Joe Biden, coincidiendo con la opinión pública estadounidense, se sintió desconsolado con los largos desastres militares de los EE.UU. en Irak y Afganistán y finalmente retiró a los efectivos estadounidenses de la calamidad de dos décadas en Afganistán, aun cuando otros presidentes que le precedieron carecieron del coraje para llevar a cabo la que probablemente iba a ser -y fue- una salida desastrosa. No obstante, no hay que perder de vista la circunstancia de que el muy experimentado y eficaz presidente es un intervencionista tradicional en cuestiones de política exterior que considera que los Estados Unidos deberían seguir liderando el mundo mediante acciones militares y alianzas de seguridad informales y formales, comprometiéndose a proteger a otros países.
En una reciente alocución, Biden reiteró su defensa de un amplio paraguas estadounidense de seguridad global: «El liderazgo estadounidense es lo que mantiene unido al mundo. Las alianzas estadounidenses son las que nos mantienen a salvo. Los valores estadounidenses son los que nos convierten en un socio con el cual otras naciones desean trabajar. Poner todo eso en riesgo si nos alejamos…, no vale la pena». Haciéndose eco de su líder, otros funcionarios estadounidenses afirman que las alianzas son un bastión de un «orden internacional basado en normas».
Y recientemente, dada la agresión rusa contra Ucrania, la firmeza china en Asia Oriental y el Mar de la China Meridional, y el avance iraní y norcoreano de sus programas de misiles y nucleares, otros países han acudido en masa para intentar sacar provecho del hecho de que el gobierno estadounidense se encuentre prometiendo el dinero de sus contribuyentes para defender a cada vez más países o fortalecer los compromisos de las alianzas estadounidenses existentes. Tras la invasión rusa de Ucrania, Finlandia se unió a la OTAN, y Suecia está a punto de ingresar en la alianza. Con una China asertiva en mente, Japón, Corea del Sur, Australia y Filipinas han reforzado la cooperación aliancista con los Estados Unidos. En virtud de los Acuerdos de Abraham, los Estados Unidos aceptaron vender armas de alta tecnología a los déspotas árabes. El príncipe heredero Mohammed bin Salman, gobernante efectivo de Arabia Saudita, había comenzado de manera inverosímil a amenazar con reorientar la relación de seguridad del reino del desierto respecto de China, incluyendo la adquisición de armas a menos que los Estados Unidos suscribiesen un acuerdo de seguridad para defender a Arabia Saudita si fuere atacada. Por último, a pesar de que los Estados Unidos han proporcionado más de 100.000 millones de dólares (billones en inglés) en concepto de ayuda militar, económica y humanitaria para ayudar a Ucrania a repeler la invasión rusa, el presidente de Ucrania, Volodymyr Zelenskyy, está exigiendo la incorporación a la OTAN o que los Estados Unidos y Europa desarrollen una garantía de seguridad alternativa para ayudar a los ucranianos a lidiar con la futura amenaza de Rusia.
Comprensiblemente, tras los atolladeros estadounidenses gemelos de Irak y Afganistán -tal como ocurrió tras la debacle de Vietnam cincuenta años antes-, algunos en los Estados Unidos, tanto de izquierdas como de derechas, son actualmente reacios a desparramar decenas de miles de millones de dólares (billones en inglés) más para ayudar incluso a aliados informales de los Estados Unidos a librar guerras. Después de todo, estas alianzas formales e informales han sido establecidas para que los Estados Unidos defiendan a otros países, no para que otros países defiendan a los Estados Unidos, sobre todo teniendo en cuenta la enorme discrepancia entre las capacidades militares estadounidenses y aquellas de todos los demás aliados, especialmente en lo atinente a la posibilidad de proyectar poder. De este modo, la afirmación del Presidente Biden de que muchas alianzas mejoran la seguridad estadounidense resulta cuestionable; de hecho, tal vez estos compromisos sólo aumentan drásticamente la posibilidad de que los Estados Unidos pudiesen verse arrastrados a guerras innecesarias, no estratégicas y costosas.
