Un informe del 26 de agosto de la Oficina del Censo de los EE.UU., señaló que el salario promedio de tiempo completo de las mujeres era de 75,5 centavos por cada dólar percibido por los hombres en concepto de similar remuneración; eso es un 0,6 por ciento más abajo que en 2002.
Las feministas del género rápidamente se quejaron de que “¡la discriminación está creciendo!”
¿Es cierta esa acusación, y cómo está siendo utilizada la misma?
The Institute for Women’s Policy Research emitió inmediatamente un comunicado de prensa que recurría a la cifra de los 75,5 centavos para reclamar por un aumento en el salario mínimo y una mejor aplicación de la leyes sobre la igualdad de oportunidades.
Pero puede que no exista problema alguno por resolver.
En algún sentido, ese 0,6 por ciento podría ser una variación estadística insignificante, debida especialmente a que los salarios de las mujeres se han elevado de manera consistente durante la década pasada.
Por otro lado, una encuesta no es un estudio científico; la misma tan sólo indica que algo puede merecer más atención. La misma no explica por qué existe una brecha salarial.
En 2003, la Oficina de Contabilidad General de los EE.UU. (GAO son sus siglas en inglés) observaba que “de los muchos factores que inciden sobre las diferencias en los ingresos entre los hombres y las mujeres, nuestro modelo indicó que los patrones laborales son clave”.
“Específicamente, las mujeres poseen menos años de experiencia laboral, trabajan menos horas por año, y son menos propensas a trabajar en un horario de tiempo completo, y abandonan la fuerza laboral por períodos más prolongados que los hombres.”
La GAO advirtió que no podía “determinar si esta diferencia remanente se debe a la discriminación o a otros factores.”
Por ejemplo, varios expertos dijeron que algunas mujeres suplían el progresar en sus carreras profesionales o los ingresos más altos con un trabajo que les ofreciera flexibilidad para atender las responsabilidades laborales y de la familia.
En síntesis, más mujeres que hombres pueden procurar empleos con una paga menor pero con horarios flexibles a efectos de pasar más tiempo con sus familias.
De ser así, cuando usted toma dos nominas salariales, una de las mujeres y la otra de los hombres que trabajan a tiempo completo, y va hacia el punto medio exacto de cada una de ellas, la media, puede que los salarios de las mujeres naturalmente sean menores a los de los hombres.
¿Pero qué ocurre con los empleos de tiempo completo que son comparables? ¿Qué podría incidir para una brecha salarial en ellos? Consideremos tan sólo dos posibilidades.
Primero, la definición de trabajo de tiempo completo: la mayoría de las encuestas lo definen como uno de más de 35 a 40 horas semanales. Pero existe una tremenda diferencia entre un empleado que trabaja 40 horas y uno que lo hace durante 60.
Por los mismos motivos por los cuales las mujeres procurarían horarios flexibles, también son proclives a trabajar durante menos horas en un empleo a tiempo completo. Los aumentos, las bonificaciones, y las promociones fluyen con más naturalidad hacia aquellos empleados que trabajan durante más horas.
En verdad, cuando usted pondera variables como la de tener hijos, la brecha salarial virtualmente desaparece.
En su libro “Women’s Figures” (1999), la economista Diana Furchtgott-Roth y Christine Stolba compararon meticulosamente la información sobre los ingresos de los hombres y mujeres sin hijos entre los 27 y los 33 años de edad. Encontraron que la brecha salarial se reducía a 98 centavos.
Un segundo motivo posible para la “brecha salarial”: Las encuestas usualmente no consideran factores tales como “los premios por turno.” Es decir, los turnos que son peligrosos o no deseables son mejor pagados y más propensos a ser ocupados por los hombres.
El trabajar en el turno diurno como conductor de un taxi no es en verdad lo mismo que trabajar durante el turno nocturno que es más peligroso, pero por lo general es tratado de ese modo por las encuestas.
La disparidad en los ingresos resultante no tiene nada que ver con la discriminación contra las mujeres. La misma refleja las preferencias de las propias mujeres.
Si esto es cierto, entonces la brecha salarial no es un problema que deba enmendarse. Es meramente una interesante estadística que indica que los hombres y las mujeres, cuando les es ofrecido un campo de juego similar, tenderán a expresar diferentes prioridades y, de esa manera, terminarán en lugares diferentes. (Esta es una cruda generalización, por supuesto, y nada dice de los hombres individuales ni de las mujeres individuales.)
