El Presidente Bush insiste con el hecho de que ya se encuentra implementando las recomendaciones del buffet oficioso de la comisión presidencial sobre la inteligencia. Esperemos que no sea así.
No se trata de que las agencias de la inteligencia estadounidenses no precisen de una reforma. Las severas fallas de inteligencia que rodearon al 11/09 y la inexistencia de armas de destrucción masiva iraquíes (WMD como se las conoce en inglés) indican que es necesario un cambio significativo. Pero este panel, así como antes de él la comisión del 11 de septiembre, ha recomendado expandir a una ya hinchada burocracia de la inteligencia en lugar de ponerla a cumplir la dieta que tanto precisa.
La adopción de las recomendaciones iniciales de la comisión del 11/09 por parte del Congreso y de la administración, dieron lugar al peor de todos los mundos posibles. Una nueva capa de burocracia, bajo la forma de un nuevo director de la inteligencia nacional fue agregada en la cima de la ya extensa comunidad de inteligencia conformada por 15 agencias. Además, a esta nueva oficina no le fue otorgada la facultad de reinar sobre las atrincheradas agencias de la comunidad. El Congreso no le concedió al nuevo director una autoridad que se equiparase con su responsabilidad. En verdad, la legislación no deja en claro cuáles son las facultades de la nueva oficina, y ellas probablemente serán materia de una basta discusión entre las agencias. Pero algo anda mal cuando el Congreso crea tal estructura extendida de inteligencia que requiere incluso que más burocracia se amontone sobre ella.
Y las recientes sugerencias de la comisión presidencial sobre la inteligencia hacen que el apetito de la comisión del 11/09 para hacer recomendaciones luzca moderado. La comisión presidencial continuó con un frenesí de ingesta federal y recomendó rellenar a la comunidad de inteligencia con varias oficinas y organizaciones nuevas. La comisión sugirió la creación de una nueva National Intelligence University (Universidad de la Inteligencia Nacional), un directorio en la CIA a fin de supervisar el espionaje humano de la nación, un directorio de la seguridad nacional en el FBI, una unidad de análisis a largo plazo, que no tuviese que preocuparse con las tareas de inteligencia cotidianas, un Centro Nacional de Contra-Proliferación para coordinar los esfuerzos gubernamentales para contrarrestar a las WMD, un instituto de investigaciones sin fines de lucro para alentar los puntos de vista disidentes y un directorio de fuente abierta para captar la información de inteligencia de los periódicos, la TV, y el Internet.
Las recomendaciones de los dos paneles son típicas de tales comisiones “independientes” en la capital de la nación. Compuestas por lo general por ex-miembros del Congreso y ex burócratas de alto nivel, ellos instintivamente prescriben la adición de burocracia como un remedio para cualquier afección. Además, usualmente se concentran tanto en lo que recomiendan que pierden de vista el problema original al que le pidieron que examinaran.
Ambas comisiones destacaron que las 15 agencias de inteligencia existentes no cooperan ni comparten adecuadamente la información, pero las recomendaciones de los paneles agravarán el problema. Este dilema no es nada nuevo. Los problemas de coordinación de la inteligencia y de la información que se comparte existían muchos antes del 11 de septiembre de 2001; de hecho, estos mismos problemas estaban presentes antes del ataque contra Pearl Harbor, acaecido el 7 de diciembre de 1941. En ambos casos, existía suficiente información dentro del gobierno de los Estados Unidos—supuestamente compartida e integrada—que podría haber alertado de un ataque inminente. No obstante ello, las agencias de inteligencia estadounidenses no colaboraron adecuadamente en ningún caso, conduciendo al desastre. Cuantas más oficinas, organizaciones, y agencias son creadas, más dificultosa se vuelve la coordinación y el disenso efectivo.
Una justificación para tener tantas agencias es la de que los legisladores consiguen un campo de opinión. En el caso de las WMD iraquíes, sin embargo, las numerosas agencias sabían todas quién era el jefe y qué es lo que deseaba oír. Cualquier disenso—y no hubo mucho—era sofocado o ignorado. Quizás, las agencias de inteligencia deberían ser tornadas más independientes de la autoridad presidencial, como lo son en gran medida las juntas regulatorias independientes.
Y para mejorar la velocidad de la coordinación entre las agencias contra un ágil enemigo terrorista, deberíamos poner a dieta a las abotagadas burocracias de la inteligencia mediante la reducción y la simplificación del número de agencias. A diferencia de los adversarios típicos constituidos por los gobiernos extranjeros, los terroristas no precisan completar mucho papelerío antes de atacar. Un enemigo rápido exige agencias gubernamentales más exiguas para contrarrestarlo.
