¿La Promesa de Lealtad es un rezo o un juramento patriótico? Recientemente, la Corte Suprema escuchó los argumentos sobre si las palabras “bajo Dios” en la Promesa constituyen el establecimiento de la religión en las escuelas públicas.
Perdida en el comentario legal que rodea al caso, estuvo una discusión sobre los méritos de la Promesa. Aún si expresar la Promesa en las escuelas públicas no constituye el establecimiento de una religión, ¿por qué deberíamos obligar a los escolares a repetirla día tras día? La respuesta parecería ser que dado que la Promesa ha estado vigente desde 1892, no hay por lo tanto necesidad alguna de cuestionar su uso. La Promesa es tan estadounidense como mamá y el pastel de manzanas.
Bien, no realmente. Pocos estadounidenses saben que Francis Bellamy, un socialista cristiano y extremo nacionalista, bosquejó la Promesa de Lealtad. Francis era el primo de Edward Bellamy, autor de la novela futurista Looking Backward, la cual describía a una utópica y socialista ciudad de Boston en el año 2000. El libro dio origen al movimiento socialista bostoniano conocido como “Nacionalismo.” Un objetivo central de los nacionalistas bostonianos era el de que el gobierno federal confiscase los medios de producción de la economía estadounidense.
Francis Bellamy, un oficial en el movimiento nacionalista, no era ajeno al conflicto. Sus sermones sobre “Jesús el Socialista” y “El Socialismo de la Iglesia Primitiva” instaron a las congregaciones a correrlo del ministerio. Bellamy pasó a trabajar para Youth’s Companion, una revista nacional con una circulación de aproximadamente 500.000 ejemplares. La revista lanzó una campaña para venderles banderas estadounidenses a las escuelas publicas, y para 1892 había vendido 26.000 de ellas. En una brillante estratagema de marketing, los directores de la revista tramaron un plan para vender aún más banderas en conexión con el 400 aniversario del descubrimiento del Nuevo Mundo por parte de Cristóbal Colón. Empleando la asistencia de la Asociación Nacional de la Educación, la ceremonia de la bandera fue central en las celebraciones del Día de Colón. En el programa para los festejos, Bellamy incluyó una promesa:
“Yo prometo lealtad a mi Bandera y a la República que representa, una Nación indivisible, con libertad y justicia para todos.”
A comienzos de 1920, la Conferencia sobre la Bandera Nacional modificó “mi Bandera” por “la Bandera de los Estados Unidos de América.” No deseaban correr el riesgo de que los inmigrantes pudiesen secretamente estar prometiéndole lealtad a la bandera de otro país. En 1954, en la cima del Temor Rojo, los Caballeros de Colon persuadieron al Congreso de agregar “bajo Dios” a la Promesa para diferenciar a los Estados Unidos de los ateos comunistas.
Mientras que la venta de banderas era un componente clave de la Promesa, fuerzas más oscuras estaban también trabajando. La inmigración masiva y la integración y la asimilación eran cuestiones importantes a finales de 1880 y de 1890. Los nativistas deseaban imponer los deberes de la ciudadanía estadounidense sobre los niños inmigrantes en la esperanza de romper cualquier vestigio de ligazón con sus tierras de origen. También, con la Guerra Civil aún en la memoria reciente, los norteños deseaban recordarle a los sureños que la unión era “indivisible.” La antigua unión basada en el consentimiento estaba muerta y desaparecida. Los afines a Bellamy creían también que si los niños sureños recitaban una y otra vez que la unión era indivisible, eventualmente repudiarían los actos de sus ancestros y jamás intentarían afirmar un derecho de secesión.
Vista a la luz de esta historia, la Promesa no luce tan cálida y gaseosa. No fue nada más que una herramienta de marketing y una bofetada en el rostro de los recientes inmigrantes y estadounidenses viviendo bajo la línea de Mason-Dixon.
El empleo de la Promesa en las escuelas es especialmente odioso si tomamos seriamente a los juramentos. Pero no puede esperarse que los niños pequeños comprendan a qué le están prometiendo lealtad, especialmente cuando se trata de una pedazo de tela. (Vale la pena destacar que el otro único país en el mundo que le promete lealtad a una bandera son las Filipinas, y como nuestra ex colonia, simplemente están emulando nuestra práctica.) Además, al grado de que la bandera representa ciertos principios, no podemos esperar aún que los niños descifren o alcancen estos principios del “estadounidismo.”
Si deseamos enseñarles a los niños acerca de los principios de nuestro país, ¿por qué no enseñarles respecto de la Revolución Estadounidense, la Constitución, y el Bill of Rights? En cambio, cada día descuidadamente le prometen obediencia a una bandera—el símbolo más visible de la autoridad gubernamental. Thomas Jefferson les recordaba en una oportunidad a sus compatriotas que tal confianza ciega en el gobierno “es en todas partes el padre del despotismo; el gobierno libre está fundado en el celo y no en la confianza.”
El ritual de los escolares diciendo la Promesa es indigno de una nación de individuos libres. El celo de la libertad—en la cara del gobierno que detenta el poder—es una virtud cívica, y una a la cual los fundadores de nuestra nación nos urgieron a no olvidar. Tras 112 años, es el momento de repensar nuestro uso de la Promesa de Lealtad de Bellamy.