Las personas, como yo, que sostienen que la brecha laboral es en gran medida un reflejo de las preferencias de las mujeres son a menudo acusadas de no importarles nada la igualdad o la justicia.
Una afirmación más exacta es la de que se trata de una visión diferente de la igualdad y de la justicia. Durante décadas, las dos visiones han estado compitiendo entre sí en el debate que rodea a la brecha salarial.
La primera visión—la aquí presentada—sostiene la igualdad de oportunidades.
Es decir, la habilidad de cada individuo para ejercitar sus derechos individuales a la persona y a la propiedad debería ser protegida por igual mediante la ley, sin que se le concedan ventajas a nadie.
Tal igualdad de oportunidades de manera inevitable producirá resultados diferentes en los salarios, por ejemplo—debido a que los resultados dependen de varios otros factores, incluidos la habilidad, el trabajo duro, el carácter y la suerte.
La desigualdad de resultados no es una indicación de injusticia, porque la justicia reside en que cada individuo reciba lo que él o ella se merece. Los empleados que compiten en igualdad de oportunidades merecen lo que pueden negociar con un empleador en base a sus méritos y a sus necesidades. Eso es justicia.
La visión que compite con ésta define a la igualdad como al resultado en el cual los individuos son política, económica y socialmente iguales. La justicia es medida según cómo los individuos comparten esos beneficios.
Esta visión es a menudo llamada igualitarismo.
Winston Churchill capturó la diferencia al afirmar: “‘Todos los hombres son creados iguales, dice la Declaración de la Independencia Estadounidense’. ‘Todos los hombres deberían ser mantenidos iguales’ dicen los Socialistas.”
Nada que carezca de totalitarismo puede asegurar lo segundo.
La brecha salarial está, de hecho, diciéndonos algo a lo que debería prestársele atención respecto de la sociedad y de la preferencia humana. Los igualitaristas deberían escuchar más cuidadosamente a lo que se está diciendo.
Traducido por Gabriel Gasave
La brecha salarial refleja las prioridades de las mujeres
Un informe del 26 de agosto de la Oficina del Censo de los EE.UU., señaló que el salario promedio de tiempo completo de las mujeres era de 75,5 centavos por cada dólar percibido por los hombres en concepto de similar remuneración; eso es un 0,6 por ciento más abajo que en 2002.
Las feministas del género rápidamente se quejaron de que “¡la discriminación está creciendo!”
¿Es cierta esa acusación, y cómo está siendo utilizada la misma?
The Institute for Women’s Policy Research emitió inmediatamente un comunicado de prensa que recurría a la cifra de los 75,5 centavos para reclamar por un aumento en el salario mínimo y una mejor aplicación de la leyes sobre la igualdad de oportunidades.
Pero puede que no exista problema alguno por resolver.
En algún sentido, ese 0,6 por ciento podría ser una variación estadística insignificante, debida especialmente a que los salarios de las mujeres se han elevado de manera consistente durante la década pasada.
Por otro lado, una encuesta no es un estudio científico; la misma tan sólo indica que algo puede merecer más atención. La misma no explica por qué existe una brecha salarial.
En 2003, la Oficina de Contabilidad General de los EE.UU. (GAO son sus siglas en inglés) observaba que “de los muchos factores que inciden sobre las diferencias en los ingresos entre los hombres y las mujeres, nuestro modelo indicó que los patrones laborales son clave”.
“Específicamente, las mujeres poseen menos años de experiencia laboral, trabajan menos horas por año, y son menos propensas a trabajar en un horario de tiempo completo, y abandonan la fuerza laboral por períodos más prolongados que los hombres.”
La GAO advirtió que no podía “determinar si esta diferencia remanente se debe a la discriminación o a otros factores.”
Por ejemplo, varios expertos dijeron que algunas mujeres suplían el progresar en sus carreras profesionales o los ingresos más altos con un trabajo que les ofreciera flexibilidad para atender las responsabilidades laborales y de la familia.
En síntesis, más mujeres que hombres pueden procurar empleos con una paga menor pero con horarios flexibles a efectos de pasar más tiempo con sus familias.
