El desvergonzado ataque con misiles contra el hotel Rashid en Bagdad y un reciente torrente de ataques suicidas con bombas ilustran que la violencia anti-estadounidense está incrementándose en frecuencia, sofisticación y destrucción. Por otra parte, una reciente encuesta efectuada por un centro de investigación de Irak evidenció que menos del 15% de los iraquíes ve a las fuerzas estadounidenses como libertadoras, por debajo de un tibio 43% hace seis meses. Eso es un signo siniestro de que el descontento popular respecto de una ocupación prolongada podría provocar que los ataques anti-EE.UU. crezcan como una bola de nieve.
La única manera de dejar sin aire a la resistencia es devolverles Irak, rápidamente, a los iraquíes y retirar a las fuerzas estadounidenses. La violencia surge primariamente como una reacción a la invasión y a la ocupación por una superpotencia extranjera.
Para proporcionar seguridad tras la retirada de las fuerzas de EE.UU., podría adoptarse el modelo afgano. Las milicias kurdas y shiítas podrían ser utilizadas como policía en sus propias secciones del país. Bagdad y otras áreas problemáticas podrían ser patrulladas por una coalición internacional [de aquellos dispuestos a integrarla y aprobada por los iraquíes]. Si los Estados Unidos renunciasen al control sobre la reconstrucción de Irak, las naciones extranjeras estarían más dispuestas a comprometer sus esfuerzos militares en el mantenimiento de la paz.
Incluso si dicho plan no funcionase, la estabilidad en Irak nunca ha sido vital para los intereses de la seguridad estadounidense. La amenaza proveniente de los programas de Saddam Hussein para desarrollar armas de destrucción masiva fue exagerada. Y los economistas a través del espectro político han sido siempre escépticos con respecto a la necesidad de asegurar militarmente el petróleo del Golfo Pérsico. No obstante, sus opiniones han sido ignoradas por los intereses adquiridos en las burocracias de la seguridad nacional de lo EE.UU..
En la estela de una poco aconsejable invasión estadounidense, la administración Bush no tiene muchas buenas opciones. Escasas fuerzas extranjeras serán atraídas a menos que los Estados Unidos cedan el control sobre la reconstrucción; incluso entonces la violencia continuará tanto como las fuerzas estadounidenses permanezcan allí. Enviar a aún más tropas de EE.UU. en la batalla desmentiría la aseveración de la administración de que la seguridad está mejorando. A medida que una elección presidencial se aproxima, tal movida podría ser políticamente suicida.
Para preservar la “credibilidad” de los EE.UU. hace casi 40 años atrás, los políticos estadounidenses persiguieron una guerra extensa en Vietnam—cuando el acotar sus pérdidas y retirarse más pronto hubiese salvado más en última instancia la estima del mundo. Lo mismo es factible que sea cierto en Irak.
Traducido por Gabriel Gasave
Acotemos las pérdidas: abandonemos Irak
El desvergonzado ataque con misiles contra el hotel Rashid en Bagdad y un reciente torrente de ataques suicidas con bombas ilustran que la violencia anti-estadounidense está incrementándose en frecuencia, sofisticación y destrucción. Por otra parte, una reciente encuesta efectuada por un centro de investigación de Irak evidenció que menos del 15% de los iraquíes ve a las fuerzas estadounidenses como libertadoras, por debajo de un tibio 43% hace seis meses. Eso es un signo siniestro de que el descontento popular respecto de una ocupación prolongada podría provocar que los ataques anti-EE.UU. crezcan como una bola de nieve.
La única manera de dejar sin aire a la resistencia es devolverles Irak, rápidamente, a los iraquíes y retirar a las fuerzas estadounidenses. La violencia surge primariamente como una reacción a la invasión y a la ocupación por una superpotencia extranjera.
Para proporcionar seguridad tras la retirada de las fuerzas de EE.UU., podría adoptarse el modelo afgano. Las milicias kurdas y shiítas podrían ser utilizadas como policía en sus propias secciones del país. Bagdad y otras áreas problemáticas podrían ser patrulladas por una coalición internacional [de aquellos dispuestos a integrarla y aprobada por los iraquíes]. Si los Estados Unidos renunciasen al control sobre la reconstrucción de Irak, las naciones extranjeras estarían más dispuestas a comprometer sus esfuerzos militares en el mantenimiento de la paz.
Incluso si dicho plan no funcionase, la estabilidad en Irak nunca ha sido vital para los intereses de la seguridad estadounidense. La amenaza proveniente de los programas de Saddam Hussein para desarrollar armas de destrucción masiva fue exagerada. Y los economistas a través del espectro político han sido siempre escépticos con respecto a la necesidad de asegurar militarmente el petróleo del Golfo Pérsico. No obstante, sus opiniones han sido ignoradas por los intereses adquiridos en las burocracias de la seguridad nacional de lo EE.UU..
En la estela de una poco aconsejable invasión estadounidense, la administración Bush no tiene muchas buenas opciones. Escasas fuerzas extranjeras serán atraídas a menos que los Estados Unidos cedan el control sobre la reconstrucción; incluso entonces la violencia continuará tanto como las fuerzas estadounidenses permanezcan allí. Enviar a aún más tropas de EE.UU. en la batalla desmentiría la aseveración de la administración de que la seguridad está mejorando. A medida que una elección presidencial se aproxima, tal movida podría ser políticamente suicida.
Para preservar la “credibilidad” de los EE.UU. hace casi 40 años atrás, los políticos estadounidenses persiguieron una guerra extensa en Vietnam—cuando el acotar sus pérdidas y retirarse más pronto hubiese salvado más en última instancia la estima del mundo. Lo mismo es factible que sea cierto en Irak.
Traducido por Gabriel Gasave
Defensa y política exteriorIrak
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