Mientras Rusia sigue pagando un alto precio militar por su cruel invasión de Ucrania, las cosas lucen diferentes en el frente económico.
A pesar de las reiteradas garantías del presidente Biden y otros líderes occidentales de que «las sanciones económicas más duras de la historia» paralizarían la economía de Rusia y matarían de hambre a su maquinaria bélica, eso no ha ocurrido. La cuenta corriente de Rusia, que mide el comercio mundial de bienes y servicios, fue fuerte en el segundo trimestre de este año, cuando su superávit comercial se elevó a un récord de 70.100 millones (billones en inglés) de dólares. El rublo, además, ha evidenciado una resiliencia notable, situándose como la moneda con mayor rendimiento en lo que va de año, subiendo a su nivel más alto frente al euro desde 2015 y logrando importantes ganancias contra el dólar.
¿Qué es lo que explica las abultadas arcas de Putin? La respuesta es sencilla: los altos precios de las materias primas y la continua capacidad de Rusia para exportar petróleo, gas, cereales e incluso oro a países no occidentales.
El panorama económico no es tan halagüeño para los países que sancionan a Rusia. Europa tiene dificultades para satisfacer sus necesidades energéticas, lo que hace que la inflación aumente y obligue a los países que están a la vanguardia del movimiento verde a dar marcha atrás. Alemania, por ejemplo, cuyo ministro de asuntos económicos y acción climática procede del Partido Verde, se ha visto obligada a reactivar diecisiete centrales eléctricas de carbón que había cerrado previamente. El presidente Biden, con la inflación en su punto más alto de los últimos cuarenta años, recientemente rogó a los líderes de Arabia Saudita -un régimen al que había estado evitando- que acudieran al rescate bombeando más crudo para ayudar a bajar los precios de la gasolina y aliviar la presión inflacionaria que los altos precios del combustible están ejerciendo sobre otros bienes.
En síntesis, se observa que la respuesta económica a la guerra no provocada de Rusia parece estar pasándole una factura mayor al resto del mundo que a la propia Rusia.
Los líderes occidentales ya deberían haber aprendido a tener en cuenta dos factores a la hora de imponer sanciones a un dictador: el caso moral y las probables consecuencias sociales y económicas.
En este ocasión hubo una clara tensión entre ambos. El argumento moral abogaba por aislar la economía rusa lo máximo posible. Pero, dados los desequilibrios existentes entre la oferta y la demanda que se tornaron evidentes cuando el mundo salió de la pandemia -y la creciente inflación-, la calculadora socioeconómica debería haber apuntado a un régimen de sanciones que evitara agravar los problemas (si es que eso es posible).
Eso no fue lo que ocurrió. La combinación de las sanciones y la guerra interrumpió el suministro de energía y cereales, creando una oportunidad económica que Rusia ha aprovechado. De hecho, según el Center for Energy and Clean Air, con sede en Helsinki, Moscú obtuvo 100.000 millones (billones en inglés) de dólares en concepto de ingresos por la venta de petróleo, gas y carbón sólo en los tres primeros meses de la guerra.
Mientras la administración Biden estaba agotando la Reserva Estratégica de Petróleo a fin de aumentar los suministros disponibles y reducir los precios de la gasolina -haciendo que la reserva de emergencia de los Estados Unidos alcanzara su nivel más bajo desde mediados de la década de 1980-, las exportaciones de petróleo de Rusia habían recuperado en mayo los niveles de antes de la guerra.
Europa, por su parte, que importó el 40% de su gas natural de Rusia el año pasado, se está enfrentando ahora al doble golpe de severos faltantes debido a la disminución de las importaciones rusas y a una mayor inflación alimentada en parte por los precios de la energía. Esto podría conducir a un largo y frío invierno cuando la demanda de energía se dispara al mismo tiempo que Europa está lista para dejar de importar petróleo por vía marítima de Rusia, como lo exige una normativa de la Unión Europea (UE) que entró en vigencia en junio. Las cosas podrían empeorar aún más si Rusia decide cortar las exportaciones de gas natural a Europa a través de gasoductos, lo que está temporalmente permitido por el edicto de la UE.
El panorama general puede verse en las cifras. En febrero, cuando Rusia invadió Ucrania, el índice global de precios de las materias primas de la Reserva Federal se situaba en 203; a finales de junio, era de 227, un incemento del 12%. En lugar de matar de hambre a la maquinaria bélica rusa, el aumento de los precios de las materias primas ha fortalecido las finanzas de Rusia.
La idea era que Occidente ayudara a Ucrania a ganar la guerra o, al menos, hacer que fuese extremadamente costoso para Rusia continuar con su agresión imperialista. Mientras que militarmente el jurado todavía no se ha pronunciado, económicamente Rusia bajo ningún concepto ha sufrido.