La enorme destrucción y sustitución de maquinaria bélica y el gasto en costosas municiones en una sola guerra en Ucrania deberían hacer que los estadounidenses se cuestionen si los Estados Unidos, con una inmensa deuda nacional de 33 billones de dólares (trillones en inglés), no se están extralimitando al comprometerse formal e informalmente a defender a una plétora creciente de países alrededor del mundo. En la actualidad, el hecho de ayudar a aliados informales en dos guerras está ejerciendo una gran presión sobre el presupuesto estadounidense, del mismo modo que las largas guerras de Irak y Afganistán incrementaron enormemente la montaña de deuda estadounidense existente. En el futuro, si dos aliados formales mediante un tratado fuesen atacados simultáneamente en dos escenarios diferentes, los Estados Unidos tendrían que responder a ambos, lo que probablemente generaría salidas de fondos de los contribuyentes que harían palidecer en términos comparativos los enormes gastos en Ucrania.
Después de la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos representaban el 50% del PBI global; ahora sólo representan alrededor del 15%. Sin embargo, los Estados Unidos -para defenderse y cumplir sus compromisos de seguridad con todos estos países- representan alrededor del 40% del gasto militar mundial. Se trata de un considerable sobreesfuerzo estadounidense, especialmente cuando la mayoría de los países a los que los Estados Unidos defienden o están pensando defender son ricos, pueden permitirse gastar más en su defensa pero no lo hacen debido al paraguas de seguridad estadounidense, y también podrían unirse entre ellos contra amenazas mayores como China o Rusia. Así pues, el inmenso gasto de ayudar a dos aliados informales en tiempos de guerra debería hacer ahora que los contribuyentes estadounidenses se replantearan los compromisos asumidos mediante alianzas y la amplia ayuda militar extranjera.
Traducido por Gabriel Gasave
Los Estados Unidos son una superpotencia desbordada
US Dept. of Defense / Flickr
Joe Biden, coincidiendo con la opinión pública estadounidense, se sintió desconsolado con los largos desastres militares de los EE.UU. en Irak y Afganistán y finalmente retiró a los efectivos estadounidenses de la calamidad de dos décadas en Afganistán, aun cuando otros presidentes que le precedieron carecieron del coraje para llevar a cabo la que probablemente iba a ser -y fue- una salida desastrosa. No obstante, no hay que perder de vista la circunstancia de que el muy experimentado y eficaz presidente es un intervencionista tradicional en cuestiones de política exterior que considera que los Estados Unidos deberían seguir liderando el mundo mediante acciones militares y alianzas de seguridad informales y formales, comprometiéndose a proteger a otros países.
En una reciente alocución, Biden reiteró su defensa de un amplio paraguas estadounidense de seguridad global: «El liderazgo estadounidense es lo que mantiene unido al mundo. Las alianzas estadounidenses son las que nos mantienen a salvo. Los valores estadounidenses son los que nos convierten en un socio con el cual otras naciones desean trabajar. Poner todo eso en riesgo si nos alejamos…, no vale la pena». Haciéndose eco de su líder, otros funcionarios estadounidenses afirman que las alianzas son un bastión de un «orden internacional basado en normas».
