El surgimiento de Uber y otros servicios de transporte similares y el fenómeno inducido por la pandemia de trabajar desde casa están cambiando la manera de pensar respecto del trabajo de millones de estadounidenses. Es hora de que nuestras políticas públicas cambien también.
Cuando se sancionó la Ley de Normas Laborales Justas (FLSA por sus siglas en inglés) en 1938, los miembros del Congreso tenían una clara idea de lo que era un «trabajo». Si tenías un trabajo, ibas a un lugar de trabajo. Eras supervisado por un jefe. Todo el tiempo que pasabas allí estabas «en el trabajo». Incluso si un desperfecto de la maquinaria daba lugar a un lapso de inactividad, durante el cual permanecías ocioso, seguías estando en el trabajo.
A partir de esta imagen mental, el tiempo en el trabajo estaba dividido en «horas» y para cada uno de los que allí se encontraban había un salario por hora. En base a ello, era fácil imponer normas. Para el pago por hora, el Congreso impuso un salario mínimo. Para el trabajo que superaba un determinado número de horas semanales, el Congreso exigía a los empleadores el pago del equivalente a una hora y media por cada «hora extra».
Incluso hoy en día, la Oficina de Estadísticas Laborales recolecta datos sobre el salario por hora promedio y el salario semanal promedio.
El trabajo ha cambiado, pero las reglamentaciones no
Con el tiempo, sin embargo, un creciente número de trabajadores hacían cosas que no encajaban en el concepto tradicional de trabajo. ¿Qué ocurre con los artistas, compositores y escritores cuyo trabajo es irregular y cuya remuneración está muy por debajo del mínimo legal? ¿Qué pasa con los cuadros intermedios que se llevan trabajo a casa y que trabajan noches y fines de semana? ¿Y los emprendedores que trabajan sin remuneración alguna mientras crean una empresa?
Para hacer frente a un mercado laboral en constante cambio, el Congreso creó una esfera para los «trabajadores por horas», para quienes se siguen aplicando las normativas sobre salarios y horas. Todos los demás se encuentran exentos.
Aun así, el concepto de «empleo» ha seguido dominando la reglamentación federal del lugar de trabajo. Por ejemplo, si estás clasificado como «empleado» (incluso si estás «exento»), te encuentras sujeto a un conjunto diferente de normas y reglamentaciones en virtud de la ley de beneficios de los empleados y del código tributario que si eres un «contratista independiente».
No existe salario mínimo para los contratistas independientes. Tampoco existe el pago de una hora y media por cada hora extra. Existen también otras diferencias.
En qué se diferencia el trabajo moderno
En la economía actual, cualquier persona con un automóvil y un teléfono celular puede prestar servicios de transporte a cualquier otra persona con un teléfono celular. Uber actúa como intermediario y facilitador, haciendo lo que en principio podría hacerse (y lo que a veces se hace) entre conductores y pasajeros que actúan por su cuenta.
Conducir para Uber no es un trabajo continuo. Hay tiempos de inactividad, y para muchos conductores el tiempo que pasan esperando por el siguiente cliente puede ser considerable. Sin embargo, la mayoría de los conductores de Uber con los que hablo tienen otras ocupaciones. Muchos son estudiantes y emplean su tiempo ocioso para estudiar. Algunos tienen otro empleo (agentes inmobiliarios, por ejemplo) y pueden trabajar para ese segundo empleo en sus laptops. Algunos utilizan sus laptops para actividades lúdicas, algo que no podrían hacer en un trabajo normal.
Si contamos el «tiempo de espera» de los conductores de Uber como tiempo de trabajo, podríamos concluir que algunos conductores de Uber no perciben el salario mínimo. No obstante, cuando consideras las oportunidades de estudiar, trabajar en otro empleo y realizar actividades recreativas, está claro que estar «en el trabajo» no es una descripción exacta de gran parte del tiempo de inactividad de los conductores de Uber.
Aunque algunos izquierdistas de California y otros estados desean obligar a los conductores de Uber a convertirse en empleados, manejar para Uber simplemente no es un «empleo» en el sentido tradicional de esa palabra. Conducir para Uber no es más que un contrato entre adultos que dan su consentimiento.
El concepto de un «trabajo» también se está volviendo cada vez menos significativo para las personas que trabajan desde casa. Además de trabajar para varios empleadores, estudiar y realizar actividades recreativas, el economista Devon Herrick destaca que el trabajo desde casa también puede combinarse con el cuidado de niños y ancianos.
Alrededor de una quinta parte de los trabajadores estadounidenses se ocupa del cuidado de algún familiar, y casi un tercio de ellos ha renunciado a un empleo debido a sus responsabilidades como cuidadores según un informe del Rosalynn Carter Institute. Otros han reducido sus horas de trabajo. La Rand Corp. ha calculado que los cuidadores pierden medio billón de dólares (trillón en inglés) en concepto de ingresos familiares cada año, una suma que casi con toda seguridad se ha incrementado desde que se publicó el informe hace casi una década.
