El rol de policía global acarrea riesgos

9 de marzo, 1999

Los Estados Unidos se han inmiscuido en otra volátil disputa étnica al otro lado del mundo, y es un involucramiento del cual podemos todos arrepentirnos pronto.

Los funcionarios estadounidenses reconocieron renuentemente—después que los funcionarios turcos, incluyendo al primer ministro, tuvieran que dejar salir al gato fuera de la bolsa—que Washington le había dado el soplo a Ankara acerca de que el líder rebelde kurdo Abdullah Ocalan se encontraba en la embajada griega en Kenia. Los agentes turcos entonces, lo agarraron en su camino al aeropuerto y lo condujeron a Turquía para su juzgamiento. Los funcionarios de los EE.UU. admitieron que la detención era la culminación de un intenso esfuerzo de cuatro meses por parte de los gobiernos de los EE.UU. y de Turquía para atrapar a Ocalan. La información de inteligencia y la presión diplomática estadounidenses sobre los países para que le nieguen asilo fueron la clave de su captura.

Ocalan y su Partido de los Trabajadores Kurdos (PKK) están en la lista de terroristas del Departamento de Estado. (Extrañamente, gobiernos que también cometen una brutal represión—incluyendo a aliados tales como Turquía—no aparecen en esa lista.) Y de hecho, durante la pasada década, el PKK ha sido uno de los grupos terroristas más activos y bien-financiados del mundo. El grupo ha atacado objetivos turcos por todo el mundo, incluyendo un ataque coordinado contra blancos diplomáticos y comerciales turcos en más de 30 ciudades en seis países de Europa occidental. Pero hasta el momento, su animosidad ha estado reservada en gran parte para el gobierno turco.

¿Qué quiere el PKK de Turquía? Ocalan, poco antes de su captura, le dijo a un periodista irlandés que él estaría dispuesto a establecer la autonomía para los kurdos, antes que la independencia de Turquía. No demasiado lejos, en Kosovo, los Estados Unidos se considerarían afortunados de conseguir que el Ejército de Liberación de Kosovo (KLA) establezca la autonomía dentro de Yugoslavia. Pero la consistencia en el enfoque estadounidense de tales conflictos no existe. A veces, apoyamos a gobiernos extranjeros en su intento de defender límites internacionalmente reconocidos. En otras ocasiones, apoyamos a grupos rebeldes que intentan alterar esos límites.

En los conflictos sobre Kurdistan y Kosovo, las ofensas datan desde hace muchos años y los antagonistas en ambos lados han utilizado tácticas brutales. Tales conflictos étnicos están engendrando justificaciones para los grupos terroristas. Si los Estados Unidos son percibidos como forzando a los albano-kosovares a establecer una autonomía en vez de lograr la independencia, el KLA (el cual tiene vínculos con el archi-terrorista Osama bin Laden) puede comenzar a lanzar ataques terroristas contra objetivos estadounidenses en el país y en el extranjero.

Pero del mismo modo que es riesgoso nuestro involucramiento en Kosovo, entrometernos en el conflicto entre los turcos y los kurdos es una equivocación aún mayor. La toma de embajadas y las demostraciones violentas en todo el mundo (tan lejos como en Australia) por parte de los kurdos en respuesta a la detención de Ocalan indican cuán emocional se ha vuelto el conflicto. Esos incidentes también demuestran la extensión de la red global de apoyo kurda.

Los gobiernos europeos, tales como Alemania e Italia, astutamente dejaron pasar las ocasiones de embrollarse en el conflicto interno de Turquía y de convertirse de esa manera en un blanco para el terrorismo kurdo. Desafortunadamente, los Estados Unidos no fueron tan diestros. El PKK financia a organizaciones kurdas en los Estados Unidos que podrían convertirse en células terroristas.

Si el PKK lanza una campaña terrorista contra los Estados Unidos, la misma será probablemente prolongada y encubierta, como la campaña -que duró años- de Muammar Qaddafi, tras el fallido bombardeo del Presidente Reagan al complejo de Qaddafi en Trípoli en 1986. Esa campaña incluyó a la bomba colocada en el Vuelo 103 de Pan Am en 1988.

Los Estados Unidos deberían también haber aprendido una lección de los ataqes coordinados con bombas de Osama bin Laden contra las embajadas estadounidenses en Kenia y Tanzania. Los ataques fueron en venganza por el bien publicitado apoyo que la CIA proporcionó para la captura de militantes islámicos por parte del gobierno albanés y para su extradición a Egipto. Ahora, gracias a nuestra aliada ostensible, Turquía, el mundo sabe que los agentes de inteligencia de los EE.UU. ayudaron a capturar a Abdullah Ocalan.

Actuando literalmente como la policía del mundo, y ayudando a capturar «terroristas» a gobiernos represivos, los Estados Unidos se encuentran eficazmente interponiéndose a sí mismos en los asuntos internos de estados soberanos en los cuales no tiene ningún interés vital. Si los «terroristas» deciden vengarse, corremos el riesgo de consecuencias horripilantes. En un ambiente estratégico post-Guerra Fría, en el cual incluso los grupos terroristas comparativamente débiles están más dispuestos y son capaces de utilizar armas nucleares, químicas, o biológicas, la venganza podría ser catastrófica. El gobierno estadounidense precisa cuestionarse si el desempeñar el rol de policía internacional vale medio millón de muertos en una ciudad de los EE.UU.

Traducido por Gabriel Gasave

  • es Asociado Senior en el Independent Institute y Director del Centro Para la Paz y la Libertad del Instituto.

Artículos relacionados