Los Estados Unidos son una sociedad que, en sus raíces, sirve al pueblo que la habita. El interés propio, entendido ampliamente, es lo que justifica el apoyo a este país.
Y es debido a que no sólo tenemos el derecho sino que deberíamos perseguir nuestra felicidad en la vida, que tendríamos también que vivir en el país que los fundadores y los constituyentes diseñaron, para tan sólo hacerlo más consistente.
Durante sus dos siglos de existencia, los Estados Unidos han pasado gradualmente de ser una comunidad que se encontraba firmemente encaminada hacia una sociedad libre basada en la buena fe—lo cual no comenzó de esa manera, claramente, con la esclavitud como una de sus instituciones—a una que se encuentra dirigida hacia un mediocre igualitarismo.
Nuestros legisladores, jueces, y, sobre todo, los intelectuales, lenta pero firmemente, han apartado al país de su meta original hacia algo enteramente diferente. Mientras que el concepto guía de este país fue la libertad individual, ahora lo es una cierta mezcolanza de igualitarismo democrático, de modo que el capricho del público lo gobierna todo, sin ningún compromiso claro por los principios por parte de alguna de las principales facciones políticas.
Considere a la llamada revolución republicana. Primero, no fue una revolución. Los republicanos desean simplemente menos gobierno federal en nuestras vidas, no necesariamente menos gobierno, pocas leyes, más iniciativa individual, y libertad personal. Existen pocos recortes presupuestarios reales, tan sólo reducciones del incremento anticipado en los gastos del gobierno. Los republicanos carecen de un acercamiento principista a la política y a la creación de leyes.
Los demócratas saben lo que quieren, aunque se encuentran un poquito temerosos de explicarlo en detalle. Quisieran que el gobierno hiciese funcionar al país; no creen que los individuos pueden gobernarse a sí mismos; creen que es en última instancia la sociedad la que cuenta y que los individuos son tan sólo partes de la sociedad que pueden ser manipuladas para hacer que la misma se ajuste a una visión de cohesión, de armonía, de paz, de cooperación, y fraternidad. No pueden soportar el hecho de que algunos de nosotros gastamos dinero en los combates de boxeo de Mike Tyson, otros en Pogs, e incluso otros en las películas de Arnold Schwarzenegger—en lugar de ayudarnos los unos a los otros, de apoyar a nuestras escuelas, orquestas, parques, bosques, pacientes de SIDA, y así sucesivamente.
Los demócratas—o por lo menos los líderes filosóficos del partido—tienen una fantasía, una utopía que los guía. Es mala, nunca funcionará, es destructiva, pero es mucho más consistente que la que los republicanos tienen para ofrecer.
Los republicanos rechazan decir cuál es la verdad: que cada uno tenemos el derecho de vivir nuestras propias vidas, y que debemos, de hecho, intentar vivirlas bien y prósperamente, y quienes intenten quitarnos esto, aún para todos esos resonantes nobles propósitos que los demócratas sostienen, son tiranos y no los toleraremos.
Los republicanos no dirán esto, debido a que los republicanos no lo creen. Ellos también creen en la visión fraternal, solamente con algunos pocos cambios de menor importancia. Desean menos bienestar pero más orden; desean pocos programas federales pero no se preocupan en absoluto al ver multiplicarse los programas estatales; desean la libertad pero no cuando se trata de lo que uno piensa (no se engañe a sí mismo, existe corrección política dentro de las filas de los republicanos conservadores).
El nacimiento de los Estados Unidos de América fue una revolución: Otorgó a los ciudadanos el poder político, quitándole el puesto al rey. Hizo al individuo el soberano, no al estado. Hizo al gobierno el servidor, no el dominador. Hizo evidente, por primera vez en la historia humana, que la vida es para vivirla, para la gente que trabajará duro y la ganará, no para aquellos que han caído accidentalmente en la buena fortuna o han conquistado a otros y viven de ellos como parásitos.
Esta revolución todavía se encuentra en marcha, enfrentándose con grandes fuerzas reaccionarias disfrazadas de marxismo, comunitarianismo, ambientalismo, y similares, todas exigiendo que los Estados Unidos abandonen su compromiso para con los derechos individuales, y la creencia de que cada persona debe primero y ante todo mejorar su vida y las vidas de aquellos que ama.
Ninguno de los candidatos presidenciales republicanos, defienden en última instancia la visión estadounidense. Cada uno cubre sus apuestas, minimizando el punto esencial, a saber, que lo que más cuenta en la tradición política estadounidense es el individuo humano, ni siquiera la familia, con prescindencia del grupo étnico o la raza o el género. Es el individuo. Esta es la razón por la cual millones desean venir a los Estados Unidos desde el exterior, esto es lo que hace a este país único.
Pero ésta es la visión que actualmente se encuentra minimizada, incluso mientras existe una especie de ventana de oportunidad—tras la caída de la Unión Soviética y el fallecimiento del estado benefactor—para reafirmarla y mejorarla.
Traducido por Gabriel Gasave
¿Podemos resucitar la Revolución?
