Estoy fascinado con las connotaciones opuestas que tienen algunas palabras políticas en los Estados Unidos, por un lado, y en Europa y América Latina, por el otro.
Una de esas palabras es «liberal», que en los Estados Unidos se encuentra asociada con la izquierda y un gobierno grande, pero que en Europa y América Latina representa la libertad individual, los derechos de propiedad y un gobierno pequeño.
Otra es «populismo», a la cual la candidatura presidencial cada vez más visible de Robert F. Kennedy Jr. ha devuelto al primer plano.
El populismo estadounidense defiende a la persona común y corriente contra el «establishment» corrupto que manipula al sistema para burlarse de la igualdad ante la ley. En Europa y América Latina también tiene una connotación anti-elitista, pero el concepto evoca fundamentalmente un desprecio por la democracia liberal y el Estado de Derecho a efectos de alcanzar rápidamente determinados objetivos.
Para la izquierda (tal como lo ve la derecha) significa destruir la economía mediante la expropiación, los impuestos y la redistribución. Para la derecha (tal y como lo ve la izquierda) practicamente significa fascismo, es decir, un autoritarismo basado en una idea mística de la nación y los «valores tradicionales», así como un enfoque draconiano de la ley y el orden.
En España, el actual gobierno (una alianza de socialistas, comunistas y partidos regionales que luchan por la independencia de Cataluña) es considerado un epítome de izquierdas del populismo, mientras que el húngaro Viktor Orbán es el populista de derechas consumado. En América Latina, el venezolano Nicolás Maduro es un ejemplo perfecto de un populista de izquierdas dictatorial, mientras que el salvadoreño Nayib Bukele o el expresidente brasileño Jair Bolsonaro encarnan el populismo de derechas.
En los Estados Unidos, la expresión «populismo» no siempre es utilizada para elogiar a un líder o movimiento, pero la palabra tiene una connotación refrescante. Muchos de los Padres Fundadores son considerados populistas «avant la lettre», o antes de que el concepto existiera. Una recopilación de los escritos de Thomas Jefferson editada por Martin Larson fue publicada bajo el título de “Jefferson: Magnificent Populist” en la década de 1980.
En Europa y América Latina, Alexander Hamilton, que deseaba engrandecer al gobierno federal, hubiese sido visto como un populista por ello, mientras que James Madison y Thomas Jefferson, que se oponían a los instintos centralizadores e intervencionistas de Hamilton, habrían sido considerados lo opuesto.
En la última parte del siglo XIX, con el surgimiento del Partido del Pueblo, que defendía la expansión monetaria, el control gubernamental de los ferrocarriles y las restricciones a la propiedad de la tierra, el populismo estadounidense tuvo una connotación más parecida a la de Europa y América Latina en la actualidad. Los progresistas, con su ingenua creencia en el poder del gobierno federal para curar los males sociales, también serían considerados «populistas» en un sentido peyorativo.
Sin embargo, la palabra sigue gozando de un aura benigna en los Estados Unidos. Para hacer las cosas más interesantes, el crecimiento del gobierno en las últimas décadas ha jugado a favor del populismo «bueno» y «malo», con la erosión de la clase media y el enriquecimiento de una élite que le debe mucho más al mercantilismo -la conexión entre los intereses políticos y los empresariales- que a un mercado competitivo y un capitalismo sano.
Biden y las administraciones anteriores nos han dicho constantemente que el empleo ha mejorado a un ritmo saludable, pero el índice de horas trabajadas indica que su tasa de crecimiento desde 2000 es un tercio de la tasa registrada entre los años sesenta y finales del siglo XX. En cuanto a los ingresos pomedios reales de los hogares, su tasa de crecimiento anual desde principios de siglo es de apenas del 0,6%, mientras que en la segunda mitad del siglo XX era tres veces mayor.
En contraste, el patrimonio neto del proverbial 1% más rico se ha más que cuadruplicado desde 2000 en términos reales, mientras la Reserva Federal ha impreso dinero a lo loco, inflando el precio de los activos especulativos en manos de los ricos. El gobierno federal ha contraído tanta deuda que ahora paga casi un billón de dólares (trillón en inglés) al año en concepto de intereses. En el proceso, ha sofocado la creación de riqueza, en detrimento de la clase media. En lugar de abordar este problema, la administración Biden desea repartir otros 106.000 millones de dólares (billones en inglés) que simplemente no posee entre diversos actores extranjeros.
Ese es el escenario perfecto para el populismo, tanto el correcto (anti-elitismo en nombre de los derechos individuales) como el incorrecto (proteccionismo del gobierno grande y nacionalismo económico en nombre de la gente común). No es de extrañar que el populismo se esté haciendo sentir de cara a noviembre de 2024.
Traducido por Gabriel Gasave
¿Cuándo se convirtió el populismo en una mala palabra?