Traducido por Gabriel Gasave
Otra Comisión recomienda un buffet burocrático para recomponer a la inteligencia estadounidense
El Presidente Bush insiste con el hecho de que ya se encuentra implementando las recomendaciones del buffet oficioso de la comisión presidencial sobre la inteligencia. Esperemos que no sea así.
No se trata de que las agencias de la inteligencia estadounidenses no precisen de una reforma. Las severas fallas de inteligencia que rodearon al 11/09 y la inexistencia de armas de destrucción masiva iraquíes (WMD como se las conoce en inglés) indican que es necesario un cambio significativo. Pero este panel, así como antes de él la comisión del 11 de septiembre, ha recomendado expandir a una ya hinchada burocracia de la inteligencia en lugar de ponerla a cumplir la dieta que tanto precisa.
La adopción de las recomendaciones iniciales de la comisión del 11/09 por parte del Congreso y de la administración, dieron lugar al peor de todos los mundos posibles. Una nueva capa de burocracia, bajo la forma de un nuevo director de la inteligencia nacional fue agregada en la cima de la ya extensa comunidad de inteligencia conformada por 15 agencias. Además, a esta nueva oficina no le fue otorgada la facultad de reinar sobre las atrincheradas agencias de la comunidad. El Congreso no le concedió al nuevo director una autoridad que se equiparase con su responsabilidad. En verdad, la legislación no deja en claro cuáles son las facultades de la nueva oficina, y ellas probablemente serán materia de una basta discusión entre las agencias. Pero algo anda mal cuando el Congreso crea tal estructura extendida de inteligencia que requiere incluso que más burocracia se amontone sobre ella.
Y las recientes sugerencias de la comisión presidencial sobre la inteligencia hacen que el apetito de la comisión del 11/09 para hacer recomendaciones luzca moderado. La comisión presidencial continuó con un frenesí de ingesta federal y recomendó rellenar a la comunidad de inteligencia con varias oficinas y organizaciones nuevas. La comisión sugirió la creación de una nueva National Intelligence University (Universidad de la Inteligencia Nacional), un directorio en la CIA a fin de supervisar el espionaje humano de la nación, un directorio de la seguridad nacional en el FBI, una unidad de análisis a largo plazo, que no tuviese que preocuparse con las tareas de inteligencia cotidianas, un Centro Nacional de Contra-Proliferación para coordinar los esfuerzos gubernamentales para contrarrestar a las WMD, un instituto de investigaciones sin fines de lucro para alentar los puntos de vista disidentes y un directorio de fuente abierta para captar la información de inteligencia de los periódicos, la TV, y el Internet.
Las recomendaciones de los dos paneles son típicas de tales comisiones “independientes” en la capital de la nación. Compuestas por lo general por ex-miembros del Congreso y ex burócratas de alto nivel, ellos instintivamente prescriben la adición de burocracia como un remedio para cualquier afección. Además, usualmente se concentran tanto en lo que recomiendan que pierden de vista el problema original al que le pidieron que examinaran.
Ambas comisiones destacaron que las 15 agencias de inteligencia existentes no cooperan ni comparten adecuadamente la información, pero las recomendaciones de los paneles agravarán el problema. Este dilema no es nada nuevo. Los problemas de coordinación de la inteligencia y de la información que se comparte existían muchos antes del 11 de septiembre de 2001; de hecho, estos mismos problemas estaban presentes antes del ataque contra Pearl Harbor, acaecido el 7 de diciembre de 1941. En ambos casos, existía suficiente información dentro del gobierno de los Estados Unidos—supuestamente compartida e integrada—que podría haber alertado de un ataque inminente. No obstante ello, las agencias de inteligencia estadounidenses no colaboraron adecuadamente en ningún caso, conduciendo al desastre. Cuantas más oficinas, organizaciones, y agencias son creadas, más dificultosa se vuelve la coordinación y el disenso efectivo.
Una justificación para tener tantas agencias es la de que los legisladores consiguen un campo de opinión. En el caso de las WMD iraquíes, sin embargo, las numerosas agencias sabían todas quién era el jefe y qué es lo que deseaba oír. Cualquier disenso—y no hubo mucho—era sofocado o ignorado. Quizás, las agencias de inteligencia deberían ser tornadas más independientes de la autoridad presidencial, como lo son en gran medida las juntas regulatorias independientes.
Y para mejorar la velocidad de la coordinación entre las agencias contra un ágil enemigo terrorista, deberíamos poner a dieta a las abotagadas burocracias de la inteligencia mediante la reducción y la simplificación del número de agencias. A diferencia de los adversarios típicos constituidos por los gobiernos extranjeros, los terroristas no precisan completar mucho papelerío antes de atacar. Un enemigo rápido exige agencias gubernamentales más exiguas para contrarrestarlo.
Traducido por Gabriel Gasave
Burocracia y gobiernoDefensa y política exteriorDerecho y libertadGobierno y políticaPrivacidadTerrorismo y seguridad nacional
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