Al gobierno de los Estados Unidos debiera dársele el crédito de hacer lo correcto: anunciar la terminación de la gran presencia militar estadounidense en Arabia Saudita. Pero tal movimiento se encuentra largamente demorado y se ha vuelto políticamente más fácil debido a una igualmente peligrosa invasión de los EE.UU. y una ocupación militar de Irak.
La administración Bush está utilizando la cobertura de su victoria en Irak para remover tardíamente una amenaza substancial a la estabilidad del régimen saudita y una bengala significativa que atrae a los ataques terroristas anti-estadounidenses por parte de los grupos islámicos fundamentalistas. Incluso el Secretario de Defensa Interino Paul Wolfowitz ha admitido que la presencia militar de los EE.UU. en el reino saudita estaba poniendo a los estadounidenses en las miras de los terroristas.
Esa última revelación ha sido obvia para cualquiera que ha leído los escritos de Osama Bin Laden desde comienzos de los años 90. Bin Laden se enfureció contra los Estados Unidos fundamentalmente por una presencia militar estadounidense que él creía profanaba los sitios más santos del islam y apoyaba a una corrupta monarquía saudita. (El apoyo estadounidense a Israel y las sanciones contra Irak fueron solamente quejas secundarias adicionadas para obtener un apoyo más amplio para su causa en los mundos árabe e islámico). En contraste con los fundamentos del Presidente Bush, los ataques del 11 de Septiembre no fueron causados por el odio de los terroristas a la democracia estadounidense (ni por la hostilidad hacia la cultura o la prosperidad americana). No obstante una enorme advertencia—los ataques de Bin Laden contra dos embajadas americanas en África y contra el navío U.S.S. Cole—el gobierno de los EE.UU. no eliminó su innecesaria presencia militar de Arabia Saudita.
La facilidad con la cual los militares de los EE.UU. demolieron las ya devastadas fuerzas armadas iraquíes de la post-Guerra del Golfo indica que la amenaza de la cual las fuerzas de los EE.UU. nos defendían en Arabia Saudita era hueca. (Incluso después de la invasión de Saddam Hussein a Kuwait en 1990, cuando las fuerzas militares iraquíes eran mucho más fuertes, economistas de todo el espectro político afirmaban que no existía necesidad alguna de emplear la fuerza militar para asegurar el continuo flujo de petróleo desde el Golfo Pérsico.) Además, aún si las armas de destrucción masiva son eventualmente encontradas en Irak, la restricción de Saddam Hussein de utilizarlas—a pesar de la amenaza más grave posible contra su régimen—indica que su amenaza para Arabia Saudita, el Golfo Pérsico, y el Oriente Medio se encontraba sobredimensionada por una administración inclinada a una guerra extendida contra el terrorismo meramente “para alardear.”
Pero, irónicamente, una invasión y una ocupación de Irak en nombre de combatir al terrorismo causarán probablemente un incremento de los ataques anti-estadounidenses por parte de las fuentes terroristas fundamentalistas islámicas. La administración Bush ha simplemente substituido una presencia militar en una nación que alberga a los sitios santos islámicos con la ocupación armada de otra. Irak también posee sitios santos y es la cuna y el centro académico y espiritual del islam shiita. La administración debería recordar que la “infiel” ocupación soviética de la nación islámica de Afganistán durante los años 80 atrajo a fanáticos combatientes islámicos alrededor del mundo a oponerse a la misma. Durante la Guerra del Golfo II, surgieron signos de que los sitios santos en Irak podrían estimular allí una respuesta similar, a medida que la ocupación de los EE.UU. se prolonga. Y después de los recientes conflictos de los EE.UU. en Afganistán e Irak, la administración tiene también el problema de que el mundo islámico percibe a la guerra estadounidense contra el terrorismo como una Jihad contra la fe.
Por lo tanto, si bien un retiro de los EE.UU. de Arabia Saudita debería ser elogiado, el hecho de negociar una presencia militar en una nación con los sitios santos islámicos por otra es poco probable que aísle a los Estados Unidos de ataques anti-estadounidenses de terror. Entonces, en la estela de su victoria en Irak, la administración Bush debería astutamente retirar pronto a las fuerzas estadounidenses de Irak y permitir que la comunidad internacional mantenga la paz, ayude a reconstruir la economía iraquí y allanar la transición a la democracia. Solamente entonces puede el terrorismo anti-estadounidense—la verdadera amenaza que enfrentan los Estados Unidos en la actualidad—sea reducido.
Traducido por Gabriel Gasave
¿Es suficiente con el retiro de las fuerzas de los EE.UU. de Arabia Saudita?
