Ha surgido un “New Deal” latinoamericano. Sus símbolos son el presidente del Brasil, Luis Inacio “Lula” da Silva, y el Presidente de la Argentina, Néstor Kirchner. El “New Deal” latinoamericano es una respuesta directa a dos fracasos sucesivos: el “populismo” de la izquierda y el “neoliberalismo” de la derecha. Pretende superar el despilfarro fiscal y monetario que llevó a la hiperinflación en la década de 1980, y superar la política de privatizaciones y liberalización que causó desempleo y endeudamiento en la década de 1990.
Argentina entró en suspensión de pagos hace menos de dos años y el colapso de su economía dejó a 60 por ciento de su población en la pobreza. Brasil bordeó la suspensión de pagos pero su moneda perdió la tercera parte de su valor. Ambos países produjeron presidentes convencidos de ir por una “tercera vía”.
¿En qué consiste? Consiste en que el gobierno promueva el crecimiento a través del gasto público sin causar inflación ni incurrir en nueva deuda, y proteja a la economía frente a la globalización a través de bloques regionales capaces de medirse de igual a igual con Estados Unidos y Europa en lugar de aranceles altos. El presidente Kirchner ha invocado el “New Deal” de Roosevelt como paradigma para América Latina y ofrecido un monumental programa de obras públicas. Brasil y Argentina acaban de anunciar que revitalizarán el Mercosur, con miras a una integración constructivista, al estilo de la Unión Europea. Eso les permitiría negociar desde la fuerza con Washington el Area de Libre Comercio de las Americas con miras a lograr un calendario muy espaciado para la adopción de los nuevos aranceles y concesiones en torno a los subsidios y cuotas que protegen la agricultura estadounidense.
¿Es viable el “New Deal” latinoamericano? No.
En su intento por seguir una ruta equidistante de los inflacionistas años 80 y los privatizadores años 90, pierden de vista que ambas experiencias fueron variantes de un mismo mal. En los 80, el Estado, productor de bienes y servicios, usó una asfixiante maraña de mecanismos de coacción, incluyendo la manipulación monetaria, para obligar a los ciudadanos a sostener lo que Octavio Paz llamó el Ogro Filantrópico; en los 90, el Estado, aun cuando transfirió mucha de la responsabilidad productiva a la empresa privada, usó una asfixiante maraña de mecanismos de coacción, excluyendo la inflación, para forzar a los ciudadanos a sostener un club de monopolies que, a cambio de derechos exclusivos, sostuvo al Ogro Filantrópico a través del crédito y algunos impuestos. El resultado, a fines de los 80, fue la hiperinflación y el estancamiento. El resultado, a fines de los 90, fue la suspensión de pagos (real o potencial) y el estancamiento.
La segunda premisa equivocada es que el “New Deal” salvo al capitalismo estadounidense. En realidad, el New Deal golpeó la inversión privada y el empleo, y postergó la recuperación. De acuerdo con los economistas Harold L. Cole y Lee E. Ohanian, el empleo debería haber vuelto a su nivel normal hacia 1936 y los salarios hacia 1939. Pero, en la vida real, el desempleo seguía muy alto en 1939 y la producción estaba un 25 por ciento por debajo de su tendencia. El economista Robert Higgs afirma que el daño hecho a los derechos de propiedad retardó la inversion de largo plazo hasta 1941.
A en 1938, Garet Garret, no de los escritores de esa generación brillante—compuesta también por Albert J. Nock, H. L. Mencken, Rose Wilder Lane y Frank Chodorov—que denunció la deriva de la política estadounidense hacia el estatismo en casa y el imperialismo en el exterior, escribió en el “Saturday Evening Post” que en el mejor momento de 1937 la producción en los Estados Unidos era todavía inferior, en términos per cápita, a la de 1928. Para colmo, el “New Deal” no afectó a los grandes intereses. Como ha escrito Sheldon Richman, “el New Deal fue la defensa del status quo corporatista amenazado por la Gran Depresión”.
Estas, pues, son las premisas de partida equivocadas. ¿Y cuál es esa causa central del subdesarrollo que pierden de vista? Tanto en el Brasil como en la Argentina el gobierno expropia una porción grande de la riqueza de sus ciudadanos y, a través de ordenamientos institucionales que sostienen el privilegio, impide a la sociedad producir más. El Estado devora 40 por ciento del PBI en Brasil y 39 por ciento en Argentina (incluyendo gobierno central y provincias, y pagos de deuda; Argentina ha dejado de pagar el servicio de su deuda pero retomará los pagos luego de completar sus negociaciones con el FMI). Un sistema basado en el privilegio mantiene al 40 por ciento de los asalariados al margen de la economía legal en la Argentina, y el Brasil iene más gente en la economía informal que el número combinado de empleados públicos yempleados de la industria formal. Toma un cuarto de año simplemente inscribor una pequeña empresa en ambos países—después de 15 procedimientos, a un costo de dos tercios del PBI per capita.
