El Presidente Bush está asoleándose en la gloria de obtener la aprobación unánime del Consejo de Seguridad de la ONU para la ocupación estadounidense de Irak. Bush se encuentra también al borde de conseguir que el Congreso apruebe su pedido de $87 mil millones (billones en inglés) para su reconstrucción. El presidente puede arrepentirse de esas victorias.
El presidente se ha arrinconado, y sus oponentes internos y externos están aplicando la capa final de acrílico. El triunfo de Bush en las Naciones Unidas es solamente una victoria simbólica, la cual podría causarle problemas futuros. El acuerdo en las trastiendas que le permitió a Bush ganar unánimemente en las Naciones Unidas, es ahora obvio. El presidente, aceptando la crítica del Congreso y del público estadounidense sobre los exorbitantes fondos públicos que están siendo vertidos en Irak, se encuentra desesperado por encontrar donantes extranjeros a fin de sufragar los costos. Los países potencialmente contribuyentes, muchos de los cuales se opusieron a la invasión de Bush de Irak, saben que tienen al Presidente sobre un barril. Antes de prometer contribuciones en la venidera conferencia de donantes, insistieron en la creación de una nueva agencia, manejada por las Naciones Unidas y el Banco Mundial e independiente de la ocupación estadounidense, para decidir cómo gastar la asistencia financiera a Irak.
Por lo tanto, en el largo plazo, el obtener el voto unánime en las Naciones Unidas podría ser el peor de todos los mundos para el presidente. Los Estados Unidos y Gran Bretaña son ahora formalmente responsables por el futuro de Irak, pero algún control sobre ese futuro ya le ha sido dejado de manera informal a las Naciones Unidas. Incluso un mayor control internacional, sin embargo, no asegura que los Estados Unidos se verán inundados con grandes sumas de nuevos fondos externos u ofertas de enviar tropas para el mantenimiento de la paz. En otras palabras, la ratificación de la ONU de la ocupación estadounidense resalta simbólicamente la responsabilidad de Bush de asegurar un buen resultado en Irak, mientras que al mismo tiempo erosiona su control sobre la operación y mejora tan sólo levemente el monto de la ayuda que obtendrá de otros países. La comunidad internacional, percibiendo que el Presidente es arrogante y peligrosamente agresivo, continuará permitiéndole que se hunda en las auto-generadas arenas movedizas iraquíes.
Y los enemigos internos del Presidente se encuentran también afilando sus cuchillos. Reflejando la cólera electoral acerca de la generosidad que está siendo derramada en Irak, la crítica de los miembros del Congreso se montó sobre los $87 mil millones (billones en inglés) de este año para “asegurar” y reconstruir Irak. El Senado, en una revuelta simbólica, convirtió parte de la asistencia para la reconstrucción en préstamos en lugar de en subvenciones, a lo cual se opone el Presidente. Pero antes de que el Congreso finalice, los préstamos serán probablemente reconvertidos en subvenciones. Después de todo, cuesta abajo, los oponentes del Presidente no desean que él culpe del probable fracaso en Irak a su mezquindad para proveer los recursos necesarios para triunfar.
Con todos los esfuerzos por parte de los oponentes de Bush—virtualmente el mundo entero y números crecientes aún en los Estados Unidos—para colocar la responsabilidad por las fallas en Irak solamente sobre él, uno pensaría que el presidente sería acertado si procurase detener esa amenaza. En cambio, se encuentra ayudando a sus oponentes. Bush removió recientemente la opción de emplear a Donald Rumsfeld y a Paul Wolfowitz en el Departamento de Defensa como peones para la prolongada mutilación en Irak. El presidente autorizó una transferencia de la autoridad sobre la ocupación del Departamento de Defensa a la Casa Blanca al poner a Condoleeza Rice, su Consejera de Seguridad Nacional, a cargo del nuevo Grupo de Estabilización de Irak.
