La veracidad de las siguientes declaraciones no es solamente importante para su salud, sino que la misma puede ser políticamente importante para su libertad.
El hecho de a cuál de las declaraciones usted le cree, es también algo que se encuentra proclive a afectar cuestiones tan intimas como la de la su imagen corporal y la de cómo elige usted alimentar a su familia.
1: La obesidad y el sedentarismo matan a 400.000 estadounidenses por año, haciendo que las mismas se conviertan en las segundas causas principales de muertes prevenibles en los EE.UU., detrás solamente del cigarrillo.
2: La obesidad y el sedentarismo matan a 26.000 estadounidenses por año, haciendo que las mismas resulten menos mortales que otras enfermedades relativamente desconocidas tales como la nefritis y la septicemia.
La primera declaración genera pánico; la segunda, preocupación. Sin menoscabar lo deseable que resultan una dieta saludable y el ejercicio, ¿qué tipo de reacción encuentra verdaderamente sustento en la realidad?: ¿la de un público en pánico con reclamos a favor de una intervención política, o la de un motivo por el cual los individuos deberían reconsiderar el hecho de comerse esa segunda rosquilla?
No mire a los Centros para el Control de las Enfermedades (CDC como se conoce a la agencia en inglés) en busca de una guía. El CDC pareciera determinado a generar confusión, no claridad, en materia de estadísticas. A lo largo del pasado año, el CDC ha proporcionado cifras que apoyan a ambas declaraciones, pese a lo contradictorias que las mismas son entre sí.
En marzo de 2004, un estudio realizado en colaboración por el Dr. Julie Gerberding, director del CDC, sostenía que en el año 2000, la obesidad y la inactividad física mataron a 400.000 estadounidenses; es decir, que la obesidad produce más del 16 por ciento de todas las muertes en los Estados Unidos. El encabezado de la cadena televisiva CBS, «Americans Eat Themselves To Death» (“Los Estadounidenses se Engullen a sí Mismos Hasta Morir,”) era al típica clase de cobertura que lo medios de comunicación brindaban por entonces. Time/ABC News convocaron a una Reunión Cumbre sobre la Obesidad.
La reacción política fue igualmente alarmista. El Jefe del Servicio de Sanidad de los Estados Unidos Richard Carmona declaró, «A medida que miramos hacia el futuro y hacia el lugar en el que se encontrará la obesidad infantil dentro de 20 años… cada bocado es tan amenazante para nosotros como lo es la amenaza terrorista a la que nos enfrentamos en la actualidad.»
Empleando palabras como «epidemia,» los legisladores se apresuraron a debatir acerca de prácticamente todo, desde la aplicación de «impuestos a la gordura » sobre la comida chatarra hasta la reglamentación de la publicidad de las casas de comidas-rápidas, desde la cobertura que el Medicare le brinda a las intervenciones quirúrgicas relacionadas con la obesidad hasta la prohibición de las bebidas gaseosas en las escuelas.
Algunas voces aconsejaron el escepticismo. Steve Milloy, en su columna «Junk Science» (La Ciencia Chatarra”), aparecida en FOX el 12 de marzo de 2004, señalaba que «el CDC produjo sus estimaciones con una artimaña estadística llamada «riesgo atribuible»—el método de elección de los que fomentan el temor para alarmar al público con grandes cifras de cadáveres. El riesgo atribuible podría ser el afiche infantil para el dicho, «ingresa basura, sale basura».» En otras palabras, la veracidad de la ciencia ve a la obesidad como un factor que contribuye a la muerte–o, aún de manera más endeble, la ve como una correlación—no como una causa.
Mientras tanto, el Center for Consumer Freedom (CCF según su sigla en inglés)-el que se describe asimismo como una «organización sin fines de lucro dedicada a proteger las decisiones de los consumidores y a promover el sentido común»-llamó la atención sobre severos defectos de tipo metodológicos y matemáticos en el estudio del CDC.
El 23 de noviembre, el Wall Street Journal informaba que, según una investigación interna del CDC, el estudio sobre la obesidad «ampliamente citado» contenía «errores estadísticos» que inflaban el número de decesos en «decenas de miles»–específicamente, en 80.000 o lo que es lo mismo en un 20 por ciento. En noviembre, el titular de la CBS (y de otros medios) cambió por el de «Obesity Study Overstated Effects» (“Estudio sobre la Obesidad Exageró los Efectos”.) Pero la cifra de 400.000 parecía cementada en la política gubernamental y en la conciencia del público. Es difícil dejar de hacer sonar a una campana de alarma.
Entonces, el 19 de abril, el diario Houston Chronicle informó que el CDC «estimó hoy que acumular demasiadas libras resulta en 25.814 muertes al año… Tan recientemente como en enero pasado, el CDC salió al cruce con una estimación 14 veces más alta.» No sorprende entonces, que el CCF concluyera que el «CDC es la sigla para Center for Damage Control (Centro para el Control del Daño)».
