Antes de las primarias, el Partido Republicano precisa del tan ansiado momento de la verdad

10 de marzo, 2023

El Partido Republicano se encamina hacia sus elecciones primarias más importantes en mucho tiempo. La confusión ideológica del partido, su alejamiento de sus principales creencias en algunas cuestiones sociales y lo que podríamos denominar la “paradoja” trumpiana plantean importantes retos para el partido de Lincoln, Teddy Roosevelt y Ronald Reagan en la era del “wokeismo” y la inflación en casa y del imperialismo autocrático en el exterior.

Hubo una época en la cual los republicanos propugnaban una visión que hacía de la libertad el principio rector de la economía, las cuestiones sociales y la política exterior. Sin embargo, sus líderes cometieron grandes errores. Por ejemplo, rechazaron el ethos de los derechos civiles en lugar de intentar compatibilizarlo con un gobierno pequeño (el exsenador Barry Goldwater (republicano de Arizona.) es un ejemplo) y no comprendieron que unos presupuestos de defensa desmesurados, como los de Ronald Reagan, podían hacer imposible un gobierno pequeño y, por ende, la disciplina fiscal. Pero sus ideales se basaban de plano en el principio de la libertad individual, al igual que los instintos políticos de sus bases partidarias.

Ese principio rector se fue perdiendo de a poco, y Donald Trump se convirtió en la encarnación de un nuevo partido, una mezcolanza de ideas (o eslóganes) contradictorias que procura limitar el gobierno en algunas áreas y expandirlo en otras, que defiende la libre empresa al tiempo que socava el libre comercio, que desea desregular parte de la economía al tiempo que incurre en un masivo despilfarro monetario y fiscal, que libra algunas de las guerras culturales más valoradas por la derecha al tiempo que aleja al partido de la libre elección en otras áreas sociales.

También está la cuestión de hasta qué punto la base política ha dejado de reflejar al país en general. Entre los años 50 y 80, los blancos no hispanos sin títulos universitarios eran una parte cada vez menor del Partido Republicano. La composición del Partido reflejaba algunas de las tendencias sociales de los Estados Unidos de aquella época. Pero eso cesó a principios de la década de 1990, y el Partido Republicano se fue divorciando gradualmente del tejido social dominante. Su base estaba desproporcionadamente representada por blancos no hispanos con poca o ninguna educación universitaria y las generaciones mayores. En 1992, el 61% de los votantes republicanos registrados tenían más de 50 años.

No es de extrañar que el partido se haya vuelto inelegible en algunos de los grandes estados costeros (cuando George H. W. Bush ganó California en 1992, fue la quinta victoria consecutiva del Partido Republicano en ese estado) y se haya acostumbrado a perder el voto popular. En los últimos 34 años, los republicanos sólo han ganado el voto popular dos veces en las elecciones presidenciales.

La cruzada del Partido contra la inmigración y el aborto le ha perjudicado significativamente entre muchos grupos sociales. La mayoría de los estadounidenses ve con buenos ojos a los inmigrantes y considera que debería ofrecerse una vía hacia la ciudadanía a los extranjeros indocumentados, aunque se opone a proporcionarles ayuda gubernamental. Sólo el 37% cree que el aborto debería ser ilegal en la mayoría de los casos.

Y luego está la paradoja de Trump. Los líderes republicanos decididos a recuperar la Casa Blanca no pueden obtener la nominación si son percibidos como enemigos de Trump, pero el partido no puede ganar las elecciones presidenciales si es liderado por Trump o es visto como representante del expresidente. Por eso el gobernador Ron DeSantis (republicano de Florida) ha evitado astutamente confrontarlo, del mismo modo que en gran medida el gobernador Glenn Youngkin (republicano de Virginia) eludió pelearse con él cuando buscaba la nominación de su partido. Youngkin ganó las elecciones a gobernador porque mantuvo a Trump a distancia.

La ex gobernadora de Carolina del Sur, la republicana Nikki Haley, tiene razón al afirmar que el Partido Republicano necesita una nueva generación de líderes. Pero hasta ahora, ni ella ni ningún otro candidato potencial -incluidos DeSantis, el ex secretario de Estado Mike Pompeo, el ex vicepresidente Mike Pence, la gobernadora de Dakota del Sur Kristi Noem, el gobernador de New Hampshire Chris Sununu y otros- han planteado una visión que devolvería la libertad individual al centro de la agenda del partido y ampliaría el atractivo del mensaje más allá de su restringida base política. El próximo candidato debe luchar con decisión contra el culto extremista en que se han convertido el «wokeismo» y la ideología del victimismo, recuperando a la vez a los grupos sociales que actualmente son monopolio de los demócratas y marginalizando a Trump.

Esperemos que en los próximos meses los líderes del Partido Republicano empiecen a comprender cuan urgentemente los Estados Unidos precisan que se pongan en forma.

Traducido por Gabriel Gasave

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