Incrementos en el gasto de la seguridad: ¿Mejoras reales o generosidad burocrática?

5 de febrero, 2002

Los aspectos centrales del presupuesto 2003 del Presidente George W. Bush son el incremento de $48 mil millones (billones en inglés) en el presupuesto de defensa (el mayor aumento en más de dos décadas) y la duplicación de los fondos para la seguridad de la nación, llevándolos a $38 mil millones (billones en inglés).

Mitch Daniels Jr., director del presupuesto del presidente, justificó la fuerte alza en el financiamiento afirmando que la misma es necesaria «para ganar la guerra contra el terrorismo y proteger a nuestra patria.» Para justificar el mantenimiento de un incremento del 2 por ciento en el gasto discrecional de la no-defensa a fin de ayudar a pagar el aumento en los gastos de defensa, el Sr. Daniels destacó correctamente que Washington se encuentra «sobrepasada por los intereses creados, cuyo sustento depende de extraer cantidades cada vez mayores de dólares de los contribuyentes para sus causas estrechas.» Lo que el Sr. Daniels olvidó mencionar fue que los intereses creados también existen en el sector de la defensa–las industrias de defensa y las comunidades que cuentan con bases militares innecesarias–que se encuentran dispuestas a hacer lo mismo.

Gran parte del aumento en el presupuesto de defensa tiene poco que ver con ganar la guerra contra el terrorismo. De hecho, conforme las propias cifras de la administración Bush, solamente $19 mil millones (billones en inglés) del aumento serían empleados en dicha guerra. El resto son gastos en más de lo mismo.

Por supuesto, más dinero es necesario para las municiones de precisión, los vehículos no tripulados y para que las fuerzas especiales libren las guerras pequeñas y posiblemente medianas que serán necesarias para combatir al terrorismo. Pero esas necesidades son bastante baratas. Por ejemplo, el aumento de fondos de la administración Bush para las municiones de precisión por solamente $1000 millones (billón en inglés), los vehículos no tripulados por tan solo la misma cifra, y los fondos para las fuerzas especiales por solamente $600 millones. En un presupuesto anual propuesto para la defensa nacional de casi $400 mil millones (billones en inglés), esas necesidades agregadas son baratas. Un programa de investigación y desarrollo (R&D como se lo conoce en inglés) para un nuevo bombardero podría también estar en la lista. En realidad, con los ahorros generados mediante la reducción de las armas y de las bases militares innecesarias, esos programas podrían ser fácilmente financiados con el ya excesivo presupuesto de defensa actual (más o menos unos $350 mil millones por año.)

Desechar las armas innecesarias o los armamentos anacrónicos, diseñados para la Guerra Fría ahorraría miles de millones de dólares. Por ejemplo, después de la caída de la Unión Soviética, no existe ninguna nueva amenaza a gran escala para la dominación estadounidense de los cielos, que pueda justificar los aviones de combate F-22 de un precio exorbitante, los cuales fueron diseñados para rivalizar con los aviones de combate soviéticos que nunca llegaron a construirse. La supremacía aérea estadounidense existirá en el futuro inmediato, ya sea que el F-22 sea o no construido.

Además, el Crusader, un programa para desarrollar una pesada pieza de artillería auto-propulsada para lo que se supone será una nuevo y más ligero Ejército, luce absurdo. Un tema constante de George W. Bush durante su campaña y después de asumir el mando, ha sido el de que el ejercito necesita transformarse en una fuerza más ligera y ágil, que pudiera ser desplegada más rápidamente en las zonas de conflicto. Durante la campaña, el Sr. Bush criticó al Crusader por ser demasiado pesado para el despliegue rápido. Sin embargo, el presupuesto del presidente para el año fiscal 2003, incluye dinero para este elefante blanco armado.

Otra manera de ahorrar significativos dólares de la defensa es cerrando las bases militares innecesarias. Según el Departamento de Defensa y la mayoría de los analistas militares independientes, una fuerza más pequeña post-Guerra Fría podría obtenerse con un 20 a un 25 por ciento menos de bases. El Congreso, presionado por los intereses creados en las comunidades locales en las que se hallan dichas bases, demoró más cierres hasta el 2005. Esa decisión debería ser reconsiderada.

Pero la cantidad de dinero gastada es probable que sea muy superior a las sumas despilfarradas en las armas y en las bases innecesarias. El problema es que nadie conoce la magnitud del gasto. Para los que se inician en esto, los propios auditores del Pentágono admiten que los militares no pueden explicar el 25 por ciento de lo que gastan. El Pentágono no puede explicar un total acumulativo de $2.3 billones (trillones en inglés) en transacciones. Además, incluso el Secretario de Defensa Donald Rumsfeld ha comparado a la manera en que el Pentágono hace negocios con la planificación centralizada soviética.

El propio boletín de calificaciones del gerenciamiento de las distintas agencias gubernamentales por parte de la administración, calificó al Pentágono como insatisfactorio en todas sus cinco categorías de eficiencia. Por lo tanto, aún las armas que pudieran ser necesarias en el nuevo ambiente de seguridad, a menudo experimentan una calidad desigual, costos desorbitados y substanciales demoras retrasan su puesta en práctica. Por ejemplo, el problemático avión V-22, diseñado para trasladar a la costa a los infantes de marina desde las embarcaciones, está siendo producido en cantidades limitadas hasta que los militares descubran cómo repararlo. El avión ha estado plagado de accidentes, se encuentra atrasado 10 años según el cronograma previsto y unos $15 mil millones (billones en inglés) por encima de los costos presupuestados inicialmente.

Brindar indolentes e ineficientes infusiones de dinero en efectivo a la burocracia de la defensa, es recompensar el fracaso y por lo tanto pretender más de lo mismo. En ese ambiente, pocos incentivos existen para la transformación vitalmente necesaria de las defensas estadounidenses en la estela de los ataques del 11 de septiembre. De esta manera, gastar más dinero en el Pentágono puede en verdad reducir la seguridad de los Estados Unidos antes que realzarla.

En contraste, gran parte del aumento en el presupuesto de la seguridad de la nación se encuentra probablemente justificado. Esa área ha sido descuidada por años mientras que los Estados Unidos han gastado sumas exorbitantes en los programas del Pentágono, diseñados principalmente para proteger a otras naciones, pero en menor medida para defender a los Estados Unidos propiamente dichos. La mayor parte del nuevo gasto se destina para las mejoras necesarias en la seguridad de la frontera, la defensa contra el bio-terrorismo, la seguridad de la aviación, el entrenamiento de la policía y de los bomberos, y para mejorar la inteligencia. Incluso aquí, sin embargo, debemos ser cuidadosos y cerciorarnos que los programas innecesarios del gobierno no estén haciéndose pasar como esfuerzos en la defensa de la nación. Tanto en la defensa como en la seguridad de la nación, precisamos de una verdadera seguridad, no de generosidad burocrática.

Traducido por Gabriel Gasave

  • es Asociado Senior en el Independent Institute y Director del Centro Para la Paz y la Libertad del Instituto.

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