Cómo deberían cambiar las leyes
En ausencia de una reglamentación gubernamental, sospecho que un vasto número de trabajadores (quizá la mayoría) preferirían ser contratistas independientes, y sus actuales empleadores también podrían preferirlo.
Para que eso ocurra, son necesarios tres cambios.
En primer lugar, los empleadores, sus empleados y los órganos legislativos deben reconocer algo que la investigación económica ha venido confirmando desde hace varias décadas: los beneficios de los empleados son un sustituto dólar por dólar de los salarios. Muchos defensores de obligar a los conductores de Uber a convertirse en empleados creen que los beneficios a los empleados (como el seguro médico) van a materializarse de la nada. De hecho, es probable que cada dólar en concepto de nuevos beneficios se traduzca en un dólar menos de sueldo neto.
En segundo lugar, la política pública precisa ser neutral con respecto a la elección de ser un empleado o un contratista independiente. En la actualidad, el típico conductor de Uber recibe cinco veces más subsidios fiscales por obtener un seguro médico en el mercado (Obamacare) que lo que el gobierno proporciona por el mismo plan adquirido por un empleador. Por otra parte, el código tributario es mucho más generoso en lo que respecta a las pensiones y otras opciones de ahorro de los empleados que para los particulares que ahorran por su cuenta.
Estas diferencias arbitrarias carecen de fundamento económico. Una economía eficiente requiere que las relaciones laborales estén determinadas en función de los costos y beneficios económicos, no de los costos y beneficios fiscales.
Bajo una política pública neutral, un empleador podría efectuar un aporte a un plan de pensiones o dar acceso a un plan de salud a un contratista independiente con tanta facilidad como a un empleado.
Finalmente, tenemos que tratar a los contratos laborales de la misma manera que tratamos todos los contratos comerciales, a menos que haya alguna razón emperiosa para no hacerlo.
No le decimos a la gente que está vendiendo su casa o un vehículo usado que no puede vender por debajo de un precio mínimo. No le decimos a la gente que está vendiendo su casa que si la tarea les insume más de 40 horas semanales, el precio de venta debe ser un 50% más alto.
Las personas que venden sus servicios laborales deberían disfrutar de la misma libertad contractual que tienen en la venta de cualquier otro bien o servicio.
Traducido por Gabriel Gasave
Es hora de jubilar a las leyes laborales
El surgimiento de Uber y otros servicios de transporte similares y el fenómeno inducido por la pandemia de trabajar desde casa están cambiando la manera de pensar respecto del trabajo de millones de estadounidenses. Es hora de que nuestras políticas públicas cambien también.
Cuando se sancionó la Ley de Normas Laborales Justas (FLSA por sus siglas en inglés) en 1938, los miembros del Congreso tenían una clara idea de lo que era un «trabajo». Si tenías un trabajo, ibas a un lugar de trabajo. Eras supervisado por un jefe. Todo el tiempo que pasabas allí estabas «en el trabajo». Incluso si un desperfecto de la maquinaria daba lugar a un lapso de inactividad, durante el cual permanecías ocioso, seguías estando en el trabajo.
A partir de esta imagen mental, el tiempo en el trabajo estaba dividido en «horas» y para cada uno de los que allí se encontraban había un salario por hora. En base a ello, era fácil imponer normas. Para el pago por hora, el Congreso impuso un salario mínimo. Para el trabajo que superaba un determinado número de horas semanales, el Congreso exigía a los empleadores el pago del equivalente a una hora y media por cada «hora extra».
Incluso hoy en día, la Oficina de Estadísticas Laborales recolecta datos sobre el salario por hora promedio y el salario semanal promedio.
El trabajo ha cambiado, pero las reglamentaciones no
Con el tiempo, sin embargo, un creciente número de trabajadores hacían cosas que no encajaban en el concepto tradicional de trabajo. ¿Qué ocurre con los artistas, compositores y escritores cuyo trabajo es irregular y cuya remuneración está muy por debajo del mínimo legal? ¿Qué pasa con los cuadros intermedios que se llevan trabajo a casa y que trabajan noches y fines de semana? ¿Y los emprendedores que trabajan sin remuneración alguna mientras crean una empresa?
Para hacer frente a un mercado laboral en constante cambio, el Congreso creó una esfera para los «trabajadores por horas», para quienes se siguen aplicando las normativas sobre salarios y horas. Todos los demás se encuentran exentos.
Aun así, el concepto de «empleo» ha seguido dominando la reglamentación federal del lugar de trabajo. Por ejemplo, si estás clasificado como «empleado» (incluso si estás «exento»), te encuentras sujeto a un conjunto diferente de normas y reglamentaciones en virtud de la ley de beneficios de los empleados y del código tributario que si eres un «contratista independiente».