El CCF toma un punto de vista extremo: sostiene que las estadísticas amplificadas del CDC fueron motivadas políticamente y que son de manera consciente falsas. (Otros esgrimen las mismas acusaciones de deshonestidad en contra del CCF.)
Es cierto, sin embargo, que las acusaciones del CCF colocarían a algunos funcionarios del CDC en la misma categoría que a Eric T. Poehlman, un importante investigador sobre la obesidad que trabajó en la University of Vermont. El 18 de marzo, el periódico Boston Globe informó que Poehlman había «fabricado la información en 17 solicitudes de subsidios federales a fin de hacer que su trabajo pareciese más prometedor, ayudándole así a ganar casi $3 millones en financiamiento gubernamental.» Poehlman reconoció haber maquillado a los «resultados de las investigaciones entre 1992 y 2002, incluidos hallazgos aparecidos en publicaciones médicas, los que exageraban el efecto de la menopausia sobre la salud de las mujeres.»
Aparte de la motivación del lucro (o del financiamiento), el prejuicio político puede estar jugando un papel en el CDC y respecto de otras investigaciones sobre la obesidad. En enero de 1998, los directores del New England Journal of Medicine miraron con ojos escépticos a la cifra de «300.000 muertes» por año a causa de la obesidad y advirtieron en contra de una tendencia en aumento; a saber, que «la campaña médica contra la obesidad podría tener que ver con una tendencia a medicalizar al comportamiento que no aprobamos.»
El comportamiento medicalizado es un comportamiento al que el gobierno considera adecuado controlar. Si el alimento que usted se lleva a la boca es una adicción o una epidemia, entonces su dieta deja de ser una decisión personal y se convierte en una cuestión de seguridad pública. El almuerzo que usted le prepara a sus hijos se convierte en un asunto de políticas públicas.
Por consiguiente, el hecho de a cuál de las dos declaraciones elige usted creerle no es la única cuestión de ‘peso.’ La misma es rápidamente seguida por la de «¿qué relevancia política debiera dársele a las estadísticas acerca de la gordura?»
Considero que los individuos son responsables de su propio peso y de sus propias decisiones alimentarías. La intervención gubernamental es una opción equivocada y peligrosa por varios motivos. Tan solo uno de ellos: los individuos deberían asumir el control personal sobre su propia salud, en vez de renunciar a él. Deberíamos achicar el interés del gobierno en lo que comemos y darle la correcta dimensión a las estadísticas con las que el mismo nos alimenta.
Traducido por Gabriel Gasave
Estadísticas agrandadas
La veracidad de las siguientes declaraciones no es solamente importante para su salud, sino que la misma puede ser políticamente importante para su libertad.
El hecho de a cuál de las declaraciones usted le cree, es también algo que se encuentra proclive a afectar cuestiones tan intimas como la de la su imagen corporal y la de cómo elige usted alimentar a su familia.
1: La obesidad y el sedentarismo matan a 400.000 estadounidenses por año, haciendo que las mismas se conviertan en las segundas causas principales de muertes prevenibles en los EE.UU., detrás solamente del cigarrillo.
2: La obesidad y el sedentarismo matan a 26.000 estadounidenses por año, haciendo que las mismas resulten menos mortales que otras enfermedades relativamente desconocidas tales como la nefritis y la septicemia.
La primera declaración genera pánico; la segunda, preocupación. Sin menoscabar lo deseable que resultan una dieta saludable y el ejercicio, ¿qué tipo de reacción encuentra verdaderamente sustento en la realidad?: ¿la de un público en pánico con reclamos a favor de una intervención política, o la de un motivo por el cual los individuos deberían reconsiderar el hecho de comerse esa segunda rosquilla?
No mire a los Centros para el Control de las Enfermedades (CDC como se conoce a la agencia en inglés) en busca de una guía. El CDC pareciera determinado a generar confusión, no claridad, en materia de estadísticas. A lo largo del pasado año, el CDC ha proporcionado cifras que apoyan a ambas declaraciones, pese a lo contradictorias que las mismas son entre sí.
En marzo de 2004, un estudio realizado en colaboración por el Dr. Julie Gerberding, director del CDC, sostenía que en el año 2000, la obesidad y la inactividad física mataron a 400.000 estadounidenses; es decir, que la obesidad produce más del 16 por ciento de todas las muertes en los Estados Unidos. El encabezado de la cadena televisiva CBS, «Americans Eat Themselves To Death» (“Los Estadounidenses se Engullen a sí Mismos Hasta Morir,”) era al típica clase de cobertura que lo medios de comunicación brindaban por entonces. Time/ABC News convocaron a una Reunión Cumbre sobre la Obesidad.
La reacción política fue igualmente alarmista. El Jefe del Servicio de Sanidad de los Estados Unidos Richard Carmona declaró, «A medida que miramos hacia el futuro y hacia el lugar en el que se encontrará la obesidad infantil dentro de 20 años… cada bocado es tan amenazante para nosotros como lo es la amenaza terrorista a la que nos enfrentamos en la actualidad.»