Y recientemente, dada la agresión rusa contra Ucrania, la firmeza china en Asia Oriental y el Mar de la China Meridional, y el avance iraní y norcoreano de sus programas de misiles y nucleares, otros países han acudido en masa para intentar sacar provecho del hecho de que el gobierno estadounidense se encuentre prometiendo el dinero de sus contribuyentes para defender a cada vez más países o fortalecer los compromisos de las alianzas estadounidenses existentes. Tras la invasión rusa de Ucrania, Finlandia se unió a la OTAN, y Suecia está a punto de ingresar en la alianza. Con una China asertiva en mente, Japón, Corea del Sur, Australia y Filipinas han reforzado la cooperación aliancista con los Estados Unidos. En virtud de los Acuerdos de Abraham, los Estados Unidos aceptaron vender armas de alta tecnología a los déspotas árabes. El príncipe heredero Mohammed bin Salman, gobernante efectivo de Arabia Saudita, había comenzado de manera inverosímil a amenazar con reorientar la relación de seguridad del reino del desierto respecto de China, incluyendo la adquisición de armas a menos que los Estados Unidos suscribiesen un acuerdo de seguridad para defender a Arabia Saudita si fuere atacada. Por último, a pesar de que los Estados Unidos han proporcionado más de 100.000 millones de dólares (billones en inglés) en concepto de ayuda militar, económica y humanitaria para ayudar a Ucrania a repeler la invasión rusa, el presidente de Ucrania, Volodymyr Zelenskyy, está exigiendo la incorporación a la OTAN o que los Estados Unidos y Europa desarrollen una garantía de seguridad alternativa para ayudar a los ucranianos a lidiar con la futura amenaza de Rusia.
Comprensiblemente, tras los atolladeros estadounidenses gemelos de Irak y Afganistán -tal como ocurrió tras la debacle de Vietnam cincuenta años antes-, algunos en los Estados Unidos, tanto de izquierdas como de derechas, son actualmente reacios a desparramar decenas de miles de millones de dólares (billones en inglés) más para ayudar incluso a aliados informales de los Estados Unidos a librar guerras. Después de todo, estas alianzas formales e informales han sido establecidas para que los Estados Unidos defiendan a otros países, no para que otros países defiendan a los Estados Unidos, sobre todo teniendo en cuenta la enorme discrepancia entre las capacidades militares estadounidenses y aquellas de todos los demás aliados, especialmente en lo atinente a la posibilidad de proyectar poder. De este modo, la afirmación del Presidente Biden de que muchas alianzas mejoran la seguridad estadounidense resulta cuestionable; de hecho, tal vez estos compromisos sólo aumentan drásticamente la posibilidad de que los Estados Unidos pudiesen verse arrastrados a guerras innecesarias, no estratégicas y costosas.
La enorme destrucción y sustitución de maquinaria bélica y el gasto en costosas municiones en una sola guerra en Ucrania deberían hacer que los estadounidenses se cuestionen si los Estados Unidos, con una inmensa deuda nacional de 33 billones de dólares (trillones en inglés), no se están extralimitando al comprometerse formal e informalmente a defender a una plétora creciente de países alrededor del mundo. En la actualidad, el hecho de ayudar a aliados informales en dos guerras está ejerciendo una gran presión sobre el presupuesto estadounidense, del mismo modo que las largas guerras de Irak y Afganistán incrementaron enormemente la montaña de deuda estadounidense existente. En el futuro, si dos aliados formales mediante un tratado fuesen atacados simultáneamente en dos escenarios diferentes, los Estados Unidos tendrían que responder a ambos, lo que probablemente generaría salidas de fondos de los contribuyentes que harían palidecer en términos comparativos los enormes gastos en Ucrania.
Después de la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos representaban el 50% del PBI global; ahora sólo representan alrededor del 15%. Sin embargo, los Estados Unidos -para defenderse y cumplir sus compromisos de seguridad con todos estos países- representan alrededor del 40% del gasto militar mundial. Se trata de un considerable sobreesfuerzo estadounidense, especialmente cuando la mayoría de los países a los que los Estados Unidos defienden o están pensando defender son ricos, pueden permitirse gastar más en su defensa pero no lo hacen debido al paraguas de seguridad estadounidense, y también podrían unirse entre ellos contra amenazas mayores como China o Rusia. Así pues, el inmenso gasto de ayudar a dos aliados informales en tiempos de guerra debería hacer ahora que los contribuyentes estadounidenses se replantearan los compromisos asumidos mediante alianzas y la amplia ayuda militar extranjera.
Traducido por Gabriel Gasave
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