A menudo las estadísticas económicas positivas han reforzado el subdesarrollo en muchos países. Ellas suelen distraer a los encargados de tomar decisiones de los temas de fondo o crean el espejismo del progreso allí donde no existe, desalentando las reformas. El más reciente-y vastamente publicitado-informe de las Naciones Unidas sobre América Latina cae dentro de esta categoría.
En gran medida tal como lo hiciera el pasado año, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) ha publicado una avalancha de estadísticas que pintan un cuadro optimista de la economía de la región. El informe proyecta una tasa de crecimiento del 4,3 por ciento para este año. Países como la Argentina, Venezuela, Uruguay, Chile, Perú, y Panamá superan ese promedio. También elogia el superávit en la cuenta corriente de la región por segundo año consecutivo (totalizando el equivalente al 0,9 por ciento de su PBI.) Otras estadísticas, tales como la del crecimiento de la inversión fija, son también esgrimidas como señales muy positivas.
Todo esto pasa por alto algunos puntos esenciales. En los treinta años que van de 1950 a 1980, América Latina experimentó una tasa promedio de crecimiento superior a la que posee en la actualidad. Considerando que la mitad de la población se encontraba en una situación de pobreza al término de ese periodo, está claro que el crecimiento estadístico no significó el desarrollo. En contraste, en los últimos treinta años Asia del este ha pasado de tener la mitad del ingreso per cápita del Africa sub-sahariana a duplicarlo. Ya no se celebran más conciertos para combatir la pobreza en la India, sino en Africa. En este mismo período, el ingreso per cápita de todos los países latinoamericanos, exceptuado el de Chile, ha caído como proporción del ingreso por habitante de los EE.UU., mientras que el de Tailandia y el de Indonesia se han elevado en más del 40 por ciento.
El informe de la agencia de ONU celebra el superávit en la cuenta corriente de América Latina con el mismo énfasis con el que antes solía criticar los déficits en la cuenta corriente. Esto, nuevamente, da fuera del blanco. Un déficit en la cuenta corriente queda compensado por el superávit en la cuenta de capitales, y viceversa, de modo que la balanza se equilibra. Estas estadísticas nada nos dicen respecto de cómo le está yendo a un país. (El economista Murray Rothbard, partidario del libre mercado, estaba en lo cierto: más disparates han sido escritos acerca de la balanza de pagos que acerca de virtualmente cualquier otro aspecto de la economía.) Sí, el incremento de las exportaciones de América Latina por sobre sus importaciones ha llevado al superávit en la cuenta corriente. Pero ha habido una salida neta de capitales (tal como la hubo el año 2004, cuando la transferencia neta ascendió a los $77 mil millones.) Los Estados Unidos tuvieron un déficit en la cuenta corriente durante gran parte del siglo 19, período en el que se convirtieron en la economía más poderosa del mundo.
Finalmente, las estadísticas de América Latina dejan de ser buenas cuando se las compara con las de otras regiones en desarrollo. La tasa de crecimiento anual de China duplica a la tasa de crecimiento latinoamericana. La suma de las exportaciones y de las importaciones de ese país totaliza el 75 por ciento de su PBI, mientras que la suma del comercio del Brasil, por ejemplo, representa menos de un tercio de su PBI. El año pasado, la inversión extranjera en América Latina creció a la mitad de la tasa mundial. Los niveles de inversión en general rondan alrededor del 16 por ciento del PBI en la mayoría de los países de la región, una cifra pequeña comparada con aquellos países emergentes—en Asia del este, Europa del sur, Oceanía y Europa Central—que han marcado presencia en el escenario mundial en años recientes.
