Aprendiendo de la historia

23 de junio, 2003

La situación de los EE.UU. en Irak enfrenta una misteriosa semejanza con la captura y la toma de posesión británica de la misma área hacia fines de la Primera Guerra Mundial. Considérense los paralelos.

Durante la guerra, cuando las tropas británicas se desplazaban dentro del territorio del Imperio Otomano, Londres prometió apoyar la independencia árabe, aunque realmente se encontraba planeando tomar el control del área. Cuando la guerra terminó en Europa, Inglaterra y Francia dividieron al Oriente Medio: los británicos obtuvieron lo que ahora es Jordania, Palestina, Israel, e Irak. La Liga de las Naciones otorgó a Gran Bretaña un mandato para gobernar esos territorios.

La lucha estalló casi inmediatamente en Afganistán, un protectorado inglés. En 1920, los árabes se amotinaron contra los judíos en Palestina; más tarde durante ese año el pueblo de Irak se rebeló. La explicación dada para aquellos problemas fue la de que las fuerzas británicas se encontraban sin el debido personal, una excusa similar a la ofrecida por el Pentágono para la falta de control en Bagdad. En 1920, Londres culpó de la sublevación en Irak a los extranjeros, tal como la Casa Blanca lo está haciendo en la actualidad.

Los británicos, como los estadounidenses de hoy, tuvieron que enfrentar a diferentes grupos étnicos, religiones, y tribus, todos los cuales se encontraban en constante conflicto. El gobierno británico designó como comisionado civil a un militar de la India quien favorecía el dominio directo para controlar el área. Su sustituto, la legendaria Gertrude Bell, escribió: “El pueblo de la Mesopotamia [Irak]. . . había dado por sentado que el país seguiría estando bajo el control británico y estaba en su totalidad contento con aceptar la decisión de las armas.”1 Esto suena asombrosamente similar a las afirmaciones efectuadas antes de la guerra acerca de la actitud benigna que los iraquíes tendrían después de que los hubiésemos “liberado” de Saddam Hussein.

En 1920, un líder de Bagdad acusó a Bell: “Usted dijo en su declaración que instalaría un gobierno autóctono que derivaría su autoridad de la iniciativa y de la libre elección del pueblo interesado, no obstante usted procede a instituir un esquema sin consultar a nadie.”1 ¿Suena familiar esto?

En aquella época, los soldados británicos eran asesinados con regularidad. En 1919, tres jóvenes capitanes británicos fueron muertos. Los británicos trajeron a un oficial experimentado de la India para tomar el lugar de los oficiales asesinados; fue muerto a un mes de su llegada. Londres envió entonces a un experto en el Medio Oriente, el coronel Gerald Leachman, quien descubrió al llegar que seis oficiales británicos habían sido muertos en los diez días previos. Los árabes continuaron atacando a los británicos, llevando al administrador a concluir que la única forma de solucionar el problema era la de una “matanza masiva.”1 Leachman duró tan solo ocho meses antes de que un jeque tribal le disparase en la espalda.

Hoy día en Irak, los soldados estadounidenses están siendo muertos a una tasa de aproximadamente uno por día. Las patrullas, las columnas, y los movimientos de las tropas de los EE.UU. se encuentran emboscadas, bombardeadas, y sujetas a ataques con granadas. En medio de la agitación la violencia no exhibe signo alguno de disminuir. Los chiitas desean un estado islámico; los sunnitas prefieren un sistema más secular en el cual detentarían el poder; y los kurdos quisieran la independencia. Hay poca perspectiva para la paz.

Nos hemos enredado en una situación que no tiene ninguna alternativa buena. Si nos vamos, habrá probablemente guerra entre los sunis y los shiítas; y los kurdos declararán la independencia. Si permanecemos a fin de crear un gobierno democrático o civil, estaremos sujetos a continuos ataques. La democracia bajo las mejores circunstancias insume años para desarrollarse; y estas no son las mejores de las circunstancias.

En 1921, Winston Churchill, entonces secretario colonial, “solucionó” el problema del dominio directo escogiendo al Emir Faisal ibn Hussain, miembro de la familia hashemita, para convertirse en rey. Bajo un tratado que el Rey Faisal fue obligado a firmar, los británicos permanecían en el control pero detrás de la escena. En 1932, entre las presiones domésticas para recortar los costos del mandato y las fuertes, a veces violentas, objeciones de los iraquíes, Londres otorgó la independencia a ese país.

Como dijo George Santayana: “Aquellos que rehúsan aprender de la historia están condenados a repetirla.” El permanecer en Irak no traerá nada más que un mayor costo, más derramamiento de sangre, y más odio. Necesitamos establecer un gobierno cuanto antes. Debemos salirnos rápidamente.

Cuando el gobierno británico agrupó a tres provincias del ex Imperio Otomano, Mosul, Bagdad, y Basora, muchos funcionarios creyeron que aglutinar a los kurdos con los sunis y los shiítas no funcionaría. Sin embargo, Londres decidió incluir a Mosul con las otras porque poseía petróleo. El gobierno estadounidense debería considerar si el poner por separado a lo que los británicos amontonaron podría servir para un mejor gobierno. Cada uno de estos grupos por sí mismo tiene una oportunidad en establecer un gobierno civil o religioso que funcione basado en la participación de sus ciudadanos. Juntos, ningún gobierno así funcionará.

Para evitar la necesidad de tratar de mantener unido mediante la fuerza a un estado iraquí artificial y antinatural—como Occidente ha estado haciéndolo en Bosnia durante ocho años – los Estados Unidos deberían rápidamente retirar a sus fuerzas y permitirle a una coalición de quienes deseen integrarla ocuparse de la transición de los numerosos grupos iraquíes hacia la autodeterminación. La creación de países múltiples e independientes podría causar fricción con algunos de los vecinos de Irak; pero, en la estela de una invasión estadounidense desestabilizadora, esa alternativa es la mejor entre muchas otras pobres. La misma permite a los Estados Unidos evitar el pantano de la ocupación indefinida y, en el largo plazo, permite la mejor oportunidad para la estabilidad regional al alinear a las fronteras nacionales con los límites étnicos o religiosos. Si insistimos en un solo Irak, estaremos allí hasta que nos cansamos de que nos maten.

1. El material sobre la experiencia Británica en Irak y las citas están tomadas de David Fromkin, A Peace to End All Peace, New York: Henry Holt, 1989.

Traducido por Gabriel Gasave

  • es Asociado Senior en la Hoover Institution y Miembro de la Junta Consultiva del Independent Institute.

Artículos relacionados