Los Estados Unidos son una sociedad que, en sus raíces, sirve al pueblo que la habita. El interés propio, entendido ampliamente, es lo que justifica el apoyo a este país.
Y es debido a que no sólo tenemos el derecho sino que deberíamos perseguir nuestra felicidad en la vida, que tendríamos también que vivir en el país que los fundadores y los constituyentes diseñaron, para tan sólo hacerlo más consistente.
Durante sus dos siglos de existencia, los Estados Unidos han pasado gradualmente de ser una comunidad que se encontraba firmemente encaminada hacia una sociedad libre basada en la buena fe—lo cual no comenzó de esa manera, claramente, con la esclavitud como una de sus instituciones—a una que se encuentra dirigida hacia un mediocre igualitarismo.
Nuestros legisladores, jueces, y, sobre todo, los intelectuales, lenta pero firmemente, han apartado al país de su meta original hacia algo enteramente diferente. Mientras que el concepto guía de este país fue la libertad individual, ahora lo es una cierta mezcolanza de igualitarismo democrático, de modo que el capricho del público lo gobierna todo, sin ningún compromiso claro por los principios por parte de alguna de las principales facciones políticas.
Considere a la llamada revolución republicana. Primero, no fue una revolución. Los republicanos desean simplemente menos gobierno federal en nuestras vidas, no necesariamente menos gobierno, pocas leyes, más iniciativa individual, y libertad personal. Existen pocos recortes presupuestarios reales, tan sólo reducciones del incremento anticipado en los gastos del gobierno. Los republicanos carecen de un acercamiento principista a la política y a la creación de leyes.
Los demócratas saben lo que quieren, aunque se encuentran un poquito temerosos de explicarlo en detalle. Quisieran que el gobierno hiciese funcionar al país; no creen que los individuos pueden gobernarse a sí mismos; creen que es en última instancia la sociedad la que cuenta y que los individuos son tan sólo partes de la sociedad que pueden ser manipuladas para hacer que la misma se ajuste a una visión de cohesión, de armonía, de paz, de cooperación, y fraternidad. No pueden soportar el hecho de que algunos de nosotros gastamos dinero en los combates de boxeo de Mike Tyson, otros en Pogs, e incluso otros en las películas de Arnold Schwarzenegger—en lugar de ayudarnos los unos a los otros, de apoyar a nuestras escuelas, orquestas, parques, bosques, pacientes de SIDA, y así sucesivamente.
Los demócratas—o por lo menos los líderes filosóficos del partido—tienen una fantasía, una utopía que los guía. Es mala, nunca funcionará, es destructiva, pero es mucho más consistente que la que los republicanos tienen para ofrecer.
Los republicanos rechazan decir cuál es la verdad: que cada uno tenemos el derecho de vivir nuestras propias vidas, y que debemos, de hecho, intentar vivirlas bien y prósperamente, y quienes intenten quitarnos esto, aún para todos esos resonantes nobles propósitos que los demócratas sostienen, son tiranos y no los toleraremos.
Los republicanos no dirán esto, debido a que los republicanos no lo creen. Ellos también creen en la visión fraternal, solamente con algunos pocos cambios de menor importancia. Desean menos bienestar pero más orden; desean pocos programas federales pero no se preocupan en absoluto al ver multiplicarse los programas estatales; desean la libertad pero no cuando se trata de lo que uno piensa (no se engañe a sí mismo, existe corrección política dentro de las filas de los republicanos conservadores).
El nacimiento de los Estados Unidos de América fue una revolución: Otorgó a los ciudadanos el poder político, quitándole el puesto al rey. Hizo al individuo el soberano, no al estado. Hizo al gobierno el servidor, no el dominador. Hizo evidente, por primera vez en la historia humana, que la vida es para vivirla, para la gente que trabajará duro y la ganará, no para aquellos que han caído accidentalmente en la buena fortuna o han conquistado a otros y viven de ellos como parásitos.
Esta revolución todavía se encuentra en marcha, enfrentándose con grandes fuerzas reaccionarias disfrazadas de marxismo, comunitarianismo, ambientalismo, y similares, todas exigiendo que los Estados Unidos abandonen su compromiso para con los derechos individuales, y la creencia de que cada persona debe primero y ante todo mejorar su vida y las vidas de aquellos que ama.
Ninguno de los candidatos presidenciales republicanos, defienden en última instancia la visión estadounidense. Cada uno cubre sus apuestas, minimizando el punto esencial, a saber, que lo que más cuenta en la tradición política estadounidense es el individuo humano, ni siquiera la familia, con prescindencia del grupo étnico o la raza o el género. Es el individuo. Esta es la razón por la cual millones desean venir a los Estados Unidos desde el exterior, esto es lo que hace a este país único.
Pero ésta es la visión que actualmente se encuentra minimizada, incluso mientras existe una especie de ventana de oportunidad—tras la caída de la Unión Soviética y el fallecimiento del estado benefactor—para reafirmarla y mejorarla.
Traducido por Gabriel Gasave
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