Mientras ocupaba el cargo, la política exterior de Bill Clinton parecía desordenada, excesivamente idealista y sin visión estratégica, pero con el paso del tiempo y la elección de George W. Bush está comenzando a lucir mejor y mejor. En verdad, Bill Clinton implicó a los Estados Unidos en intervenciones militares “humanitarias” al azar, que no se encontraban justificadas en amenazas a los intereses vitales estadounidenses—excursiones en Haití, Bosnia, Kosovo, y un involucramiento más profundo en Somalia. Aunque algunas de aquellas aventuras exteriores dieron lugar a atolladeros de mantenimiento de la paz sin un final a la vista (Bosnia y Kosovo) y a otros con resultados ineficaces (Haití), e incluso a la pérdida de algunos miembros del servicio de los EE.UU. (Somalia), por lo menos no eran peligrosas para los Estados Unidos. Los mismos se involucraban en dar vueltas en derredor de países pequeños y pobres que poseían poca capacidad para defenderse. Desafortunadamente, la política exterior de George W. Bush es mucho más riesgosa debido a que ha elegido desafiar a agentes internacionales que poseen la capacidad defenderse de una manera que podría poner en peligro la patria de los EE.UU..
Tanto en su campaña como cuando asumió la presidencia, Bush dio un alo de esperanza. Habló de un rol más “humilde” de los Estados Unidos en el mundo, incluyendo una promesa de que el país retiraría a sus fuerzas armadas de los Balcanes. Pero aún antes de los ataques del 11 de septiembre, su predilección por esas políticas comenzó a disminuir. Por ejemplo, la promesa de retirarse de los Balcanes desapareció rápidamente de la agenda.
Entonces, la política exterior del Presidente Bush comenzó a tornarse peligrosa. Respondiendo a la presión del ala derecha de su partido, convirtió a la política históricamente ambigua de los EE.UU. para defender a Taiwán en una menos nublada. Temerariamente, prometió que los Estados Unidos harían “lo necesario” para defender a Taiwán. Aunque es siempre agradable apoyar la democracia, la seguridad de la pequeña isla de Taiwán nunca será vital para la seguridad estadounidense. Por supuesto, China es un estado autocrático con un pobre antecedente en materia de derechos humanos, pero también posee misiles nucleares de largo alcance que pueden impactar a nuestro país. Aunque los Estados Unidos tienen superioridad nuclear sobre China, Beijing ve a Taiwán como parte de ella y es algo irracional sobre la cuestión. Un funcionario militar chino fue al nudo del asunto cuando preguntó si los Estados Unidos estaban dispuestos a negociar Taipei por Los Ángeles. La respuesta debería ser un resonante “no!” Es aceptable para el Presidente Bush venderle armas a Taiwán, pero debería apartarse de decir que los Estados Unidos defenderán a Taiwán. Potencialmente envolver a los Estados Unidos en alguna clase de guerra con una gran potencia armada nuclearmente para preservar la democracia en una isla pequeña y lejana no es una política inteligente. Poner en peligro a la patria estadounidense para defender áreas periféricas es poner de cabeza a la política de la seguridad nacional.
Lo mismo pueden ser dicho del la expandida guerra contra el terror del Presidente Bush. Bush precisa que le den crédito por eliminar al principal santuario para el insidioso grupo del terror al Qaeda al derribar al régimen Taliban en Afganistán. Pero después del 11 de septiembre, toda la fachada de una política exterior estadounidense más humilde terminó. En vez de enfocarse como un rayo láser en la vital tarea de combatir al “enemigo en las puertas”—derribando al resto de la red de al Qaeda en todo el mundo—Bush se ha distraído y parece estar listo para lanzar una guerra más amplia contra el “mal.” Ha comisionado acciones secretas contra grupos terroristas que no enfocan normalmente sus ataques contra los Estados Unidos—las que incluyen probablemente al Hezbollah y a Hamas. Tal política simplemente revuelve los avisperos del odio islámico radical contra los Estados Unidos y puede aumentar la probabilidad de otros ataques terroristas catastróficos contra objetivos estadounidenses en el país y en el exterior.