Nada de esto se está atacando. Lo que se ataca son síntomas, no causas. En el Brasil, el presidente Lula intenta poner topes e impuesos a las pensiones y aumentar la edad de la jubilación, para que la situación fiscal no se descarrile y Wall Street no se rompa de nervios. También procura que el Banco Central mantenga altas las tasas de interés para que la inflación, todavia en dos dígitos, no se desquicie. El resto tiene que ver con utilizar los programas y agencias gubernamentales para combatir el desempleo y la pobreza.
En la Argentina, el superávit generado por la interrupción del servicio de la deuda y el crecimiento debido a exportaciones beneficiadas con la devaluación monetaria (y el consumo de capital) ha dado al presidente Kirchner la confianza para anunciar un gran programa de obras públicas de unos 3 mil millones de dólares.
A través del Mercosur, ambos países aspiran a reproducir a nivel regional el tipo de Estado que impera a nivel nacional (mientras tanto, Chile, un país más pequeño, libre de rígidas estructuras regionales, acaba de firmar un nuevo tratado de libre comercio, esta vez con la Asociación Europea de Libre Comercio, un grupo de países de fuera de la Unión Europea).
Lo que en efecto se está haciendo es salvar la estructura que condujo tanto a la hiperinflación de los 80 como al desempleo de los 90. Cuando el gobierno se vuelve el motor de la recuperación, cada fracaso lleva a más gobierno. Los “New Dealers” latinoamericanos quieren evitar los problemas de los 80: por ello no inflan la moneda. Quieren evitar los de los años 90: de allí que no quieran endeudarse más. ¿Qué queda? Impuestos. Y cuando los nuevos impuestos son incapaces de sostener el aumento del gasto fiscal, y cuando el aumento del gaso fiscal es incapaz de sostener el crecimiento, ¿qué ocurrirá?
El New Deal Latinoamericano
Ha surgido un “New Deal” latinoamericano. Sus símbolos son el presidente del Brasil, Luis Inacio “Lula” da Silva, y el Presidente de la Argentina, Néstor Kirchner. El “New Deal” latinoamericano es una respuesta directa a dos fracasos sucesivos: el “populismo” de la izquierda y el “neoliberalismo” de la derecha. Pretende superar el despilfarro fiscal y monetario que llevó a la hiperinflación en la década de 1980, y superar la política de privatizaciones y liberalización que causó desempleo y endeudamiento en la década de 1990.
Argentina entró en suspensión de pagos hace menos de dos años y el colapso de su economía dejó a 60 por ciento de su población en la pobreza. Brasil bordeó la suspensión de pagos pero su moneda perdió la tercera parte de su valor. Ambos países produjeron presidentes convencidos de ir por una “tercera vía”.
¿En qué consiste? Consiste en que el gobierno promueva el crecimiento a través del gasto público sin causar inflación ni incurrir en nueva deuda, y proteja a la economía frente a la globalización a través de bloques regionales capaces de medirse de igual a igual con Estados Unidos y Europa en lugar de aranceles altos. El presidente Kirchner ha invocado el “New Deal” de Roosevelt como paradigma para América Latina y ofrecido un monumental programa de obras públicas. Brasil y Argentina acaban de anunciar que revitalizarán el Mercosur, con miras a una integración constructivista, al estilo de la Unión Europea. Eso les permitiría negociar desde la fuerza con Washington el Area de Libre Comercio de las Americas con miras a lograr un calendario muy espaciado para la adopción de los nuevos aranceles y concesiones en torno a los subsidios y cuotas que protegen la agricultura estadounidense.
¿Es viable el “New Deal” latinoamericano? No.
En su intento por seguir una ruta equidistante de los inflacionistas años 80 y los privatizadores años 90, pierden de vista que ambas experiencias fueron variantes de un mismo mal. En los 80, el Estado, productor de bienes y servicios, usó una asfixiante maraña de mecanismos de coacción, incluyendo la manipulación monetaria, para obligar a los ciudadanos a sostener lo que Octavio Paz llamó el Ogro Filantrópico; en los 90, el Estado, aun cuando transfirió mucha de la responsabilidad productiva a la empresa privada, usó una asfixiante maraña de mecanismos de coacción, excluyendo la inflación, para forzar a los ciudadanos a sostener un club de monopolies que, a cambio de derechos exclusivos, sostuvo al Ogro Filantrópico a través del crédito y algunos impuestos. El resultado, a fines de los 80, fue la hiperinflación y el estancamiento. El resultado, a fines de los 90, fue la suspensión de pagos (real o potencial) y el estancamiento.