Luego las propias palabras del presidente empeoraron el asunto. Tras el refunfuño público de Rumsfeld acerca de la transferencia de responsabilidades y de la crítica no tan velada del Senador Richard Lugar, el republicano que es presidente del Comité de Relaciones Exteriores, aludiendo al caos en la administración sobre la política de Irak, el presidente hizo sonreír a sus críticos al afirmar bruscamente, “la persona que se encuentra a cargo soy yo.” No tan pegadizo como el “hasta aquí llegaron,” de Harry Truman pero igualmente atrapante.
Por lo tanto el Presidente se encuentra comprometido con asegurar la paz, la estabilidad y la prosperidad para Irak, como debería estarlo. Contrariamente a lo que se puede intuir, la mejor alternativa que tiene Bush para alcanzar ese resultado es la de acelerar el proceso de devolverle Irak a los iraquíes. En la medida en que la ocupación por parte de una superpotencia vire hacia al auto-determinación, la violencia anti estadounidense—la cual, de forma ominosa, está comenzando a extenderse dentro de la previamente dócil comunidad chiita–tal vez disminuiría. Pese a que el Pentágono cometió serios errores en la planificación de la post guerra en Irak, el desatino más costoso fue cometido por la Casa Blanca al creer que el gobierno de los EE.UU., sin ninguna legitimidad en una tierra lejana, podría hacer ingeniería social a punta de pistola para hacer retornar a una enorme y desvastada sociedad a la sanidad. Solamente los propios iraquíes pueden creíblemente liderar ese esfuerzo.
Traspasarle el gobierno rápidamente a los iraquíes podría no darle al Presidente aquello que originalmente deseaba—un gobierno complaciente que le vendiese petróleo barato a occidente y que le permitiese a los EE.UU. estacionar fuerzas militares cerca del Golfo Pérsico. Pero Bush tiene ahora pocas opciones debido a que ha sido rubricado con la responsabilidad exclusiva de asegurar el éxito en Irak. Si desea mejorar las posibilidades de su reelección, precisa de un Irak estable, no de un gobierno títere.
Traducido por Gabriel Gasave
¿Victorias pírricas contra Irak?
El Presidente Bush está asoleándose en la gloria de obtener la aprobación unánime del Consejo de Seguridad de la ONU para la ocupación estadounidense de Irak. Bush se encuentra también al borde de conseguir que el Congreso apruebe su pedido de $87 mil millones (billones en inglés) para su reconstrucción. El presidente puede arrepentirse de esas victorias.
El presidente se ha arrinconado, y sus oponentes internos y externos están aplicando la capa final de acrílico. El triunfo de Bush en las Naciones Unidas es solamente una victoria simbólica, la cual podría causarle problemas futuros. El acuerdo en las trastiendas que le permitió a Bush ganar unánimemente en las Naciones Unidas, es ahora obvio. El presidente, aceptando la crítica del Congreso y del público estadounidense sobre los exorbitantes fondos públicos que están siendo vertidos en Irak, se encuentra desesperado por encontrar donantes extranjeros a fin de sufragar los costos. Los países potencialmente contribuyentes, muchos de los cuales se opusieron a la invasión de Bush de Irak, saben que tienen al Presidente sobre un barril. Antes de prometer contribuciones en la venidera conferencia de donantes, insistieron en la creación de una nueva agencia, manejada por las Naciones Unidas y el Banco Mundial e independiente de la ocupación estadounidense, para decidir cómo gastar la asistencia financiera a Irak.
Por lo tanto, en el largo plazo, el obtener el voto unánime en las Naciones Unidas podría ser el peor de todos los mundos para el presidente. Los Estados Unidos y Gran Bretaña son ahora formalmente responsables por el futuro de Irak, pero algún control sobre ese futuro ya le ha sido dejado de manera informal a las Naciones Unidas. Incluso un mayor control internacional, sin embargo, no asegura que los Estados Unidos se verán inundados con grandes sumas de nuevos fondos externos u ofertas de enviar tropas para el mantenimiento de la paz. En otras palabras, la ratificación de la ONU de la ocupación estadounidense resalta simbólicamente la responsabilidad de Bush de asegurar un buen resultado en Irak, mientras que al mismo tiempo erosiona su control sobre la operación y mejora tan sólo levemente el monto de la ayuda que obtendrá de otros países. La comunidad internacional, percibiendo que el Presidente es arrogante y peligrosamente agresivo, continuará permitiéndole que se hunda en las auto-generadas arenas movedizas iraquíes.