Además, en vez de ejercer presión sobre Israel para lograr la paz, como hizo Bill Clinton, Bush se ha acercado a Israel más que la mayoría de los presidentes de los EE.UU., en un momento en que Israel tiene al guerrero Ariel Sharon como su primer ministro. En lugar de efectuar un acercamiento más prudente al conflicto Israelí-Palestino, Bush ha intentado socavar al líder palestino, Yasser Arafat. El continuo y cercano apoyo de los EE.UU. para Sharon puede también conducir a intensificar los ataques terroristas por parte de los grupos radicales del Medio Oriente.
Finalmente, Bush ha expandido la guerra contra el terrorismo a una guerra contra el terrorismo, las armas de destrucción masiva y el “eje del mal.” Usando tal retórica, Bush y su administración parecen aún más dispuestos a desatender la guerra contra a al Qaeda invadiendo Irak. Existen muchas buenas razones por las cuales tal invasión es poco aconsejable, pero la principal es la potencial utilización por parte de Irak de armas de destrucción masiva (biológicas, químicas e incluso quizás armas nucleares) en respuesta. A diferencia de la Guerra del Golfo Pérsico, esta invasión tendría como objetivo el remover a Saddam Hussein del poder (y probablemente matarlo). Esta vez, acorralado, Saddam no tendría ningún incentivo para refrenarse de utilizar tales armas. Podría amenazar con su utilización o realmente emplearlas de las siguientes formas: usándolas contra las tropas estadounidenses, instalándolas en misiles SCUD y lanzándolas contra Israel, o atacando a la patria estadounidense con las armas que hayan sido contrabandeadas en las ciudades de los EE.UU. por agentes de la inteligencia iraquí. Si andrajosos terroristas de al Qaeda pudieron operar en el suelo estadounidense por muchos años sin ser detectados, los profesionales agentes iraquíes podrían también hacerlo—y pueden incluso estar haciéndolo en la actualidad. ¿Es realmente necesario arriesgar muertes significativas cuando Irak, una nación relativamente pobre, ha sido contenida con eficacia por más de una década?
Una vez más, la política de seguridad nacional del Presidente Bush no parece proporcionar mucha seguridad. Aunque Bill Clinton carecía de una visión estratégica, al menos él no condujo una riesgosa política exterior de “cowboy” que fundamentalmente pusiera en peligro a la nación.
Traducido por Gabriel Gasave
La política exterior de Bush hace que Clinton luzca bien
Mientras ocupaba el cargo, la política exterior de Bill Clinton parecía desordenada, excesivamente idealista y sin visión estratégica, pero con el paso del tiempo y la elección de George W. Bush está comenzando a lucir mejor y mejor. En verdad, Bill Clinton implicó a los Estados Unidos en intervenciones militares “humanitarias” al azar, que no se encontraban justificadas en amenazas a los intereses vitales estadounidenses—excursiones en Haití, Bosnia, Kosovo, y un involucramiento más profundo en Somalia. Aunque algunas de aquellas aventuras exteriores dieron lugar a atolladeros de mantenimiento de la paz sin un final a la vista (Bosnia y Kosovo) y a otros con resultados ineficaces (Haití), e incluso a la pérdida de algunos miembros del servicio de los EE.UU. (Somalia), por lo menos no eran peligrosas para los Estados Unidos. Los mismos se involucraban en dar vueltas en derredor de países pequeños y pobres que poseían poca capacidad para defenderse. Desafortunadamente, la política exterior de George W. Bush es mucho más riesgosa debido a que ha elegido desafiar a agentes internacionales que poseen la capacidad defenderse de una manera que podría poner en peligro la patria de los EE.UU..
Tanto en su campaña como cuando asumió la presidencia, Bush dio un alo de esperanza. Habló de un rol más “humilde” de los Estados Unidos en el mundo, incluyendo una promesa de que el país retiraría a sus fuerzas armadas de los Balcanes. Pero aún antes de los ataques del 11 de septiembre, su predilección por esas políticas comenzó a disminuir. Por ejemplo, la promesa de retirarse de los Balcanes desapareció rápidamente de la agenda.