No existe salario mínimo para los contratistas independientes. Tampoco existe el pago de una hora y media por cada hora extra. Existen también otras diferencias.
En qué se diferencia el trabajo moderno
En la economía actual, cualquier persona con un automóvil y un teléfono celular puede prestar servicios de transporte a cualquier otra persona con un teléfono celular. Uber actúa como intermediario y facilitador, haciendo lo que en principio podría hacerse (y lo que a veces se hace) entre conductores y pasajeros que actúan por su cuenta.
Conducir para Uber no es un trabajo continuo. Hay tiempos de inactividad, y para muchos conductores el tiempo que pasan esperando por el siguiente cliente puede ser considerable. Sin embargo, la mayoría de los conductores de Uber con los que hablo tienen otras ocupaciones. Muchos son estudiantes y emplean su tiempo ocioso para estudiar. Algunos tienen otro empleo (agentes inmobiliarios, por ejemplo) y pueden trabajar para ese segundo empleo en sus laptops. Algunos utilizan sus laptops para actividades lúdicas, algo que no podrían hacer en un trabajo normal.
Si contamos el «tiempo de espera» de los conductores de Uber como tiempo de trabajo, podríamos concluir que algunos conductores de Uber no perciben el salario mínimo. No obstante, cuando consideras las oportunidades de estudiar, trabajar en otro empleo y realizar actividades recreativas, está claro que estar «en el trabajo» no es una descripción exacta de gran parte del tiempo de inactividad de los conductores de Uber.
Aunque algunos izquierdistas de California y otros estados desean obligar a los conductores de Uber a convertirse en empleados, manejar para Uber simplemente no es un «empleo» en el sentido tradicional de esa palabra. Conducir para Uber no es más que un contrato entre adultos que dan su consentimiento.
El concepto de un «trabajo» también se está volviendo cada vez menos significativo para las personas que trabajan desde casa. Además de trabajar para varios empleadores, estudiar y realizar actividades recreativas, el economista Devon Herrick destaca que el trabajo desde casa también puede combinarse con el cuidado de niños y ancianos.
Alrededor de una quinta parte de los trabajadores estadounidenses se ocupa del cuidado de algún familiar, y casi un tercio de ellos ha renunciado a un empleo debido a sus responsabilidades como cuidadores según un informe del Rosalynn Carter Institute. Otros han reducido sus horas de trabajo. La Rand Corp. ha calculado que los cuidadores pierden medio billón de dólares (trillón en inglés) en concepto de ingresos familiares cada año, una suma que casi con toda seguridad se ha incrementado desde que se publicó el informe hace casi una década.
Cómo deberían cambiar las leyes
En ausencia de una reglamentación gubernamental, sospecho que un vasto número de trabajadores (quizá la mayoría) preferirían ser contratistas independientes, y sus actuales empleadores también podrían preferirlo.
Para que eso ocurra, son necesarios tres cambios.
En primer lugar, los empleadores, sus empleados y los órganos legislativos deben reconocer algo que la investigación económica ha venido confirmando desde hace varias décadas: los beneficios de los empleados son un sustituto dólar por dólar de los salarios. Muchos defensores de obligar a los conductores de Uber a convertirse en empleados creen que los beneficios a los empleados (como el seguro médico) van a materializarse de la nada. De hecho, es probable que cada dólar en concepto de nuevos beneficios se traduzca en un dólar menos de sueldo neto.
En segundo lugar, la política pública precisa ser neutral con respecto a la elección de ser un empleado o un contratista independiente. En la actualidad, el típico conductor de Uber recibe cinco veces más subsidios fiscales por obtener un seguro médico en el mercado (Obamacare) que lo que el gobierno proporciona por el mismo plan adquirido por un empleador. Por otra parte, el código tributario es mucho más generoso en lo que respecta a las pensiones y otras opciones de ahorro de los empleados que para los particulares que ahorran por su cuenta.
Estas diferencias arbitrarias carecen de fundamento económico. Una economía eficiente requiere que las relaciones laborales estén determinadas en función de los costos y beneficios económicos, no de los costos y beneficios fiscales.
Bajo una política pública neutral, un empleador podría efectuar un aporte a un plan de pensiones o dar acceso a un plan de salud a un contratista independiente con tanta facilidad como a un empleado.
Finalmente, tenemos que tratar a los contratos laborales de la misma manera que tratamos todos los contratos comerciales, a menos que haya alguna razón emperiosa para no hacerlo.
No le decimos a la gente que está vendiendo su casa o un vehículo usado que no puede vender por debajo de un precio mínimo. No le decimos a la gente que está vendiendo su casa que si la tarea les insume más de 40 horas semanales, el precio de venta debe ser un 50% más alto.
Las personas que venden sus servicios laborales deberían disfrutar de la misma libertad contractual que tienen en la venta de cualquier otro bien o servicio.
Traducido por Gabriel Gasave
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