Estoy fascinado con las connotaciones opuestas que tienen algunas palabras políticas en los Estados Unidos, por un lado, y en Europa y América Latina, por el otro.
Una de esas palabras es «liberal», que en los Estados Unidos se encuentra asociada con la izquierda y un gobierno grande, pero que en Europa y América Latina representa la libertad individual, los derechos de propiedad y un gobierno pequeño.
Otra es «populismo», a la cual la candidatura presidencial cada vez más visible de Robert F. Kennedy Jr. ha devuelto al primer plano.
El populismo estadounidense defiende a la persona común y corriente contra el «establishment» corrupto que manipula al sistema para burlarse de la igualdad ante la ley. En Europa y América Latina también tiene una connotación anti-elitista, pero el concepto evoca fundamentalmente un desprecio por la democracia liberal y el Estado de Derecho a efectos de alcanzar rápidamente determinados objetivos.
Para la izquierda (tal como lo ve la derecha) significa destruir la economía mediante la expropiación, los impuestos y la redistribución. Para la derecha (tal y como lo ve la izquierda) practicamente significa fascismo, es decir, un autoritarismo basado en una idea mística de la nación y los «valores tradicionales», así como un enfoque draconiano de la ley y el orden.
En España, el actual gobierno (una alianza de socialistas, comunistas y partidos regionales que luchan por la independencia de Cataluña) es considerado un epítome de izquierdas del populismo, mientras que el húngaro Viktor Orbán es el populista de derechas consumado. En América Latina, el venezolano Nicolás Maduro es un ejemplo perfecto de un populista de izquierdas dictatorial, mientras que el salvadoreño Nayib Bukele o el expresidente brasileño Jair Bolsonaro encarnan el populismo de derechas.
En los Estados Unidos, la expresión «populismo» no siempre es utilizada para elogiar a un líder o movimiento, pero la palabra tiene una connotación refrescante. Muchos de los Padres Fundadores son considerados populistas «avant la lettre», o antes de que el concepto existiera. Una recopilación de los escritos de Thomas Jefferson editada por Martin Larson fue publicada bajo el título de “Jefferson: Magnificent Populist” en la década de 1980.
En Europa y América Latina, Alexander Hamilton, que deseaba engrandecer al gobierno federal, hubiese sido visto como un populista por ello, mientras que James Madison y Thomas Jefferson, que se oponían a los instintos centralizadores e intervencionistas de Hamilton, habrían sido considerados lo opuesto.
En la última parte del siglo XIX, con el surgimiento del Partido del Pueblo, que defendía la expansión monetaria, el control gubernamental de los ferrocarriles y las restricciones a la propiedad de la tierra, el populismo estadounidense tuvo una connotación más parecida a la de Europa y América Latina en la actualidad. Los progresistas, con su ingenua creencia en el poder del gobierno federal para curar los males sociales, también serían considerados «populistas» en un sentido peyorativo.
Sin embargo, la palabra sigue gozando de un aura benigna en los Estados Unidos. Para hacer las cosas más interesantes, el crecimiento del gobierno en las últimas décadas ha jugado a favor del populismo «bueno» y «malo», con la erosión de la clase media y el enriquecimiento de una élite que le debe mucho más al mercantilismo -la conexión entre los intereses políticos y los empresariales- que a un mercado competitivo y un capitalismo sano.
Biden y las administraciones anteriores nos han dicho constantemente que el empleo ha mejorado a un ritmo saludable, pero el índice de horas trabajadas indica que su tasa de crecimiento desde 2000 es un tercio de la tasa registrada entre los años sesenta y finales del siglo XX. En cuanto a los ingresos pomedios reales de los hogares, su tasa de crecimiento anual desde principios de siglo es de apenas del 0,6%, mientras que en la segunda mitad del siglo XX era tres veces mayor.
En contraste, el patrimonio neto del proverbial 1% más rico se ha más que cuadruplicado desde 2000 en términos reales, mientras la Reserva Federal ha impreso dinero a lo loco, inflando el precio de los activos especulativos en manos de los ricos. El gobierno federal ha contraído tanta deuda que ahora paga casi un billón de dólares (trillón en inglés) al año en concepto de intereses. En el proceso, ha sofocado la creación de riqueza, en detrimento de la clase media. En lugar de abordar este problema, la administración Biden desea repartir otros 106.000 millones de dólares (billones en inglés) que simplemente no posee entre diversos actores extranjeros.
Ese es el escenario perfecto para el populismo, tanto el correcto (anti-elitismo en nombre de los derechos individuales) como el incorrecto (proteccionismo del gobierno grande y nacionalismo económico en nombre de la gente común). No es de extrañar que el populismo se esté haciendo sentir de cara a noviembre de 2024.
Traducido por Gabriel Gasave
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