Entonces, la política exterior del Presidente Bush comenzó a tornarse peligrosa. Respondiendo a la presión del ala derecha de su partido, convirtió a la política históricamente ambigua de los EE.UU. para defender a Taiwán en una menos nublada. Temerariamente, prometió que los Estados Unidos harían “lo necesario” para defender a Taiwán. Aunque es siempre agradable apoyar la democracia, la seguridad de la pequeña isla de Taiwán nunca será vital para la seguridad estadounidense. Por supuesto, China es un estado autocrático con un pobre antecedente en materia de derechos humanos, pero también posee misiles nucleares de largo alcance que pueden impactar a nuestro país. Aunque los Estados Unidos tienen superioridad nuclear sobre China, Beijing ve a Taiwán como parte de ella y es algo irracional sobre la cuestión. Un funcionario militar chino fue al nudo del asunto cuando preguntó si los Estados Unidos estaban dispuestos a negociar Taipei por Los Ángeles. La respuesta debería ser un resonante “no!” Es aceptable para el Presidente Bush venderle armas a Taiwán, pero debería apartarse de decir que los Estados Unidos defenderán a Taiwán. Potencialmente envolver a los Estados Unidos en alguna clase de guerra con una gran potencia armada nuclearmente para preservar la democracia en una isla pequeña y lejana no es una política inteligente. Poner en peligro a la patria estadounidense para defender áreas periféricas es poner de cabeza a la política de la seguridad nacional.
Lo mismo pueden ser dicho del la expandida guerra contra el terror del Presidente Bush. Bush precisa que le den crédito por eliminar al principal santuario para el insidioso grupo del terror al Qaeda al derribar al régimen Taliban en Afganistán. Pero después del 11 de septiembre, toda la fachada de una política exterior estadounidense más humilde terminó. En vez de enfocarse como un rayo láser en la vital tarea de combatir al “enemigo en las puertas”—derribando al resto de la red de al Qaeda en todo el mundo—Bush se ha distraído y parece estar listo para lanzar una guerra más amplia contra el “mal.” Ha comisionado acciones secretas contra grupos terroristas que no enfocan normalmente sus ataques contra los Estados Unidos—las que incluyen probablemente al Hezbollah y a Hamas. Tal política simplemente revuelve los avisperos del odio islámico radical contra los Estados Unidos y puede aumentar la probabilidad de otros ataques terroristas catastróficos contra objetivos estadounidenses en el país y en el exterior.
Además, en vez de ejercer presión sobre Israel para lograr la paz, como hizo Bill Clinton, Bush se ha acercado a Israel más que la mayoría de los presidentes de los EE.UU., en un momento en que Israel tiene al guerrero Ariel Sharon como su primer ministro. En lugar de efectuar un acercamiento más prudente al conflicto Israelí-Palestino, Bush ha intentado socavar al líder palestino, Yasser Arafat. El continuo y cercano apoyo de los EE.UU. para Sharon puede también conducir a intensificar los ataques terroristas por parte de los grupos radicales del Medio Oriente.
Finalmente, Bush ha expandido la guerra contra el terrorismo a una guerra contra el terrorismo, las armas de destrucción masiva y el “eje del mal.” Usando tal retórica, Bush y su administración parecen aún más dispuestos a desatender la guerra contra a al Qaeda invadiendo Irak. Existen muchas buenas razones por las cuales tal invasión es poco aconsejable, pero la principal es la potencial utilización por parte de Irak de armas de destrucción masiva (biológicas, químicas e incluso quizás armas nucleares) en respuesta. A diferencia de la Guerra del Golfo Pérsico, esta invasión tendría como objetivo el remover a Saddam Hussein del poder (y probablemente matarlo). Esta vez, acorralado, Saddam no tendría ningún incentivo para refrenarse de utilizar tales armas. Podría amenazar con su utilización o realmente emplearlas de las siguientes formas: usándolas contra las tropas estadounidenses, instalándolas en misiles SCUD y lanzándolas contra Israel, o atacando a la patria estadounidense con las armas que hayan sido contrabandeadas en las ciudades de los EE.UU. por agentes de la inteligencia iraquí. Si andrajosos terroristas de al Qaeda pudieron operar en el suelo estadounidense por muchos años sin ser detectados, los profesionales agentes iraquíes podrían también hacerlo—y pueden incluso estar haciéndolo en la actualidad. ¿Es realmente necesario arriesgar muertes significativas cuando Irak, una nación relativamente pobre, ha sido contenida con eficacia por más de una década?
Una vez más, la política de seguridad nacional del Presidente Bush no parece proporcionar mucha seguridad. Aunque Bill Clinton carecía de una visión estratégica, al menos él no condujo una riesgosa política exterior de “cowboy” que fundamentalmente pusiera en peligro a la nación.
Traducido por Gabriel Gasave
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