Traducido por Gabriel Gasave
Las sanciones están perjudicando más a Occidente que a Rusia
The Russian Presidential Press and Information Office / Wikimedia Commons
Mientras Rusia sigue pagando un alto precio militar por su cruel invasión de Ucrania, las cosas lucen diferentes en el frente económico.
A pesar de las reiteradas garantías del presidente Biden y otros líderes occidentales de que «las sanciones económicas más duras de la historia» paralizarían la economía de Rusia y matarían de hambre a su maquinaria bélica, eso no ha ocurrido. La cuenta corriente de Rusia, que mide el comercio mundial de bienes y servicios, fue fuerte en el segundo trimestre de este año, cuando su superávit comercial se elevó a un récord de 70.100 millones (billones en inglés) de dólares. El rublo, además, ha evidenciado una resiliencia notable, situándose como la moneda con mayor rendimiento en lo que va de año, subiendo a su nivel más alto frente al euro desde 2015 y logrando importantes ganancias contra el dólar.
¿Qué es lo que explica las abultadas arcas de Putin? La respuesta es sencilla: los altos precios de las materias primas y la continua capacidad de Rusia para exportar petróleo, gas, cereales e incluso oro a países no occidentales.
El panorama económico no es tan halagüeño para los países que sancionan a Rusia. Europa tiene dificultades para satisfacer sus necesidades energéticas, lo que hace que la inflación aumente y obligue a los países que están a la vanguardia del movimiento verde a dar marcha atrás. Alemania, por ejemplo, cuyo ministro de asuntos económicos y acción climática procede del Partido Verde, se ha visto obligada a reactivar diecisiete centrales eléctricas de carbón que había cerrado previamente. El presidente Biden, con la inflación en su punto más alto de los últimos cuarenta años, recientemente rogó a los líderes de Arabia Saudita -un régimen al que había estado evitando- que acudieran al rescate bombeando más crudo para ayudar a bajar los precios de la gasolina y aliviar la presión inflacionaria que los altos precios del combustible están ejerciendo sobre otros bienes.
En síntesis, se observa que la respuesta económica a la guerra no provocada de Rusia parece estar pasándole una factura mayor al resto del mundo que a la propia Rusia.
Los líderes occidentales ya deberían haber aprendido a tener en cuenta dos factores a la hora de imponer sanciones a un dictador: el caso moral y las probables consecuencias sociales y económicas.
En este ocasión hubo una clara tensión entre ambos. El argumento moral abogaba por aislar la economía rusa lo máximo posible. Pero, dados los desequilibrios existentes entre la oferta y la demanda que se tornaron evidentes cuando el mundo salió de la pandemia -y la creciente inflación-, la calculadora socioeconómica debería haber apuntado a un régimen de sanciones que evitara agravar los problemas (si es que eso es posible).
Eso no fue lo que ocurrió. La combinación de las sanciones y la guerra interrumpió el suministro de energía y cereales, creando una oportunidad económica que Rusia ha aprovechado. De hecho, según el Center for Energy and Clean Air, con sede en Helsinki, Moscú obtuvo 100.000 millones (billones en inglés) de dólares en concepto de ingresos por la venta de petróleo, gas y carbón sólo en los tres primeros meses de la guerra.
Mientras la administración Biden estaba agotando la Reserva Estratégica de Petróleo a fin de aumentar los suministros disponibles y reducir los precios de la gasolina -haciendo que la reserva de emergencia de los Estados Unidos alcanzara su nivel más bajo desde mediados de la década de 1980-, las exportaciones de petróleo de Rusia habían recuperado en mayo los niveles de antes de la guerra.
Europa, por su parte, que importó el 40% de su gas natural de Rusia el año pasado, se está enfrentando ahora al doble golpe de severos faltantes debido a la disminución de las importaciones rusas y a una mayor inflación alimentada en parte por los precios de la energía. Esto podría conducir a un largo y frío invierno cuando la demanda de energía se dispara al mismo tiempo que Europa está lista para dejar de importar petróleo por vía marítima de Rusia, como lo exige una normativa de la Unión Europea (UE) que entró en vigencia en junio. Las cosas podrían empeorar aún más si Rusia decide cortar las exportaciones de gas natural a Europa a través de gasoductos, lo que está temporalmente permitido por el edicto de la UE.
El panorama general puede verse en las cifras. En febrero, cuando Rusia invadió Ucrania, el índice global de precios de las materias primas de la Reserva Federal se situaba en 203; a finales de junio, era de 227, un incemento del 12%. En lugar de matar de hambre a la maquinaria bélica rusa, el aumento de los precios de las materias primas ha fortalecido las finanzas de Rusia.
La idea era que Occidente ayudara a Ucrania a ganar la guerra o, al menos, hacer que fuese extremadamente costoso para Rusia continuar con su agresión imperialista. Mientras que militarmente el jurado todavía no se ha pronunciado, económicamente Rusia bajo ningún concepto ha sufrido.
Traducido por Gabriel Gasave
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