Tras los reveses iniciales de lo que se esperaba fuera una tarea fácil, la guerra parece actualmente marchar mejor para las fuerzas estadounidenses. Pero las trampas podrían yacer más adelante. Pese a las recientes imágenes televisivas de algunos iraquíes alentando a las fuerzas de los EE.UU. y derribando una estatua de Saddam Hussein en Bagdad central, los informes internos alrededor del país indican que el pueblo iraquí—incluyendo al grupo mayoritario Shiíta—parece ser ambivalente hacia la invasión estadounidense. Aunque algunos ciudadanos iraquíes se encuentran celebrando el final del brutal reinado de Saddam Hussein, muchos tienen también sentimientos nacionalistas (según lo exhibido por la gente que coloca una bandera iraquí en el pedestal donde la estatua de Hussein se erigió alguna vez en Bagdad central) y ven a los Estados Unidos como a un invasor o colonizador extranjero. Algunos iraquíes que han perdido amigos y seres queridos por el ataque estadounidense no se sienten muy “liberados,” y otros cuestionan el compromiso de los EE.UU. de reparar el daño que los militares estadounidenses infligieron durante la guerra.
Además, el cabecilla de un grupo de oposición iraquí basado en Irán amenazó con que las fuerzas de los EE.UU. enfrentarían una resistencia hostil si permanecen después de expulsar a Hussein. Un líder Shiíta radical fuera de Irak dijo que él probablemente impulsaría a los iraquíes a apoyar atentados suicidas con bombas contra los Estados Unidos si la administración Bush no permitiese que los iraquíes se gobiernen a si mismos. Aún más siniestros para los Estados Unidos son los comentarios de un hombre con las manos hinchadas a quien las fuerzas estadounidenses rescataron de ser torturado por la policía iraquí. Ese hombre, quien debería aparentemente ser el más ardiente partidario de las actividades militares de los EE.UU., advirtió: “Por supuesto estoy agradecido de que los estadounidenses me salvaran. Pero . . . a nosotros [los iraquíes] no nos gustaría si los estadounidenses intentan permanecer aquí por mucho tiempo.”
No obstante ello, la administración Bush parece estar por emprender un “plan de posguerra” que podría prolongar los ataques de la guerrilla existente contra las fuerzas de los EE.UU. o regenerarlos en el futuro si los Estados Unidos se involucran en una ocupación prolongada del país. Aunque se está establediendo experimentos de gobierno local en ciertas ciudades, la administración Bush parece resuelta a designar a ex generales estadounidenses y a una corte de consejeros de los EE.UU. para conducir al país más allá de seis meses. Cuando son empalmadas con las muertes civiles iraquíes durante la guerra y los “dulces negocios” para las compañías estadounidenses en la reconstrucción de Irak y la extracción del petróleo, los Estados Unidos podrían ser percibidos en Irak y en el mundo árabe como un conquistador y explotador imperial antes que como un libertador. Esa percepción podría alimentar la guerra de guerrillas contra el “infiel” que ocupa una tierra islámica—como la misma lo hizo durante la invasión soviética de Afganistán y la incursión rusa en Chechenia. De esta manera, una prolongada ocupación estadounidense podría convertirse en un imán para los combatientes islamistas radicales alrededor del mundo. O la resistencia podría tomar la forma de ataques suicidas con bombas contra las fuerzas de ocupación—como lo hizo contra los militares israelíes en Palestina y el Líbano. Tales formas de oposición armada irregular podrían ser financiadas y promovidas por los vecinos Siria e Irán, los cuales no se encuentran satisfechos con un puesto de avanzada militar estadounidense en la puerta contigua.
Para minimizar la posibilidad de tales calamidades potenciales y para ayudar a sufragar los costos de una ocupación de posguerra, la administración Bush debería evitar gobernar de manera directa en Irak y, en el momento más anticipadamente posible, traspasar la misión de estabilización a las Naciones Unidas o preferiblemente a una coalición internacional independiente de quienes lo deseen. Ellos, en su momento, deberían organizar rápidamente un cónclave de los principales grupos en Irak (similar a lo que se hizo en Afganistán) para establecer un sistema interino de gobierno, el cual entonces conduciría a rápidas elecciones y a la autodeterminación.
Una dictadura militar estadounidense bien puede ser mejor que el régimen de Saddam Hussein, pero podría empantanar a los Estados Unidos en una ciénaga peligrosa y de final abierto. Si la retórica de la administración Bush acerca de “democratizar” a Irak no es hueca, entonces la misma debería genuinamente dejar al pueblo iraquí participar en la determinación de su futuro y no debería intentar convertir absurdamente a Irak en el estado número 51.
Traducido por Gabriel Gasave
¿La estrella número 51 para la Vieja Gloria?