Lo que debería estar observando la CEPAL es, más bien, la ausencia de reformas desde fines de la década de 1990. América Latina se contenta con una tasa de crecimiento temporal del 4 o 5 por ciento fruto de sus bajas tasas de interés, de su baja inflación y de los muy altos precios de sus materias primas: el petróleo, los minerales, la soja. Mientras que un país como Estonia adoptó un impuesto horizontal (flat tax) uniforme hace ya una década y fue seguido rápidamente por países como Letonia, Lituania y, más tarde, incluso por Rusia y Ucrania, en América Latina los impuestos se han elevado debido a la obsesión por el ingreso fiscal. La desnacionalización de la sociedad y la despolitización del sistema judicial se han detenido de forma indefinida.
Los latinoamericanos quedaron traumatizados por las reformas de los años 90, cuyas privatizaciones, pobremente concebidas y en muchos casos corruptas, fracasaron. Es el momento de terminar con esta parálisis, especialmente ahora que ha regresado el populismo autoritario. El comercio se encuentra aún fuertemente obstaculizado por los bloques comerciales regionales, un laberinto de impuestos fomentan una economía dual, el poder judicial está todavía subordinado al poder político o económico, y es casi imposible operar de manera legal en cualquier tipo de actividad sin depender del amiguismo.
Los latinoamericanos tienen a su disposición la información necesaria acerca de las causas de la pobreza. Un reciente estudio del Banco Mundial evidenció que en los países subdesarrollados, incluidos los de América Latina, el costo de hacer negocios es tres veces más alto que en otras naciones, mientras que la protección a los derechos de propiedad es dos veces menor. En tanto que en Brasil toma 152 días registrar una nueva compañía, en Tailandia se requiere cerca de un mes. Con la excepción de Colombia, donde algunas reformas han tenido lugar últimamente y donde ha habido un incremento del 16 por ciento en el número de nuevas empresas en los últimos dos años, ningún país latinoamericano aparece en la lista de los “20 principales” en lo que al clima de negocios se refiere. Incluso Chile ha venido perdiendo terreno ante Corea, Malasia, Sudáfrica, y otros.
Estas son las realidades que la CEPAL debería estar exponiendo de un confín a otro de la región. Los informes basados puramente en estadísticas macroeconómicas como las mencionadas en este artículo no facilitan la causa de la reforma.
La miseria de las estadísticas
A menudo las estadísticas económicas positivas han reforzado el subdesarrollo en muchos países. Ellas suelen distraer a los encargados de tomar decisiones de los temas de fondo o crean el espejismo del progreso allí donde no existe, desalentando las reformas. El más reciente-y vastamente publicitado-informe de las Naciones Unidas sobre América Latina cae dentro de esta categoría.
En gran medida tal como lo hiciera el pasado año, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) ha publicado una avalancha de estadísticas que pintan un cuadro optimista de la economía de la región. El informe proyecta una tasa de crecimiento del 4,3 por ciento para este año. Países como la Argentina, Venezuela, Uruguay, Chile, Perú, y Panamá superan ese promedio. También elogia el superávit en la cuenta corriente de la región por segundo año consecutivo (totalizando el equivalente al 0,9 por ciento de su PBI.) Otras estadísticas, tales como la del crecimiento de la inversión fija, son también esgrimidas como señales muy positivas.
Todo esto pasa por alto algunos puntos esenciales. En los treinta años que van de 1950 a 1980, América Latina experimentó una tasa promedio de crecimiento superior a la que posee en la actualidad. Considerando que la mitad de la población se encontraba en una situación de pobreza al término de ese periodo, está claro que el crecimiento estadístico no significó el desarrollo. En contraste, en los últimos treinta años Asia del este ha pasado de tener la mitad del ingreso per cápita del Africa sub-sahariana a duplicarlo. Ya no se celebran más conciertos para combatir la pobreza en la India, sino en Africa. En este mismo período, el ingreso per cápita de todos los países latinoamericanos, exceptuado el de Chile, ha caído como proporción del ingreso por habitante de los EE.UU., mientras que el de Tailandia y el de Indonesia se han elevado en más del 40 por ciento.
