Los recientes datos sobre la tasa de inflación, el crecimiento del PBI y el empleo de la Oficina de Estadísticas Laborales de los Estados Unidos han dado a la administración Biden razones para presumir sobre la economía. Uno espera ardientemente que se trate de pura grandilocuencia política y no de una evaluación de la situación actual. Si no es así, significa que la administración no comprende el verdadero estado de la economía estadounidense y, lo que es más importante, el hecho de que ha venido declinando por décadas y necesita urgentemente ser revisada.
Para empezar, la cifra del Índice de Precios al Consumidor que muestra que la tasa de inflación interanual ha descendido hasta el 3% estuvo muy influenciada por una caída del 16% en los precios de la energía. Una imagen más realista de la inflación, el llamado «IPC medio recortado», que elimina los valores atípicos altos y bajos, como la caída de los precios de la energía, evidencia que la inflación sigue siendo del 5%. Esto se suma al incremento del 4,7% que afectó a los consumidores estadounidenses en 2021 y al repunte de precios del 8% en 2022.
Si seguimos por este camino, significará un descenso de casi el 20% del poder adquisitivo en sólo tres años (y eso supone que los precios del petróleo y otras materias primas se mantengan bajos, lo que, dada la guerra en curso en Europa y los fundamentos de la oferta y la demanda, parece poco probable).
El presidente Biden está comprensiblemente eufórico ante las cifras de empleo. Su administración sigue alardeando de haber «creado» unos 13,4 millones de puestos de trabajo desde que asumió el cargo. La verdad contada por la Oficina de Estadísticas Laborales, sin embargo, es que sólo algo más de 2 millones de personas más están empleadas hoy que en vísperas de la pandemia, lo que significa que más de 11 millones de los 13,4 millones no fueron «creados», sino que simplemente regresaron una vez terminados los cierres por la pandemia.
Los ingresos reales promedio por hora, mientras tanto, han disminuido desde marzo de 2020, cuando comenzaron las clausuras por la pandemia.
El declive económico que ilustran estas cifras comenzó antes de que el gobierno de Biden tomara posesión, pero la administración las ha agravado.
Según la Oficina del Censo de los Estados Unidos, durante los últimos 35 años -desde 1987- el ingreso familiar real promedio ha crecido a un tercio del ritmo de las tres décadas anteriores. La combinación de una reglamentación excesiva, gasto público, represión monetaria por parte de la Reserva Federal (que comenzó con el ex presidente de la Reserva Federal Alan Greenspan en 1987) y deuda ha hecho que la economía estadounidense sea mucho menos productiva de lo que era -y debería ser-.
Ambos partidos comparten la responsabilidad en esto. Entre 1964 y 2000, la productividad creció un promedio del 2,2% anual, comparado con el 1,78% registrado desde entonces.
Ninguna economía puede realmente prosperar con un nivel de productividad en declive. Entre los factores más importantes detrás de esta lúgubre realidad se encuentra el nivel decreciente de la inversión privada interna, el cual bajo la administración actual ha aumentado solo la mitad del 1% (0.53%) al año, aproximadamente una cuarta parte de la tasa de crecimiento entre 2016 y el comienzo del período de Biden (y eso ya era bajo según los estándares de décadas anteriores).
La cantidad de deuda que se ha acumulado en los últimos años es asombrosa. La deuda de los hogares es cercana a los 18 billones de dólares, casi un tercio más alta que en vísperas de la Gran Recesión de 2007-2008. La deuda pública asciende actualmente a 32 billones de dólares, una cifra que se quedará empequeñecida por los 50 billones de dólares que probablemente deberá el gobierno mucho antes de que finalice esta década.
Aunque millones de estadounidenses están padeciendo las consecuencias tanto de la inflación como de las elevadas tasas de interés que están siendo utilizadas para frenarla (particularmente en el mercado inmobiliario), el golpe ha sido temporalmente amortiguado por la colosal cantidad de efectivo que Washington inyectó a carradas a raíz de la pandemia.
Según datos de la Fed, entre finales de 2019 y principios de 2021, los saldos totales de efectivo aumentaron en 5 billones de dólares, una cifra que supera fácilmente el tamaño total de la economía alemana. Aunque parte se ha gastado, todavía queda una cantidad significativa, lo que implica que, incluso con la inflación y todo lo demás que está pasando, Main Street aún no ha sufrido todas las consecuencias de lo que le está sucediendo a la economía, o las secuelas del despilfarro de Washington tras la pandemia.
Revertir el rumbo de una economía sobreendeudada, reglamentada en demasía y agobiada por años de excesivo gasto y manipulación política es un asunto monumental. Nada indica que la actual administración comprende el descalabro económico en el que se encuentran los Estados Unidos, y a juzgar por lo que están declarando los candidatos, aún no está claro si el Partido Republicano lo percibe o no.
