Concebida en 2011 en Caracas a instancias del entonces presidente venezolano Hugo Chávez y los hermanos Castro de Cuba, el propósito ostensible de la CELAC era el de crear un bloque latinoamericano unificado que resistiera la influencia de los Estados Unidos y contrarrestara a la Organización de Estados Americanos (OEA), a la cual Chávez y los Castro consideraban un instrumento del imperialismo gringo. En total, 32 países pertenecen a la organización. (Canadá, al igual que Estados Unidos, está excluido).
No resulta exagerado caracterizar a la reunión de la CELAC, celebrada en Ciudad de México, como una farsa, digna del legendario cómico mexicano Cantinflas. Y no me refiero sólo a las payasadas del presidente peruano Pedro Castillo, que se negó durante toda la reunión a quitarse el sombrero. Toda la cumbre podría haber sido una comedia de Cantinflas!.
El presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador, anfitrión del encuentro, marcó la pauta al declarar que era hora de que la CELAC sustituyera a la OEA. Pero, como alguien debería haberle explicado al presidente mexicano, hay varios problemas con esta payasesca idea, entre ellos el hecho de que Brasil, el país más poderoso de la región, abandonó la CELAC el año pasado, declarando que es inaceptable que una organización regional que supuestamente procura la unidad tenga tres dictaduras (Cuba, Nicaragua y Venezuela) desempeñando papeles prominentes.
Se podría argumentar que la negativa de Brasil a participar en el aquelarre de la CELAC era previsible, dada la política conservadora del presidente brasileño Jair Bolsonaro. Pero no fue el único ausente de la cumbre. Los líderes de centroderecha de Chile y Colombia, Sebastián Piñera e Iván Duque, también se mantuvieron al margen. Ambos han sido muy críticos con Venezuela, que sigue inmiscuyéndose en sus asuntos internos (especialmente en Colombia).
También faltó el presidente argentino de izquierdas, Alberto Fernández, que se quedó en casa para ocuparse de la crisis económica y de salud pública de su país, esfuerzos en los que la ayuda estadounidense ha sido muy útil.
Y luego está el propio país anfitrión. Digamos lo obvio: hasta hace poco, el gobierno de México, que generalmente se alinea con los malos de la región, ha venido actuando como la agencia de patrulla fronteriza no oficial del gobierno estadounidense, impidiendo que innumerables centroamericanos (y otros) lleguen a la frontera sur de los Estados Unidos. Para hacer las cosas aún más interesantes, después de toda la demagogia que el presidente López Obrador evidenció en la CELAC, su ministro de Asuntos Exteriores, Marcelo Ebrard, amablemente deslizó una propuesta de los izquierdistas en la cumbre para hacer de México la sede permanente de la CELAC. ¿Soy el único que imagina a los tres monos sabios? "no ver el mal; no oír el mal; no hablar el mal"?
Pero todo eso puede ser caracterizado mayormente como un teatro. El principal obstáculo para la unidad latinoamericana es el hecho de que la región sigue estando muy dividida ideológicamente.
Aun sin la presencia de los líderes brasileños, chilenos o colombianos, los izquierdistas no fueron en absoluto las únicas voces que se escucharon en Ciudad de México. De hecho, tres presidentes -Luis Lacalle Pou de Uruguay, Mario Abdo de Paraguay y Guillermo Lasso de Ecuador- criticaron abiertamente a los dictadores de izquierda de la región (los principales defensores de la CELAC).
No cabe duda de que la política de la región sería mucho menos interesante sin estas fastidiosas cumbres, con sus aspavientos y disputas habituales.
Pero la triste historia es que desde 1826, cuando el Congreso de Panamá de Bolívar no logró la unidad, las naciones de América Latina han permanecido divididas en cuanto a los principios y prácticas que harían de la integración una posibilidad realista. Y sin un consenso básico sobre los derechos humanos, el pluralismo democrático, el Estado de Derecho, el comercio internacional y otras cuestiones clave, nada que se parezca remotamente a la Comunidad Económica Europea (predecesora de la Unión Europea) -que López Obrador citó como posible modelo para América Latina- será posible.
Sigue siendo una quimera o, como diría Cantinflas, un chiste.
Traducido por Gabriel Gasave
El original en inglés puede verse aquí.
