización islámica radical conocida como al Qaeda, cuyos principales centros de entrenamiento se ubican en Afganistán. Cuando los gobernantes talibanes de Afganistán rehusaron entregar al líder de al Qaeda, Osama bin Laden, de conformidad con un ultimátum de los EE.UU., el presidente desató un asalto militar contra Afganistán, la mayor parte del cual consistió en pesados bombardeos aéreos en apoyo de los grupos locales anti-talibán momentáneamente aliados con los Estados Unidos.
A pesar de que el Talibán fue desplazado del poder y dispersado en escondites en las montañas y en otras partes, el bombardeo estadounidense causó una sustancial cifra de victimas fatales entre los civiles inocentes. Las estimaciones difieren ampliamente, y debido a la naturaleza de la situación no pueden ser efectuadas de manera muy confiable o precisa. No menos, los informes de numerosos periodistas estadounidenses y extranjeros y de otros observadores en el lugar, indican que durante los dos primeros meses de la campaña–una campaña que continua hoy día–al menos 1.000 y quizás unos 4.000 civiles fueron muertos. Desde entonces la cifra de víctimas ha ascendido a medida que las fuerzas de los EE.UU. han continuado lanzando bombas, cohetes y otras municiones contra una variedad de objetivos que van desde cuevas en las montañas hasta pueblos habitados y automóviles aislados. El profesor Marc Herold de la University of New Hampshire considera su estimación de casi 3.800 civiles afganos muertos entre el 7 de octubre y el 7 de diciembre de 2001, »»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»muy, muy conservadora,” a pesar de que otros la encuentran demasiado grande.
De este modo, el presidente, al proponer “llevar ante la justicia” a aquellos que han ayudado o cobijado a los perpetradores de los ataques del 11 de septiembre, ha tenido éxito en sumar las muertes de miles de afganos inocentes a la cifra de aquellos muertos por los secuestradores en 2001. Los funcionarios de los EE.UU. han consistentemente menospreciado estas muertes, cuando no admiten haberlas causado en absoluto, designándolas como un no intencionado “daño colateral” y por lo tanto de no gran significancia. Una visión moralmente clara debe verlas como gruesas injusticias que solamente aumentan los crímenes iniciales a los que el presidente ostensiblemente buscaba vengar.
Las muertes de afganos inocentes, sin embargo, ahora empalidecen en comparación con el número de inocentes muertos en la invasión y ocupación de los EE.UU. en Irak, un país cuyos líderes nunca evidenciaron tener algo que ver con los ataques del 11 de septiembre. El 11 de junio, Associated Press anunció los resultados de su prop¬ia encuesta, la cual se basaba en los registros de 60 de los 124 hospitales iraquíes, así como en entrevistas con funcionarios hospitalarios. La misma abarca el período entre el 20 de marzo y el 20 de abril, el momento de los combates más pesados.
Además de no encuestar a todos los hospitales del país, AP encontró que los registros de defunciones estaban lejos de ser completos, debido en parte a que algunos de los fallecidos nunca fueron llevados a los hospitales sino que fueron sepultados rápidamente por sus familiares, y en parte porque algunas de las víctimas quedaron enterradas bajo los escombros o destruidas por las explosiones. Pese a ello, los encuestadores confirmaron las muertes de al menos 3.240 civiles. Otros investigadores han arribado a cifras mucho mayores. Douglas W. Cassel Jr., en el Chicago Daily Law Bulletin del 29 de mayo, informa que “los grupos de derechos humanos y humanitarios sugieren una cifra de muertes civiles de entre 5.000 y 10.000.” Nuevamente, el rango es plausible; nadie sabrá nunca la cifra exacta.
Si tomamos como razonable las estimaciones más bajas de 2.000 afganos y de 4.000 civiles iraquíes, podemos entonces concluir que las fuerzas de los EE.UU. ya han infligido al menos dos muertes inmerecidas por cada una que los terroristas causaron en los ataques del 11 de Septiembre. Muchos de los muertos en Afganistán y en Irak son mujeres y niños, Además, gran parte de los miles entre el personal militar iraquí que resultaran muertos en la invasión, deberían ser vistos posiblemente como en esencia inocentes, dado que como conscriptos estaban combatiendo solamente bajo coacción (y solamente en defensa de su patria). Por lo tanto, en una grotesca parodia de justicia, la administración Bush ha tomado varias vidas inocentes por cada vida inocente perdida en manos de los terroristas.
Uno podría decir–como lo hacen muchos–que las dos muertes no son comparables, debido a que los terroristas tuvieron la intención de matar inocentes, mientras que las fuerzas estadounidenses mataron al inocente “por accidente.” Yo dudo enormemente, sin embargo, que este argumento pueda sostenerse. Cuando las fuerzas estadounidenses emplean bombardeos aéreos y de artillería–con bombas altamente explosivas, grandes cohetes y obuses, incluyendo municiones de dispersión–como su técnica principal de combate, especialmente en áreas densamente habitadas, saben con absoluta certeza que morirá mucha gente inocente. El proceder con tales bombardeos, por lo tanto, es optar por infligir esas muertes.
Si usted o yo resolviéramos nuestros asuntos en nuestros vecindarios de la misma manera, ni la autoridad moral ni el sistema legal aprobaría nuestra matanza de transeúntes inocentes como algo excusable. Nadie puede ganar la absolución moral meramente etiquetando su matanza como una “guerra.” No es una salida moralmente válida para usted ni para mi, y no es una salida moralmente válida para George W. Bush tampoco.
Traducido por Gabriel Gasave
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