En cuestión de meses, George Walker Bush, el Presidente 43 de los Estados Unidos, podría pasar a la historia como el primero que completó su mandato en 175 años sin haber ejercido su facultad constitucional de veto.
Esa es toda una hazaña si se considera que su padre, Bush Senior, vetó 44 leyes en su único periodo en el cargo. Su sucesor, Bill Clinton, vetó 37 leyes en sus ocho años – un poco bajo el par para los recientes presidentes: Reagan vetó 78, Carter 31, Ford 66, y Nixon vetó 43 leyes antes de ser sometido a juicio político.
De hecho, solamente siete presidentes en la historia estadounidense no han empleado el veto. El último fue James Garfield, quien asumió el 4 de marzo de 1881 y que ocupó el cargo por menos de un año antes de ser asesinado por un abogado disgustado. En todos los casos, cuatro de los siete presidentes faltos de vetos, Garfield, William Harrison, Zachary Taylor y Millard Fillmore, no finalizaron un mandato completo. Y, el más reciente presidente que cumplió un periodo completo sin utilizar el veto fue John Quincy Adams, el sexto presidente.
Por lo tanto, ¿a qué se debe que George Bush, uno de los políticamente más controversiales presidentes estadounidenses, no ha utilizado su facultad de vetar las leyes?
Sabemos que Bush no le tiene fobia al veto. Como gobernador de Texas de 1995 a 1999, vetó 97 leyes. Desde la legislación que suministraba abogados para los pobres hasta una Ley de Protección del Paciente, Bush libremente esgrimió su lapicera roja para bloquear a la legislatura de Texas.
En cambio, el record de la ausencia de vetos de Bush puede ser en parte el resultado de un acontecimiento infrecuente: las mayorías en la Cámara de Diputados y en el Senado son del mismo partido político que el presidente. Los republicanos en el Congreso están ideológicamente alineados con el presidente y le han enviado, la mayoría de las veces, solamente proyectos que él se encontraría inclinado a firmar. Además, Karl Rove, el principal estratega político de Bush, le ha aconsejado en contra de utilizar los vetos presidenciales debido a que los mismos corren el riesgo de alienar a los grupos de interés que simpatizan con la administración, los que se benefician con la legislación republicana.
El record sobre los vetos de Bush puede también ser un reflejo de una tendencia histórica en la política estadounidense que se asemeja a una aproximada curva acampanada: A comienzos de la historia de los EE.UU. los vetos eran raros, en parte debido a que el gobierno federal sancionaba menos legislación. Los presidentes los utilizaban más como un control contra la legislación inconstitucional que como una herramienta política. Desde George Washington hasta Abraham Lincoln, los primeros 16 presidentes promediaron tan solo 3,6 vetos cada uno. En ese período, Andrew Jackson detentó el record con solamente 12 vetos.
Durante los siguientes 100 años, desde Andrew Johnson hasta Dwight D. Eisenhower,
los vetos presidenciales explotaron en un promedio de 118, 9 por presidente. Franklin D. Roosevelt estableció el record de todos los tiempos con 635 vetos durante sus tres periodos y medio. Las batallas ideológicas en esta era, desde la Reconstrucción hasta el New Deal, impulsaron la confrontación entre el Presidente y el Congreso. Además, como él politólogo de la Rutgers University, Ross Baker, lo puntualiza, este fue también un momento en el cual “un gran número de vetos eran vistos como un signo de una presidencia vigorosa.”
Fue solamente en las cuatro últimas décadas, comenzando con el Presidente Kennedy, que el número promedio de vetos declinó a 38, 8 por presidencia. Los presidentes modernos, al parecer, prefieren ser vistos como “enlazadores” antes que como divisores. Por supuesto, una amenaza de veto puede también ser tan eficaz como el veto verdadero, dado que el Congreso solamente puede rechazar un veto por el voto de dos-tercios de ambas cámaras. Desde que George Washington asumió el cargo en 1789, los presidentes
han vetado 2,550 proyectos de ley y solamente 106 han sido rechazados.