El informe de la agencia de ONU celebra el superávit en la cuenta corriente de América Latina con el mismo énfasis con el que antes solía criticar los déficits en la cuenta corriente. Esto, nuevamente, da fuera del blanco. Un déficit en la cuenta corriente queda compensado por el superávit en la cuenta de capitales, y viceversa, de modo que la balanza se equilibra. Estas estadísticas nada nos dicen respecto de cómo le está yendo a un país. (El economista Murray Rothbard, partidario del libre mercado, estaba en lo cierto: más disparates han sido escritos acerca de la balanza de pagos que acerca de virtualmente cualquier otro aspecto de la economía.) Sí, el incremento de las exportaciones de América Latina por sobre sus importaciones ha llevado al superávit en la cuenta corriente. Pero ha habido una salida neta de capitales (tal como la hubo el año 2004, cuando la transferencia neta ascendió a los $77 mil millones.) Los Estados Unidos tuvieron un déficit en la cuenta corriente durante gran parte del siglo 19, período en el que se convirtieron en la economía más poderosa del mundo.
Finalmente, las estadísticas de América Latina dejan de ser buenas cuando se las compara con las de otras regiones en desarrollo. La tasa de crecimiento anual de China duplica a la tasa de crecimiento latinoamericana. La suma de las exportaciones y de las importaciones de ese país totaliza el 75 por ciento de su PBI, mientras que la suma del comercio del Brasil, por ejemplo, representa menos de un tercio de su PBI. El año pasado, la inversión extranjera en América Latina creció a la mitad de la tasa mundial. Los niveles de inversión en general rondan alrededor del 16 por ciento del PBI en la mayoría de los países de la región, una cifra pequeña comparada con aquellos países emergentes—en Asia del este, Europa del sur, Oceanía y Europa Central—que han marcado presencia en el escenario mundial en años recientes.
Lo que debería estar observando la CEPAL es, más bien, la ausencia de reformas desde fines de la década de 1990. América Latina se contenta con una tasa de crecimiento temporal del 4 o 5 por ciento fruto de sus bajas tasas de interés, de su baja inflación y de los muy altos precios de sus materias primas: el petróleo, los minerales, la soja. Mientras que un país como Estonia adoptó un impuesto horizontal (flat tax) uniforme hace ya una década y fue seguido rápidamente por países como Letonia, Lituania y, más tarde, incluso por Rusia y Ucrania, en América Latina los impuestos se han elevado debido a la obsesión por el ingreso fiscal. La desnacionalización de la sociedad y la despolitización del sistema judicial se han detenido de forma indefinida.
Los latinoamericanos quedaron traumatizados por las reformas de los años 90, cuyas privatizaciones, pobremente concebidas y en muchos casos corruptas, fracasaron. Es el momento de terminar con esta parálisis, especialmente ahora que ha regresado el populismo autoritario. El comercio se encuentra aún fuertemente obstaculizado por los bloques comerciales regionales, un laberinto de impuestos fomentan una economía dual, el poder judicial está todavía subordinado al poder político o económico, y es casi imposible operar de manera legal en cualquier tipo de actividad sin depender del amiguismo.
Los latinoamericanos tienen a su disposición la información necesaria acerca de las causas de la pobreza. Un reciente estudio del Banco Mundial evidenció que en los países subdesarrollados, incluidos los de América Latina, el costo de hacer negocios es tres veces más alto que en otras naciones, mientras que la protección a los derechos de propiedad es dos veces menor. En tanto que en Brasil toma 152 días registrar una nueva compañía, en Tailandia se requiere cerca de un mes. Con la excepción de Colombia, donde algunas reformas han tenido lugar últimamente y donde ha habido un incremento del 16 por ciento en el número de nuevas empresas en los últimos dos años, ningún país latinoamericano aparece en la lista de los “20 principales” en lo que al clima de negocios se refiere. Incluso Chile ha venido perdiendo terreno ante Corea, Malasia, Sudáfrica, y otros.
Estas son las realidades que la CEPAL debería estar exponiendo de un confín a otro de la región. Los informes basados puramente en estadísticas macroeconómicas como las mencionadas en este artículo no facilitan la causa de la reforma.
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