Lo economistas han comprendido los beneficios del libre comercio desde que Adam Smith publicara La Riqueza de las Naciones en 1776. No obstante, los grupos de intereses especiales aún continúan afirmando que el proteccionismo es algo que favorece los mejores intereses de los Estados Unidos. Siguiendo a un brusco aumento en las importaciones de origen chino, los últimos reclamos de protección provienen de las industrias estadounidenses textiles y de la indumentaria. Desdichadamente, la administración Bush parece estar de acuerdo con ello, y se encuentra considerando el establecimiento de cuotas de “salvaguardia” a efectos de proteger a estas industrias. De ser impuestas, estas restricciones perjudicarán a los consumidores y fracasarán en proteger al número total de puestos de trabajo en los Estados Unidos.
El Acuerdo Multifibra (MFA su sigla en inglés) de 30 años de antigüedad, y que estableciera cuotas que limitaban las importaciones textiles hacia los EE.UU. desde otros países, fue finalmente abolido el pasado mes de enero. En respuesta a ello, las importaciones textiles y de vestimenta desde China se incrementaron en un 39 por ciento con relación a los niveles que tenían en diciembre. En febrero, más de $650 millones en vestimenta fueron importados de China—un aumento del 147 por ciento respecto de un año atrás.
El incremento motivó los habituales reclamos en favor de la protección. Cass Johnson, presidente de la Coalición Nacional de Organizaciones Textiles dijo, “ahora es el momento para que el gobierno actúe prestamente y salve los empleos de nuestros trabajadores.” De manera similar, Bruce Raynor, el presidente de Unite Here, un sindicato estadounidense de trabajadores del vestido y de la industria textil, afirmó que, “sin la rápida imposición de salvaguardias, decenas de miles de puestos de trabajo pronto desaparecerán.”
A pesar de estas afirmaciones, el hecho de proteger a los productos textiles no impactará sobre el número total de empleos en los Estados Unidos. El comercio internacional se incrementó de manera substancial durante los años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial, sin dañar a la cifra total de puestos de trabajo de los Estados Unidos. Durante todos estos años, el nivel total del empleo en los EE.UU. ha variado en función del tamaño de la fuerza laboral—no de las políticas comerciales.
El proteger a los productos textiles implicará proteger a algunos empleos a expensas de otros. Cuando se pierden empleos en la industria textil, otros puestos de trabajo son generados en el resto de las industrias, las que se expanden en virtud de los productos textiles más baratos, así como también en las industrias estadounidenses dedicadas a la exportación, en las cuales las firmas chinas gastan sus incrementadas divisas extranjeras. En este proceso, el trabajo y el capital son reasignados hacia nuevas áreas en las cuales somos relativamente más productivos. Este proceso no es instantáneo y los trabajadores a menudo precisan ser re-entrenados, pero la circunstancia de proteger a una industria no salva empleos como un resultado neto.
Desdichadamente, la administración Bush ignoró 200 años de teoría económica cuando anunció los planes para un “sistema de alerta temprana” a fin de monitorear a las importaciones de productos textiles chinos junto con posibles “cuotas de salvaguardia. De acuerdo con el Secretario de Comercio Carlos Gutierrez, “esta acción demuestra el compromiso de su administración para… nivelar el terreno de juego con el objeto de apoyar a nuestra industria textil y de indumentaria interna.”
De ser impuestas las “salvaguardias,” las mismas probablemente limitarán las importaciones de textiles de origen chino a un incremento del 7,5 por ciento durante cualquier periodo de 12 meses—una importante restricción respecto del aumento del último periodo de 12 meses que fuera del 147 por ciento. Pese a que las normativas de la Organización Mundial del Comercio permiten este tipo de restricciones hasta un plazo de tres años, las mismas aún tendrán consecuencias negativas para la economía estadounidense.
Si la competencia china es restringida, los consumidores estadounidenses enfrentarán precios más altos. Los ejecutivos del sector minorista han sostenido que mediante una restricción de las importaciones y al obligar a los fabricantes a desviar la producción hacia varios países, el acuerdo MFA en verdad le adicionó un 23 por ciento al costo de los productos textiles vendidos en los Estados Unidos.
Con el fin del MFA y un aumento en las importaciones, los consumidores se encuentran ya comenzando a ver los beneficios. El índice general de precios al consumidor se incrementó en un 3 por ciento durante los pasados 12 meses mientras que los precios de la vestimenta para hombres y niños cayeron un 0,9 por ciento y los precios de la vestimenta para mujeres y niñas disminuyeron un 0,2 por ciento. Los beneficios potenciales para los consumidores son incluso mayores. Un sondeo realizado por Goldman Sachs entre los principales importadores de productos textiles descubrió que sus costos declinarían entre un 5 y un 15 por ciento sin las cuotas. Los analistas de Wall Street predicen que los precios de los artículos de vestir a nivel minorista caerán entre un 5 y un 11 por ciento con la finalización del MFA, si nuevas restricciones no son impuestas.
Durante su primer mandato, la administración Bush vaciló acerca de la política de libre comercio con el acero estadounidense. Ahora, debería efectuar un serio compromiso con el libre comercio en vez de complacer a los grupos de intereses textiles. El imponer restricciones le costaría empleos a las industrias que utilizan productos textiles y a otras industrias de exportación, perjudicará a los consumidores estadounidenses, y tornará menos productivos a los Estados Unidos.
Con políticas económicas como esta, no es de sorprender que la revista Economist se refiera al equipo económico de la administración como a la “liga de Bush.”