De conformidad con las cifras de la Oficina de Administración y Presupuesto, Bush ha amenazado con vetar 40 leyes, desde que asumiera en 2001. Hasta ahora la amenaza de un veto ha sido suficiente a efectos de alcanzar las metas políticas de Bush. En 2003 por ejemplo, dos senadores, un demócrata y un republicano, patrocinaron conjuntamente la Ley SAFE la que hubiese derogado gran parte de la Ley Patriota. Pero una amenaza de veto por parte de Bush intervino y en consecuencia, pese al amplio apoyo bipartidista, la Ley SAFE fue remitida al Comité Judicial del Senado y nunca se sometió a votación. Pero el record libre de vetos de Bush puede estar próximo a toparse con un moderador de velocidad.
Durante nueve meses el Congreso ha estado estancado en las carreteras de un proyecto de ley sobre el gasto en materia de transporte. El proyecto se encuentra actualmente en el Comité de Conferencia, donde los miembros están tratando de limar las diferencias entre los $318 mil millones (billones en inglés) del proyecto del Senado y los $283 mil millones (billones en inglés) del proyecto de Diputados. Pero ese no es el verdadero problema. El Presidente Bush declaró oficialmente que el vetaría cualquier proyecto sobre el transporte que superase los $256 mil millones (billones en inglés). Ese limite al gasto es una prioridad para Bush para ayudar a fortalecer su imagen “fiscalmente conservadora” que muchos ven como flaqueando, dado el enorme incremento en el presupuesto del 28,8 por ciento en el gasto federal desde que asumiera el cargo (con un crecimiento discrecional del gasto no destinado a la defensa del 35,7 por ciento) – los índices de crecimiento más rápidos en 30 años.
Con el Congreso del que se espera que fuerce una votación sobre el proyecto de ley antes de las elecciones de noviembres, el presidente podría encontrarse en un laberinto. Mientras que un veto podría ayudarle a demostrar responsabilidad fiscal a sus simpatizantes, el mismo podría también destacar su incapacidad para controlar el dispendio del Congreso en un momento crucial en la campaña presidencial.
La elección de Bush – de vetar o no vetar – podría impactar no solo sus posibilidades de reelección , sino también el que aparezca en los libros de historia como miembro del pequeño y exclusivo club de los presidentes que no ejercieron su facultad de veto.
Traducido por Gabriel Gasave
La ausencia de vetos por parte de Bush hará historia
En cuestión de meses, George Walker Bush, el Presidente 43 de los Estados Unidos, podría pasar a la historia como el primero que completó su mandato en 175 años sin haber ejercido su facultad constitucional de veto.
Esa es toda una hazaña si se considera que su padre, Bush Senior, vetó 44 leyes en su único periodo en el cargo. Su sucesor, Bill Clinton, vetó 37 leyes en sus ocho años – un poco bajo el par para los recientes presidentes: Reagan vetó 78, Carter 31, Ford 66, y Nixon vetó 43 leyes antes de ser sometido a juicio político.
De hecho, solamente siete presidentes en la historia estadounidense no han empleado el veto. El último fue James Garfield, quien asumió el 4 de marzo de 1881 y que ocupó el cargo por menos de un año antes de ser asesinado por un abogado disgustado. En todos los casos, cuatro de los siete presidentes faltos de vetos, Garfield, William Harrison, Zachary Taylor y Millard Fillmore, no finalizaron un mandato completo. Y, el más reciente presidente que cumplió un periodo completo sin utilizar el veto fue John Quincy Adams, el sexto presidente.
Por lo tanto, ¿a qué se debe que George Bush, uno de los políticamente más controversiales presidentes estadounidenses, no ha utilizado su facultad de vetar las leyes?
Sabemos que Bush no le tiene fobia al veto. Como gobernador de Texas de 1995 a 1999, vetó 97 leyes. Desde la legislación que suministraba abogados para los pobres hasta una Ley de Protección del Paciente, Bush libremente esgrimió su lapicera roja para bloquear a la legislatura de Texas.
En cambio, el record de la ausencia de vetos de Bush puede ser en parte el resultado de un acontecimiento infrecuente: las mayorías en la Cámara de Diputados y en el Senado son del mismo partido político que el presidente. Los republicanos en el Congreso están ideológicamente alineados con el presidente y le han enviado, la mayoría de las veces, solamente proyectos que él se encontraría inclinado a firmar. Además, Karl Rove, el principal estratega político de Bush, le ha aconsejado en contra de utilizar los vetos presidenciales debido a que los mismos corren el riesgo de alienar a los grupos de interés que simpatizan con la administración, los que se benefician con la legislación republicana.