Traducido por Gabriel Gasave
Repensando la Promesa de Lealtad
¿La Promesa de Lealtad es un rezo o un juramento patriótico? Recientemente, la Corte Suprema escuchó los argumentos sobre si las palabras “bajo Dios” en la Promesa constituyen el establecimiento de la religión en las escuelas públicas.
Perdida en el comentario legal que rodea al caso, estuvo una discusión sobre los méritos de la Promesa. Aún si expresar la Promesa en las escuelas públicas no constituye el establecimiento de una religión, ¿por qué deberíamos obligar a los escolares a repetirla día tras día? La respuesta parecería ser que dado que la Promesa ha estado vigente desde 1892, no hay por lo tanto necesidad alguna de cuestionar su uso. La Promesa es tan estadounidense como mamá y el pastel de manzanas.
Bien, no realmente. Pocos estadounidenses saben que Francis Bellamy, un socialista cristiano y extremo nacionalista, bosquejó la Promesa de Lealtad. Francis era el primo de Edward Bellamy, autor de la novela futurista Looking Backward, la cual describía a una utópica y socialista ciudad de Boston en el año 2000. El libro dio origen al movimiento socialista bostoniano conocido como “Nacionalismo.” Un objetivo central de los nacionalistas bostonianos era el de que el gobierno federal confiscase los medios de producción de la economía estadounidense.
Francis Bellamy, un oficial en el movimiento nacionalista, no era ajeno al conflicto. Sus sermones sobre “Jesús el Socialista” y “El Socialismo de la Iglesia Primitiva” instaron a las congregaciones a correrlo del ministerio. Bellamy pasó a trabajar para Youth’s Companion, una revista nacional con una circulación de aproximadamente 500.000 ejemplares. La revista lanzó una campaña para venderles banderas estadounidenses a las escuelas publicas, y para 1892 había vendido 26.000 de ellas. En una brillante estratagema de marketing, los directores de la revista tramaron un plan para vender aún más banderas en conexión con el 400 aniversario del descubrimiento del Nuevo Mundo por parte de Cristóbal Colón. Empleando la asistencia de la Asociación Nacional de la Educación, la ceremonia de la bandera fue central en las celebraciones del Día de Colón. En el programa para los festejos, Bellamy incluyó una promesa:
“Yo prometo lealtad a mi Bandera y a la República que representa, una Nación indivisible, con libertad y justicia para todos.”
A comienzos de 1920, la Conferencia sobre la Bandera Nacional modificó “mi Bandera” por “la Bandera de los Estados Unidos de América.” No deseaban correr el riesgo de que los inmigrantes pudiesen secretamente estar prometiéndole lealtad a la bandera de otro país. En 1954, en la cima del Temor Rojo, los Caballeros de Colon persuadieron al Congreso de agregar “bajo Dios” a la Promesa para diferenciar a los Estados Unidos de los ateos comunistas.
Mientras que la venta de banderas era un componente clave de la Promesa, fuerzas más oscuras estaban también trabajando. La inmigración masiva y la integración y la asimilación eran cuestiones importantes a finales de 1880 y de 1890. Los nativistas deseaban imponer los deberes de la ciudadanía estadounidense sobre los niños inmigrantes en la esperanza de romper cualquier vestigio de ligazón con sus tierras de origen. También, con la Guerra Civil aún en la memoria reciente, los norteños deseaban recordarle a los sureños que la unión era “indivisible.” La antigua unión basada en el consentimiento estaba muerta y desaparecida. Los afines a Bellamy creían también que si los niños sureños recitaban una y otra vez que la unión era indivisible, eventualmente repudiarían los actos de sus ancestros y jamás intentarían afirmar un derecho de secesión.
Vista a la luz de esta historia, la Promesa no luce tan cálida y gaseosa. No fue nada más que una herramienta de marketing y una bofetada en el rostro de los recientes inmigrantes y estadounidenses viviendo bajo la línea de Mason-Dixon.
El empleo de la Promesa en las escuelas es especialmente odioso si tomamos seriamente a los juramentos. Pero no puede esperarse que los niños pequeños comprendan a qué le están prometiendo lealtad, especialmente cuando se trata de una pedazo de tela. (Vale la pena destacar que el otro único país en el mundo que le promete lealtad a una bandera son las Filipinas, y como nuestra ex colonia, simplemente están emulando nuestra práctica.) Además, al grado de que la bandera representa ciertos principios, no podemos esperar aún que los niños descifren o alcancen estos principios del “estadounidismo.”
Si deseamos enseñarles a los niños acerca de los principios de nuestro país, ¿por qué no enseñarles respecto de la Revolución Estadounidense, la Constitución, y el Bill of Rights? En cambio, cada día descuidadamente le prometen obediencia a una bandera—el símbolo más visible de la autoridad gubernamental. Thomas Jefferson les recordaba en una oportunidad a sus compatriotas que tal confianza ciega en el gobierno “es en todas partes el padre del despotismo; el gobierno libre está fundado en el celo y no en la confianza.”
El ritual de los escolares diciendo la Promesa es indigno de una nación de individuos libres. El celo de la libertad—en la cara del gobierno que detenta el poder—es una virtud cívica, y una a la cual los fundadores de nuestra nación nos urgieron a no olvidar. Tras 112 años, es el momento de repensar nuestro uso de la Promesa de Lealtad de Bellamy.
Traducido por Gabriel Gasave
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