Al gobierno de los Estados Unidos debiera dársele el crédito de hacer lo correcto: anunciar la terminación de la gran presencia militar estadounidense en Arabia Saudita. Pero tal movimiento se encuentra largamente demorado y se ha vuelto políticamente más fácil debido a una igualmente peligrosa invasión de los EE.UU. y una ocupación militar de Irak.
La administración Bush está utilizando la cobertura de su victoria en Irak para remover tardíamente una amenaza substancial a la estabilidad del régimen saudita y una bengala significativa que atrae a los ataques terroristas anti-estadounidenses por parte de los grupos islámicos fundamentalistas. Incluso el Secretario de Defensa Interino Paul Wolfowitz ha admitido que la presencia militar de los EE.UU. en el reino saudita estaba poniendo a los estadounidenses en las miras de los terroristas.
Esa última revelación ha sido obvia para cualquiera que ha leído los escritos de Osama Bin Laden desde comienzos de los años 90. Bin Laden se enfureció contra los Estados Unidos fundamentalmente por una presencia militar estadounidense que él creía profanaba los sitios más santos del islam y apoyaba a una corrupta monarquía saudita. (El apoyo estadounidense a Israel y las sanciones contra Irak fueron solamente quejas secundarias adicionadas para obtener un apoyo más amplio para su causa en los mundos árabe e islámico). En contraste con los fundamentos del Presidente Bush, los ataques del 11 de Septiembre no fueron causados por el odio de los terroristas a la democracia estadounidense (ni por la hostilidad hacia la cultura o la prosperidad americana). No obstante una enorme advertencia—los ataques de Bin Laden contra dos embajadas americanas en África y contra el navío U.S.S. Cole—el gobierno de los EE.UU. no eliminó su innecesaria presencia militar de Arabia Saudita.
La facilidad con la cual los militares de los EE.UU. demolieron las ya devastadas fuerzas armadas iraquíes de la post-Guerra del Golfo indica que la amenaza de la cual las fuerzas de los EE.UU. nos defendían en Arabia Saudita era hueca. (Incluso después de la invasión de Saddam Hussein a Kuwait en 1990, cuando las fuerzas militares iraquíes eran mucho más fuertes, economistas de todo el espectro político afirmaban que no existía necesidad alguna de emplear la fuerza militar para asegurar el continuo flujo de petróleo desde el Golfo Pérsico.) Además, aún si las armas de destrucción masiva son eventualmente encontradas en Irak, la restricción de Saddam Hussein de utilizarlas—a pesar de la amenaza más grave posible contra su régimen—indica que su amenaza para Arabia Saudita, el Golfo Pérsico, y el Oriente Medio se encontraba sobredimensionada por una administración inclinada a una guerra extendida contra el terrorismo meramente “para alardear.”
Pero, irónicamente, una invasión y una ocupación de Irak en nombre de combatir al terrorismo causarán probablemente un incremento de los ataques anti-estadounidenses por parte de las fuentes terroristas fundamentalistas islámicas. La administración Bush ha simplemente substituido una presencia militar en una nación que alberga a los sitios santos islámicos con la ocupación armada de otra. Irak también posee sitios santos y es la cuna y el centro académico y espiritual del islam shiita. La administración debería recordar que la “infiel” ocupación soviética de la nación islámica de Afganistán durante los años 80 atrajo a fanáticos combatientes islámicos alrededor del mundo a oponerse a la misma. Durante la Guerra del Golfo II, surgieron signos de que los sitios santos en Irak podrían estimular allí una respuesta similar, a medida que la ocupación de los EE.UU. se prolonga. Y después de los recientes conflictos de los EE.UU. en Afganistán e Irak, la administración tiene también el problema de que el mundo islámico percibe a la guerra estadounidense contra el terrorismo como una Jihad contra la fe.
Por lo tanto, si bien un retiro de los EE.UU. de Arabia Saudita debería ser elogiado, el hecho de negociar una presencia militar en una nación con los sitios santos islámicos por otra es poco probable que aísle a los Estados Unidos de ataques anti-estadounidenses de terror. Entonces, en la estela de su victoria en Irak, la administración Bush debería astutamente retirar pronto a las fuerzas estadounidenses de Irak y permitir que la comunidad internacional mantenga la paz, ayude a reconstruir la economía iraquí y allanar la transición a la democracia. Solamente entonces puede el terrorismo anti-estadounidense—la verdadera amenaza que enfrentan los Estados Unidos en la actualidad—sea reducido.
Traducido por Gabriel Gasave
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