La política comercial de la Liga de Bush
Lo economistas han comprendido los beneficios del libre comercio desde que Adam Smith publicara La Riqueza de las Naciones en 1776. No obstante, los grupos de intereses especiales aún continúan afirmando que el proteccionismo es algo que favorece los mejores intereses de los Estados Unidos. Siguiendo a un brusco aumento en las importaciones de origen chino, los últimos reclamos de protección provienen de las industrias estadounidenses textiles y de la indumentaria. Desdichadamente, la administración Bush parece estar de acuerdo con ello, y se encuentra considerando el establecimiento de cuotas de “salvaguardia” a efectos de proteger a estas industrias. De ser impuestas, estas restricciones perjudicarán a los consumidores y fracasarán en proteger al número total de puestos de trabajo en los Estados Unidos.
El Acuerdo Multifibra (MFA su sigla en inglés) de 30 años de antigüedad, y que estableciera cuotas que limitaban las importaciones textiles hacia los EE.UU. desde otros países, fue finalmente abolido el pasado mes de enero. En respuesta a ello, las importaciones textiles y de vestimenta desde China se incrementaron en un 39 por ciento con relación a los niveles que tenían en diciembre. En febrero, más de $650 millones en vestimenta fueron importados de China—un aumento del 147 por ciento respecto de un año atrás.
El incremento motivó los habituales reclamos en favor de la protección. Cass Johnson, presidente de la Coalición Nacional de Organizaciones Textiles dijo, “ahora es el momento para que el gobierno actúe prestamente y salve los empleos de nuestros trabajadores.” De manera similar, Bruce Raynor, el presidente de Unite Here, un sindicato estadounidense de trabajadores del vestido y de la industria textil, afirmó que, “sin la rápida imposición de salvaguardias, decenas de miles de puestos de trabajo pronto desaparecerán.”
A pesar de estas afirmaciones, el hecho de proteger a los productos textiles no impactará sobre el número total de empleos en los Estados Unidos. El comercio internacional se incrementó de manera substancial durante los años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial, sin dañar a la cifra total de puestos de trabajo de los Estados Unidos. Durante todos estos años, el nivel total del empleo en los EE.UU. ha variado en función del tamaño de la fuerza laboral—no de las políticas comerciales.
El proteger a los productos textiles implicará proteger a algunos empleos a expensas de otros. Cuando se pierden empleos en la industria textil, otros puestos de trabajo son generados en el resto de las industrias, las que se expanden en virtud de los productos textiles más baratos, así como también en las industrias estadounidenses dedicadas a la exportación, en las cuales las firmas chinas gastan sus incrementadas divisas extranjeras. En este proceso, el trabajo y el capital son reasignados hacia nuevas áreas en las cuales somos relativamente más productivos. Este proceso no es instantáneo y los trabajadores a menudo precisan ser re-entrenados, pero la circunstancia de proteger a una industria no salva empleos como un resultado neto.
Desdichadamente, la administración Bush ignoró 200 años de teoría económica cuando anunció los planes para un “sistema de alerta temprana” a fin de monitorear a las importaciones de productos textiles chinos junto con posibles “cuotas de salvaguardia. De acuerdo con el Secretario de Comercio Carlos Gutierrez, “esta acción demuestra el compromiso de su administración para… nivelar el terreno de juego con el objeto de apoyar a nuestra industria textil y de indumentaria interna.”
De ser impuestas las “salvaguardias,” las mismas probablemente limitarán las importaciones de textiles de origen chino a un incremento del 7,5 por ciento durante cualquier periodo de 12 meses—una importante restricción respecto del aumento del último periodo de 12 meses que fuera del 147 por ciento. Pese a que las normativas de la Organización Mundial del Comercio permiten este tipo de restricciones hasta un plazo de tres años, las mismas aún tendrán consecuencias negativas para la economía estadounidense.
Si la competencia china es restringida, los consumidores estadounidenses enfrentarán precios más altos. Los ejecutivos del sector minorista han sostenido que mediante una restricción de las importaciones y al obligar a los fabricantes a desviar la producción hacia varios países, el acuerdo MFA en verdad le adicionó un 23 por ciento al costo de los productos textiles vendidos en los Estados Unidos.
Con el fin del MFA y un aumento en las importaciones, los consumidores se encuentran ya comenzando a ver los beneficios. El índice general de precios al consumidor se incrementó en un 3 por ciento durante los pasados 12 meses mientras que los precios de la vestimenta para hombres y niños cayeron un 0,9 por ciento y los precios de la vestimenta para mujeres y niñas disminuyeron un 0,2 por ciento. Los beneficios potenciales para los consumidores son incluso mayores. Un sondeo realizado por Goldman Sachs entre los principales importadores de productos textiles descubrió que sus costos declinarían entre un 5 y un 15 por ciento sin las cuotas. Los analistas de Wall Street predicen que los precios de los artículos de vestir a nivel minorista caerán entre un 5 y un 11 por ciento con la finalización del MFA, si nuevas restricciones no son impuestas.
Durante su primer mandato, la administración Bush vaciló acerca de la política de libre comercio con el acero estadounidense. Ahora, debería efectuar un serio compromiso con el libre comercio en vez de complacer a los grupos de intereses textiles. El imponer restricciones le costaría empleos a las industrias que utilizan productos textiles y a otras industrias de exportación, perjudicará a los consumidores estadounidenses, y tornará menos productivos a los Estados Unidos.
Con políticas económicas como esta, no es de sorprender que la revista Economist se refiera al equipo económico de la administración como a la “liga de Bush.”
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