Tras los reveses iniciales de lo que se esperaba fuera una tarea fácil, la guerra parece actualmente marchar mejor para las fuerzas estadounidenses. Pero las trampas podrían yacer más adelante. Pese a las recientes imágenes televisivas de algunos iraquíes alentando a las fuerzas de los EE.UU. y derribando una estatua de Saddam Hussein en Bagdad central, los informes internos alrededor del país indican que el pueblo iraquí—incluyendo al grupo mayoritario Shiíta—parece ser ambivalente hacia la invasión estadounidense. Aunque algunos ciudadanos iraquíes se encuentran celebrando el final del brutal reinado de Saddam Hussein, muchos tienen también sentimientos nacionalistas (según lo exhibido por la gente que coloca una bandera iraquí en el pedestal donde la estatua de Hussein se erigió alguna vez en Bagdad central) y ven a los Estados Unidos como a un invasor o colonizador extranjero. Algunos iraquíes que han perdido amigos y seres queridos por el ataque estadounidense no se sienten muy “liberados,” y otros cuestionan el compromiso de los EE.UU. de reparar el daño que los militares estadounidenses infligieron durante la guerra.
Además, el cabecilla de un grupo de oposición iraquí basado en Irán amenazó con que las fuerzas de los EE.UU. enfrentarían una resistencia hostil si permanecen después de expulsar a Hussein. Un líder Shiíta radical fuera de Irak dijo que él probablemente impulsaría a los iraquíes a apoyar atentados suicidas con bombas contra los Estados Unidos si la administración Bush no permitiese que los iraquíes se gobiernen a si mismos. Aún más siniestros para los Estados Unidos son los comentarios de un hombre con las manos hinchadas a quien las fuerzas estadounidenses rescataron de ser torturado por la policía iraquí. Ese hombre, quien debería aparentemente ser el más ardiente partidario de las actividades militares de los EE.UU., advirtió: “Por supuesto estoy agradecido de que los estadounidenses me salvaran. Pero . . . a nosotros [los iraquíes] no nos gustaría si los estadounidenses intentan permanecer aquí por mucho tiempo.”
No obstante ello, la administración Bush parece estar por emprender un “plan de posguerra” que podría prolongar los ataques de la guerrilla existente contra las fuerzas de los EE.UU. o regenerarlos en el futuro si los Estados Unidos se involucran en una ocupación prolongada del país. Aunque se está establediendo experimentos de gobierno local en ciertas ciudades, la administración Bush parece resuelta a designar a ex generales estadounidenses y a una corte de consejeros de los EE.UU. para conducir al país más allá de seis meses. Cuando son empalmadas con las muertes civiles iraquíes durante la guerra y los “dulces negocios” para las compañías estadounidenses en la reconstrucción de Irak y la extracción del petróleo, los Estados Unidos podrían ser percibidos en Irak y en el mundo árabe como un conquistador y explotador imperial antes que como un libertador. Esa percepción podría alimentar la guerra de guerrillas contra el “infiel” que ocupa una tierra islámica—como la misma lo hizo durante la invasión soviética de Afganistán y la incursión rusa en Chechenia. De esta manera, una prolongada ocupación estadounidense podría convertirse en un imán para los combatientes islamistas radicales alrededor del mundo. O la resistencia podría tomar la forma de ataques suicidas con bombas contra las fuerzas de ocupación—como lo hizo contra los militares israelíes en Palestina y el Líbano. Tales formas de oposición armada irregular podrían ser financiadas y promovidas por los vecinos Siria e Irán, los cuales no se encuentran satisfechos con un puesto de avanzada militar estadounidense en la puerta contigua.
Para minimizar la posibilidad de tales calamidades potenciales y para ayudar a sufragar los costos de una ocupación de posguerra, la administración Bush debería evitar gobernar de manera directa en Irak y, en el momento más anticipadamente posible, traspasar la misión de estabilización a las Naciones Unidas o preferiblemente a una coalición internacional independiente de quienes lo deseen. Ellos, en su momento, deberían organizar rápidamente un cónclave de los principales grupos en Irak (similar a lo que se hizo en Afganistán) para establecer un sistema interino de gobierno, el cual entonces conduciría a rápidas elecciones y a la autodeterminación.
Una dictadura militar estadounidense bien puede ser mejor que el régimen de Saddam Hussein, pero podría empantanar a los Estados Unidos en una ciénaga peligrosa y de final abierto. Si la retórica de la administración Bush acerca de “democratizar” a Irak no es hueca, entonces la misma debería genuinamente dejar al pueblo iraquí participar en la determinación de su futuro y no debería intentar convertir absurdamente a Irak en el estado número 51.
Traducido por Gabriel Gasave
Defensa y política exteriorIrak
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