La segunda premisa equivocada es que el “New Deal” salvo al capitalismo estadounidense. En realidad, el New Deal golpeó la inversión privada y el empleo, y postergó la recuperación. De acuerdo con los economistas Harold L. Cole y Lee E. Ohanian, el empleo debería haber vuelto a su nivel normal hacia 1936 y los salarios hacia 1939. Pero, en la vida real, el desempleo seguía muy alto en 1939 y la producción estaba un 25 por ciento por debajo de su tendencia. El economista Robert Higgs afirma que el daño hecho a los derechos de propiedad retardó la inversion de largo plazo hasta 1941.
A en 1938, Garet Garret, no de los escritores de esa generación brillante—compuesta también por Albert J. Nock, H. L. Mencken, Rose Wilder Lane y Frank Chodorov—que denunció la deriva de la política estadounidense hacia el estatismo en casa y el imperialismo en el exterior, escribió en el “Saturday Evening Post” que en el mejor momento de 1937 la producción en los Estados Unidos era todavía inferior, en términos per cápita, a la de 1928. Para colmo, el “New Deal” no afectó a los grandes intereses. Como ha escrito Sheldon Richman, “el New Deal fue la defensa del status quo corporatista amenazado por la Gran Depresión”.
Estas, pues, son las premisas de partida equivocadas. ¿Y cuál es esa causa central del subdesarrollo que pierden de vista? Tanto en el Brasil como en la Argentina el gobierno expropia una porción grande de la riqueza de sus ciudadanos y, a través de ordenamientos institucionales que sostienen el privilegio, impide a la sociedad producir más. El Estado devora 40 por ciento del PBI en Brasil y 39 por ciento en Argentina (incluyendo gobierno central y provincias, y pagos de deuda; Argentina ha dejado de pagar el servicio de su deuda pero retomará los pagos luego de completar sus negociaciones con el FMI). Un sistema basado en el privilegio mantiene al 40 por ciento de los asalariados al margen de la economía legal en la Argentina, y el Brasil iene más gente en la economía informal que el número combinado de empleados públicos yempleados de la industria formal. Toma un cuarto de año simplemente inscribor una pequeña empresa en ambos países—después de 15 procedimientos, a un costo de dos tercios del PBI per capita.
Nada de esto se está atacando. Lo que se ataca son síntomas, no causas. En el Brasil, el presidente Lula intenta poner topes e impuesos a las pensiones y aumentar la edad de la jubilación, para que la situación fiscal no se descarrile y Wall Street no se rompa de nervios. También procura que el Banco Central mantenga altas las tasas de interés para que la inflación, todavia en dos dígitos, no se desquicie. El resto tiene que ver con utilizar los programas y agencias gubernamentales para combatir el desempleo y la pobreza.
En la Argentina, el superávit generado por la interrupción del servicio de la deuda y el crecimiento debido a exportaciones beneficiadas con la devaluación monetaria (y el consumo de capital) ha dado al presidente Kirchner la confianza para anunciar un gran programa de obras públicas de unos 3 mil millones de dólares.
A través del Mercosur, ambos países aspiran a reproducir a nivel regional el tipo de Estado que impera a nivel nacional (mientras tanto, Chile, un país más pequeño, libre de rígidas estructuras regionales, acaba de firmar un nuevo tratado de libre comercio, esta vez con la Asociación Europea de Libre Comercio, un grupo de países de fuera de la Unión Europea).
Lo que en efecto se está haciendo es salvar la estructura que condujo tanto a la hiperinflación de los 80 como al desempleo de los 90. Cuando el gobierno se vuelve el motor de la recuperación, cada fracaso lleva a más gobierno. Los “New Dealers” latinoamericanos quieren evitar los problemas de los 80: por ello no inflan la moneda. Quieren evitar los de los años 90: de allí que no quieran endeudarse más. ¿Qué queda? Impuestos. Y cuando los nuevos impuestos son incapaces de sostener el aumento del gasto fiscal, y cuando el aumento del gaso fiscal es incapaz de sostener el crecimiento, ¿qué ocurrirá?
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