Empleando palabras como «epidemia,» los legisladores se apresuraron a debatir acerca de prácticamente todo, desde la aplicación de «impuestos a la gordura » sobre la comida chatarra hasta la reglamentación de la publicidad de las casas de comidas-rápidas, desde la cobertura que el Medicare le brinda a las intervenciones quirúrgicas relacionadas con la obesidad hasta la prohibición de las bebidas gaseosas en las escuelas.
Algunas voces aconsejaron el escepticismo. Steve Milloy, en su columna «Junk Science» (La Ciencia Chatarra”), aparecida en FOX el 12 de marzo de 2004, señalaba que «el CDC produjo sus estimaciones con una artimaña estadística llamada «riesgo atribuible»—el método de elección de los que fomentan el temor para alarmar al público con grandes cifras de cadáveres. El riesgo atribuible podría ser el afiche infantil para el dicho, «ingresa basura, sale basura».» En otras palabras, la veracidad de la ciencia ve a la obesidad como un factor que contribuye a la muerte–o, aún de manera más endeble, la ve como una correlación—no como una causa.
Mientras tanto, el Center for Consumer Freedom (CCF según su sigla en inglés)-el que se describe asimismo como una «organización sin fines de lucro dedicada a proteger las decisiones de los consumidores y a promover el sentido común»-llamó la atención sobre severos defectos de tipo metodológicos y matemáticos en el estudio del CDC.
El 23 de noviembre, el Wall Street Journal informaba que, según una investigación interna del CDC, el estudio sobre la obesidad «ampliamente citado» contenía «errores estadísticos» que inflaban el número de decesos en «decenas de miles»–específicamente, en 80.000 o lo que es lo mismo en un 20 por ciento. En noviembre, el titular de la CBS (y de otros medios) cambió por el de «Obesity Study Overstated Effects» (“Estudio sobre la Obesidad Exageró los Efectos”.) Pero la cifra de 400.000 parecía cementada en la política gubernamental y en la conciencia del público. Es difícil dejar de hacer sonar a una campana de alarma.
Entonces, el 19 de abril, el diario Houston Chronicle informó que el CDC «estimó hoy que acumular demasiadas libras resulta en 25.814 muertes al año… Tan recientemente como en enero pasado, el CDC salió al cruce con una estimación 14 veces más alta.» No sorprende entonces, que el CCF concluyera que el «CDC es la sigla para Center for Damage Control (Centro para el Control del Daño)».
El CCF toma un punto de vista extremo: sostiene que las estadísticas amplificadas del CDC fueron motivadas políticamente y que son de manera consciente falsas. (Otros esgrimen las mismas acusaciones de deshonestidad en contra del CCF.)
Es cierto, sin embargo, que las acusaciones del CCF colocarían a algunos funcionarios del CDC en la misma categoría que a Eric T. Poehlman, un importante investigador sobre la obesidad que trabajó en la University of Vermont. El 18 de marzo, el periódico Boston Globe informó que Poehlman había «fabricado la información en 17 solicitudes de subsidios federales a fin de hacer que su trabajo pareciese más prometedor, ayudándole así a ganar casi $3 millones en financiamiento gubernamental.» Poehlman reconoció haber maquillado a los «resultados de las investigaciones entre 1992 y 2002, incluidos hallazgos aparecidos en publicaciones médicas, los que exageraban el efecto de la menopausia sobre la salud de las mujeres.»
Aparte de la motivación del lucro (o del financiamiento), el prejuicio político puede estar jugando un papel en el CDC y respecto de otras investigaciones sobre la obesidad. En enero de 1998, los directores del New England Journal of Medicine miraron con ojos escépticos a la cifra de «300.000 muertes» por año a causa de la obesidad y advirtieron en contra de una tendencia en aumento; a saber, que «la campaña médica contra la obesidad podría tener que ver con una tendencia a medicalizar al comportamiento que no aprobamos.»
El comportamiento medicalizado es un comportamiento al que el gobierno considera adecuado controlar. Si el alimento que usted se lleva a la boca es una adicción o una epidemia, entonces su dieta deja de ser una decisión personal y se convierte en una cuestión de seguridad pública. El almuerzo que usted le prepara a sus hijos se convierte en un asunto de políticas públicas.
Por consiguiente, el hecho de a cuál de las dos declaraciones elige usted creerle no es la única cuestión de ‘peso.’ La misma es rápidamente seguida por la de «¿qué relevancia política debiera dársele a las estadísticas acerca de la gordura?»
Considero que los individuos son responsables de su propio peso y de sus propias decisiones alimentarías. La intervención gubernamental es una opción equivocada y peligrosa por varios motivos. Tan solo uno de ellos: los individuos deberían asumir el control personal sobre su propia salud, en vez de renunciar a él. Deberíamos achicar el interés del gobierno en lo que comemos y darle la correcta dimensión a las estadísticas con las que el mismo nos alimenta.
Traducido por Gabriel Gasave
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