La unidad latinoamericana sigue siendo una quimera
Presidencia de Guatemala / Flickr
Concebida en 2011 en Caracas a instancias del entonces presidente venezolano Hugo Chávez y los hermanos Castro de Cuba, el propósito ostensible de la CELAC era el de crear un bloque latinoamericano unificado que resistiera la influencia de los Estados Unidos y contrarrestara a la Organización de Estados Americanos (OEA), a la cual Chávez y los Castro consideraban un instrumento del imperialismo gringo. En total, 32 países pertenecen a la organización. (Canadá, al igual que Estados Unidos, está excluido).
No resulta exagerado caracterizar a la reunión de la CELAC, celebrada en Ciudad de México, como una farsa, digna del legendario cómico mexicano Cantinflas. Y no me refiero sólo a las payasadas del presidente peruano Pedro Castillo, que se negó durante toda la reunión a quitarse el sombrero. Toda la cumbre podría haber sido una comedia de Cantinflas!.
El presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador, anfitrión del encuentro, marcó la pauta al declarar que era hora de que la CELAC sustituyera a la OEA. Pero, como alguien debería haberle explicado al presidente mexicano, hay varios problemas con esta payasesca idea, entre ellos el hecho de que Brasil, el país más poderoso de la región, abandonó la CELAC el año pasado, declarando que es inaceptable que una organización regional que supuestamente procura la unidad tenga tres dictaduras (Cuba, Nicaragua y Venezuela) desempeñando papeles prominentes.
Se podría argumentar que la negativa de Brasil a participar en el aquelarre de la CELAC era previsible, dada la política conservadora del presidente brasileño Jair Bolsonaro. Pero no fue el único ausente de la cumbre. Los líderes de centroderecha de Chile y Colombia, Sebastián Piñera e Iván Duque, también se mantuvieron al margen. Ambos han sido muy críticos con Venezuela, que sigue inmiscuyéndose en sus asuntos internos (especialmente en Colombia).
También faltó el presidente argentino de izquierdas, Alberto Fernández, que se quedó en casa para ocuparse de la crisis económica y de salud pública de su país, esfuerzos en los que la ayuda estadounidense ha sido muy útil.
Y luego está el propio país anfitrión. Digamos lo obvio: hasta hace poco, el gobierno de México, que generalmente se alinea con los malos de la región, ha venido actuando como la agencia de patrulla fronteriza no oficial del gobierno estadounidense, impidiendo que innumerables centroamericanos (y otros) lleguen a la frontera sur de los Estados Unidos. Para hacer las cosas aún más interesantes, después de toda la demagogia que el presidente López Obrador evidenció en la CELAC, su ministro de Asuntos Exteriores, Marcelo Ebrard, amablemente deslizó una propuesta de los izquierdistas en la cumbre para hacer de México la sede permanente de la CELAC. ¿Soy el único que imagina a los tres monos sabios? "no ver el mal; no oír el mal; no hablar el mal"?
Pero todo eso puede ser caracterizado mayormente como un teatro. El principal obstáculo para la unidad latinoamericana es el hecho de que la región sigue estando muy dividida ideológicamente.
Aun sin la presencia de los líderes brasileños, chilenos o colombianos, los izquierdistas no fueron en absoluto las únicas voces que se escucharon en Ciudad de México. De hecho, tres presidentes -Luis Lacalle Pou de Uruguay, Mario Abdo de Paraguay y Guillermo Lasso de Ecuador- criticaron abiertamente a los dictadores de izquierda de la región (los principales defensores de la CELAC).
No cabe duda de que la política de la región sería mucho menos interesante sin estas fastidiosas cumbres, con sus aspavientos y disputas habituales.
Pero la triste historia es que desde 1826, cuando el Congreso de Panamá de Bolívar no logró la unidad, las naciones de América Latina han permanecido divididas en cuanto a los principios y prácticas que harían de la integración una posibilidad realista. Y sin un consenso básico sobre los derechos humanos, el pluralismo democrático, el Estado de Derecho, el comercio internacional y otras cuestiones clave, nada que se parezca remotamente a la Comunidad Económica Europea (predecesora de la Unión Europea) -que López Obrador citó como posible modelo para América Latina- será posible.
Sigue siendo una quimera o, como diría Cantinflas, un chiste.
Traducido por Gabriel Gasave
El original en inglés puede verse aquí.
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