El Departamento de Seguridad Interior tiene demasiados pocos incentivos para proteger a los estadounidenses del terrorismo. Recientemente, al prestar testimonio ante el Congreso, Michael Chertoff, el nuevo Secretario de Seguridad Interior de la administración Bush, admitió que su departamento a menudo falla en recolectar, reconstruir, y compartir adecuadamente la información de inteligencia. (Este mismo problema ha afectado a la totalidad del gobierno estadounidense en su fracaso para detectar a los ataques terroristas, el que se remonta al 11 de septiembre de 2001 y el que no ha sido aún corregido.) La situación es improbable que mejore en razón de que la masiva burocracia de la Seguridad Interior cuenta con una pobre estructura de incentivos.
Algunos en el Congreso están frustrados por la circunstancia de que el departamento desperdicia demasiado tiempo, esfuerzo, y dinero desarrollando respuestas a posibles ataques terroristas y no se dedica lo suficiente a prevenirlos en primer término. El departamento, no obstante, simplemente se encuentra reaccionando a los incentivos que el Congreso le ha proporcionado. Los hospitales, los paramédicos, y los departamentos de policía y de bomberos locales son los candidatos a suministrar la primera respuesta a cualquier ataque terrorista. Estos “primeros en responder” conforman poderosos grupos de presión que insisten en recibir su tajada del pastel del financiamiento de la seguridad interior. Bajo la fachada de estar combatiendo al terrorismo, los mismos intentan a menudo acumular más fondos federales para mejorar sus servicios generales locales.
La mayoría de sus representantes en el Congreso se encuentran simplemente demasiados felices de complacerlos, repartiendo los negociados entre los grupos de intereses locales tanto a la derecha como a la izquierda. El resultado ha sido el de un presupuesto de la Seguridad Interior que distribuye el gasto por todo el país en vez de concentrarlo en las pocas grandes ciudades estadounidenses que en verdad podrían ser blancos del terrorismo. A fin de demostrar ese problema, Christopher Cox, Presidente del Comité de Seguridad Interior de la Cámara de Representantes, introdujo una legislación que asigna el financiamiento para la seguridad interna sobre la base del riesgo. El Senado también se encuentra considerando una medida similar.
Con todo el debido respeto por los residentes de Fargo, Dakota del Norte, los terroristas islámicos a medio mundo de distancia probablemente no tengan a su ciudad en su lista de objetivos. Otras incontables ciudades de pequeño y mediano tamaño a lo largo y ancho del país se encuentran en la misma situación favorable.
Por lo tanto, a pesar de la promesa de Chertoff de distribuir el financiamiento sobre la base del riesgo en vez de hacerlo en función de la política, las presiones políticas rampantes son inherentes a cualquier actividad gubernamental y especialmente a los esfuerzos del gobierno para suministrar seguridad. Allí donde la “seguridad nacional” se encuentra supuestamente en juego, el temor del público puede ser manipulado a fin de rellenar los presupuestos y la información puede ser ocultada del escrutinio del público y de los medios—eliminado de esa manera el “factor bochornoso” que a veces le impide a las agencias gubernamentales despilfarrar los dólares del contribuyente.
En contraste con la respuesta al terror, la prevención del terror—es decir, las funciones de inteligencia del Departamento de Seguridad Interior—posee pocas bases electorales poderosas que le proporcionen apoyo. Así, pese a la retórica en contrario, el desequilibrio del departamento entre la respuesta y la prevención probablemente continuará.
Otra barricada para una mejor inteligencia es el empinado tamaño de la burocracia de la Seguridad Interior. El departamento fue el ensamble de 22 agencias federales, todas con culturas y métodos de operación diferentes. Paralelo a las 15 agencias de la comunidad de inteligencia gubernamentales—de las cuales la Seguridad Interior es una parte—el departamento es tan solo demasiado grande y posee demasiadas partes para compartir e integrar adecuadamente a la información de inteligencia.
Desafortunadamente sin embargo, Chertoff pareciera imitar a aquellos que lo han precedido en los intentos por resolver el problema que fuera puesto de relieve de manera dramática el 11/09—la pobre colaboración en materia de inteligencia entre las burocracias gubernamentales. Tal como la Comisión del 11/09 y la Comisión sobre la Inteligencia de los Estados Unidos Acerca de las Armas de Destrucción Masiva, Chertoff está pensando en adicionar burocracia en lugar de racionalizarla. Le insinuó al Congreso que podría llegar a crear el cargo de jefe departamental de inteligencia.
Pero la circunstancia de añadir más burocracia exacerbará los problemas de compartir y de coordinar a la inteligencia, no los disminuirá. El fracaso del gobierno para consolidar y racionalizar el funcionamiento de su inteligencia podría resultar en otra desagradable sorpresa al estilo de la del 11/09. El enemigo ya no es más un gobierno extranjero similarmente poderoso, sino pequeñas y ágiles células terroristas que pueden trazar círculos alrededor de las grandes agencias de seguridad.
Tristemente, a pesar de que el nuevo jefe de la Seguridad Interior ha prometido reformar el mal desempeño del departamento, él y sus supervisores parlamentarios probablemente no tengan los incentivos para hacerlo.