Y los enemigos internos del Presidente se encuentran también afilando sus cuchillos. Reflejando la cólera electoral acerca de la generosidad que está siendo derramada en Irak, la crítica de los miembros del Congreso se montó sobre los $87 mil millones (billones en inglés) de este año para “asegurar” y reconstruir Irak. El Senado, en una revuelta simbólica, convirtió parte de la asistencia para la reconstrucción en préstamos en lugar de en subvenciones, a lo cual se opone el Presidente. Pero antes de que el Congreso finalice, los préstamos serán probablemente reconvertidos en subvenciones. Después de todo, cuesta abajo, los oponentes del Presidente no desean que él culpe del probable fracaso en Irak a su mezquindad para proveer los recursos necesarios para triunfar.
Con todos los esfuerzos por parte de los oponentes de Bush—virtualmente el mundo entero y números crecientes aún en los Estados Unidos—para colocar la responsabilidad por las fallas en Irak solamente sobre él, uno pensaría que el presidente sería acertado si procurase detener esa amenaza. En cambio, se encuentra ayudando a sus oponentes. Bush removió recientemente la opción de emplear a Donald Rumsfeld y a Paul Wolfowitz en el Departamento de Defensa como peones para la prolongada mutilación en Irak. El presidente autorizó una transferencia de la autoridad sobre la ocupación del Departamento de Defensa a la Casa Blanca al poner a Condoleeza Rice, su Consejera de Seguridad Nacional, a cargo del nuevo Grupo de Estabilización de Irak.
Luego las propias palabras del presidente empeoraron el asunto. Tras el refunfuño público de Rumsfeld acerca de la transferencia de responsabilidades y de la crítica no tan velada del Senador Richard Lugar, el republicano que es presidente del Comité de Relaciones Exteriores, aludiendo al caos en la administración sobre la política de Irak, el presidente hizo sonreír a sus críticos al afirmar bruscamente, “la persona que se encuentra a cargo soy yo.” No tan pegadizo como el “hasta aquí llegaron,” de Harry Truman pero igualmente atrapante.
Por lo tanto el Presidente se encuentra comprometido con asegurar la paz, la estabilidad y la prosperidad para Irak, como debería estarlo. Contrariamente a lo que se puede intuir, la mejor alternativa que tiene Bush para alcanzar ese resultado es la de acelerar el proceso de devolverle Irak a los iraquíes. En la medida en que la ocupación por parte de una superpotencia vire hacia al auto-determinación, la violencia anti estadounidense—la cual, de forma ominosa, está comenzando a extenderse dentro de la previamente dócil comunidad chiita–tal vez disminuiría. Pese a que el Pentágono cometió serios errores en la planificación de la post guerra en Irak, el desatino más costoso fue cometido por la Casa Blanca al creer que el gobierno de los EE.UU., sin ninguna legitimidad en una tierra lejana, podría hacer ingeniería social a punta de pistola para hacer retornar a una enorme y desvastada sociedad a la sanidad. Solamente los propios iraquíes pueden creíblemente liderar ese esfuerzo.
Traspasarle el gobierno rápidamente a los iraquíes podría no darle al Presidente aquello que originalmente deseaba—un gobierno complaciente que le vendiese petróleo barato a occidente y que le permitiese a los EE.UU. estacionar fuerzas militares cerca del Golfo Pérsico. Pero Bush tiene ahora pocas opciones debido a que ha sido rubricado con la responsabilidad exclusiva de asegurar el éxito en Irak. Si desea mejorar las posibilidades de su reelección, precisa de un Irak estable, no de un gobierno títere.
Traducido por Gabriel Gasave
Defensa y política exteriorIrak
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