El presidente Joe Biden está tomando "medidas agresivas", según anunció recientemente la Casa Blanca, para garantizar que los Estados Unidos logren un "sector energético libre de contaminación por carbono" para 2035 y una "economía con cero emisiones netas de carbono" tan solo 15 años después.
Al otro lado del charco, Boris Johnson, primer ministro británico, ha prometido que el Reino Unido reducirá sus emisiones de carbono en un 68% en los próximos nueve años, mientras que el Parlamento Europeo ha votado reducir las emisiones en un 60%.
En un mundo ideal, esta sería una gran noticia. En el mundo real, en el que las energías renovables siguen siendo demasiado ineficientes y dependientes de subsidios de gobiernos que ya encuentran ahogados por la deuda, estos objetivos son poco realistas.
El Foro Económico Mundial ha estimado que la deuda mundial ha alcanzado los 277 billones de dólares (trillones en inglés), es decir, el 365% de todo el Producto Bruto Interno (PBI) del planeta, a finales del año pasado. El fisco estadounidense está igualmente desbocado. Los datos del Banco de la Reserva Federal de San Luis muestran que la deuda de los Estados Unidos ha superado el PBI anual cada año desde 2015, mucho antes de que fueran aprobados los paquetes de "alivio" de la COVID-19 de varios billones de dólares (trillones en inglés). Por lo tanto, sólo desde una perspectiva financiera, los objetivos de la administración invitan al escepticismo.
También invitan al escepticismo desde el punto de vista energético. Por ejemplo, la Agencia Internacional de la Energía (IEA es su sigla en inglés), cuyo World Energy Outlook establece el objetivo de reducir las emisiones de dióxido de carbono (CO2) en un 60% en 20 años.
Para lograr ese objetivo, la IEA apunta a que la demanda de energía se reduzca en un 25%. Pero según un reciente análisis de Goehring & Rozencwajg, una empresa de inversión especializada en materias primas, es poco probable que esto ocurra. Mientras que la demanda de energía ha disminuido un 10% en los últimos 20 años en los países ricos y desarrollados, según el análisis, se ha incrementado un 65% en los países en desarrollo, que han impulsado el crecimiento económico mundial en los últimos años.
La IEA supone también que la concentración de CO2 por unidad de energía se reducirá a la mitad. Esto también es improbable, ya que los países desarrollados que han intentado reducir las emisiones sólo han logrado una reducción de alrededor del 10%. Incluso Alemania, que obtiene casi el 40% de su electricidad de las energías renovables, ha sido incapaz acercarse a este objetivo, logrando poco más que los Estados Unidos, donde la energía eólica y la solar representan menos del 9% de la energía generada.
Para alcanzar el objetivo del presidente Biden de una electricidad libre de carbono en 2035, los Estados Unidos necesitarían construir un asombroso número de nuevas centrales nucleares (una fuente de combustible mucho más limpia que los hidrocarburos) o un número aún mayor de nuevas instalaciones de energía solar y eólica.
Sin esos aumentos, el corresponsal científico de la revista Reason, Ronald Bailey, ha calculado que las energías renovables tardarían unos 50 años en reemplazar a las actuales fuentes de energía eléctrica basadas en los combustibles fósiles, con un coste adicional de billones de dólares (trillones en inglés) en gasto federal.
La lección no es que tengamos que optar por la contaminación o renunciar a nuestros ideales de energía limpia, sino que también debemos tener en cuenta las realidades financieras actuales, los costes añadidos que supondría ese cambio y las muy reales limitaciones tecnológicas.
La humanidad no puede soportar mucha realidad, escribió T.S. Eliot en sus "Cuatro cuartetos". Puede que estuviera pensando en los políticos y el cambio climático.
Traducido por Gabriel Gasave
El original en inglés puede verse aquí.
La guerra del carbono enfrenta a la política con la realidad
El presidente Joe Biden está tomando "medidas agresivas", según anunció recientemente la Casa Blanca, para garantizar que los Estados Unidos logren un "sector energético libre de contaminación por carbono" para 2035 y una "economía con cero emisiones netas de carbono" tan solo 15 años después.
Al otro lado del charco, Boris Johnson, primer ministro británico, ha prometido que el Reino Unido reducirá sus emisiones de carbono en un 68% en los próximos nueve años, mientras que el Parlamento Europeo ha votado reducir las emisiones en un 60%.
En un mundo ideal, esta sería una gran noticia. En el mundo real, en el que las energías renovables siguen siendo demasiado ineficientes y dependientes de subsidios de gobiernos que ya encuentran ahogados por la deuda, estos objetivos son poco realistas.
El Foro Económico Mundial ha estimado que la deuda mundial ha alcanzado los 277 billones de dólares (trillones en inglés), es decir, el 365% de todo el Producto Bruto Interno (PBI) del planeta, a finales del año pasado. El fisco estadounidense está igualmente desbocado. Los datos del Banco de la Reserva Federal de San Luis muestran que la deuda de los Estados Unidos ha superado el PBI anual cada año desde 2015, mucho antes de que fueran aprobados los paquetes de "alivio" de la COVID-19 de varios billones de dólares (trillones en inglés). Por lo tanto, sólo desde una perspectiva financiera, los objetivos de la administración invitan al escepticismo.
También invitan al escepticismo desde el punto de vista energético. Por ejemplo, la Agencia Internacional de la Energía (IEA es su sigla en inglés), cuyo World Energy Outlook establece el objetivo de reducir las emisiones de dióxido de carbono (CO2) en un 60% en 20 años.
Para lograr ese objetivo, la IEA apunta a que la demanda de energía se reduzca en un 25%. Pero según un reciente análisis de Goehring & Rozencwajg, una empresa de inversión especializada en materias primas, es poco probable que esto ocurra. Mientras que la demanda de energía ha disminuido un 10% en los últimos 20 años en los países ricos y desarrollados, según el análisis, se ha incrementado un 65% en los países en desarrollo, que han impulsado el crecimiento económico mundial en los últimos años.
La IEA supone también que la concentración de CO2 por unidad de energía se reducirá a la mitad. Esto también es improbable, ya que los países desarrollados que han intentado reducir las emisiones sólo han logrado una reducción de alrededor del 10%. Incluso Alemania, que obtiene casi el 40% de su electricidad de las energías renovables, ha sido incapaz acercarse a este objetivo, logrando poco más que los Estados Unidos, donde la energía eólica y la solar representan menos del 9% de la energía generada.
Para alcanzar el objetivo del presidente Biden de una electricidad libre de carbono en 2035, los Estados Unidos necesitarían construir un asombroso número de nuevas centrales nucleares (una fuente de combustible mucho más limpia que los hidrocarburos) o un número aún mayor de nuevas instalaciones de energía solar y eólica.
Sin esos aumentos, el corresponsal científico de la revista Reason, Ronald Bailey, ha calculado que las energías renovables tardarían unos 50 años en reemplazar a las actuales fuentes de energía eléctrica basadas en los combustibles fósiles, con un coste adicional de billones de dólares (trillones en inglés) en gasto federal.
La lección no es que tengamos que optar por la contaminación o renunciar a nuestros ideales de energía limpia, sino que también debemos tener en cuenta las realidades financieras actuales, los costes añadidos que supondría ese cambio y las muy reales limitaciones tecnológicas.
La humanidad no puede soportar mucha realidad, escribió T.S. Eliot en sus "Cuatro cuartetos". Puede que estuviera pensando en los políticos y el cambio climático.
Traducido por Gabriel Gasave
El original en inglés puede verse aquí.
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