Traducido por Gabriel Gasave
El festejo de Biden sirve políticamente, pero la algarabía carece de sustento económico
The White House / Flickr
Los recientes datos sobre la tasa de inflación, el crecimiento del PBI y el empleo de la Oficina de Estadísticas Laborales de los Estados Unidos han dado a la administración Biden razones para presumir sobre la economía. Uno espera ardientemente que se trate de pura grandilocuencia política y no de una evaluación de la situación actual. Si no es así, significa que la administración no comprende el verdadero estado de la economía estadounidense y, lo que es más importante, el hecho de que ha venido declinando por décadas y necesita urgentemente ser revisada.
Para empezar, la cifra del Índice de Precios al Consumidor que muestra que la tasa de inflación interanual ha descendido hasta el 3% estuvo muy influenciada por una caída del 16% en los precios de la energía. Una imagen más realista de la inflación, el llamado «IPC medio recortado», que elimina los valores atípicos altos y bajos, como la caída de los precios de la energía, evidencia que la inflación sigue siendo del 5%. Esto se suma al incremento del 4,7% que afectó a los consumidores estadounidenses en 2021 y al repunte de precios del 8% en 2022.
Si seguimos por este camino, significará un descenso de casi el 20% del poder adquisitivo en sólo tres años (y eso supone que los precios del petróleo y otras materias primas se mantengan bajos, lo que, dada la guerra en curso en Europa y los fundamentos de la oferta y la demanda, parece poco probable).
El presidente Biden está comprensiblemente eufórico ante las cifras de empleo. Su administración sigue alardeando de haber «creado» unos 13,4 millones de puestos de trabajo desde que asumió el cargo. La verdad contada por la Oficina de Estadísticas Laborales, sin embargo, es que sólo algo más de 2 millones de personas más están empleadas hoy que en vísperas de la pandemia, lo que significa que más de 11 millones de los 13,4 millones no fueron «creados», sino que simplemente regresaron una vez terminados los cierres por la pandemia.
Los ingresos reales promedio por hora, mientras tanto, han disminuido desde marzo de 2020, cuando comenzaron las clausuras por la pandemia.
El declive económico que ilustran estas cifras comenzó antes de que el gobierno de Biden tomara posesión, pero la administración las ha agravado.
Según la Oficina del Censo de los Estados Unidos, durante los últimos 35 años -desde 1987- el ingreso familiar real promedio ha crecido a un tercio del ritmo de las tres décadas anteriores. La combinación de una reglamentación excesiva, gasto público, represión monetaria por parte de la Reserva Federal (que comenzó con el ex presidente de la Reserva Federal Alan Greenspan en 1987) y deuda ha hecho que la economía estadounidense sea mucho menos productiva de lo que era -y debería ser-.
Ambos partidos comparten la responsabilidad en esto. Entre 1964 y 2000, la productividad creció un promedio del 2,2% anual, comparado con el 1,78% registrado desde entonces.
Ninguna economía puede realmente prosperar con un nivel de productividad en declive. Entre los factores más importantes detrás de esta lúgubre realidad se encuentra el nivel decreciente de la inversión privada interna, el cual bajo la administración actual ha aumentado solo la mitad del 1% (0.53%) al año, aproximadamente una cuarta parte de la tasa de crecimiento entre 2016 y el comienzo del período de Biden (y eso ya era bajo según los estándares de décadas anteriores).
La cantidad de deuda que se ha acumulado en los últimos años es asombrosa. La deuda de los hogares es cercana a los 18 billones de dólares, casi un tercio más alta que en vísperas de la Gran Recesión de 2007-2008. La deuda pública asciende actualmente a 32 billones de dólares, una cifra que se quedará empequeñecida por los 50 billones de dólares que probablemente deberá el gobierno mucho antes de que finalice esta década.
Aunque millones de estadounidenses están padeciendo las consecuencias tanto de la inflación como de las elevadas tasas de interés que están siendo utilizadas para frenarla (particularmente en el mercado inmobiliario), el golpe ha sido temporalmente amortiguado por la colosal cantidad de efectivo que Washington inyectó a carradas a raíz de la pandemia.
Según datos de la Fed, entre finales de 2019 y principios de 2021, los saldos totales de efectivo aumentaron en 5 billones de dólares, una cifra que supera fácilmente el tamaño total de la economía alemana. Aunque parte se ha gastado, todavía queda una cantidad significativa, lo que implica que, incluso con la inflación y todo lo demás que está pasando, Main Street aún no ha sufrido todas las consecuencias de lo que le está sucediendo a la economía, o las secuelas del despilfarro de Washington tras la pandemia.
Revertir el rumbo de una economía sobreendeudada, reglamentada en demasía y agobiada por años de excesivo gasto y manipulación política es un asunto monumental. Nada indica que la actual administración comprende el descalabro económico en el que se encuentran los Estados Unidos, y a juzgar por lo que están declarando los candidatos, aún no está claro si el Partido Republicano lo percibe o no.
Traducido por Gabriel Gasave
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