Traducido por Gabriel Gasave
La reforma del Departamento de Seguridad Interior es improbable
El Departamento de Seguridad Interior tiene demasiados pocos incentivos para proteger a los estadounidenses del terrorismo. Recientemente, al prestar testimonio ante el Congreso, Michael Chertoff, el nuevo Secretario de Seguridad Interior de la administración Bush, admitió que su departamento a menudo falla en recolectar, reconstruir, y compartir adecuadamente la información de inteligencia. (Este mismo problema ha afectado a la totalidad del gobierno estadounidense en su fracaso para detectar a los ataques terroristas, el que se remonta al 11 de septiembre de 2001 y el que no ha sido aún corregido.) La situación es improbable que mejore en razón de que la masiva burocracia de la Seguridad Interior cuenta con una pobre estructura de incentivos.
Algunos en el Congreso están frustrados por la circunstancia de que el departamento desperdicia demasiado tiempo, esfuerzo, y dinero desarrollando respuestas a posibles ataques terroristas y no se dedica lo suficiente a prevenirlos en primer término. El departamento, no obstante, simplemente se encuentra reaccionando a los incentivos que el Congreso le ha proporcionado. Los hospitales, los paramédicos, y los departamentos de policía y de bomberos locales son los candidatos a suministrar la primera respuesta a cualquier ataque terrorista. Estos “primeros en responder” conforman poderosos grupos de presión que insisten en recibir su tajada del pastel del financiamiento de la seguridad interior. Bajo la fachada de estar combatiendo al terrorismo, los mismos intentan a menudo acumular más fondos federales para mejorar sus servicios generales locales.
La mayoría de sus representantes en el Congreso se encuentran simplemente demasiados felices de complacerlos, repartiendo los negociados entre los grupos de intereses locales tanto a la derecha como a la izquierda. El resultado ha sido el de un presupuesto de la Seguridad Interior que distribuye el gasto por todo el país en vez de concentrarlo en las pocas grandes ciudades estadounidenses que en verdad podrían ser blancos del terrorismo. A fin de demostrar ese problema, Christopher Cox, Presidente del Comité de Seguridad Interior de la Cámara de Representantes, introdujo una legislación que asigna el financiamiento para la seguridad interna sobre la base del riesgo. El Senado también se encuentra considerando una medida similar.
Con todo el debido respeto por los residentes de Fargo, Dakota del Norte, los terroristas islámicos a medio mundo de distancia probablemente no tengan a su ciudad en su lista de objetivos. Otras incontables ciudades de pequeño y mediano tamaño a lo largo y ancho del país se encuentran en la misma situación favorable.
Por lo tanto, a pesar de la promesa de Chertoff de distribuir el financiamiento sobre la base del riesgo en vez de hacerlo en función de la política, las presiones políticas rampantes son inherentes a cualquier actividad gubernamental y especialmente a los esfuerzos del gobierno para suministrar seguridad. Allí donde la “seguridad nacional” se encuentra supuestamente en juego, el temor del público puede ser manipulado a fin de rellenar los presupuestos y la información puede ser ocultada del escrutinio del público y de los medios—eliminado de esa manera el “factor bochornoso” que a veces le impide a las agencias gubernamentales despilfarrar los dólares del contribuyente.
En contraste con la respuesta al terror, la prevención del terror—es decir, las funciones de inteligencia del Departamento de Seguridad Interior—posee pocas bases electorales poderosas que le proporcionen apoyo. Así, pese a la retórica en contrario, el desequilibrio del departamento entre la respuesta y la prevención probablemente continuará.
Otra barricada para una mejor inteligencia es el empinado tamaño de la burocracia de la Seguridad Interior. El departamento fue el ensamble de 22 agencias federales, todas con culturas y métodos de operación diferentes. Paralelo a las 15 agencias de la comunidad de inteligencia gubernamentales—de las cuales la Seguridad Interior es una parte—el departamento es tan solo demasiado grande y posee demasiadas partes para compartir e integrar adecuadamente a la información de inteligencia.
Desafortunadamente sin embargo, Chertoff pareciera imitar a aquellos que lo han precedido en los intentos por resolver el problema que fuera puesto de relieve de manera dramática el 11/09—la pobre colaboración en materia de inteligencia entre las burocracias gubernamentales. Tal como la Comisión del 11/09 y la Comisión sobre la Inteligencia de los Estados Unidos Acerca de las Armas de Destrucción Masiva, Chertoff está pensando en adicionar burocracia en lugar de racionalizarla. Le insinuó al Congreso que podría llegar a crear el cargo de jefe departamental de inteligencia.
Pero la circunstancia de añadir más burocracia exacerbará los problemas de compartir y de coordinar a la inteligencia, no los disminuirá. El fracaso del gobierno para consolidar y racionalizar el funcionamiento de su inteligencia podría resultar en otra desagradable sorpresa al estilo de la del 11/09. El enemigo ya no es más un gobierno extranjero similarmente poderoso, sino pequeñas y ágiles células terroristas que pueden trazar círculos alrededor de las grandes agencias de seguridad.
Tristemente, a pesar de que el nuevo jefe de la Seguridad Interior ha prometido reformar el mal desempeño del departamento, él y sus supervisores parlamentarios probablemente no tengan los incentivos para hacerlo.
Traducido por Gabriel Gasave
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