De ser así, cuando usted toma dos nominas salariales, una de las mujeres y la otra de los hombres que trabajan a tiempo completo, y va hacia el punto medio exacto de cada una de ellas, la media, puede que los salarios de las mujeres naturalmente sean menores a los de los hombres.
¿Pero qué ocurre con los empleos de tiempo completo que son comparables? ¿Qué podría incidir para una brecha salarial en ellos? Consideremos tan sólo dos posibilidades.
Primero, la definición de trabajo de tiempo completo: la mayoría de las encuestas lo definen como uno de más de 35 a 40 horas semanales. Pero existe una tremenda diferencia entre un empleado que trabaja 40 horas y uno que lo hace durante 60.
Por los mismos motivos por los cuales las mujeres procurarían horarios flexibles, también son proclives a trabajar durante menos horas en un empleo a tiempo completo. Los aumentos, las bonificaciones, y las promociones fluyen con más naturalidad hacia aquellos empleados que trabajan durante más horas.
En verdad, cuando usted pondera variables como la de tener hijos, la brecha salarial virtualmente desaparece.
En su libro “Women’s Figures” (1999), la economista Diana Furchtgott-Roth y Christine Stolba compararon meticulosamente la información sobre los ingresos de los hombres y mujeres sin hijos entre los 27 y los 33 años de edad. Encontraron que la brecha salarial se reducía a 98 centavos.
Un segundo motivo posible para la “brecha salarial”: Las encuestas usualmente no consideran factores tales como “los premios por turno.” Es decir, los turnos que son peligrosos o no deseables son mejor pagados y más propensos a ser ocupados por los hombres.
El trabajar en el turno diurno como conductor de un taxi no es en verdad lo mismo que trabajar durante el turno nocturno que es más peligroso, pero por lo general es tratado de ese modo por las encuestas.
La disparidad en los ingresos resultante no tiene nada que ver con la discriminación contra las mujeres. La misma refleja las preferencias de las propias mujeres.
Si esto es cierto, entonces la brecha salarial no es un problema que deba enmendarse. Es meramente una interesante estadística que indica que los hombres y las mujeres, cuando les es ofrecido un campo de juego similar, tenderán a expresar diferentes prioridades y, de esa manera, terminarán en lugares diferentes. (Esta es una cruda generalización, por supuesto, y nada dice de los hombres individuales ni de las mujeres individuales.)
Las personas, como yo, que sostienen que la brecha laboral es en gran medida un reflejo de las preferencias de las mujeres son a menudo acusadas de no importarles nada la igualdad o la justicia.
Una afirmación más exacta es la de que se trata de una visión diferente de la igualdad y de la justicia. Durante décadas, las dos visiones han estado compitiendo entre sí en el debate que rodea a la brecha salarial.
La primera visión—la aquí presentada—sostiene la igualdad de oportunidades.
Es decir, la habilidad de cada individuo para ejercitar sus derechos individuales a la persona y a la propiedad debería ser protegida por igual mediante la ley, sin que se le concedan ventajas a nadie.
Tal igualdad de oportunidades de manera inevitable producirá resultados diferentes en los salarios, por ejemplo—debido a que los resultados dependen de varios otros factores, incluidos la habilidad, el trabajo duro, el carácter y la suerte.
La desigualdad de resultados no es una indicación de injusticia, porque la justicia reside en que cada individuo reciba lo que él o ella se merece. Los empleados que compiten en igualdad de oportunidades merecen lo que pueden negociar con un empleador en base a sus méritos y a sus necesidades. Eso es justicia.
La visión que compite con ésta define a la igualdad como al resultado en el cual los individuos son política, económica y socialmente iguales. La justicia es medida según cómo los individuos comparten esos beneficios.
Esta visión es a menudo llamada igualitarismo.
Winston Churchill capturó la diferencia al afirmar: “‘Todos los hombres son creados iguales, dice la Declaración de la Independencia Estadounidense’. ‘Todos los hombres deberían ser mantenidos iguales’ dicen los Socialistas.”
Nada que carezca de totalitarismo puede asegurar lo segundo.
La brecha salarial está, de hecho, diciéndonos algo a lo que debería prestársele atención respecto de la sociedad y de la preferencia humana. Los igualitaristas deberían escuchar más cuidadosamente a lo que se está diciendo.
Traducido por Gabriel Gasave
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