El record sobre los vetos de Bush puede también ser un reflejo de una tendencia histórica en la política estadounidense que se asemeja a una aproximada curva acampanada: A comienzos de la historia de los EE.UU. los vetos eran raros, en parte debido a que el gobierno federal sancionaba menos legislación. Los presidentes los utilizaban más como un control contra la legislación inconstitucional que como una herramienta política. Desde George Washington hasta Abraham Lincoln, los primeros 16 presidentes promediaron tan solo 3,6 vetos cada uno. En ese período, Andrew Jackson detentó el record con solamente 12 vetos.
Durante los siguientes 100 años, desde Andrew Johnson hasta Dwight D. Eisenhower,
los vetos presidenciales explotaron en un promedio de 118, 9 por presidente. Franklin D. Roosevelt estableció el record de todos los tiempos con 635 vetos durante sus tres periodos y medio. Las batallas ideológicas en esta era, desde la Reconstrucción hasta el New Deal, impulsaron la confrontación entre el Presidente y el Congreso. Además, como él politólogo de la Rutgers University, Ross Baker, lo puntualiza, este fue también un momento en el cual “un gran número de vetos eran vistos como un signo de una presidencia vigorosa.”
Fue solamente en las cuatro últimas décadas, comenzando con el Presidente Kennedy, que el número promedio de vetos declinó a 38, 8 por presidencia. Los presidentes modernos, al parecer, prefieren ser vistos como “enlazadores” antes que como divisores. Por supuesto, una amenaza de veto puede también ser tan eficaz como el veto verdadero, dado que el Congreso solamente puede rechazar un veto por el voto de dos-tercios de ambas cámaras. Desde que George Washington asumió el cargo en 1789, los presidentes
han vetado 2,550 proyectos de ley y solamente 106 han sido rechazados.
De conformidad con las cifras de la Oficina de Administración y Presupuesto, Bush ha amenazado con vetar 40 leyes, desde que asumiera en 2001. Hasta ahora la amenaza de un veto ha sido suficiente a efectos de alcanzar las metas políticas de Bush. En 2003 por ejemplo, dos senadores, un demócrata y un republicano, patrocinaron conjuntamente la Ley SAFE la que hubiese derogado gran parte de la Ley Patriota. Pero una amenaza de veto por parte de Bush intervino y en consecuencia, pese al amplio apoyo bipartidista, la Ley SAFE fue remitida al Comité Judicial del Senado y nunca se sometió a votación. Pero el record libre de vetos de Bush puede estar próximo a toparse con un moderador de velocidad.
Durante nueve meses el Congreso ha estado estancado en las carreteras de un proyecto de ley sobre el gasto en materia de transporte. El proyecto se encuentra actualmente en el Comité de Conferencia, donde los miembros están tratando de limar las diferencias entre los $318 mil millones (billones en inglés) del proyecto del Senado y los $283 mil millones (billones en inglés) del proyecto de Diputados. Pero ese no es el verdadero problema. El Presidente Bush declaró oficialmente que el vetaría cualquier proyecto sobre el transporte que superase los $256 mil millones (billones en inglés). Ese limite al gasto es una prioridad para Bush para ayudar a fortalecer su imagen “fiscalmente conservadora” que muchos ven como flaqueando, dado el enorme incremento en el presupuesto del 28,8 por ciento en el gasto federal desde que asumiera el cargo (con un crecimiento discrecional del gasto no destinado a la defensa del 35,7 por ciento) – los índices de crecimiento más rápidos en 30 años.
Con el Congreso del que se espera que fuerce una votación sobre el proyecto de ley antes de las elecciones de noviembres, el presidente podría encontrarse en un laberinto. Mientras que un veto podría ayudarle a demostrar responsabilidad fiscal a sus simpatizantes, el mismo podría también destacar su incapacidad para controlar el dispendio del Congreso en un momento crucial en la campaña presidencial.
La elección de Bush – de vetar o no vetar – podría impactar no solo sus posibilidades de reelección , sino también el que aparezca en los libros de historia como miembro del pequeño y exclusivo club de los presidentes que no ejercieron su facultad de veto.
Traducido por Gabriel Gasave
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